Me estimulo mucho que Ministerio haya solicitado un artículo en relación con la sexualidad y el pastor. Al fin parece ser que nuestra iglesia es capaz de emplear un lenguaje directo y de discutir tópicos que en algún tiempo resultaron casi profanos. Es bueno saber que finalmente podemos hablar de lo que Dios creó con cuidado y dedicación.
Me estimula especialmente tener que dirigirme a los ministros -ese grupo espléndido, mayoritariamente masculino y que dirige al rebaño del Señor semana a semana. Aparentemente en el pasado, a las esposas de pastor se las acusó de ser las responsables de todos los asuntos involucrados en las relaciones matrimoniales. En muchas ocasiones se les dijo a estas mujeres, notablemente pacientes, que debían satisfacer las necesidades sociales y sexuales de sus ocupados esposos, que eran ellas las que debían sacrificarse, y que debían ser comprensibles y sensibles para evitar las causas de la infidelidad.
Al hablar a los grupos de esposas de pastores, a menudo escuché a mujeres que expresaban tanto frustración como satisfacción, ansiedad y placer, por formar parte de un equipo pastoral. Los desafíos de la vida parroquial son muy reales, y el hecho de mantener una experiencia sexual positiva es una responsabilidad mutua que ambas partes necesitan considerar importante.
El problema actual
¿Son un problema significativo las dificultades matrimoniales entre los ministros? La información estadística es escurridiza. Lyle Schaller considera que el índice de divorcios se cuadruplicó a partir de 1960. En un artículo publicado por Christianity Today, Robert J. Stout se refiere a la estimación de Schaller y también a la declaración de G. Lloyd Rediger, en la que sostiene que el 37% del clero con el que trabaja su organización estaba considerando -en esa época- la posibilidad del divorcio. (Véase Robert J. Stout, “Clergy Divorce Spills Into the Aisle”, Christianity Today, 5 de febrero de 1982, pág. 20.) Fundamentado en este antecedente, Rideger piensa que la mitad de esos casos consumará el divorcio.
Aunque estas figuras estadísticas sugieren que el divorcio en el clero está llegando a ser muy común, no podemos asumir que los problemas sexuales siempre sean la causa de la separación. Pero sabemos que cuando las esposas y los esposos logran desarrollar una relación sexual que los satisface físicamente y los une emocionalmente, están más motivados para solucionar este problema. Y en este punto, la declaración de Masters y Johnson, que afirma que a lo menos la mitad de las parejas casadas no están satisfechas con sus relaciones sexuales, sugiere que estamos tratando con una verdadera situación epidémica de disfunción que contribuye a incitar al divorcio.
Los progresos
Nuestra sociedad fue testigo de muchos progresos con respecto a la sexualidad. Por ejemplo, a causa de nuestra apertura social hay una mayor disponibilidad de información sobre sexualidad. Entre otras cosas, aprendimos que la respuesta sexual no es sencillamente una fortuita mezcla de emociones, de hormonas y de músculos, sino que conlleva un sentido de orden, un ritmo, una cierta predictibilidad.
Este torrente de información favorece la comprensión, por parte de la pareja, de la fisiología, los patrones de respuesta y las expectativas desarrolladas que aumentan el deleite sexual mutuo. Una intensificación ulterior puede proceder del conocimiento de los componentes emocionales que pueden elevar a la sexualidad del nivel físico al plano de la intimidad total. Actualmente se dispone de mejor literatura que antes, y eso ayuda a la pareja a crecer en estos aspectos.
Otra manifestación del desarrollo positivo se revela en que nuestra sociedad ya no considera que los hombres que expresan sus sentimientos sean débiles y delicados. Ahora, el hombre puede admitir que le gusta que lo acaricien, que lo mimen, que lo toquen, que lo abracen. Una expresión que se estaba usando mucho es skin hunger, “hambre de piel”. Hemos comprendido que el deseo de ser tocados no desaparece a la edad escolar -aunque a menudo, ésta es la época en la que desaparecen las caricias entre los padres y los hijos.
Otro progreso lo revela la creciente información sobre la salud y el interés que las iglesias demuestran en la educación para el matrimonio, incluyendo la comunicación sexual. Muchos programas de las iglesias incluyen regularmente actividades de enriquecimiento matrimonial. Necesitamos seguir ayudando a nuestros feligreses para que no vean en estas actividades la admisión de problemas, sino que las consideren como la comprensión de que todas las cosas buenas necesitan crecer para seguir siendo buenas. A causa de que los pastores y sus esposas están asumiendo un papel conductor en estas actividades, sus propios matrimonios se están beneficiando.
Los aspectos negativos
Pero no todas las noticias son buenas. Aún tenemos que mandar a dormir a muchos mitos que perturban nuestras relaciones sexuales. A veces afloran resabios de una confusión ministerial respecto de los roles sexuales, que causan problemas personales y de asesoramiento.
Muy seguido aplicamos sólo a la mujer la instrucción de Pablo de no defraudar sexualmente al cónyuge (1 Cor. 7:5). Pero, necesitamos comprender que la falta de preparación tierna, considerada y amante para la sexualidad matrimonial también puede defraudar a la pareja. La verdadera unión sexual es un acto de reciprocidad, no meramente un instrumento de satisfacción personal.
Algunas personas sienten que las nuevas libertades que permiten que los hombres y las mujeres trabajen juntos en las oficinas, las tiendas y las instituciones, son logros negativos. Consideran que si las damas regresaran a sus hogares, que “es el sitio al que pertenecen”, tendríamos menos incidentes de infidelidad.
Este es un problema relevante entre los pastores a los que se los enseñó a ser oyentes que debían desarrollar una buena cuota de empatía y de compasión. Estos rasgos pueden hacer que el pastor resulte irresistible a una feligresa cuyo cónyuge no revela esas virtudes.
El asesor espiritual que experimenta dificultades matrimoniales puede ser vulnerable a mensajes como “si tan sólo mi cónyuge me comprendiera como lo hace usted”. Sólo una dosis buena y abundante de consagración intelectual y una copiosa medida de la gracia divina, pueden proteger al asesor de caer presa de la tentación.
El pastor puede apuntalar su defensa contra la tentación sustentando una buena relación con su esposa. Si tiene algún resabio de resentimiento, de separación o de rechazo, si la pareja no hizo un estudio (y qué curso maravilloso puede tomar este trabajo) de relación abundante, empleando en el contacto diario frases cálidas y amantes, la consecuencia podría traer problemas a la casa pastoral. Pero, si el compromiso mutuo es firme, si se lo repite con frecuencia y se lo vive, entonces el mensaje que emite la relación matrimonial es: “Todo está bien entre nosotros -hemos captado el plan de Dios para el esposo y la esposa en el matrimonio”. Nunca es accidental proyectar este mensaje. Requiere esfuerzo, dedicación total y tiempo para estar en comunión. ¿Acaso no es la unión de la pareja todo lo que querían (Gén. 2: 24)? ¿No es eso lo que buscan todos los que ingresan a la experiencia matrimonial?
Restablecer la galantería
Debiéramos compartir mucha ternura, abrazos y caricias, y no se pretende que sea sólo como parte del acto sexual. Cuando estamos de novios estas actividades nos gustan mucho, ¿acaso las hemos relegado a la memoria? ¿Por qué toda caricia ha de tener una connotación sexual? Esto incomoda particularmente a las mujeres. Y sabemos comunicarlo todo con unos pocos mensajes en los que expresamos calidez y deseo. Cada hogar de pastor debiera tener vahos libros de poesía amorosa, para que el esposo y la esposa se los lean el uno al otro. Sugiero que comience leyendo el Cantar de los Cantares completo, y que cada cónyuge lea la parte pertinente -sorbiendo un espumoso jugo de frutas para brindar mutuamente en los lugares especialmente significativos. (La Biblia de Jerusalén y la Nueva Biblia Española, dividen el diálogo con encabezamientos claramente diseñados.)
Dios no quiere que la sexualidad sea únicamente una entretenida actividad reductora de tensiones. El diseñó su deleite completo con el fin de atraer a los hombres y a las mujeres sobre un fundamento emocional y espiritual, a fin de eclipsar los momentos de incertidumbre y debilidad.
A causa de que las agendas siempre están cargadas, las parejas ministeriales deberán asegurarse de proteger su tiempo de intimidad. Las experiencias sexuales que ocurren regularmente en el reducido tiempo sobrante llegan a transformarse en encuentros rutinarios y sin vida. Los matrimonios deben planificar y salvaguardar esta experiencia unificadora. Ellas se pueden sumar al regocijo de encontrar nuevas formas de iniciación, de galanteo y de aceptación.
Al proporcionar un deleite compartido, el sexo matrimonial ayuda a unificar a la pareja. En cierto sentido restablece el drama del noviazgo. No es una condición estática. Tampoco es un comienzo perpetuo. Mediante la comunicación y el ensayo, continuará creciendo. Y creo que esto involucra una de las mayores razones para llevar una vida de fidelidad. A través de los años, las parejas se familiarizan y atesoran el ritmo y la cadencia de su relación sexual.
¿Le resulta idealista todo esto? Espero que sí, porque estoy a favor de los ideales. El idealismo es una conducta, un modo de pensar fundamentado en una concepción de cómo debieran ser las cosas. Creo que Dios quiere que sus ministros hagan de este aspecto de sus vidas algo tan gozoso, tan puro y tan atractivo que su espíritu de amor pueda escaparse de la casa pastoral y contagiar a los feligreses.
“Amado mío, ven, vamos al campo, al abrigo de los enebros pasaremos la noche, madrugaremos para ver las viñas, para ver si las vides ya florecen, si ya se abren las yemas y si echan flores los granados, y allí te daré mi amor” (Cant. 7:12, 23, NBE).
Sobre la autora: es profesora de terapia familiar y matrimonial en el Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad de Loma Linda, California, Estados Unidos. Escribió dos libros: That Friday in Edén y Fullness of Joy.