Cruzar a nado el Canal de la Mancha, entre Inglaterra y Francia, es considerada una de las maratones acuáticas más difíciles del mundo. Por eso se le llama el “Everest de las aguas”. Para recorrer aproximadamente 33 km, el deportista necesita superar la corriente, las olas y las bajas temperaturas. Muchos atletas, incluyendo algunos sudamericanos, ya completaron la hazaña, mientras que otros murieron en el intento. Curiosamente, también hubo quienes se dieron por vencidos muy cerca de alcanzar su objetivo.
Algo parecido ocurre en la vida ministerial. Hay quienes completan la carrera (2 Tim. 4:7) y pasan a disfrutar de su merecida jubilación (palabra que proviene del latín jubilatio y se refiere a “gozo, exaltación, júbilo”). Otros, por accidente, caen en el cumplimiento del deber, poniendo fin a su misión en la Tierra. Y hay quienes, lamentablemente, por otros motivos, no terminan su carrera ni mantienen la fe.
Sin duda, la figura pastoral es uno de los objetivos más atacados por Satanás. Si, como dijo Elena de White, “la más elevada de todas las ocupaciones es el ministerio”, no podríamos esperar menos (Obreros evangélicos [ACES, 2015], p. 65). ¡Y cuanto mayor sea su influencia, más susceptible de sufrir ataques será el pastor! Como recordó Emilson dos Reis, en una entrevista con la Revista Adventista en portugués de octubre de este año, “el enemigo tiene muchas estrategias para dañar nuestro ministerio e incluso alejarnos permanentemente. Puede utilizar adversarios y calumniadores, pero también aduladores. Puede utilizar el desánimo, pero también el éxito aparente y el honor con el que nos elevan” (p. 6).
Un hecho ocurrido hace 180 años nos deja grandes lecciones. En octubre de 1844, muchos cristianos sinceros abandonaron la fe después de experimentar una gran decepción. Como líder de este movimiento, William Miller, después de predicar alrededor de 4.500 sermones a una audiencia estimada en medio millón de personas durante 12 años y ser famoso en los periódicos de la época (Everett Dick, Fundadores del mensaje [ACES, 1995], p. 23), tuvo que enfrentarse no solo a decepciones, sino también a críticas. Sin embargo, en una carta a Joshua Himes, fechada el 10 de noviembre de 1844, aseguró: “Aunque me he decepcionado dos veces, no estoy ni abatido ni desanimado” (Sylvester Bliss, Memoirs of William Miller [Himes, 1853], p. 277).
Posteriormente le sobrevinieron otras dificultades, como la pérdida de la visión, pero nada de esto pudo borrar su esperanza en el regreso de Cristo. Al compilar sus memorias, el biógrafo de Miller registró la siguiente declaración del pionero: “Aunque mi visión natural se oscurece, la visión de mi mente se ilumina con una brillante y gloriosa perspectiva del futuro” (Memoirs of William Miller, p. 367).
Entre los diversos aspectos que llaman la atención en la trayectoria de este líder, se destaca su amor por la Palabra de Dios, aunque se equivocó en algunas de sus interpretaciones. En una ocasión, un líder religioso visitó su casa y, como Miller estaba ausente, pidió al menos ver su biblioteca. Su hija condujo al visitante a la habitación donde estaba el escritorio de su padre. Sobre la mesa había dos libros: una vieja Biblia y la Concordancia de Cruden. “Esta es su biblioteca”, dijo. Miller se hizo popular debido a su peculiar mensaje, que demuestra que no debemos comprometer nuestras creencias distintivas en un intento de ganar más influencia en la actualidad.
Los pilares de nuestra fe nos dan estabilidad en tiempos de crisis y nos ayudan a superar amenazas sutiles, así como el desánimo, las frustraciones y el orgullo.
Sobre el autor: Editor asociado de la revista Ministerio, edición de la CPB