Existen muchas posibilidades de ayuda en momentos de prueba. Pero sólo una es infalible y plenamente segura: Jesucristo.

“Alzaré mis ojos a los montes,

¿De dónde vendrá mi socorro?.

Mi socorro viene de Jehová,

que hizo los cielos y la tierra.

“No dará tu pie al resbaladero

ni se dormirá el que te guarda.

Por cierto, no se adormecerá ni dormirá

el que guarda a Israel.

“Jehová es tu guardador,

Jehová es tu sombra a tu mano derecha.

El sol no te fatigará de día

ni la luna de noche.

“Jehová te guardará de todo mal,

el guardará tu alma.

Jehová guardará tu salida y tu entrada

desde ahora y para siempre” (Sal. 121).

     Estas palabras les han dado seguridad a millones, llevándolos a la cima de la alegría para conservarlas ahí, después de haber atravesado el profundo valle de la desesperación. Se han vuelto sinónimos de afirmación, certidumbre y ánimo; de tal manera que lágrimas de alegría y sonrisas de felicidad brotaron del rostro de gente que estaba en profunda angustia, en cuanto comenzaron a repetirlas.

    Pero hay otra capa debajo de esa serena superficie. Algunos intérpretes dicen que el salmista sugiere que miremos con frecuencia a los montes en procura de ayuda, pero en realidad es el Creador de los montes quien merece esta demostración de confianza. Esto nos lleva a una reflexión: ¿Estaremos nosotros confiando en las criaturas, en los hombres, en las cosas y hasta en los montes, especialmente cuando enfrentamos una crisis, en lugar de confiar en el que hizo todas las cosas? ¿Confiamos en los poderes de la Tierra, cuando su poder, su providencia y su bondad están disponibles en abundancia?

Cadenas de montañas

     ¿Qué recursos materiales y humanos representan, en nuestra vida, los montes de los cuales dependemos, consciente o inconscientemente, cuando necesitamos ayuda para mantenemos emocionalmente estables día tras día?

      Cuando reflexiono en los 33 años que he vivido como esposa de pastor, madre, ama de casa y profesional, comprendo que sólo la poderosa mano de Dios me ha sostenido y me ha ayudado a desempeñar todos esos papeles. Jesús fue la realidad invisible, insustituible, irreductible e inmutable que resplandeció en medio de las tinieblas, guardándome junto con mi familia todos estos años.

     No hace tanto, mis padres fueron los montes de los que dependí. Fue inestimable su cuidadosa dirección durante mi infancia, pero no superó al ánimo que supieron darme durante mi vida adulta. Llegaron a ser los mejores amigos de mi esposo y de mí misma. Nos visitábamos, pasábamos juntos las vacaciones y constantemente recibíamos su apoyo y su fuerza. Sí, mis padres fueron cristianos dedicados cuyo sabio consejo y devoción eran una virtual fortaleza. La familia es para nosotros una importante cadena de montañas a la que podemos acudir en procura de ayuda.

     En un sentido más realista, mi esposo es un monte para mí, y creo que él podría decir lo mismo acerca de mí. Nuestro primogénito y yo nos acordamos con mucho cariño, por ejemplo, de las advertencias que nos repetía cada vez que llegábamos a una nueva iglesia. En esas ocasiones le decía a la congregación que él era el único miembro de la familia que recibía un salario para soportar las críticas y sufrir con paciencia las futuras arengas de los miembros. Advertía que si alguien nos hería él tenía que orar mucho para que el Espíritu Santo lo ayudara a superar la situación. Era un monte; en realidad era un monte grande y fuerte.

     Muy pronto en mi experiencia recibí la bendición de algunos modelos dignos de imitación: esposas de pastores y madres con experiencia que, por precepto y ejemplo, fortalecieron mi fundamento emocional y me proporcionaron una riqueza de información. En momentos de crisis, sus consejos y orientaciones me sirvieron mucho. Y mientras me desarrollaba como esposa de pastor, allí estaban ellas, montes estables e inspiradores en mi vida.

     A lo largo de los años Dios puso estratégicamente algunos nobles en mi camino, que comprendieron mis pruebas y simpatizaron con ellas. La confianza mutua se desarrolló al compartir alegrías y tristezas. Por la distancia o algunas otras situaciones, muchas veces me vi forzada a avanzar sin el apoyo de una compañera, y aprendí a atesorar esas relaciones y a depender de ellas para mi consuelo en tiempos de necesidad, especialmente cuando algunas veces me sentí desamparada.

Objetos de ataque

    Esto no es misterio ni es secreto. El pastor y su esposa son escogidos como el blanco de los ataques del enemigo. La influencia de la esposa sobre la eficacia del pastor es mayor de lo que podemos imaginar. “La esposa de un ministro del evangelio puede ser tanto una ayuda eficiente y una gran bendición para su esposo como un obstáculo en su trabajo. De la esposa depende en gran medida si el ministro crecerá cada día en su esfera de utilidad, o si descenderá a un nivel inferior”.—Ministerio pastoral, p. 86.

    La influencia de la esposa del pastor es tan importante que Satanás no la puede pasar por alto. Sus ataques contra la esposa del pastor pueden producir un desastre tan grave como los que dirige contra el mismo ministro. Cada una de nosotras debe reconocer la importancia de nuestra fuerza espiritual. Cuando somos fuertes, nuestros esposos se sienten animados y se afirman. Si permitimos que nuestra experiencia sea superficial, la eficacia del esposo disminuirá.

     La pregunta crucial es ésta: ¿A quién acudimos cuando nos sentimos débiles? David afirmó que no podemos depender de los montes. Con el tiempo nos desilusionarán. Tal vez e el mismo momento cuando enfrentamos a nuestro peor enemigo, buscamos auxilio en ellos y no lo encontramos. Sólo veremos montes.

Por encima de los montes

     A veces los montes son problemas en vez de soluciones, pero Jesús siempre está presente para defendernos y animarnos. Es un pronto auxilio cuando hay necesidad. El mismo poder que trajo los mundos a la existencia, que puso a los cuerpos celestes en sus órbitas, el mismo poder que le dio vida a todos los seres animados, está listo para intervenir en nuestro favor. Pero tenemos que mirar más allá de los montes para encontrarlo.

     Debe de haber esposas de pastor que nunca enfrentaron adversidades, pero todavía no las conozco. Hay las que aparentemente creen que el “monte de la ambición” es un refugio confiable, y a veces efectivamente confían en él. Con el tiempo, sin embargo, reciben heridas y frustraciones, y se resienten. Jesús está por encima de los montes y ofrece salud para cada enfermedad del cuerpo y del espíritu.

     También existen las que acarician la idea de que la organización que llamamos iglesia de alguna manera satisfará las necesidades de todo obrero y proporcionará los recursos necesarios para el sostén de toda familia pastoral. Aunque le doy gracias a Dios por el fuerte monte que es la iglesia, insisto en que debemos mirar por encima de él. El mismo Jesús, cuyo poder y autoridad afirman “la nave de Sión” en medio de las aguas procelosas, llevará a la familia pastoral en la palma de la mano.

    Soy testigo de la fidelidad de Dios. Siempre me condujo, junto con mi familia, de manera maravillosa. Al servir en la iglesia como consejera voluntaria, al asumir las responsabilidades de madre y al ejercer una profesión, nunca estuve sola. Pero tenía que mirar más allá de los montes para ver su rostro por la fe.

     No cambiaría por nada del mundo la experiencia de ser esposa de pastor. Me ha permitido ver cómo supera al mal el poder triunfante de Cristo, incluso cuando mi tarea me ha parecido la más ingrata, interminable y solitaria del mundo.

El que guarda a Israel

    Mi fuerza proviene del Señor de los ejércitos, y de la conciencia de que nos cuida Alguien que no duerme ni se adormece, sino que nos protege y nos refrigera como un río que corre a la sombra de un árbol en medio del calor del día. Nunca está lejos. Siempre está cerca. Está a la mano derecha, dándonos fuerzas para llevar a cabo tareas que nos parecieron imposibles.

    No dejará que nos apartemos del camino. Aunque la adversidad y la critica nos amenacen con la derrota disipa nuestros temores y guarda nuestros pies.

     Alzaré mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra”. Esas son las palabras en las cuales deben reposar las esposas de los pastores, no importa si están en la cima de la esperanza o en el más estéril y desolado valle del mundo.

Sobre la autora: Directora asociada del programa de televisión Aliento de Vida, en Silver Spring, Maryland, Estados Unidos.