En su dolor y confusión, Charlene y Rob acudieron a Dios y a un ministro que se preocupó por ellos y los guió a los pies de Cristo. Fueron aceptados como miembros de la iglesia. Temiendo ser rechazados nuevamente, dudaron si decirles o no a los hermanos que Rob tema SIDA.

Charlene no recordaba bien cuándo notó por primera vez que Rob se sentía decaído. Pero el problema se agudizó el día que lo tuvo que llevar de emergencia al hospital por una convulsión severa de tos. Neumonía. Pese al medicamento que se le administró, Rob no podía combatir la enfermedad. Se le hizo un análisis tras otro. Finalmente se anunció el diagnóstico: SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida).

Charlene se dejó caer en el sillón reclinable de la sala, completamente abatida. En su mente giraban los pensamientos relacionados con los acontecimientos de los días, semanas y años pasados. Cuán pronto puede cambiar la vida. River City, EE. UU. había sido buena con ella y con Rob. El tenía un empleo con buen sueldo que le daba muchas satisfacciones. Vivía en una casa cómoda con tres hijos, uno de cuatro, otro de tres y el último de un año de edad. Tenían buenos vecinos. Pero eso era antes, cuando la vida había sido buena. Antes del SIDA.

Después del SIDA, todo cambió. Primero vino el problema de la fobia al SIDA. La niñera tuvo miedo y se rehusó a seguir cuidando a los niños. El empleador de Rob le temía al SIDA, así que éste perdió su empleo. Rob siempre se había hecho cargo de las finanzas y pagaba sus deudas a tiempo —ahora, dada su enfermedad, no siempre podía hacerlo. A medida que se acababa el dinero, Charlene tuvo que suplicar misericordia a sus acreedores, pero finalmente aun ese favor fue insuficiente. Se vio obligada a inscribirse en el plan de asistencia social del gobierno, y eventualmente en el de hospedaje.

Ella pasaba todo el tiempo posible en el hospital, mientras Rob estuvo allí; y más todavía cuando estuvo enfermo en casa. Cuando no estaba con él, tenía que cuidar a los niños, comprar y preparar los alimentos, mantener la casa lo mejor posible bajo las circunstancias difíciles de una mudanza intempestiva y obligatoria. En ocasiones le parecía que se enfrentaba a una tarea imposible.

En su dolor y confusión, Charlene y Rob acudieron a Dios y a un ministro que se preocupó por ellos y los guió a los pies de Cristo. Fueron bautizados y aceptados como miembros de la iglesia. Temiendo ser rechazados nuevamente, dudaron de si decirles o no a los hermanos que Rob tenía SIDA. Con dolor y temor, decidieron arriesgarse.

Afortunadamente, lejos de rechazarlos, los miembros les abrieron sus corazones y los amaron. Cuando Rob fue hospitalizado, los miembros de la iglesia cuidaron a los niños para que Charlene pudiera visitarlo más tiempo. Salían a hacer las compras, preparaban los alimentos y limpiaban la casa. Sobre todo, le aseguraron a Rob que Dios lo perdonaría por haber usado drogas.

Rob murió en menos de un año. Quedó en paz con su familia, los amigos y con Dios. ¿Y Charlene? Charlene es VIH (Virus de Inmunodeficiehcia Humano) positivo. ¿Y los niños? Nadie sabe cuánto tiempo ella ha sido VIH positivo. ¿Habrá transmitido el virus a los niños al nacer? ¿Se convertirá el bebé en VIH positivo? ¿Desarrollará Charlene los síntomas dél SIDA? Si eso sucediera, ¿qué será de sus hijos?

Cuando Charlene (Charlene es un seudónimo) me contó su historia, concluyó con lo siguiente: “Ha sido un año muy difícil. Hubo momentos en que pensé que no podría vivir un día más. Pero los miembros de la iglesia velaron por nuestro bienestar. Por el amor que nos manifestaron, sabía que Dios nos amaba también. El amor y la aceptación que me mostraron me ayudó a perdonar a Rob por haber traído el virus a casa. Estoy segura de que, si desarrollo el virus del SIDA, ellos me seguirán apreciando”.

Me gustaría poder decir que la iglesia en la cual Charlene y Rob encontraron a este grupo de amigos atentos y que los apoyó en los momentos más difíciles es la Iglesia Adventista del Séptimo Día, pero no es así. Desde el momento que escuché su historia me he preguntado varias veces: “¿Qué reacción habría encontrado en la Iglesia Adventista?” Por su naturaleza, de moralidad dudosa, el SIDA podría presentar un dilema no sólo a la iglesia como institución, sino también a los miembros y al pastor como individuos. Algún día, en un futuro cercano, usted tendrá que habérselas con alguien que tenga SIDA. ¿Cuál será su reacción?

Es posible que muchos de nosotros leamos acerca del SIDA en Nueva York o San Francisco y digamos: “Pero este problema nunca me tocará a mí”. Sin embargo, las estadísticas predicen que cada uno de nosotros tendrá un contacto más directo con el SIDA que simplemente leer al respecto en el periódico. Se predice que para el año 2000, el SIDA habrá causado más muertes, en los Estados Unidos, que la combinación de todas las guerras juntas. Ya que el SIDA mata a ambos padres, se sabe que miles de niños quedarán huérfanos. Diferentes casos del SIDA ya se han reportado en todos los países del mundo. Los medios masivos de comunicación concentran su atención en los grupos de alto riesgo, cuando, en realidad, la conducta de alto riesgo, y no los grupos, es la que disemina el SIDA. Siendo que los grupos de alto riesgo en Norteamérica han sido hombres homosexuales y los consumidores de drogas que usan jeringas para administrárselas —gente que, para muchos, son miembros de una sociedad marginada— ha surgido el tema de que cierta clase de gente será sacrificada por causa de este terrible mal.

¿Valora Dios de la misma manera a todas las personas? ¿Cómo se relaciona Dios con los acontecimientos del planeta Tierra que tiene que ver con los eventos de la vida personal? ¿Perdona Dios a una persona que ha contraído una enfermedad mortal? Como representante de Dios, ¿cómo me relaciono con la vida y la muerte, con los riesgos a que una persona se expone, las actitudes que constituyen un juicio de la vida de otros y la sexualidad?

Estas son cuestiones sumamente delicadas que debemos confrontar para determinar la actitud apropiada que debe tener la iglesia al tratar con la epidemia del SIDA. El SIDA desafía la respuesta de los cristianos al dolor y el sufrimiento agobiantes. Nuestra actitud, con frecuencia, es poco cristiana. Nos hallamos en medio de una lucha interior de preguntas, sentimientos y actitudes encontrados:

1. ¿Es la enfermedad un castigo de Dios! Una respuesta primitiva se basará en la creencia ancestral de que la enfermedad as castigo de Dios. Los amigos de Job así lo creyeron y se lo dijeron: “Recapacita ahora; ¿qué inocente se ha perdido? ¿Y en dónde han sido destruidos los rectos? Como yo he visto, los que aran iniquidad y siembran injuria, la siegan. Perecen por el aliento de Dios, y por el soplo de su ira son consumidos” (Job 4:7-9).

Jesús tuvo que hacerle frente a esta creencia durante su ministerio terrenal. “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:1-3).

El texto, “que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Éxo. 20:5) se usa a menudo para demostrar que la enfermedad es un castigo de Dios.

Pero esta creencia es una evasiva a la responsabilidad de cuidar del prójimo. Una vía de escape del deber de comprometerse. Una vía de escape para no seguir el ejemplo del ministerio de Cristo.

La ciencia demuestra cada vez más que los hábitos de vida en realidad son la causa primordial del cáncer, de los problemas del corazón y otras enfermedades, así como del SIDA. Existe una relación de causa y efecto, pero ¿será un castigo de Dios? ¿Castigará Dios un estilo de vida malsano más que otro? Observe la reacción de Dios ante las actitudes de los amigos de Job: “Jehová dijo a Elifaz lemanita: Mi ira se encendió sobre ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job” (Job 42: 7).

Es difícil resolver este problema, puesto que la respuesta de cada persona dependerá de su punto de vista acerca de Dios y su relación personal con él. Las creencias afectan las actitudes. De manera que es de suma importancia saber lo que creemos acerca de Dios y la enfermedad.

2.Actitud frente a la muerte y el morir. Salomón declara que hay un tiempo para todo. El tiempo apropiado para morir es la vejez. Una de las tareas de la vida es prepararse para ese momento —al llegar a la vejez. Hay jóvenes que mueren, pero eso no es normal. El SIDA interrumpe el ciclo de la vida. Ataca, primordialmente, a los que están entre los 20 y los 40 años de edad. Se predice que en algunos países el SIDA podría destruir a toda una generación progenitora. El ministrar a los moribundos y dolientes obliga al pastor a exponer su propia vulnerabilidad. Puede resultar sumamente difícil, especialmente para los ministros más jóvenes, enfrentar la realidad del gran número de personas de su misma edad que muere. ¿Cómo puede una persona sensible aceptar la dura realidad de incontables muertes producidas entre los jóvenes? Cada muerte causa dolor. Causa dolor a las familias, a los amigos y al pastor que tiene que asistir espiritualmente al moribundo.

Existen maneras comunes que utiliza la gente para confrontar el dolor que produce el SIDA. Algunos evaden la situación, construyen una concha en torno suyo, y se apartan del dolor. Esto no ayuda de ninguna manera a la persona con SIDA (PCS). La respuesta positiva demanda empatía, escuchar y llorar con el paciente. Las PCS necesitan libertad para expresar su dolor, su tristeza y su ira. La respuesta abierta, empática, puede desgastar emocionalmente al pastor. El pastor, y cualquier otra persona que sienta el deseo de ayudar a su prójimo, pueden hacerle frente productivamente a dicho desgaste emocional sólo manteniendo una relación íntima con Dios y con un programa de apoyo humanitario.

3.La fobia del SIDA. El miedo al SIDA cunde en todo el mundo. Los menesterosos son los más susceptibles a este temor: El temor de contraer el SIDA, de exponer a su familia a este mal. ¿Son fundados estos temores? Sí y no.

Temer a una enfermedad debilitante, para la cual no existe cura, es ser realista. Cuando se descubrió el SIDA en 1981, su causa y modo de transmisión eran desconocidos. Abundaban los rumores y conjeturas. Se requirió mucho tiempo e intensa investigación para identificar el agente causante y el modo de transmisión. Todavía no se han contestado todas las preguntas acerca del SIDA, pero su modo de transmisión ya ha sido bien documentado. No se ha descubierto información nueva acerca de su modo de transmisión desde 1984.

El VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humano), precursor del SIDA, se encuentra en una variedad de fluidos corporales. En la mayoría de ellos, como en las lágrimas, no existe en cantidades suficientes como para poder transmitirse. El semen y la sangre, sin embargo, son buenos conductores. Hombres o mujeres que han sido infectados con VIH pueden transmitirlo a su pareja sexual, sea hombre o mujer. Además, el VIH puede transmitirse por la transfusión de sangre infectada o productos sanguíneos y por el uso de agujas hipodérmicas mal esterilizadas. Los instrumentos usados en los tatuajes en la perforación de la oreja o la penetración de la piel por cualquier propósito pueden transmitir el virus. Las madres pueden transmitir el VIH a sus bebés durante el embarazo, en el parto o, en raras ocasiones, por medio de la leche materna.

Fuera del cuerpo, el VIH es impotente. Una solución de cloro lo mata. El virus queda inutilizado, también, si el líquido corporal se seca. No hay evidencia de que los miembros de la familia de la PCS se hayan convertido en VIH positivos excepto por contacto sexual. El Centro de Control de Enfermedades dice que estrechar la mano o abrazar a una PCS es tan inocuo como hacerlo a una persona que no tiene SIDA. Si la PCS contrae una enfermedad infecciosa secundaria, como la tuberculosis, se deben ejercer todas las precauciones normales para evitar el contagio.

4.Riesgos personales. ¿El relacionarme con una PCS me colocará en una situación vergonzosa? ¿Me acusarán de homosexual? ¿Me acusarán de inmoralidad? ¿Me acusarán de ser “tolerante de las drogas” o aún más, de usar drogas? ¿La demanda de mi tiempo y mis emociones me impedirá realizar otros proyectos importantes? ¿Sancionarán mis superiores lo que estoy haciendo? ¿Simpatizarán conmigo los demás miembros de iglesia? ¿Cómo se verá mi relación con homosexuales, drogadictos y prostitutas?

Estas son preguntas serias que merecen seria consideración. Un pastor informó que dos terceras partes de la congregación abandonó la iglesia para unirse a otras congregaciones cuando se enteraron de que estaba dando atención espiritual a un miembro de iglesia que tenía SIDA. La fobia al SIDA y su consiguiente rechazo han sido muy comunes. En los Estados Unidos, la vida y la muerte de Ryan White, quien tuvo que luchar en las cortes repetidas veces para defender el derecho de asistir a las escuelas públicas tras haber contraído el SIDA por medio de una transfusión sanguínea, ha dramatizado el terror a esta enfermedad. Puesto que mucha gente importante asistió al funeral, uno podría suponer que la fobia había sido eliminada. Pero la misma semana que murió Ryan, los medios de comunicación anunciaron que a un niño con SIDA se le prohibió asistir a la escuela dominical en base a su diagnóstico.

¿Se presentarán situaciones embarazosas? Probablemente sí. Ayuda bastante leer acerca de los estilos de vida que difieren de los nuestros a fin de estar preparados, aunque sea intelectualmente, para enfrentarnos a esta gente. Existe una amplia variedad de publicaciones. Algunos promueven el estilo de vida, otros lo condenan. Algunos hacen el intento de comprenderlo. Acuda a la biblioteca pública local o a la librería en busca de dicho material. La lectura de una variedad de puntos de vista nos proporciona una perspectiva aceptable. Para obtener una mejor comprensión del problema, escuche a una PCS relatar su propia experiencia.

¿Existe el riesgo de que se me achaque el mal? En el momento que una persona habla en favor de los demás o se asocia con ellos, existe esa posibilidad. Siempre habrá quienes no comprenden y que les encanta criticar. A Jesús se le condenó de esa manera: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores” (Mat. 11: 18, 19).

Siempre ha sido un buen consejo, “evitad las malas apariencias”. Planear diferentes modos de evitar estas apariencias ayudará a minimizar el problema Un plan de la iglesia para enfrentar el problema del SIDA, desarrollado por los miembros y por la junta directiva, reducirá mucho la crítica. ¿Se arriesgó Jesús? ¡Sí! ¿Debemos hacerlo nosotros? Yo creo que sí. Sólo al interesarnos en los problemas ajenos aprendemos a entender las alegrías y tristezas del prójimo. Junto con la comprensión vienen las oportunidades de compartir el amor de Dios. Las PCS particularmente, tienen grandes necesidades espirituales que se agudizan a medida que el tiempo se les acaba, para que puedan entregar sus vidas al Señor y prepararse para la muerte.

5. Actitud de condenación. Íntimamente ligada a la fobia del SIDA está la actitud de condenación que ve a las PCS en forma diferente a otras personas que tienen enfermedades fulminantes como el cáncer. Aun a los niños que han recibido el virus por medio de productos sanguíneos se los excluye de la sociedad.

¿Será ésta una actitud sancionada por Jesús? Abundan los ejemplos acerca de la relación de Jesús con los enfermos y moribundos. El paralítico que fue bajado por el techo es un buen ejemplo. Los fariseos fríamente lo declararon incurable. Su aflicción, se creía, era el resultado de sus propios pecados y ella evidenciaba la ira de Dios —por lo tanto, no era digno de compasión ni perdón.

La actitud de los escribas y fariseos es más común entre nosotros de lo que muchos estaríamos dispuestos a reconocer. Una actitud farisaica condena públicamente a las PCS de haber recibido el castigo divino.

¿Cuán dispuesto estoy a aceptar a las personas cuyas costumbres y estilo de vida desafían mi cultura y mis creencias? ¿Cómo reacciono hacia las personas que usan drogas? ¿Cómo reacciono hacia un esposo o esposa promiscuos que no sólo se enferman sino que traen el SIDA a casa y contagian a su cónyuge? ¿Debo amar a la persona sin condenar su conducta? ¿Revelará mi actitud el amor de Dios hacia esas personas?

Los directores de la Unidad de Supresión Inmunológica y el Programa del Renacimiento de la Dependencia Química en el Hospital West Covina de California nos cuentan la manera como se estereotipa a los consumidores de drogas. Muchos piensan que los que abusan de las drogas son simples drogadictos que duermen en los callejones de nuestras grandes ciudades. Los directores protestan diciendo que sus pacientes no son así. “Nuestros pacientes tienden a ser de la clase media alta. Son gente de buenas familias y con buenos empleos. La gente tiene la mente cerrada respecto a quiénes son los que contraen el SIDA. No es simplemente la escoria que vive en la calle. Puede ser cualquiera”.[1]

A continuación presento algunos pasos útiles para desarrollar una actitud semejante a la de Cristo:

 a. Analizar mi interacción con la gente que tiene un estilo de vida diferente al mío. ¿Qué revela la interacción acerca de mi actitud hacia estas personas?

 b. Pedirle a un observador de mi confianza que evalúe honestamente mis reacciones.

c. Si no lo estoy aceptando, acudo a la Biblia y estudio las bases de mis creencias. La reafirmación de la Biblia me hace confiar más en mis creencias y me hace sentir menos amenazado por el criterio de los demás. Quiero que sean las bases bíblicas y no las normas sociales las que rijan mi conducta.

d. Estudio la actitud de Jesús hacia una diversidad de personas: fariseos, publica- nos, leprosos, ladrones, ciegos, ricos, pobres y enfermos.

e. Pido a Dios que me dé amor por quienes resulta difícil amar, y que me colme de ese amor para que pueda ofrecérselo a los que sufren.

f. Reconozco que no puedo ser todo para todos. Hasta que lo pueda entender y cambie mi actitud, busco a alguien que se pueda relacionar eficazmente con la persona necesitada si yo no lo puedo hacer.

6. Sexualidad. Puesto que el acto sexual es una de las principales formas de transmisión del SIDA, la sexualidad se ha convertido en un gran problema. El riesgo de contraer la enfermedad aumenta para aquellos que tienen parejas íntimas múltiples. La iglesia condena decididamente la promiscuidad sexual; por lo mismo se nos dificulta relacionarnos con las personas que quebrantan el séptimo mandamiento. Se nos dificultará aún más si los involucrados son bisexuales u homosexuales, o si molestan sexualmente a los niños. Si el contagio se produce por contacto íntimo, el SIDA es un problema de promiscuidad sexual. Esto hace que surja la pregunta: ¿Me puedo asociar, con fines redentivos, a los sexualmente promiscuos —tanto heterosexuales como homosexuales? María, condenada, estuvo de pie frente a Jesús. No veía misericordia en los ojos de sus acusadores. La respuesta de Jesús fue de condenación al pecado pero de amor hacia el pecador. Sólo estando inundado del amor podré responder como Jesús a los que encuentro: “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11).

7. Aconsejamiento pastoral. ¿De qué manera afectará el SIDA al aconsejamiento premarital? ¿Sugeriría usted un examen contra el VIH? ¿Qué consejo le daría a una persona casada cuyo cónyuge es infiel? ¿Qué le respondería usted a un miembro de iglesia si se le acercara y dijera que es un VIH positivo? ¿Qué consejo le daría a la PCS y a su familia? ¿Cómo manejaría el asunto de la confidencialidad o los derechos del individuo versus la protección del cónyuge? Estas y otras son preguntas muy delicadas. Se puede llegar a una razonable conclusión por medio de estudios, seminarios y discusiones con otros pastores.

8. La administración de la iglesia. ¿Cuál debería ser su punto de vista respecto al bautismo de personas con SIDA? ¿Qué en cuanto al rito de humildad? ¿Podrá un anciano de la iglesia que tenga SIDA oficiar en la Santa Cena? ¿Habrá una preparación especial para un funeral? ¿Cómo debemos tratar a un pastor, compañero nuestro, que haya contraído el SIDA? La manera como tratemos a un pastor infectado depende mucho de nuestra comprensión de Dios. Las leyes contra la discriminación afectan también nuestras decisiones.

Un desafío único en su especie

Algunos preguntarán: ¿Por qué el SIDA es diferente? ¿No hemos tenido a los enfermos con nosotros siempre? Efectivamente. Pero la sociedad ha reaccionado de una manera muy diferente con el SIDA que con otras enfermedades. La sociedad rechaza a las PCS, al punto de echarlos de su comunidad. Algunos pastores han dicho a las PCS que Dios no las puede perdonar.

Luego, existe el problema de la desesperación. La gente que ha contraído cáncer o enfermedades cardíacas tienen la esperanza de ser sanados. Hasta ahora, no se conoce remedio alguno que cure el SIDA. Es una enfermedad debilitante con ataques sucesivos de otras enfermedades que postran al enfermo. Las PCS inexorablemente se enfrentan a la muerte. Necesitan atención física y espiritual. Al igual que Charlene, los miembros de la familia son sometidos a una presión para la cual no están preparados y necesitan verdadero apoyo. Tal vez ambos padres están enfermos, y en algún momento sus niños que necesitan atención quedan solos. La familia entera necesita atención espiritual. Mucha de esta gente ha sufrido el desprecio de la iglesia desde antes de haber contraído el SIDA. Puede ser que estén soportando el tremendo peso de la culpa y estén sin esperanza de sanidad ni de vida eterna.

Kevin Gordon, hablando en una consulta ecuménica, desafía a la iglesia: “El SIDA, pues, está en la agenda ecuménica por la rapidez alarmante con que se propaga, y porque mucha de la discriminación de que son objeto los infectados del SIDA, por increíble que parezca, dice tener fundamento bíblico… Debemos ser parte de la respuesta —Buenas Nuevas— y no parte del problema. Algunos podrían pensar que la enfermedad propicia una situación natural para que la iglesia juzgue al SIDA; irónicamente, y a la larga, será el SIDA quien juzgue a la iglesia”.[2]

La iglesia se enfrenta al desafío de responder ante las necesidades tanto del individuo como del mundo al enfrentar la crisis del SIDA. ¿En realidad se preocupa la iglesia? ¿Verá la iglesia en cada persona un valor inestimable por el cual Cristo murió? ¿Se le ofrece, en realidad, la salvación a cada individuo? El mundo observa a la iglesia al enfrentar esta prueba. ¿Será positivo lo que se observa? ¿Pasará la prueba la Iglesia Adventista del Séptimo Día? ¿Cuál será la mejor manera de hacer frente al desafío?

Como en cualquier otro aspecto de la vida, Jesús es nuestro ejemplo. Jesús vino a este mundo para revelar el amor de Dios a la humanidad. Los evangelios registran pequeñas escenas de su ministerio de amor. El leproso implora misericordia; Jesús lo toca y lo sana. Un hombre es bajado por el techo de una casa; él lo perdona y lo sana. Acudieron a él un ciego y un mudo; él los tocó y los sanó. Sí, su ministerio fue de misericordia y compasión. Tocaba. Perdonaba. Sanaba. Se mezclaba con las multitudes. Y hoy, le pide a su iglesia que siga sus pasos.

¿Qué puedo hacer?

¿Cómo puede guiar a su congregación?

Para comenzar, procure entender el problema del SIDA. Discútalo con otros pastores. Si planea tener una reunión en la cual se tratará el tema del SIDA, el departamento del SIDA de la Asociación General compartirá gustosamente su lista de oradores con usted.

Formen una comisión de planeación para el SIDA en su iglesia a fin de coordinar las actividades relacionadas con este mal.

Eduque a los miembros de su iglesia. Lo más probable es que encuentre el miedo al SIDA y miembros mal informados en su congregación. Eduque tomando en cuenta la sensibilidad y los temores de las personas. El plan educacional deberá incluir tanto una discusión relacionada con las actitudes de las personas hacia el SIDA como información acerca de la enfermedad. Busque recursos en la zona donde vive que contribuyan a la educación de las actitudes. Haga referencia a los puntos tratados en este artículo, concernientes a las actitudes. Es posible que los miembros de la iglesia tengan dificultades para relacionarse con cualquiera que esté enfermo. Dependiendo de la congregación, necesitará dedicar mucho tiempo para tratar temas como la sexualidad especialmente para comenzar a entender o aun tolerar a las PCS homosexuales.

Eduque con información confiable. Hay una gran variedad de recursos educativos. El Departamento de Temperancia y Salud de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día posee una entrevista grabada con el Dr. Koop, Inspector general de salud, en la que aborda el tema “Aids: Resource Kit” (SIDA, botiquín de recursos), disponible en video a manera de préstamo. Narcotics Education, Inc., 12501 Oíd Columbia Pike, Silver Spring, Maryland 20904, administra una variedad de material educativo. Solicite un catálogo. La Comisión del SIDA de la Asociación General ha publicado un folleto sobre la respuesta adventista hacia el SIDA, incluyendo un poco de información sobre la enfermedad. Solicítelos por escrito al: AIDS Committee Health, 12501 Old Columbia Pike, Silver Spring, Maryland 20904. Busque recursos en su comunidad. Revise bien todos los videos y otros programas antes de presentarlos a su iglesia. No todos tienen un enfoque cristiano.

Valore la necesidad de educar a su comunidad sobre el SIDA, especialmente en las escuelas. La prevención es el único ‘‘remedio”, así que se le debe dar prioridad a la educación. ¿Existen otros grupos que brindan educación sobre el SIDA? ¿Habrá alguna necesidad que su iglesia pueda suplir?

El Señor ha dado una bendición especial a los cristianos a través del muro de protección que son los Diez Mandamientos. Los Adventistas del Séptimo Día históricamente han enfatizado los Diez Mandamientos. La obediencia al séptimo mandamiento, ‘‘No cometerás adulterio”, reduce el factor riesgo. Esta es una buena oportunidad para compartir las Buenas Nuevas. Comparta las buenas nuevas del amor de Dios, implícitas en los Diez Mandamientos.

Siendo que hay otras maneras de transmitir el SIDA además de la promiscuidad sexual, procure dar una información preventiva, práctica y equilibrada.

Luego, valore las necesidades de las PCS, sus familias y la comunidad. ¿Necesitará la PCS que le preparen los alimentos todos los días? ¿Necesitará la PCS asistencia física? ¿Necesitará la familia que cuiden a sus niños? ¿Necesitarán atención el jardín y/o los negocios? ¿Necesitará que le ayuden con el aseo de la casa para que los miembros de la familia dispongan de tiempo para cuidar al enfermo? ¿Necesitarán que alguien se quede con el enfermo mientras los miembros de la familia realizan sus actividades? ¿Cuántas personas de la comunidad necesitarán asistencia? ¿Qué recursos existen en la comunidad?

Valore sus propios recursos y los de la iglesia en relación con las necesidades identificadas. ¿Tiene suficientes recursos para suplir las necesidades que ha observado? Si sus recursos son limitados, busque más allá de la iglesia. Un grupo de iglesias tendrá más recursos.

A fin de ayudarlo a pensar en recursos apropiados, le presento algunas ideas acerca de lo que están haciendo otras iglesias: Algunas han formado equipos de educación sobre el SIDA y presentan programas informativos en las iglesias y escuelas. Otros encauzan sus energías a ayudar a las PCS y a sus familias. En el caso de Rob y Charlene, la iglesia se concentró en la familia, velando por sus necesidades específicas. Algunas iglesias organizan un grupo de apoyo que ofrece una cena, una vez a la semana, para las PCS y sus familias mientras que otras dirigen hospicios, construyen hogares para ellos y administran centros de beneficencia donde cuidan a los niños por un tiempo durante la época de crisis de la enfermedad.

Dios le guiará a usted y su congregación y le mostrará las formas más apropiadas de cumplir la instrucción de Mateo 7:12: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”.

Sobre la autora: es directora asociada del Departamento de Temperancia y Salud de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, y colabora como presidenta de la Comisión del SIDA de la Asociación General.


Referencias:

[1] Mía Oberlink, “HIV and Chemical Dependency”, Aids Patient Care, febrero, 1989, págs. 30 33.

[2] David G. Hallman, Aids Issues: Confronting the Challenge (New York The Pilgrim Press, 1989), pág. 171