Otra visión de la televisión
Esta particular mezcla de cine y radio servido a domicilio puede tener efectos perjudiciales y sus síntomas ya comienzan a aflorar en una sociedad cada vez; más violenta, indiferente, materialista, desinhibida y sexista.
Desde hace tiempo la televisión viene siendo objeto de distintos estudios, especialmente en las áreas que la muestran como fuente de influencia sobre la conducta humana.
Sus defensores son tan apasionados como lo son sus detractores. Unos buscan razones para su eliminación, otros la alaban como moderna tecnología de comunicación social. Ajena a esa reducida y elitista lucha, la televisión continúa proyectando imágenes. Sigue difundiendo lo que es de máximo y mayoritario interés, de y para la opinión pública, aunque solapadamente tiene la habilidad de dominar esa opinión en la cual se basa, formando un círculo que puede estar viciado por una sociedad a la que también tiene el poder de viciar.
Es obvio que hoy todos ven televisión. Unos en sus casas, otros en las de los vecinos, y quizás unos pocos sólo la miran de vez en cuando.
En su mundo de imágenes se vuelcan en rápida sucesión una mujer que solicita ayuda porque no tiene casa; una linda señorita que es grácil por influjo de un yogur maravilloso; una pila de cadáveres de soldados o de guerrilleros; un grupo de amigos que toman cerveza; una muerte violenta; un grupo festivo y alegre que toma una burbujeante gaseosa. Y todo esto en una sucesión de imágenes rápida, fugaz, carnavalesca.
Es el moderno instrumento que capta la atención de multitudes y que comienza a dictar las pautas de nuestra cultura
No en vano Jerry Mander propuso la eliminación de este medio. Entre sus argumentos sostiene que la televisión acelera el confinamiento, mostrando un mundo que no vivimos directamente. Nos da una imagen de ese mundo, pero no es otra cosa que un filtro que nos impide la experiencia completa.
También ha llegado a ser un instrumento de “colonización psíquica” y de dominación de una mentalidad por otra, y de un estilo de vida por otro, todo lo que conduce a la homogeneización, como si en ella se encontrara el summum bonum buscado por el hombre.
Un argumento importante. Es el que se desprende de un elemento que es inherente a la tecnología televisiva y que produce la reacción neurofisiológica.
La pantalla de un aparato de televisión está compuesta por varios cientos de miles de puntos fosforescentes distribuidos en líneas horizontales. Esos pequeños puntos parecen estar siempre encendidos, pero en realidad no lo están. Se prenden y se apagan a razón de 30 a 50 veces por segundo (esto depende del modelo de aparato de televisión). Esta frecuencia es imposible de percibir por el ojo humano, que sólo capta diez titilaciones por segundo. Una luz que se prende y que se apaga a razón de nueve veces por segundo se la ve titilar, pero en una frecuencia superior a diez por segundo, se la ve como si estuviera permanentemente encendida.
Hasta el momento el hombre no ha encontrado un fenómeno natural que requiriera mayor velocidad de captación, porque únicamente la electrónica ha sido capaz de crear oscilaciones luminosas de tal rapidez.
En alguna época, la diferencia entre la velocidad de captación del ojo (10 por segundo) y la posibilidad electrónica (30 por segundo), fue utilizada para intercalar mensajes subliminales.
En cierto sentido, la TV es enteramente subliminal, pues la imagen se define por el color que van tomando los puntos al prenderse o apagarse. Pero esta característica, la de formar la imagen con puntos que se prenden y se apagan, hace que la imagen esté en constante composición. Dicha imagen, la que se forma en la pantalla, es algo así como un rompecabezas electrónico que constantemente se está componiendo en sucesivas imágenes.
Este hecho, el que la imagen no esté allí en forma completa como lo está en una fotografía o en una pantalla cinematográfica, puede comprobarse sacando distintas tomas fotográficas a una pantalla de televisión con una velocidad distinta para cada toma. Una fotografía sacada a la velocidad de 1/100 por segundo puede resultar en una toma que muestre una pantalla en blanco o a medio componer, en virtud de que el “barrido”, no alcanzó a completar la imagen. Esto nos conduce a la pregunta: ¿dónde se forma la imagen? La respuesta es: en nuestra mente. Esta es la razón por la que al mirar TV se produce una gran concentración, pues involucra la constante composición de los retazos de imágenes, argumentos y banda de sonido.
Esta característica puede llegar a atrofiar nuestra imaginación. Si establecemos una comparación con la lectura, encontramos que ésta nos ofrece códigos inmóviles compuestos por letras que son descodificadas en imágenes al ritmo en que el lector las va leyendo. Si leemos la palabra “casa”, la composición de las letras no se asemeja a una casa, pero al leer los signos, la imaginación crea una en nuestra mente. En cambio, la televisión ya nos entrega una imagen en formación, y por lo tanto no necesitamos imaginarla.
Si pasamos mucho tiempo siendo receptores pasivos de imágenes creadas por otros, el proceso mental que produce la imaginación se atrofiará.
El efecto en la educación. Un trabajo reciente, realizado por el Departamento de Educación de California, muestra claramente que los niños que se sientan más tiempo frente al televisor son los que obtienen las peores notas en sus exámenes.
Desde el punto de vista educativo hay dos incidencias de la televisión que tienen mucha importancia. Una es que el sistema educativo presupone que no todas las cosas son inmediatamente accesibles y que es necesario dedicación al estudio, trabajo y tiempo, antes de lograr un determinado conocimiento. Esto queda eliminado por la televisión, pues ella da la información sin gradualismo alguno. Esto, a su vez, nos conduce al segundo aspecto, y es que la televisión ha abierto todos los secretos y tabúes de la sociedad, borrando, a golpe de imágenes, la línea de separación que debe existir entre la infancia y la edad adulta para reemplazarla por una cultura homogénea.
Los comerciales o las tandas publicitarias. Algunas estadísticas de Estados Unidos demuestran que en los primeros 20 años de su vida, un joven podrá haber visto un millón de comerciales, a razón de unos mil por semana.
Los comerciales, básicamente, enseñan que: 1) todos los problemas tienen solución, 2) todos los problemas se resuelven rápidamente, y 3) todos los problemas se resuelven gracias a la intervención de alguna técnica o de un determinado producto.
El mayor elemento motivacional utilizado es el sexo, seguido por la amistad, la propia persona, la autorrealización, la aceptación social, etc. Los publicitarios son conscientes de las inseguridades y de las ansiedades del público, y no dejan de explotarlas. Un cigarrillo le proporciona independencia a un joven. A otro, un par de jeans le da estatus. Un perfume resuelve las dudas de un tercero en cuanto a su femineidad o virilidad. La mayoría de los publicitarios vinculan los estados ansiosos con la sexualidad, lo que determina la enorme cantidad de publicidad con vestigios de erotismo.
En la televisión, la mujer es enormemente explotada en los comerciales. En ellos se la estimula a permanecer siempre joven, fresca y simpática. A ser pasiva y dependiente, nunca decidida y madura. A su vez, la inocencia y la sensualidad se confunden, como si en verdad una mujer pudiera ser desvergonzadamente sensual y a la vez virginal, o arteramente seductora y casta a la vez. Esto se funde en un crisol de conducta esquizoide, símbolo de nuestro tiempo, y muestra de nuestra ambivalencia. La atenta observación de ciertos comerciales demuestra cómo la mujer es desmembrada resaltándose ciertos sectores de su anatomía, de la que ella no es más que la suma de todas esas partes. Toda la promoción está orientada hacia la belleza exterior y únicamente es apreciada la mujer que ha logrado cierto nivel de perfección física. Pero lo que nunca dirán los comerciales es que esas imágenes no sólo son artificiales, sino que también se logran artificialmente. Tampoco dirán que muchos de esos productos, cosméticos o bebidas, tienden a deteriorar la belleza física.
En los comerciales existe muy poco énfasis -en realidad, casi no existe- en la adecuada nutrición y el ejercicio, factores muy importantes para la salud y la vitalidad.
La televisión y la violencia. En mayo de 1982 el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos preparó un informe que resumió más de 2.800 estudios que se realizaron en el decenio pasado, sobre la influencia de la televisión en el comportamiento humano. Las pruebas resultantes fueron tan abrumadoras que existe consenso en que la violencia proyectada por la televisión incita al comportamiento agresivo. Durante diez años un telespectador habrá visto unos 150.000 episodios violentos y unas 25.000 muertes violentas, lo que es muchísimo más de lo que vio un soldado de cualquier nación, durante alguna de las últimas guerras.
Paradójicamente, a pesar de tanto crimen proyectado, el espectador ve poco dolor y sufrimiento, lo que da una falsa imagen de la realidad. En New Rochelle, Nueva York, un asesino protagonizó en la vida real un homicidio a palos, a semejanza de uno exhibido en la televisión. Luego declaró a la policía que estaba sorprendido de que la víctima no hubiera muerto al primer golpe, como lo había visto en la pantalla, sino que alzó su mano para defenderse, y gimió y lloró lastimeramente.
Leonard Eron, profesor de psicología de la Universidad de Illinois, y sus colegas, compararon la “dieta” televisiva de 184 niños de ocho años de edad, y repitieron la comparación al cumplir éstos los dieciocho años. Su informe fue: “Cuanto más violentos fueron los programas presenciados en la niñez, más belicosos resultaron los jóvenes adultos. Encontramos que su conducta estaba plagada de acciones antisociales, desde el robo y el vandalismo hasta los ataques con armas mortales. Los niños adquirieron hábitos de agresividad que persistieron por lo menos por diez años”.
¿Por qué no se reduce la violencia por TV? El informe de dos investigadores, Clark y Blankeburg. sostiene que existe un ciclo que refleja la búsqueda de la popularidad y que es el precio de lo que se busca, porque cuando el “rating” indica que los programas violentos son populares, existe una mayor competencia entre los canales y una consecuente emisión de este tipo de programas. Esto hace imposible que exista control alguno, porque es la demanda el factor determinante de la proyección de un filme violento. El único control que queda está en el botón del encendido, pero para hacerlo funcionar se requiere fuerza de voluntad, y lamentablemente la fuerza de voluntad es un bastión dominado.
La televisión y el sexo. Considero importante el informe preparado por Joyce Sparkin y Theresa Silverman para TV and Teens (La televisión y los adolescentes), en el que señalan que los mensajes que la televisión proporciona en cuanto al sexo y al romance no conducen al adolescente hacia una actitud sexual madura o hacia una conducta responsable.
Un estudio realizado demuestra que son más frecuentes los casos de embarazo en las jóvenes televidentes que en las que no miran televisión, porque las primeras tienden a depositar una mayor confianza en las experiencias con el sexo opuesto para asemejarse así a las que mantienen sus “heroínas” en la televisión. Esta no es más que otra pauta del molde conductista que produce la televisión.
¿Qué decir de la pérdida de tiempo? Porque en televisión es muy poco el tiempo que puede ser considerado invertido. Mirar televisión está, en cuanto al consumo de tiempo, a continuación del sueño y del trabajo. Incluso, dice J. P. Robinson en su informe, llegó a robar parte del tiempo dedicado al descanso. Entre los recortes que el espectador se vio obligado a realizar, para estar más tiempo ante la pantalla, figuraba el tiempo dedicado a la familia, la lectura de libros, las tareas domésticas y la religión.
Es obvio que, en muchos casos, la TV está menoscabando aspectos vitales de nuestra existencia, conduciéndola a la pérdida de algunas de sus características esenciales.
En conclusión. Considero necesario evaluar el tiempo que pasamos ante la pantalla. También debiéramos evaluar lo que hemos visto y el grado de virtud que encontramos. Luego podríamos descartar, y posiblemente sea mucho, todo lo que resulte improductivo e inútil.
En general, se debiera ejercer mucho cuidado con los niños. No deberían ver más de tres horas de televisión por semana, y esas horas necesitarían ser adecuadamente evaluadas por sus padres.
No podemos permitir que nuestros hijos queden librados, en su formación, al criterio mediocremente moral de multinacionales cuyo único propósito es el consumo y el materialismo.
Nosotros, nuestra mente, nuestra familia, nuestra fe, nuestra escala de valores, son factores que deben entrar en juego en esa evaluación, y no podemos someterlos al manoseo consumista y superficial, donde un hombre o una mujer sólo logran la felicidad si tienen determinado producto.
Es necesario tomar una racional distancia de un mundo que es y vende mentira. Nuestra mente, nuestra escala de valores, jamás debieran ser objetos de la “colonización psíquica”. Dios creó al hombre insertándolo en un mundo de realidades, y le dio su imaginación para que pensara en un mundo mejor. Pero no lo colocó en medio de fantasías, ni quebrantó, por medio de técnica alguna, su facultad soberana de imaginar. Alguien que deseara destruir las más íntimas aspiraciones del hombre implantó un sistema que lo ata y lo deja librado al dominio exterior y a la manipulación de su mente.
En la mente está depositada toda nuestra herencia cultural y todo nuestro capital volitivo. De ella fluyen nuestros pensamientos, que determinan nuestra conducta. San Pablo dio un consejo orientado a salvaguardar el génesis de todo pensamiento cuando dijo: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8).