Una de las creencias fundamentales de la Iglesia Adventista, sostenida en común con otras denominaciones cristianas conservadoras, es la del bautismo por inmersión. Consideramos el bautismo como uno de los ritos de la iglesia cristiana y un importante recordativo de la muerte, la sepultura y la resurrección de Jesucristo. Como un acto ceremonial, el bautismo es anterior a la era cristiana. El que este procedimiento era familiar para los judíos resulta evidente del hecho de que el bautismo por inmersión era uno de los requisitos que se les exigía a los prosélitos del judaísmo. La oposición farisaica al bautismo de Juan no se basaba en una disputa sobre la validez del rito sino sobre la cuestión de la autoridad para realizarlo. Sin embargo, nuestro Señor al ser bautizado por Juan mostró por su observancia que reconocía en este rito una ceremonia establecida por el cielo. Su institución como rito cristiano le da al bautismo una significación mucho mayor de la que había tenido hasta entonces. En este artículo consideraremos algunos de los puntos más salientes de los cuales el bautismo es un símbolo.

El bautismo significa purificación

Para los judíos conocedores del sistema mosaico, los “diversos lavamientos” (Heb. 9:10) prescriptos tenían un significado espiritual. No sólo se referían a la limpieza física sino que también tenían una aplicación definida al concepto de la purificación espiritual. En su oración de profunda confesión, David le imploró a Dios: “Purifícame con hisopo, y seré limpio: lávame, y seré emblanquecido más que la nieve” (Sal. 51:7). En su mente existía el deseo de estar limpio espiritualmente. El rito del bautismo es un símbolo apropiado de la purificación del pecado. En El Deseado de Todas las Gentes, leemos: “Como símbolo de la purificación del pecado, [Juan] bautizaba en las aguas del Jordán. Así. mediante una lección objetiva muy significativa, declaraba que todos los que querían formar parte del pueblo elegido de Dios estaban contaminados por el pecado y que sin la purificación del corazón y de la vida, no podrían tener parte en el reino del Mesías” (pág. 84). La experiencia del recién convertido Saulo de Tarso revela que el bautismo simboliza el lavamiento de los pecados. En Hechos 22:16 Pablo recuerda su experiencia con Ananías, quien le dijo: “Levántate, y bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre”. El lavamiento de los pecados no se cumple meramente por el acto del bautismo, porque éste carece de virtud en sí mismo. La eficacia del acto bautismal se da cuando en adición a él hay Un espíritu de arrepentimiento y una creencia en que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Esta purificación declara el apóstol dos versículos más adelante, es . el producto directo de la confesión realizada -por nuestra parte, completada por el perdón concedido por Dios. Es función de la purificación del poder del Evangelio: la “potencia de Dios para salud” (Rom. 1:16), quitar la injusticia del pecador, y el bautismo es nada más que un símbolo externo de esa purificación interior.

El bautismo significa un cambio de dueño

Pablo dice: ¿No sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte? (Rom. 6:3). Lo que el apóstol quiere decir con esto es que esta experiencia de ser “bautizados en Cristo” convierte a la persona en propiedad de Cristo. Por lo tanto, se olvidan los antiguos compromisos con el mundo, se cortan los eslabones de antiguas pertenencias, y el cristiano recién bautizado pasa a depender de otro dueño. Por lo mismo el bautismo significa la renuncia de toda conexión con la vida pasada de pecado; “las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17), porque ahora pertenecemos al Redentor. La vida del creyente se une en tan estrecho vínculo con la de Cristo que las dos se hacen una, conectada por los lazos de la unidad espiritual.

El bautismo significa una conexión vital con Cristo

Un examen de las palabras empleadas por Cristo en su comisión evangélica registrada en Mateo 28:19 encuentra las palabras “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Pedro, en su sermón dado en el día de Pentecostés empleó prácticamente la misma expresión cuando le dijo a la gente “arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2:38). El creyente recién convertido y bautizado abandona la familia del pecado y es adoptado en la familia de Dios mediante Jesucristo, y recibe un nuevo nombre que denota la real y permanente unión con su Redentor. Pablo declara que los que se han bautizado en el nombre de Cristo “de Cristo [están] vestidos”. Aquí aparece una indicación de esa íntima relación que se establece con la adopción del nombre cristiano. Elena G. de White ha dicho con propiedad: “Si somos fieles a nuestro voto, hay abierta para nosotros una puerta de comunicación con el cielo —una puerta que ninguna mano humana o agencia satánica puede cerrar” (The SDA Bible Commentary, comentario sobre Rom. 6:3, pág. 1075).

El bautismo significa fe en Cristo

Uno de los importantes requisitos previos para recibir el bautismo es una firme fe en Cristo y una plena aceptación de él como nuestro permanente. Salvador. El bautismo es la expresión exterior deja fe del creyente en la muerte expiatoria de Cristo. Notemos que Jesús se refirió a la necesidad de creer antes de ser bautizado cuando dijo: “El que creyere y fuere bautizado será salvo (Mar. 16:16). Los que aceptan el Evangelio lo revelan en dos formas: por fe en Jesús y por el rito del bautismo. Lo primero es una aceptación personal profunda del sacrificio vicario realizado por Cristo para la salvación del hombre. Lo segundo es una señal dada ante el mundo que manifiesta el cambio interior que produce una aceptación tal. Juan 3:1, Hechos 2:38 y Hechos 16:30, 31, muestran la conexión que existe entre la fe y la salvación.

El bautismo significa arrepentimiento

Pedro, en su sermón predicado en el día de Pentecostés, conmovió a sus oyentes, los cuales preguntaron: “¿Qué haremos?” Su respuesta contenía dos acciones: “Arrepentíos” y “bautícese”. Notad que el arrepentimiento precede al bautismo. Esto fue el tema clave de la predicación evangélica primitiva: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2). Después del ministerio de Juan, Cristo predicó la misma doctrina del arrepentimiento. En realidad, durante toda la existencia de la iglesia cristiana primitiva el arrepentimiento formaba el núcleo de la predicación de los apóstoles. Por lo tanto el bautismo es una señal exterior del verdadero arrepentimiento por el pecado y la manifestación de un deseo íntimo de ser limpiado. Elena G. de White afirma que el arrepentimiento es un precursor indispensable del bautismo: “La convicción se posesiona de la mente y del corazón. El pecador tiene entonces conciencia de la justicia de Jehová, y siente terror de aparecer en su iniquidad e impureza delante del que escudriña los corazones. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansia ser purificado y restituido a la comunión del cielo” (El Camino a Cristo, págs. 24, 25). David manifestó el mismo pensamiento en su oración: “Porque yo reconozco mis rebeliones; y mi pecado está siempre delante de mí” (Sal. 51:3). “Purifícame con hisopo, y seré limpio: lávame, y seré emblanquecido más que la nieve” (vers. 7).

El bautismo significa muerte y sepultura

Una de las varias notables características del bautismo cristiano es que es un recordativo que testifica de la muerte expiatoria de Cristo en el Calvario. Pablo torna aún más claro este simbolismo en Romanos 6:3: “¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte?” Para Pablo, éste era el significado profundo del bautismo —primero, era un símbolo de la muerte de Cristo, y segundo, era un símbolo apropiado de la renuncia del creyente a su antigua vida, su muerte al pecado. Refuerza este pensamiento cuando dice: “Las cosas viejas pasaron” (2 Cor. 5:17).

 Así como Cristo fue crucificado y experimentó la muerte plena y completamente y permaneció en el sepulcro, también el rito del bautismo significa la crucifixión de la antigua vida y su completa muerte. El bautismo no sólo significa una muerte sino también una sepultura. Pablo dice que somos “sepultados juntamente con él en el bautismo” (Col. 2:12). En el reino físico, la sepultura sigue a la muerte de una persona; y en el mundo espiritual se dice que el creyente desciende al sepulcro líquido para enterrar allí la vida pasada que ya ha dejado de existir con la aceptación de Cristo. El apóstol ha elegido acertadamente el simbolismo, porque en la muerte física, el procedimiento normal es que el muerto sea bajado al fondo del sepulcro con el rostro hacia arriba, y luego que sea cubierto completamente con tierra. En la muerte espiritual, según la representa el bautismo, el creyente es descendido al agua con el rostro hacia arriba y es sumergido completamente.

El bautismo significa la entrada a una nueva vida

No sólo somos sepultados con Cristo en el bautismo, sino que “como Cristo resucitó de los muertos por la gloria de! Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida” (Rom. 6:4). Esta nueva vida representa un nivel más elevado de experiencia humana en el cual nuevos valores y deseos reemplazan a los antiguos deseos pecaminosos. Nos hacemos “participantes de la naturaleza divina” (2 Ped. 1:4), porque al aceptar a Cristo se nos da “potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). La fuerza animadora que impulsa esta nueva vida ha sido revelada por Pablo en Cálalas 2:20: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí”.

 Finalmente, el creyente recién bautizado que ha “re licitado con Cristo” al salir de la tumba líquida, manifestará esto mediante su deseo de buscar “las cosas de arriba”, y pondrá “la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Ahora hay un nuevo poder que obra.

 “Por medio del poder de Cristo, los hombres y mujeres han roto las cadenas de los hábitos pecaminosos. Han renunciado al egoísmo. El profano se transformó en reverente, el borracho en sobrio, el libertino en puro. Almas que habían manifestado la semejanza de Satanás, han llegado a transformarse a la imagen de Dios. Este cambio, en sí mismo, es el milagro de los milagros. El cambio realizado por Ja Palabra es uno de los más profundos misterios de ella. No lo podemos entender; solamente podemos creerlo, como lo señalan las Escrituras: ‘Cristo en vosotros, la esperanza de gloria’” (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 379, 380).

Sobre el autor: Profesor de Historia del Colegio Adventista Australiano