El problema de la apostasía en la Iglesia Adventista del Séptimo Día preocupa a los pastores, a los administradores y a los miembros. La. División Sudamericana, en su plan quinquenal, dio relevancia a este asunto al enfrentamos con la seria realidad: en 1979, 13.912 miembros fueron desglosados de los registros de la iglesia en nuestra División. Si no hubiera más apostasías, sólo en la División Sudamericana podría haber casi un millón de miembros en 1985.
En editoriales y en artículos aparecidos en la edición brasileña de la Revista Adventista, se ha expresado la creencia de que el problema básico reside en la iglesia local. Es un tema que concierne a cada miembro de iglesia.
El trinomio del eslogan: Sembrar-Cosechar- Conservar, escogido para inspirar la acción misionera en la División Sudamericana, subraya un esfuerzo concertado para buscar la cooperación de los miembros, con su variedad de habilidades, de talentos y de intereses. Hay un lugar para cada uno. Cada creyente tiene la oportunidad de predicar el Evangelio, de ganar almas para Cristo, y de retenerlas dentro de la iglesia.
Conservar ha sido el talón de Aquiles de todo proyecto de evangelización, debido a una falta de discernimiento y de buena planificación. Olvidamos fácilmente que cada bautismo significa el nacimiento de una. nueva criatura. Quien deja el bautisterio no es un adulto espiritual, sino un niño: sensible, desvalido y dependiente.
Si descubrimos que un nacimiento espiritual fue prematuro, antes que criticar y disciplinar, debemos poner al nuevo miembro de iglesia en la incubadora del amor fraternal, del interés personal y de la amistad sincera.
¿Cómo conseguir esto? ¿Con sermones? Los ha habido suficientes y la puerta trasera de la iglesia permanece abierta. El problema preocupaba a nuestra congregación, así que oramos pidiendo la conducción divina. Decidimos establecer la Sociedad de Hermanos Predilectos (Grémio do Irmáo Predileto).
Nuestra iglesia está ubicada en el corazón de Recife, la Venecia de Sudamérica.
Nuestro grupo actúa de la siguiente manera: El primer sábado después de su bautismo, los nuevos miembros son llamados al frente para recibir los certificados de bautismo. Son presentados a la iglesia de manera solemne, al mismo tiempo que el pastor y los ancianos les extienden la mano de la amistad. Se pide a cada uno que escoja de entre los hermanos antiguos allí presentes al que quisiera tener como su amigo predilecto, teniéndose cuidado de que una misma persona no sea escogida por más de un nuevo converso, y que no pertenezca a la misma familia.
El miembro elegido es llamado al frente, y ambos llenan un “Formulario conjunto de amistad” donde se registran los nombres, las direcciones y los números telefónicos de ambos. El hermano predilecto se compromete a orar por el nuevo miembro, a ser su amigo, y a estar alerta a sus necesidades espirituales. Se da el formulario original al nuevo hermano, otro al hermano escogido, y un tercero al director de Acción Misionera. Todos son firmados por el pastor y el director misionero.
El hermano predilecto deberá observar si el nuevo miembro está presente en las reuniones de la iglesia, si tiene el folleto de Lecciones para la Escuela Sabática, y si lo está estudiando. Si hay dudas acerca de las doctrinas o falta a las reuniones, el hermano predilecto deberá conocer la razón visitándolo, llamándolo por teléfono o escribiéndole una carta. Cuando fuere posible, se sentarán juntos en las reuniones y trabajarán juntos en las actividades misioneras personales o de la clase.
La Sociedad de Hermanos Predilectos favorece la estrecha relación entre los miembros establecidos y los nuevos. Se desarrolla el amor fraternal, la unión del nuevo miembro con la iglesia se fortalece, y los miembros antiguos, ya afianzados, son llamados a la acción.
A los hermanos predilectos se le recuerdan sus obligaciones cada sábado. El primer sábado de cada mes se pide que algunos den un testimonio acerca de sus actividades. La relación de amor que favorece este plan reduce la apostasía, ayudando al crecimiento de la iglesia.
Sobre el autor: Es médico cirujano y primer anciano de la Iglesia Central de Recife, en Pernambuco, Brasil.