¿De cuanta importancia es el tacto en la obra del ministerio? La respuesta se da en la siguiente declaración: “El tacto y el buen criterio centuplican la utilidad del obrero” (Obreros Evangélicos, pág. 125). ¡Qué tremendo aumento! ¿Y qué otra ayudar a realizar tanto?
Se define el tacto como la “delicada percepción. la aguda discriminación y el buen discernimiento de lo que conviene decir y hacer en el trato con las personas, especialmente en situaciones difíciles”. Es otra manera de nombrar la cortesía, la urbanidad y las buenas maneras. Es el arle de llevarse bien con los demás. Es la apreciación intuitiva de lo que conviene más para cada ocasión o emergencia. Es hacer y decir lo que es correcto en el tiempo debido.
¿Y quién necesita más tacto que los predicadores que tratan con toda clase de personas y problemas? Henry Varnum dijo que el “tacto es algo más que los modales, pero los modales tienen que ver en gran medida con él. Es una combinación de sagacidad, firmeza, prontitud, moderación y afabilidad. Es algo que nunca ofende, nunca excita los celos, nunca provoca rivalidad. nunca pisa los dedos de los otros”. El arzobispo Temple dijo: “Las buenas maneras exigen tres cosas: autocontrol, abnegación y respeto de sí mismo”. Algunos predicadores, como muchos otros, pareciera que tienen dificultad para distinguir entre tacto y cacto. El significado de estas palabras es muy diferente. Uno suaviza y gana, y el otro pincha e irrita.
El tacto es imposible para un predicador con un complejo de superioridad, para quien la humildad es desconocida. Si tiene mucho ego. y piensa que está en una especie de pedestal desde el cual mira hacia abajo al “rebaño común”. al que habla como un patriarca a niños, lo único que logrará será irritar a sus oyentes, que se ofenden a causa de su actitud y tienen dificultad para escuchar su sermón. Jesús fue nuestro ejemplo en tacto como en lodo lo demás. De él dice el profeta: “No clamará. ni alzará, ni hará oír su voz en las plazas. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare: sacará el juicio a verdad” (Isa. 42:2, 3). En la Versión Moderna leemos así este pasaje: “No voceará, ni alzará su voz. ni la hará oír por las calles: no quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que aún humea: por medio de la verdad sacará la justicia”.
A la luz de esta declaración y de otras, se puede pensar acerca de Jesús únicamente como una persona serena tanto en la vida privada como pública, con un espíritu manso y apacible en su predicación. Los sermones ruidosos, emotivos y sentimentales desagradan a la gente de mejor clase, y ganan a los que son inestables y cuyo paso por la iglesia es, por lo tanto, breve. El tacto de Jesús lo indujo a evitar cuidadosamente herir aun a un alma tan débil como una caña trizada, o a apagar la chispa espiritual que está casi tan apagada como un pabilo que apenas humea, como evidencia de >u existencia. Como lo hizo Jesús, el ministro debiera tratar con tales personas con ternura y tacto, e intentar revivir la chispa hasta convertirla en llama. Nunca debiera ser culpado de borrar a tales personas de la lista de miembros con el propósito de alcanzar los blancos con más facilidad.
Leemos acerca de Jesús: “Los modales groseros y desmañados no se vieron nunca en nuestro dechado, Cristo Jesús. Él era un representante del cielo, y sus discípulos deben ser semejantes a él” (Obreros Evangélicos, págs. 94, 95). “En la obra de ganar almas, se necesita mucho tacto y sabiduría. El Salvador no suprimió nunca la verdad, sino que la declaró siempre con amor.
En su trato con los demás, él manifestaba el mayor tacto, y era siempre bondadoso y reflexivo. Nunca fué rudo, nunca dijo sin necesidad una palabra severa, nunca causó pena innecesaria a un alma sensible. No censuró la debilidad humana. Denunció sin reparos la hipocresía, incredulidad c iniquidad, pero había lágrimas en su voz cuando pronunciaba sus penetrantes reprensiones. Nunca hizo cruel la verdad, sino que manifestó siempre profunda ternura hacia la humanidad. Cada alma era preciosa a su vista” (Id., pág. 123).
Y más adelante leemos: “La religión de Jesús ablanda cuanto haya de duro y brusco en el genio, y suaviza lo tosco y violento de los modales. Hace amables las palabras y atrayente el porte. Aprendamos de Cristo a combinar un alto sentido de la pureza e integridad con una disposición alegre. Un cristiano bondadoso y cortés es el argumento más poderoso que se pueda presentar en favor del cristianismo. Las palabras bondadosas son como el rocío y suaves lluvias para el alma… El cristianismo hace un caballero de un hombre. Cristo era cortés, aun con sus perseguidores; y sus verdaderos discípulos manifestarán el mismo espíritu. Nunca se revelará verdadero refinamiento mientras se tenga al yo como objeto supremo. El amor debe morar en el corazón… El amor imparte a su poseedor gracia, propiedad y dignidad de comportamiento. Ilumina el rostro y suaviza la voz; refina y eleva lodo el ser” (Id., págs. 128. 129).
Estas declaraciones constituyen un buen resumen del tema que tenemos en consideración.
El tacto de Jesús quedó ilustrado en su trato con Judas, aun cuando sabía que éste lo traicionaría. En el aposento alto trató al traidor como huésped honrado, lavándole los pies en primer lugar, colocándolo a su derecha en la mesa, y sirviéndole el primero el pan y el vino, todo en un esfuerzo por salvarlo se nos dice que su bondad casi produjo el arrepentimiento la confesión. Eso era e| verdadero tacto en operación.
Consideremos su trato con Pedro. Jesús había predicho su negación. Sabía lo que sucedería. Oyó la maldición y las blasfemias después de lo cual sus ojos se encontraron Pedro esperaba una mirada de condenación y desprecio, que él sabía que merecía, pero en lugar de ello vio una expresión de amor, piedad y tierna simpatía, y esto quebrantó su corazón. Se apresuró a ir al huerto donde Jesús había sufrido intensamente en oración, se echó contra el suelo y “lloró amargamente”, con arrepentimiento y confesión, y se alejó del huerto como una persona diferente.
En la mañana de su resurrección Jesús le pidió a la mujer que le dijera a todos los discípulos y “a Pedro” que él había resucitado. De inmediato Pedro y Juan corrieron á la tumba a confirmar el testimonio de la mujer. Posteriormente Jesús comisionó a Pedro para que apacentara sus ovejas y corderos, y lo eligió como su Porta voz en el día de Pentecostés, cuando un sermón produjo tres mil conversiones para el cristianismo, el mayor número jamás alcanzado en un solo sermón. La junta de una asociación moderna nunca habría permitido que Pedro predicase tan pronto después de su trágico fracaso, pero Jesús podía leer en su corazón y sabía que su conversión era genuina.
El espacio no permite hablar del trato de Jesús con Nicodemo, con la mujer junto a la fuente de Samaría, con María Magdalena, con la mujer adúltera, con Zaqueo, y otros. Recorrió la segunda milla con amor y simpatía y tacto.
Su predicación era positiva antes que negativa.
La suya no era una religión hecha de prohibiciones. Aun la verdad no debiera hablarse siempre, porque hay ocasiones en que el silencio es de oro. Jesús sabía cuándo hablar y cuándo dejar de hacerlo. No es una virtud propalar nuestros puntos de vista y luego alardear de valor.
Esto aún podría ser un acto de cobardía. El verdadero fondo del mensaje del tercer ángel no es la denuncia del papado sino la justificación por la fe.
Hablamos de aumentar y aun de duplicar nuestra feligresía, pero ¿qué acontecería si aumentáramos en mucho nuestro tacto en el trato con los demás? Aquí está la respuesta: “Si nos humilláramos delante de Dios, y fuéramos bondadosos, corteses y compasivos, habría cien conversiones a la verdad donde ahora hay una sola” (Testimonies, tomo 9, pág. 189). Qué aumento enorme, no por predicar desde el púlpito sino por ser epístolas vivientes de Cristo que son “sabidas y leídas de todos los hombres”. Leed también Obreros Evangélicos, págs. 123 a 126, donde encontraréis los grandes resultados que producirá la predicación con tacto, y veréis cómo los sermones sin amor ni tacto despiertan los prejuicios y la combatividad y cierran las puertas a través de las cuales podríamos haber encontrado acceso al corazón.
Alguien hizo la siguiente declaración clásica: “La aristocracia de la mente trata al duque y al jornalero de igual manera —a ambos como al duque, aunque como Jesús, levemente en favor del jornalero”. Recordemos siempre que el “tacto y el buen criterio centuplican la utilidad del obrero”, y que poseyendo los siete requisitos esenciales para el éxito en el ministerio, a saber, la erudición, la consagración, la integridad, la inteligencia, el trabajo, la energía y el tacto, el ministro no será inferior sino que tendrá una convincente influencia para el bien.