Es igualmente triste cuando la familia, en general, vive mal el Evangelio que profesa tanto dentro como fuera del ambiente familiar.
A los seres humanos, al margen de niveles culturales, les gusta escuchar un buen sermón. Cuando el mensaje es debidamente presentado, apela al corazón, tornándolo sensible a la influencia Espíritu Santo.
Es comprensible que un sermón tal nos haga suponer que el mensajero fue, sin duda, un instrumento utilizado por Dios.
Ello no obstante, el mensaje hablado, por sí solo, no basta para impresionar los corazones. Debe ser precedido y apoyado por el “sermón eficaz” del mensaje vivido por el predicador.
Al considerar que nuestra gran misión consiste en predicar el Evangelio, surge una pregunta comprometedora, pero necesaria: “Como ministros, ¿estamos realmente viviendo el mensaje que predicamos?”
Es muy probable que nos estemos transformando en especialistas en el arte de predicar el Evangelio, sin permitir al Espíritu Santo que nos use en nuestro diario vivir.
El problema, básicamente, reside en la familia, en el ambiente hogareño, donde es muy probable que, así como nos sentimos muy a gusto en los días calurosos del verano también, debido al clima exterior tórrido de una vida agitada, al llegar al ambiente acogedor de la familia, nos despojemos de la vestimenta de la bondad, la cortesía…y ya casi desnudos, nuestras relaciones familiares se lleven a cabo en la “vergüenza de nuestra desnudez”…
Es evidente que en un ambiente semejante, la planta del amor no prospere, dado que no recibe los nutrientes necesarios, vea sus días limitados, y lo que es peor, impedidas sus posibilidades de producir fruto.
Es decir, tarde o temprano, la realidad se pondrá en evidencia, y entonces el mundo conocerá nuestra desnudez.
De manera que podría ser, como ya hemos dicho, que el problema radique en el seno de la vida familiar la cual, al dejar de cumplir su propósito formativo religioso y cristiano para el cual fue creada frente a sus propios miembros, también deje de ejercer aquella influencia benéfica dentro de la comunidad en la cual se desenvuelve.
Hasta aquí hemos considerado la posibilidad de que el ministro “predique bien allá afuera, y viva mal aquí adentro”. Es igualmente triste cuando la familia, en general, vive mal el Evangelio que profesa, tanto dentro como fuera del ambiente familiar. Acerca de esto tenemos la siguiente advertencia en el libro El hogar cristiano, página 27:
“La influencia de una familia mal gobernada se difunde, y es desastrosa para toda la sociedad. Se acumula en una ola de maldad que afecta a las familias, las comunidades y los gobiernos”.
Por su parte, el pastor Alberto Martin, se expresa de la siguiente manera en una revista evangélica norteamericana: “Puesto que los seres humanos se oponen por naturaleza a la doctrina de la gracia, y en vista de que vivimos en una época en la cual la idea de la salvación por las obras es mucho más atractiva, estoy convencido de que si las personas pudiesen mirar
hacia el interior del hogar de los creyentes bíblicos —que conforman sus vidas a los preceptos divinos y no a los pensamientos humanos—, y viesen allí una estructura ordenada y cohesiva, matizada de respeto a las autoridades, y un innegable contraste con la superficialidad e inferioridad del pensamiento cifrado en el hombre —que permea nuestras iglesias—, éste constituiría uno de los argumentos más contundentes en favor de las verdades en las cuales decimos creer y sería una de las formas más efectivas de silenciar a los opositores. Pero si no es así, estimados compañeros en el ministerio, que aman la verdad de la Palabra de Dios, mucho de lo que digamos permanecerá sin efecto” (citado en la obra No deje de corregir a sus hijos, de Bruce A. Ray, pág. 97, edición Fiel).
La sierva del Señor también es muy objetiva en este sentido: “Una familia bien ordenada y disciplinada influye más en favor del cristianismo que todos los sermones que se puedan predicar… Esta recomendará la verdad como ninguna otra cosa puede hacerlo, porque es un testimonio viviente del poder práctico que ejerce el cristianismo sobre el corazón” (Id. pág. 26).
Con relación a lo anterior vale la pena meditar en el vehemente mensaje de exhortación que se encuentra en la página 29 del mismo libro:
“Nuestra obra por Cristo debe comenzar con la familia, en el hogar… no hay campo misionero más importante que éste…”. Sin embargo, y lamentablemente, “muchos han descuidado vergonzosamente el campo del hogar, y es tiempo de que se presenten recursos y remedios divinos para corregir este mal”.
“Para un tiempo como éste” surge en el escenario de nuestra iglesia el Ministerio del Hogar y de la Familia, con el sublime ideal de “promover el amor en el hogar”.
Este ministerio, debidamente comprendido y ejercido adecuadamente por la iglesia como un todo, se transformará en un instrumento poderoso para la salvación de la familia, que es una importante célula misionera.
Así tiene que ser, puesto que el Ministerio del Hogar y de la Familia contempla un programa rico en recursos para estimular el florecimiento de las relaciones conyugales y familiares.
Vale la pena invertir en esta área de nuestro ministerio. Puesto que se trata de un trabajo más bien de carácter preventivo, los resultados serán, a mediano y largo plazo, realmente halagadores, puesto que tendremos menos problemas familiares que resolver y, consecuentemente, nos ahorraremos el desgaste psicológico y emocional que dichos problemas normalmente entrañan. Con una carga de trabajo más ligera, estaremos en mejores condiciones de predicar sermones realmente eficaces tanto en el hogar, como —principalmente— fuera de él. Así cumpliremos la orden de “ID”.
Sobre el autor: Derly Gorski Director del Ministerio del Hogar y la Familia Asociación Paulista Centra