Cómo manejar la tristeza que ocasionan los traslados y cambios

La esposa promedio de pastor se traslada cada tres o cuatro años. ¿Cómo enfrenta usted el hecho de ser la invitada de honor en casi cada fiesta de despedida cuando dicho acto le deprime enormemente?

Cuando recuerdo mi niñez, la tradición de la familia viene a mi mente. Comer los domingos alrededor de una mesa con tías, tíos, abuelos y primos. Los programas navideños de la iglesia metodista, después de los cuales recibíamos gigantescas bolsas de dulces y frutas. Campamentos de verano, reuniones familiares y visitas a la granja de nuestros abuelos.

Yo fui bendecida con una familia numerosa y cariñosa que llegó a ser parte de mi existencia diaria. Al convertirme en esposa de un pastor adventista cambió todo eso, cuando él y yo nos unimos al literal movimiento adventista. Dos años en este distrito, cuatro en otro —y si éramos sumamente afortunados—, cinco más en un tercero. Repentinamente me encontré a muchos kilómetros de mis padres, sin rituales familiares de los cuales hablar. Las comidas de los sábados muchas veces tenían lugar en hogares completamente extraños o en circunstancias informales en la iglesia. Mi esposo tenía a su cargo varias congregaciones, así que mis hijos ni siquiera gozaban el placer de pertenecer a una determinada clase de Escuela Sabática.

A veces sentía un vacío en mi corazón. Este sentimiento me resultaba prácticamente desconocido antes. Pero de pronto me asaltó frente a tantas mudanzas, y casi me ha abrumado. Obviamente padecía el síndrome de raíces cortadas, del desarraigo.

No que yo tuviera problemas para hacer amigos o desempeñar mi papel de esposa de pastor. Muchos miembros de iglesia llegaron a estar muy cerca de mi corazón, como si fueran parientes de sangre. De hecho, allí era donde se originaban algunos problemas. Yo hacía tan buenos amigos que con facilidad me aferraba a sus vidas, de suerte que no quería separarme de ellos nunca. Deseaba que la vida transcurriera como en familia. Una casa con árboles que crecieran junto con mis hijos. Quería por lo menos que alguien fuera mi mejor amiga con quien algún día pudiera recordar todas las cosas que habíamos hecho juntas.

Miraba con envidia a mis vecinas, cuyos esposos trabajaban de nueve a cinco. Mientras nosotros salíamos en carro a la visitación diaria o a reuniones de oración, miraba por la ventana y los veía jugando en el patio o sentados en los porches. ¡Nosotros nunca teníamos tiempo para eso!

Otras sienten lo mismo

Al principio yo creía que el problema era exclusivamente mío por el hecho de haber crecido en un hogar no adventista. Por alguna razón pensaba que a los obreros adventistas no les importaba haber nacido con un portafolios en la mano. Pero tenía que asegurarme de modo que les hablé por teléfono a varias esposas de pastor. Una joven madre rompió en llanto.

—Nosotros vivimos tan lejos de mis padres —se lamentó. Mi madre no pudo estar presente cuando nació mi bebita. Cuando finalmente pudieron venir a vernos, ella ya tenía dos meses de edad. ¡Mi hijo ni siquiera conoce a sus primos! Eso duele.

Una madre que amaba su profesión sentía el problema así: “Encuentro un empleo que me gusta. Mis hijos están felices en la escuela de iglesia, entonces, ¡boom!: la asociación ordena un cambio”.

Una tercera esposa de pastor sólo comentó: “Me molesta cuando escucho decir a las hijas de los predicadores que ellas nunca se casarían con un pastor”.

Historia del pueblo de Dios

Me sentí mejor al comprender que no estaba sola en esta especie de crisis y que el problema no es privativo de los pastores. En promedio la mayoría de los norteamericanos se cambia de casa o ciudad cada cuatro años.

Todos podemos animarnos al saber que estamos desempeñando una parte muy importante en el drama de la tierra delante del universo. La mayoría de los que nos precedieron fueron caminantes, viajeros, o peregrinos. El hogar de la esposa de Noé fue un arca flotante. Abrahán y Sara vivieron como peregrinos en una tienda. Sófora acompañó a su esposo en sus peregrinaciones por el ardiente desierto con una sarta de rebeldes ingratos. David pasó mucho tiempo escondido en una cueva. Y el Creador del universo confesó que no tenía lugar donde recostar su cabeza. Todos estos notables personajes podían verdaderamente cantar con convicción: “Soy peregrino aquí; no hallo do morar, en áurea playa está mi muy lejano hogar”.

Soluciones

En caso de que usted sufra el síndrome del desarraigo o tristeza por causa de los traslados, aquí le damos algunas ideas que me han ayudado a mí y a incontables esposas de pastores.

1. Piense positivamente. En mis ataques de depresión realizo el divertido juego que Pollyanna hizo famoso. Los psicólogos lo llaman pensar positivamente. Yo cuento mis bendiciones, haciendo una lista de todo lo positivo. Puedo viajar y conocer mucho mundo que mis padres sólo soñaron con visitar. Relacionarme con culturas diversas ha ampliado mis horizontes. He sido parte de la vida de muchas personas, y he contribuido a hacer una diferencia de carácter eterno para ellas.

2. Acepte su propia realidad. Pablo escribió: “He aprendido a contentarme, cualquiera sea mi situación” (Fil. 4:11). Y “gran ganancia es la piedad con contentamiento” (1 Tim. 6:6). Hay salud en la aceptación de nuestra realidad. Podemos arremangarnos y decir: “Muy bien, ésta es la senda que Dios, en su sabiduría, me ha trazado. Debo agradecerle y hacer lo mejor que pueda”.

Recuerde que ayudar a otros es un método probado para resolver nuestros propios problemas. Alguien lo necesitará a usted en cualquier lugar. De manera que trate de localizar a esas personas que sufren y haga de ellas su campo misionero. Cuando llegue el momento de cambiarse nuevamente, experimentará una sensación de realización.

3. Establezca tradiciones familiares. June Strong, en su libro Journal of a Happy Woman, escribió que ella y su familia unen las manos y repiten el cuarto mandamiento juntos todos los viernes de noche mientras el sol se hunde en el poniente. Después disfrutan de su sopa favorita y delicioso pan hecho en casa. Ella sabe que estas sencillas tradiciones nunca se olvidarán.

La noche dedicada a la familia es una tradición que no puede faltar. Es probable que sea el ritual más importante que sus hijos recuerden un día. Elija una noche de la semana para pasar un tiempo muy valioso juntos.

4. Adopte abuelos, tías y tíos. Quizá una abuela no sea parte de la vida diaria de sus hijos. No pueden estar con ella el tiempo suficiente para amarla como usted la ama, pero puede llenar esa brecha adoptando a una persona anciana de la localidad que necesite de alguien que la ame y se preocupe por ella. Invite a esa persona a su casa regularmente, en forma muy especial los días feriados.

No olvide las necesidades propias de una amiga o una hermana. En su condición de esposa del pastor podría serle difícil formar una amistad estrecha con los miembros de la iglesia, pero Dios le dará sabiduría para escoger una buena amiga.

5. Fije su atención en el cuadro más amplio. Usted pertenece a una familia más abarcante, una mucho más grande y mejor que aquella en cuyo seno nació. Todo el mundo pertenece a su Padre celestial, y un día usted podrá establecerse y disfrutar de su herencia. La próxima vez que vea un cuadro familiar, trate de visualizar a la familia de Dios del mundo entero con usted allí presente.

6. Arráiguese en la Palabra de Dios. La Biblia es capaz de sostenerle a usted en todas las pruebas. El apóstol Pablo aprendió esto de su propia experiencia. Desde la solitaria celda de una prisión, escribió: “Para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:16-19).