No hemos sido llamados a entretener a la gente con historias sólo interesantes, sino a proclamar una Palabra que transforma vidas.

     “Señor: ¡enséñanos a predicar!” Habría sido bueno que los discípulos le hubieran hecho este pedido a Jesús, tal como lo hicieron con respecto a la oración. Tendríamos, en ese caso, todos los beneficios de algunas de las orientaciones prácticas acerca de la predicación, recibidas directamente del Maestro de los predicadores. Sin embargo, al examinar la vida y las enseñanzas de Jesús, descubrimos muchos principios que pueden revolucionar nuestro ministerio de la predicación.

EL PODER DEL ESPÍRITU

     Jesús dijo claramente que el Espíritu del Señor lo había ungido para predicar (Luc. 4:18). ¿Sería exagerado afirmar que no deberíamos predicar la Palabra de Dios hasta que estuviéramos primeramente ungidos por su Espíritu? Jesús ordenó que sus discípulos esperaran en Jerusalén hasta que recibieran el cumplimiento de la promesa del Padre (Hech. 1:8). Después de la unción celestial en el Pentecostés, los seguidores de Cristo saldrían a predicar con el poder del Espíritu Santo.

     Un caso que sirve de ejemplo es el de Esteban, el diácono, descrito como “lleno de fe y del Espíritu Santo” (Hech. 6:5), y también como “lleno de gracia y de poder” (vers. 8). Cuando Esteban predicaba, sus oyentes “no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba” (vers. 10). Hasta la comunicación no verbal de Esteban era un testimonio irrefutable: “Todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel” (vers. 15). Su vida demostró que cuando alguien está lleno del Espíritu está lleno de poder. Y entonces predica con santa osadía (Hech. 4:29-31; 13:6-12).

DEDICACIÓN Y ORACIÓN

     Jesús, el Predicador Maestro, dedicó mucho tiempo a la práctica de la oración. Mientras se preparaba para predicar en las sinagogas de Galilea, se levantaba temprano por la mañana, se dirigía a un lugar solitario y oraba (Mar. 1:35-39). Antes de predicar su estratégico sermón acerca del Pan de vida, el Señor estuvo horas en oración (Mat. 14:23-25; Juan 6:15). Para Jesús, la predicación y la oración estaban indisolublemente unidas.

     Los alumnos de las clases de predicación de Jesús también entendieron que el que ministra la Palabra debe asimismo dedicarse a la oración (Hech. 6:4). Los prolongados períodos de oración de los seguidores de Jesús, antes del Pentecostés, no eran sólo una preparación esencial para que la predicación fuera poderosa. El apóstol Pablo afirmó la importancia de la oración en la preparación y la presentación del sermón, cuando hizo de la siguiente manera un pedido especial de oración intercesora: “Velando… con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” (Efe. 6:18, 19). Entendió que sin oración no podía hablar con denuedo, es decir, con osadía (vers. 20).

     La falta de una poderosa predicación bíblica entre nosotros está directamente relacionada con la falta de oración poderosa. Al negar a Cristo, Pedro ilustró la incómoda verdad según la cual no podremos dar un poderoso testimonio acerca de Jesús si nos quedamos dormidos cuando deberíamos haber estado orando. La lección es clara. Ore pidiendo la dirección de Dios antes de comenzar a preparar un sermón. Ore mientras lo prepara. Ore mientras lo predica. Aprenda del ejemplo de Jesús que la predicación poderosa es el resultado de mucha oración, y no de hacer las cosas con apuro. Envuelva su sermón en oración y en consagración a Dios.

LA PREDICACIÓN DE LA PALABRA

     Jesús proclamó la Palabra de Dios por precepto y ejemplo. Con osadía proclamó: “La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:24). Y mientras oraba por sus discípulos, dio testimonio ante el Padre: “Yo les he dado tu palabra” (17:14). Los alumnos de homilética de Cristo comprendieron la importancia de compartir la Palabra de Dios, y no sus propias opiniones. “Hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hech. 4:31), y “crecía la palabra del Señor” (Hech. 6:7).

     La gente necesita oír la Palabra de Dios, no nuestras opiniones. Lo que el Señor tiene que decir es más importante que lo que nosotros queremos decir.

     Oímos muchos sermones actualmente que apenas se acercan a la Palabra de Dios. Hoy los sermones bíblicos con ilustraciones contemporáneas se han transformado en sermones contemporáneos con algunas ilustraciones bíblicas. El resultado de ello es falta de poder en el pulpito y falta de transformación en la iglesia. Esos sermones pueden ser divertidos e interesantes, pero no producen cambios duraderos.

COMUNICACIÓN DE LA GRACIA

     Cuando Jesús predicaba, no sólo hablaba de la gracia de Dios: realmente la comunicaba. Lucas recuerda que como reacción a su predicación en la sinagoga de Nazaret, sus oyentes “estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Luc. 4:22). Esta reacción del auditorio es un testimonio no de la fineza de su expresión oral, sino de la esencia de su predicación. Jesús estaba “lleno de gracia” (Juan 1:14), y cuando predicaba comunicaba la gracia de Dios.

     Una de las más poderosas palabras de gracia en el ministerio de la predicación de Jesús se encuentra en el sermón que predicó una noche delante de una sola persona: De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16, 17). Los aprendices de predicadores de Jesús entendieron que habían sido enviados para comunicar la gracia de Dios. Pedro comenzó su mensaje a los expatriados de la dispersión con estas palabras: “Gracia y paz os sean multiplicadas” (1 Ped. 1:2). Pablo comenzó muchas veces sus mensajes con estas palabras: “Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Efe. 1:2). Y nos aconseja: “Sea vuestra palabra siempre con gracia” (Col. 4:6).

     Todo sermón debería comunicar una clara palabra de gracia, porque ella conduce a la esperanza. Es verdad que cada sermón también debería contener una clara palabra de juicio. Pero incluso esa palabra de juicio se debería transmitir con gracia. Atentos a las reacciones de los

OYENTES

      Jesús predicaba de tal manera que concientizaba a su audiencia. Sabía que la comunicación eficaz es un diálogo y no un monólogo. También se refirió a temas que estaban en la mente de sus oyentes (Mat. 24:3; Luc. 10:39). Les hizo preguntas (Luc. 10:36). Por lo menos en una ocasión permitió que alguien lo interrumpiera abruptamente y hasta cambió el curso de su sermón (Luc. 12:13-21).

     Jesús estaba atento a las reacciones verbales y no verbales de sus oyentes. Durante su sermón en Nazaret descubrió los mensajes no verbales de los que estaban presentes. La expresión corporal del comentario “¿No es este el hijo de José?” sugería rechazo y falta de fe. Al responder a esos oyentes, Jesús dijo: “Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo” (Luc. 4:23). Entonces cambió el tema de su mensaje de la proclamación del año agradable del Señor a la importancia de la fe.

     Los alumnos de Jesús aprendieron de su Maestro la importancia de estar atentos a las reacciones del auditorio. Los que estaban presentes en el día de Pentecostés conversaron con Pedro mientras este predicaba con el poder del Espíritu Santo. Después de proclamar con osadía que “a este Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hech. 2:36), Pedro hizo una pausa para oír la reacción de su audiencia. La pregunta: “¿Qué haremos, hermanos?” no fue el fin del sermón. Al contrario, fue una parte esencial de él. Recuerde que toda comunicación eficaz implica diálogo.

     El predicador no puede desentenderse de la reacción de sus oyentes. Pedro prosiguió: “Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). El apóstol demostró que era sensible a la reacción de sus oyentes. El sermón terminó en las aguas, cuando tres mil personas se bautizaron. Ese bautismo era una parte del sermón, una clara evidencia de que se había tratado de un diálogo con Dios, el transformador de vidas.

UNA AFIRMACIÓN SENCILLA Y MEMORABLE

     Un día después de la milagrosa alimentación de los cinco mil, Jesús predicó un poderoso sermón. Usó una afirmación sencilla y memorable con el fin de abordar su idea principal: “Yo soy el pan de vida”, dijo (Juan 6:35). Podemos aprender muchas lecciones importantes a partir de esta idea. En primer lugar, es una declaración sencilla; no es una sentencia compleja. Segundo, es positiva, no negativa.

     Lamentablemente, no tenemos un casete con ese sermón de Jesús; pero los comunicadores están de acuerdo en que hay muchas formas de interpretación oral que se pueden usar para poner énfasis con el fin de subrayar la principal idea de un sermón. Jesús pudo haber cambiado su estilo cuando dijo: “Yo soy el pan de vida” Puede ser que haya añadido una pausa, un momento de reflexión. Eso resalta la importancia de la idea, ya que le da oportunidad a los oyentes para reflexionar acerca de ella. Es posible que Jesús haya introducido un matiz diferente en la voz, o la haya alzado para destacar más la idea, como ya lo hizo otra vez (Juan 7:37).

EL USO DE LA REPETICIÓN

     Jesús no sólo elaboró una declaración sencilla y memorable para presentar una idea importante; también usó la repetición con el fin de dar énfasis. En el sermón acerca del Pan de vida repitió por lo menos una vez y textualmente su idea (Juan 6:35, 38). También la presentó de formas similares durante su sermón. “Yo soy el pan que descendió del cielo” (Juan 6:41), y “Yo soy el pan vivo” (vers. 51).

     Si la reafirmación y la repetición de un pensamiento eran importantes para Jesús, con el propósito de que se entendiera la idea principal de su sermón, eso es más importante hoy, cuando oír con atención es cada vez más difícil. Debemos asegurarnos que la declaración sencilla y memorable de un sermón haya sido oída con claridad y se la haya asimilado.

ILUSTRACIONES PRÁCTICAS

    Jesús era un maestro en el arte de usar ilustraciones verdaderamente espirituales. Con frecuencia usaba ilustraciones prácticas de la vida diaria con el fin de transmitir verdades espirituales. En una oportunidad, cuando hablaba con sus discípulos, llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. ¡Qué brillante manera de llamar la atención! Allí tenía una ilustración viva de la verdad que quería transmitir. Entonces les dijo a los discípulos: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat. 18:3).

     El Señor se hizo famoso como predicador que obtenía ilustraciones prácticas de la vida diaria. Mateo nos recuerda que “todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba” (Mat. 13:34). Habló, entre otras cosas, acerca de lanzar redes, de sembrar y de una oveja perdida. Comprendía que las mejores ilustraciones se encontraban en el mundo en medio del cual vivían tanto el orador como sus oyentes. Cuando habló acerca de sembrar y cosechar, sus oyentes agricultores no necesitaban decodificar el mensaje. Estaban bien informados de los incómodos problemas provocados por las aves, las piedras y las raíces superficiales. Si Jesús diera clases y predicara en este siglo XXI, ciertamente animaría a sus oyentes a usar ilustraciones prácticas referentes a la informática, por ejemplo.

     Podemos usar ilustraciones prácticas obtenidas de la vida diaria, para reforzar e iluminar la principal idea del sermón. Toda otra historia, por buena que sea, es sólo ruido sin importancia, que puede hacer más daño que bien. No hemos sido llamados para entretener a la gente con historias interesantes. Lo hemos sido para proclamar una Palabra que transforma vidas. El predicador sabio aprende del ejemplo de Jesús y usa ilustraciones prácticas, relacionadas con la vida diaria, para ayudarse a cumplir esa sagrada tarea.

VIDAS TRANSFORMADAS

     Jesús hablaba “como quien tiene autoridad” (Mat. 7:29). Predicaba con el poder del Espíritu Santo, para compartir la Palabra de Dios en lugar de sus propias opiniones, pero también invitaba a la gente a cambiar de vida por completo. Al terminar su histórico Sermón del Monte, Cristo desafió a sus oyentes a aplicar a sus propias vidas las verdades que habían oído. Era un llamado a la acción, un llamado a la transformación. Dijo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mat. 7:24). Por el contrario, “cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (Mat. 7:26). A los predicadores se nos ha comisionado no sólo a transmitir información, sino también a invitar a la gente a la obediencia y la transformación de sus vidas.

     Aunque es cierto que la transformación es obra de Dios y no nuestra, se nos ha llamado para unirnos a él en esa tarea. Cuando se proclama fielmente la Palabra de Dios, la invitación a cambiar de vida no es sólo un privilegio sino una responsabilidad. Pedro no le pidió disculpas a nadie cuando invitó a la conversión a la gente al terminar su mensaje. Invitó al pueblo al arrepentimiento, el bautismo y la salvación (Hech. 2:38-40).

     Parece que hoy algunos predicadores tienen miedo de invitar a la gente a cambiar de vida. Temen parecer arrogantes y autoritarios. Pero la verdad es autoritaria por naturaleza: excluye inevitablemente todo lo que es error. Un oyente de la verdadera Palabra de Dios tiene que dar una respuesta. No hay lugar para la manipulación, la coerción o el juego emocional. Mientras tanto, aprendemos del ejemplo de Jesús que cuando se proclama la verdad es apropiado invitar a la gente a cambiar de vida. Ese llamado debe ser sencillo, directo y claro. El resultado será maravilloso para nosotros los predicadores, y para los oyentes también.

Sobre el autor: Doctor en Ministerio, pastor de la iglesia de Calimesa, California, y profesor adjunto de Homilética de la Universidad Adventista del Sur, Collegedale, Tennessee, Estados Unidos.