Se dice que algunas veces Charles Kingsley introducía sus sermones con estas palabras: “Aquí estamos otra vez para hablar de lo que se desarrolla en vuestra mente y en la mía”. Esta identificación del predicador con su congregación tiene gran importancia. No debemos tener el concepto errado que tenía de la predicación una niñita que jugaba al predicador, y que decía vigorosamente: “Párese la congregación— cante la congregación—siéntese la congregación— sea buena la congregación”. Nuestro ministerio no debe limitarse únicamente a decirle a la gente lo que debe hacer, sino que también debe guiarla, junto con nosotros, hacia la adoración de Dios, hacia una mutua comunión que aplique los principios de su gracia redentora.
Uno de los grandes secretos del poder de Jesús consistía en la estrecha identificación de sí mismo con las necesidades e intereses de la gente a quien servía. Su ministerio abnegado es el ejemplo de cómo debiera presentarse la verdad de tal modo que se halle “hermanada… con sus más sagrados recuerdos y simpatías” (Evangelism, pág. 42). Jesús “enseñaba de tal modo que les hacía sentir la completa identificación que él sentía con los intereses y la felicidad de ellos” (Ibid.)