¿Ya oyó usted la historia del pastor que pidió que lo cambiaran de distrito porque se le había terminado el repertorio de sermones? Aunque esto parezca el divertido invento de alguien, sirve para ilustrar el hecho de que el pastor enfrenta una verdadera dificultad cuando tiene que presentar cada vez un mensaje nuevo a su congregación.
Cuando yo era un pastor joven, evitaba repetir el mismo sermón. Me daba temor pensar que la iglesia llegara a creer que yo no dedicaba el tiempo necesario para preparar un mensaje nuevo y apropiado a sus necesidades. Por eso, cada vez que terminaba de preparar un bosquejo lo hacía desaparecer, para no correr el riesgo de predicarlo dos veces; de esa manera, me desafiaba a mí mismo a preparar siempre sermones nuevos. Creo que de ese modo aprendí a predicar sin bosquejo.
El desafío de predicar cada vez algo nuevo y diferente lleva al predicador, a veces, a presentar las noticias del día, filosofías humanas o anécdotas interesantes. A la gente le agrada y se ríe, pero no recibe el alimento del que debería disponer. El resultado es una iglesia débil, sin compromiso con la misión.
Cierto día, durante mis momentos de devoción personal, leí lo que Pablo escribió a los cristianos de Filipos: “A mí no me es molesto el escribiros las mismas (osas, y para vosotros es seguro” (Fil. 3:1). Con eso, el apóstol afirma que no estaba buscando nuevos conceptos. La idea central del evangelio estaba bien clara en su mente: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). ¿Es posible que Pablo no haya hablado de otras cosas? Si usted estudia sus epístolas, descubrirá que habla de eclesiología, de la vida moral, la doctrina, la familia, los dones espirituales y hasta de disciplina eclesiástica. Pero el evangelio era la línea maestra de todos sus mensajes: analizaba todos los temas a la luz de “Jesucristo, y éste crucificado”.
A Pablo no le parecía mal presentar una y otra vez los mismos conceptos. “Y para vosotros es seguro”, afirmó. Sabía que existe una ley de la mente por la que la constante repetición del mismo mensaje lleva inevitablemente a la acción. El enemigo también conoce esa ley; por eso su mensaje, aunque a veces venga con distinto ropaje, es siempre el mismo: “Aparta tus ojos de Dios y concéntrate en ti mismo, en la naturaleza, en cualquier cosa, pero aparta tus ojos de Dios”. Así fue en el Jardín del Edén, y sigue siendo lo mismo hoy, por medio de los diversos matices de la Nueva Era o del existencialismo moderno.
Los estudios científicos demuestran que cualquier pensamiento que se repite constantemente influye sobre la conducta ulterior de la persona. Por ejemplo, si usted escribe una frase más de sesenta veces, esa frase quedará grabada permanentemente en su memoria. Los hábitos y los diversos rasgos del carácter se forman por la constante repetición de pensamientos, sentimientos o actos.
Observe el consejo de Dios: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deut. 6:6-9).
No eran mensajes nuevos; eran los mismos, repetidos muchas veces y de diferentes maneras. Piense, por ejemplo, en el sacrificio del cordero en el antiguo Israel: era diario, era continuo. Semana tras semana, mes tras mes, el pueblo necesitaba experimentar el mensaje de la gracia en la sangre derramada del cordero, símbolo del “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
El ángel de Apocalipsis 14, que simboliza al remanente de los últimos días, no presenta un nuevo evangelio, ni siquiera uno diferente del evangelio revelado en el Antiguo Testamento. Predica el único evangelio eterno. La gran noticia es que, aunque el ser humano merezca la condenación y la muerte por causa de sus pecados, existe la seguridad de una vida ofrecida gratuitamente por el Señor Jesucristo, que pagó nuestra deuda en la cruz del Calvario. Usted puede predicar acerca de cualquier asunto relacionado con la vida humana, pero Jesucristo debe estar en el comienzo, en el centro y en el fin del sermón.
Este mundo está repleto de malas noticias; por lo tanto, no son malas noticias lo que la gente desea oír en la iglesia: buscan esperanza y ánimo. Jesús estaba al tanto de esta realidad, y por eso se compadecía de la gente. Nuestro mensaje básico a los perdidos debe ser el evangelio. Y recuerde que no sólo nos dice lo que Jesús hizo por nosotros, sino también lo que podemos llegar a ser en Cristo; y aquí entran en juego las doctrinas bíblicas. Si se las presenta en el marco del evangelio, ofrecen a las personas que no conocen a Cristo lo que están buscando desesperadamente, a saber, perdón, libertad, seguridad, el sentido de la vida, amor, aceptación y motivación.
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.