El blanco del ministro debe ser servir, aconsejar, animar y consolar a los que están en su iglesia o iglesias bajo su cuidado. Su propósito es lograr el crecimiento constante de todos en el conocimiento de la verdad y su adelantamiento en la vida espiritual.
En caso de enfermedad, ya sea repentina o de larga duración, el pastor debe visitar a la familia para mostrar su solicitud por ella, leer algún texto apropiado y orar con los miembros de la misma. En los casos en que el enfermo no ha podido asistir a la iglesia por un período largo, estas visitas pastorales son grandemente apreciadas.
Al enterarse del fallecimiento de algún familiar de un miembro de iglesia, el ministro debe acudir prontamente a ese hogar para expresar su pésame y ponerse a su disposición en caso de que deseen tener un acto religioso durante el funeral.
En los países donde no se acostumbra a tener servicios fúnebres en las iglesias, por lo general se los lleva a cabo en los hogares. Hay que tener en cuenta que éstas no son ocasiones apropiadas para la oratoria, presentación de nuestras doctrinas, elogio del fallecido o discursos largos. A la hora previamente fijada se debe iniciar el acto con una oración, en la cual es apropiado pedirle a Dios que consuele a los deudos y al propio tiempo hacer referencia a la fe y esperanza del que duerme, dando gracias por la muerte de Jesús que asegura la vida eterna de sus fieles, y haciendo mención del gran día de la resurrección en el cual los amados se reunirán de nuevo para vivir eternamente con Jesús en su reino, donde no habrá enfermedad ni muerte.
Se puede presentar una breve reseña de la vida del fallecido, indicando la fecha de su nacimiento, bautismo y casamiento, dando el nombre del cónyuge, hijos, nietos. También se pueden incluir algunas palabras de aprecio, como ser, que había sido un esposo considerado, una madre solícita o hijo que siempre honró a sus padres. Se debe tener mucho cuidado de no elogiar indebidamente al que duerme.
Al terminar de mencionar estos datos biográficos, es apropiado leer uno o varios textos para dar comienzo a un breve discurso. Conviene hablar del plan original del Creador, según el cual todo debía ser perfecto sin que los seres humanos tuviesen que afrontar las tristezas que son tan comunes ahora. Pero la entrada del pecado trajo como resultado experiencias tristes, como es la muerte del ser humano.
En este valle de lágrimas son pocas las familias que no han tenido que separarse de algún miembro de su círculo más íntimo. (Job 14:1, 2; Sal. 103:14, 15). Mas no por eso Dios se olvidó de sus hijos en sus horas de tristeza y angustia. Justamente al llamar la atención sobre la fragilidad e inseguridad de la vida, que se compara con una flor cortada, ha colocado una de las muchas palabras de consuelo que tanto abundan en la Biblia. (Sal. 103:13, 17). Aunque el corazón esté dolorido, podemos elevar la vista al cielo con la seguridad de que Dios nos contempla con compasión. A través de la vida de su Hijo nos ayuda a comprender mejor su amor. Al morir Lázaro, Jesús visitó a la familia para expresarle su condolencia, y el Sagrado Registro menciona que lloró junto al sepulcro.
Es oportuno llamar la atención de los deudos al plan de Dios de restaurar la primitiva perfección de este mundo, donde no habrá más dolor ni muerte. También se ha de mencionar que estamos cerca del establecimiento de ese reino de paz y eterna felicidad.
En este momento triste las promesas de Dios deben ayudarnos, no a olvidarnos de la hora presente, sino a mirar más allá de la misma hasta el día de la reunión con nuestros seres amados que fueron al descanso. (1 Tes. 4:13-18).
Debemos consolar a los deudos con el pensamiento de que el ser amado que estamos despidiendo tenía fe en la resurrección final y la había mantenido hasta el fin. Debemos animarlos a dejar todo en las manos de un Dios justo y misericordioso, a quien tenemos que pedir que envíe a uno de sus santos ángeles para marcar el lugar de descanso del que duerme, a fin de que cuando Jesús venga ese ángel pueda presentar al ser querido a sus familiares para no separarse más de ellos. ¡Cuán preciosa es la esperanza del cristiano! Gracias al Señor poique esta esperanza no se basa en mitos sino en las seguras promesas de un Dios de amor.
Sobre el autor: Secretario de la División Sudamericana.