Si hiciera la pregunta: “¿Cuál es el fundamento de su fe?”, un adventista del séptimo día me respondería: “Jesucristo, por supuesto”, o “La Biblia”, o incluso “nuestro estilo de vida especial”. – Pero nuestros pioneros más antiguos no dudarían en declarar: “¡El santuario y los 2,300 días!”
Elena G. de White dijo en 1906: “la correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe”.[1] Lo dijo años antes que llamara al santuario celestial “el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres”, y de haber advertido que una comprensión del ministerio de Cristo en el santuario es tan vital que aquellos que no logran obtenerla serán incapaces de “ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama”.[2]
¿Por qué? ¿Cuál es la “correcta comprensión” del santuario celestial?
Comprensión del adventismo milerista
Antes del gran chasco del 22 de octubre de 1844, la comprensión del adventismo milerita en cuanto al ministerio de Cristo en el santuario celestial incluía la creencia, sostenida por muchos otros cristianos, que Jesús, nuestro Sumo sacerdote, comenzó su ministerio antitípico del Día de la Expiación desde que ascendió al cielo. A diferencia de otros cristianos, creían que Cristo completaría su ministerio del Día de Expiación y abandonaría el santuario celestial al final de los 2,300 días, alrededor de 1844. Y algunos de ellos, dirigidos por el expositor metodista Josías Litch, creían, tan temprano como 1841, que el juicio de Daniel 7 comenzaría antes del segundo advenimiento. Llamaban a este juicio “la prueba” y decían que consistía en separar a los justos de los impíos y determinar quién resucitaría en la “ejecución” del juicio en ocasión de la segunda venida.[3]
Aunque los adventistas milentas sabían que Jesús estaba en ese momento en el santuario celestial, no comprendían que éste sería “purificado” en cumplimiento de Daniel 8:14. Ellos interpretaban el santuario de Daniel 8 como la iglesia en la tierra y también como la tierra misma, y decían que ambas serían purificadas en el segundo advenimiento. La purificación de la iglesia, según Guillermo Miller y la mayoría de sus seguidores, sería una purificación de todo pecado y apostasía. Que en el margen de la Biblia de Miller apareciera “justificado” como sinónimo de “purificado” confirmaba que Miller esperaba esta purificación espiritual. En cuanto a la tierra, sería purificada con fuego.
Después del chasco
El fracaso en la espera del 22 de octubre de 1844, condujo a un intenso reexamen de la Biblia y con ello al descubrimiento de verdades adicionales tan pertinentes que 1844, lejos de ser el fin del adventismo, llegó a considerarse como un hito en la historia de la salvación y una señal prominente de la certeza y cercanía del segundo advenimiento de Cristo. Los dirigentes de esta investigación tan temprana fueron Hiram Edson, José Bates y Jaime y Elena White, quienes llegaron a ser los fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Otros, como 0. R. L. Crosier, decidieron no permanecer con el grupo que más tarde llegó a ser conocido como Adventistas del Séptimo Día.
Un santuario celestial real
Un conocimiento muy valioso surgió al estudiar la tipología bíblica, analizando el sacerdocio de Cristo en el Nuevo Testamento, como antitípico de las dos órdenes del sacerdocio del Antiguo Testamento. La ordenación de Cristo según el sacerdocio de Melquisedec lo autorizó para desempeñarse legalmente como sumo sacerdote celestial (Heb. 7), mientras que su sacerdocio aarónico/levítico reveló los modelos de su sacerdocio celestial (Heb. 8-10).
De esas tipologías nuestros pioneros dedujeron después que, si bien los sacerdotes aarónicos del Antiguo Testamento oficiaban dentro de un santuario (un tabernáculo o un templo), así Cristo, el Sumo Sacerdote del nuevo pacto, ministra en un verdadero santuario celestial, uno “que levantó el Señor y no el hombre”, el santuario del cual el santuario levítico sobre la tierra no era más que una copia (véase Exo. 25:8,9,40; Heb. 8:2,5; 9:24).
Para su sorpresa vieron que, contrariamente a sus nociones previas y a la opinión general de los cristianos, el libro de Hebreos no enseña que Cristo entró en el Lugar Santísimo en ocasión de su ascensión. Hebreos dice literalmente que cuando Cristo fue al cielo entró en “lugares celestiales”, significando con esto simplemente “el santuario celestial”. El texto de Hebreos da claramente el plural “lugares celestiales”, confirmando absolutamente la presencia de un santuario de dos departamentos en el cielo. Fue así como se utilizó el Nuevo Testamento para afirmar que, puesto que el santuario terrenal tenía un lugar santo y un Lugar Santísimo, así también el santuario celestial tiene dos departamentos.[4]
Los pioneros concluyeron, en armonía con la tipología bíblica, que como la primera fase del ministerio sacerdotal terrenal, el servicio diario tenía lugar en el lugar santo, así la primera fase del ministerio celestial de Cristo fue realizado en el lugar santo del santuario celestial, no en el lugar santísimo como habían creído antes. También descubrieron que al igual que la segunda fase del servicio del santuario del Antiguo Testamento, el servicio anual o Día de Expiación, tenía lugar en el Lugar Santísimo terrenal, así el antitipo de este servicio sería cumplido por la purificación que Cristo haría del santuario en el Lugar Santísimo del santuario celestial justo antes de su segundo advenimiento. Esto involucraba el asombroso descubrimiento que el santuario celestial mismo necesitaría ser purificado, verdad plenamente enseñada en Hebreos 9:23. Esta purificación no se haría con la sangre de animales, como se purificaba el santuario terrenal, o por fuego, como la tierra, sino con la sangre de Cristo mismo.
Estas nuevas comprensiones derivadas de Exodo, Levítico, Daniel, Malaquías y Hebreos, llevaron a los pioneros adventistas a la conclusión de que el fin de los 2,300 años en 1844 no era el segundo advenimiento de Cristo su Salvador, sino el principio de la más significativa nueva era en el plan de salvación: la entrada de Cristo en la segunda y última etapa de su ministerio celestial: la purificación del santuario celestial en el antitípico Día de Expiación. En esta etapa Cristo “vino hasta el Anciano de días” (Dan. 7:13) para comenzar el juicio, investigador en naturaleza, la primera fase de su juicio final.
Purificación del santuario en dos niveles
Como ya hemos notado, los adventistas mileritas vieron la purificación del santuario de Daniel 8:14 como el cumplimiento en dos niveles: purificación de la iglesia de todo pecado, y purificación de la tierra por fuego. Después de 1844, adventistas fieles continuaron manteniendo el concepto de una purificación dual, aunque ahora ya no incluía la purificación de la tierra. Más bien, la purificación pertenecía al santuario celestial y a la iglesia. Esta nueva comprensión armonizaba totalmente con los servicios del Día de Expiación, cuando se le requería al pueblo “afligiréis vuestras almas” (Lev. 16:29) y que hiciera un análisis de su vida, o ser cortados de entre su pueblo. La comprensión de que Cristo había comenzado su ministerio final en el Día antitípico de la Expiación tuvo un profundo impacto sobre los creyentes.
En la revista Day-Star del 18 de abril de 1846, dos meses después de la publicación del famoso artículo sobre el santuario aparecido en la Day-Star Extra el 7 de febrero, O. L. R Crosier se refirió a una perfecta armonía entre las actividades que se llevaban a cabo en ese momento en el cielo y en la tierra. “Hay”, escribió, “un templo literal y un templo espiritual, siendo el literal el santuario de la Nueva Jerusalén (ciudad literal), y el santuario espiritual, la iglesia; el literal ocupado por Jesucristo, nuestro Rey y Sacerdote (Juan 14:2; Heb. 8:2; 9:11); el espiritual, por el Espíritu Santo (1 Cor. 3:17; 6:19, Efe. 2:20-22). Entre estos dos hay perfecto acuerdo de acción; mientras Cristo prepara el lugar, el Espíritu prepara a la gente. Cuando él vino a su templo, el santuario, para purificarlo, el Espíritu comenzó la purificación especial del pueblo (Mal. 3:1-3).
Esta obra especial de purificación personal habría de preparar a los creyentes para pasar con éxito el juicio investigador antes del segundo advenimiento. Esta comprensión fue totalmente endosada por los pioneros adventistas observadores del sábado como José Bates, Jaime y Elena White, J. N. Andrews, Hiram Edson y Uriah Smith.
La necesidad de una purificación del pueblo de Dios recibió fuerte apoyo gracias a la comprensión del mensaje del segundo ángel que los adventistas habían desarrollado en 1843, cuando empezaron a experimentar la persecución. El mensaje anunciaba fuertemente la caída de Babilonia, dando a entender con esto que el verdadero pueblo de Dios debía separarse de la influencia apóstata.
Reformas en creencias y comportamiento
La búsqueda de doctrinas basadas en la Biblia llevó a los pioneros adventistas a adoptar varias reformas en creencias y prácticas que contrastaban con las iglesias establecidas. Estas reformas comprendían más notablemente, la adoración en el séptimo día sábado en vez del domingo. La atención dada al ministerio del Día de Expiación de Cristo los ayudó a percatarse del significado de Apocalipsis 11:19: “Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo”; y esto, a su vez, dirigió su atención al mandamiento del sábado. Ellos vieron ahora en el Lugar Santísimo del templo celestial, señalando al sábado, que era todavía la señal del pacto eterno de Dios. ¡La nueva luz sobre el santuario repentinamente destacó la reforma sobre el sábado! Esta búsqueda de doctrinas basadas en la Biblia condujo a otras reformas, como (1) el bautismo por inmersión; (2) los diezmos y las ofrendas; (3) el estilo de vida saludable para preparar a los creyentes física, mental y espiritualmente para el segundo advenimiento; (4) seguir un estilo de vida semejante al de Cristo caracterizado por la sencillez, sin joyas ni cosméticos (1 Ped. 3:3,4); (5) creer que sólo por la fe de Jesús (Apoc. 14:12) pueden los creyentes ser participantes de su justicia, recibir el perdón de sus pecados, poder para vivir una vida victoriosa, y la total seguridad de la salvación.
El significado del santuario
Los descubrimientos basados en la Biblia transformaron a un grupito de entusiastas, al parecer derrotados, en un irresistible ejército de evangelistas impulsados por el más glorioso mandato: La proclamación del último mensaje de misericordia que iba a ¡luminar a todo el mundo con la luz de Cristo en preparación para su segundo advenimiento (véase Apoc. 18:1).
La clave para aclarar el chasco. “El asunto del santuario fue la clave que aclaró el misterio del chasco de 1844. Reveló todo un sistema de verdades, que formaban un conjunto armonioso y demostraban que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo… La luz que provenía del santuario iluminó el pasado, el presente y el futuro”.[5]
Fundamentos de nuestra fe. “La correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe”.[6]
Esencial para la verdadera fe. “El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama… El santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres”.[7]
Endosado por el Espíritu Santo. “A medida que se presentaban los grandes pilares de la fe, el Espíritu Santo les prestaba su testimonio, y especialmente es cierto esto con respecto a las verdades del santuario. Muy repetidamente el Espíritu Santo ha respaldado de una manera notable la predicación de esta doctrina”.[8]
Se descuida la dimensión terrenal
A través de toda la historia de los adventistas del séptimo día varios han defendido diversos puntos de vista que han distorsionado la visión bíblica del santuario. Algunos defensores de ideas distorsionadas no pudieron aceptar la purificación de la iglesia como parte integrante de la doctrina del santuario (la “dimensión terrenal”).
El mayor peligro para la doctrina del santuario es la indiferencia resultante de la incapacidad de ver su relevancia y practicabilidad.
Por ejemplo, dirigentes de la década de 1880 fueron capaces de dar estudios bíblicos completos acerca de los difíciles detalles del juicio investigador. Desarrollaron habilidades para el debate como método de evangelismo, y tuvieron éxito para ganar discusiones doctrinales. Pero decían muy poco acerca de la cruz como la suprema revelación del amor inmensurable y abnegado de Cristo y de su gracia y poder continuos para ayudarnos a sacrificamos a nosotros mismos en el servicio de otros. ¿Cómo explicar esta negligencia?
También hubo una declinación de la posición histórica de los pioneros de hacer de la Biblia la norma tanto de la fe como de la práctica. Los miembros se inclinaban a seguir a los dirigentes de la iglesia en vez de desarrollar sus propias convicciones mediante el estudio personal de la Biblia.
Además, los dirigentes de la iglesia de la década de 1880 por lo general no lograban comprender las implicaciones prácticas de la muerte de-Cristo y su ministerio del Día de Expiación. Sintiendo sólo, ligeramente la necesidad de “afligir sus almas”, y buscar la experiencia de que “sus pecados estaban borrados”, los creyentes no experimentaron, como deberían haberlo hecho, la impartición de su justicia.
Y lo que es más, los intentos de corregir la condición de la iglesia encontraron fuerte oposición. La mayoría de los dirigentes no le daban la bienvenida, y de hecho, descartaban el testimonio de Jesús a través del ministerio profético de Elena G. de White.
El descuido de la dimensión terrenal del día antitípico de la expiación afectó profundamente la condición espiritual de la iglesia, el estilo de vida de los creyentes y el impacto de su testimonio sobre los que no eran miembros. El énfasis en doctrinas sin Cristo condujo a la publicación de diferencias doctrinales, echando combustible a un clima de desunión y partidarismo. La desconfianza y la envidia permearon a la iglesia y este mal se manifiesto en un comportamiento carente de amor e inhumano, asesinato del carácter y abundante chismografía.
El descuido de la dimensión celestial
Al principio de la década de 1890 el panteísmo del Dr. J. H. Kellogg hizo a un lado, “espiritualizándola”, la existencia de un santuario celestial real. Sus puntos de vista de que la presencia de Dios lo permea todo, hizo irrelevante el ministerio de Cristo en un lugar particular.
El hecho de involucrarse en la obra médica y humanitaria de naturaleza no denominacional reemplazó la práctica del auto-examen espiritual, de la aflicción del alma para encontrar al Señor que vendría. También hizo a un lado la necesidad de proclamar las verdades proféticas distintivas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Las consecuencias teológicas de esta espiritualización de la doctrina del santuario condujo a la negación tanto de la obra de Cristo en el juicio investigador como de su obra especial de purificar a su pueblo. Inevitablemente llegó a la conclusión de que nada en lo absoluto había ocurrido en 1844.
Con estas negativas vino un mutismo del sentido de urgencia. La predicación profética declinó, y la indiferencia marcó nuestra actitud hacia nuestras doctrinas distintivas. La verdad presente fue redefinida en términos de preocupación por las dimensiones social y humanitaria del evangelio a expensas de vivir anticipadamente el pronto retorno de Cristo.
Elena G. de White llamó a la espiritualización que hizo Kellogg de las realidades celestiales el “alfa” de una apostasía, y advirtió que una parte aún peor de esta apostasía llamada “omega”, iba a sobrevenir muy pronto.
Distorsiones actuales
Una mayoría de los adventistas del séptimo día continúa basando su comprensión del santuario en la Biblia. Ellos han concluido que los descubrimientos de los pioneros de la verdad presente han arrojado gran luz sobre el ministerio intercesor de Cristo en su favor.
En algunas partes del mundo, sin embargo, vemos una continuación de la vieja tendencia a la espiritualización. Un diluvio de nuevas versiones de la Biblia ayuda a este proceso, porque la mayoría de las nuevas versiones no usan “purificado” en Daniel 8:14, sino que prefieren “restaurado a su estado correcto” o “salir victorioso”, y así por el estilo. Y como estos términos no traen a la mente las imágenes del día de expiación, algunas personas han disminuido o abandonado la idea que el pasaje se refiere a la purificación del santuario celestial. Sin embargo, es tal la riqueza del verbo hebreo en Daniel 8:14, que es posible ver la íntima relación de la purificación del santuario con la restauración de la verdad del santuario y el surgimiento victorioso del pueblo remanente de Dios.
Lo más triste de todo, quizá, es que la espiritualización del santuario priva a las personas de una armoniosa cooperación en la tierra con la obra final que nuestro Salvador está realizando durante “la hora de su juicio” en el cielo. Con frecuencia los análisis del santuario son motivo de discusiones, cuando deberían unirnos como ninguna otra doctrina podría hacerlo.
Disminución de la importancia de la doctrina del santuario. Otros intentos contemporáneos de interpretar el santuario pueden caracterizarse como el empequeñecimiento de la doctrina. Hace poco, por ejemplo, un ministro[9] afirmó que, si usted le halla sentido a la declaración de las doctrinas fundamentales adventistas con respecto al santuario, felicitaciones. Para él, en la práctica, el santuario tiene poca relevancia. El aspecto del juicio investigador, dice, ha sido una piedra de tropiezo para muchos jóvenes adventistas; que mina el evangelio y promueve el perfeccionismo, el legalismo, la culpabilidad, y en relación con el tiempo de angustia, una religión de temores y arrogancia. Nuestra presentación del ministerio de Cristo en el santuario, insiste este ministro, debería limitarse a su función como Intercesor, papel que implica participación en los sufrimientos humanos, llevando sobre sí nuestras enfermedades (incluyendo el SIDA). Así como Cristo sufre con los que sufren e intercede por ellos, los adventistas del séptimo día deberían aliviar los sufrimientos humanos.
A manera de respuesta, nosotros ciertamente podemos concordar en cuanto a la importancia de la obra de Cristo como Intercesor. Los Adventistas en realidad hemos incorporado sus variadas dimensiones dentro de la creencias fundamentales relacionadas con el papel, la obra y el ministerio de Cristo (véanse 2,9 y 10). Es probable que no se le haya dado el énfasis debido a la identificación de Cristo con el sufrimiento de la humanidad, pero ello no significa que debamos disminuir la comprensión progresiva del santuario celestial descubierto a través del estudio de la Biblia en los años que siguieron a 1844.
Las verdades logradas en 1844 constituyen una parte de la verdad presente que continúa siendo relevante, viendo que llama la atención del mundo a la llegada de la hora del juicio y a la urgente necesidad de participar con Cristo en la obra de vencer todo pecado. Volver a la visión del santuario anterior a 1844, que reducía el ministerio de Cristo a su función intercesora, es un serio descuido de la verdad presente. Es una distorsión de la proclamación del evangelio prevista para nuestro tiempo en los tres mensajes angélicos de Apocalipsis 14:6-12. Y nos da un falso evangelio de falsa seguridad por cuanto no dice al pueblo lo que ocurrirá si rechazan la última invitación de Cristo a vencer por su gracia.
Los sentimientos negativos acerca de la doctrina del santuario no se resuelven disminuyendo su valor. Hoy, como nunca antes, hay necesidad de profundo estudio de las Escrituras. Nuestros pioneros llegaron al nivel de comprensión que alcanzaron a través de un estudio profundo de la Biblia, bajo la dirección del Espíritu Santo. Del mismo modo, los adventistas del séptimo día de hoy necesitan estudiar profundamente la Biblia, observando correctamente los principios de interpretación y asegurándose de ser guiados por el Espíritu Santo.
Es verdad que esta doctrina ha sido mal usada, pero ¿es esa una razón para descartarla? Porque algunas personas comen en forma excesiva el alimento más saludable y contraen serias enfermedades, ¿hemos de descartar los alimentos saludables? Porque algunas personas guardan el sábado en forma legalista ¿hemos de descartar la observancia del sábado? El mal uso de la doctrina del santuario no nos excusa para despojarla de su espléndida y creciente luz.
La esencia de la doctrina del santuario es su singular revelación del ministerio de reconciliación de Cristo por nosotros y en nosotros, …
Ha traído gozo a mi propia vida saber que mi Salvador intercede diariamente por mí, mi familia, mi iglesia y el mundo. Ha dado también sentido de urgencia a mi vida, sabiendo que el juicio final está en proceso ahora y que Dios está ansioso y preocupado porque que yo “aflija mi alma” y venza todo pecado. En respuesta a su ley y a su gracia que están en operación continuamente, me entrego diariamente en total consagración para compartir las buenas nuevas de la purificación del santuario. Llegar a una conocimiento correcto y equilibrado de esta realidad no produce temor, sino una firme seguridad y fortaleza. Creo que a medida que coopero con su poder y su gracia para vencer el pecado, mi destino se asegura. La obra de mi Sumo Sacerdote y Juez en el santuario ha fortalecido mi confianza en él como ninguna otra cosa lo puede hacer.
Juicio “previo al advenimiento” en de “investigador”. Aunque la expresión “juicio previo al advenimiento” es justificable, su uso intencional como reemplazo de ‘juicio investigador” está motivado por el deseo de disminuir la naturaleza del juicio. En muchos casos implica un rechazo de la purificación especial del templo del alma, prefiriendo enfatizar el aspecto legal o forense del juicio sin integrar la experiencia personal de los creyentes, la esencial “aflicción del alma” (Lev. 23:29). Algunas veces previo al advenimiento se usa para alejar el juicio de 1844, significando con ello que habrá un juicio antes del advenimiento, pero que nadie sabe cuándo ocurrirá.
Muchas veces, asociada con la preferencia de previo al advenimiento está el punto de vista de que el juicio no constituye buenas nuevas. Se admite que en el pasado algunos adventistas se han preocupado indebidamente acerca del juicio investigador, pensando en que sus casos penden de la sala del juicio. Hoy, muchos sienten que cualquier preocupación al respecto es insana, e inhibe el gozo de los creyentes. El juicio, dicen, no es otra cosa que buenas nuevas.
¿Pero no cree que la verdad está en algún punto medio de esos dos extremos? Podría ser útil recordar que este juicio no es buenas nuevas para el cuerno pequeño de Daniel 7, entidad compuesta de profesos cristianos que pretenden amar y seguir a Jesús. Sus sinceras convicciones no excusan de ninguna manera su comportamiento perseguidor completamente diferente del espíritu de Cristo. El juicio investigador descrito en Daniel 7 revela ante el universo quiénes son los verdaderos herederos del reino (véanse especialmente los versículos 21,22).
Preocupación por la purificación sin fe. Un énfasis en la purificación del templo del alma sin la fe de Jesús es tan insano como la preocupación por una seguridad no garantizada. Aquellos que están preocupados por encontrar un estilo de vida perfecto sin pecado, como preparación para el segundo advenimiento sin una conciencia de que desde una perspectiva humana tal objetivo es imposible, están comprometidos en un ejercicio fútil. Una gran lección de 1888 fue que sólo a través de la fe impartida de Jesús, como resultado de una entrega total, puede lograrse una vida semejante a la de él. Los resultados prácticos de un punto de vista saludable de la doctrina del santuario para la iglesia de hoy trae la plena participación de los creyentes en el esfuerzo final y compasivo que iluminará al mundo entero y apresurará la venida de Cristo.
La mayor amenaza. El mayor peligro para la doctrina del santuario es la indiferencia resultante de la incapacidad de ver su relevancia y practicabilidad. El primer paso para llegar a una interpretación equilibrada de la doctrina del santuario es el estudio del consejo total de la Escritura, estudiando cada pasaje importante en su contexto. La verdadera interpretación será aquella que se centre en Cristo. Todo pasaje relacionado con el santuario debería ser estudiado desde el punto de vista de lo que enseña acerca de cuán precioso es Jesús y de lo que ha hecho y está haciendo por nosotros. De otra manera, la doctrina no podrá ejercer su propia influencia inspiradora y transformadora, haciéndola “irrelevante”.
La verdadera interpretación mantendrá la comprensión de las dos dimensiones o niveles del ministerio del Día de Expiación de Cristo sobre la tierra hoy, así como en el cielo. Verá su obra como asociada íntimamente a su gracia, al perdón y a la limpieza de nuestros pecados en el santuario celestial. Un énfasis apropiado en esta ministración de la sangre del Cordero en el cielo conducirá a los pecadores al arrepentimiento. Dios provee la gracia abundante que guía a los pecadores al arrepentimiento y a los creyentes a una profundización diaria de la obra de arrepentimiento y consagración. Así el creyente experimenta tanto la justificación como la santificación.
Este proceso implica (1) la creencia en Jesús y su obra salvadora como nuestro Intercesor personal en el santuario celestial, y (2) reconciliación con Dios, lo cual significa entrar en una relación pactual dinámica con Cristo nuestro Sumo Sacerdote. Esto significa una obra de confesión, arrepentimiento, consagración y restitución. Aquellos que están verdaderamente reconciliados con Dios responderán arreglando las cosas con aquellos a quienes han ofendido y amando a sus enemigos.
Restauremos la verdad del santuario
La proclamación de la verdad del santuario restaura la armonía bíblica entre el plan de salvación de Dios como se describe tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamentos, armonía que fue descuidada por la apostasía del “hombre de pecado”. Como tal, la función del remanente, que fue traído a la existencia en 1844 para hacer esta proclamación, se vuelve significativa.
Una comprensión equilibrada de la doctrina del santuario implica cooperación con la misión de Cristo al mundo. Cuando los creyentes no logran tener un espíritu orientado al servicio se debe, principalmente, a que visualizan incorrectamente la doctrina y descuidan su importancia en la experiencia diaria. Por tanto, lo que se necesita no es disminuir la importancia de la doctrina, sino tener una visión más completa y balanceada de Cristo y su ministerio en el santuario mediante un profundo estudio de su Palabra, bajo la dirección del Espíritu Santo. Esto nos impulsará a seguir al Cordero por dondequiera él lo indique.
La esencia de la doctrina del santuario es su singular revelación del ministerio de reconciliación de Cristo por nosotros y en nosotros, capacitándonos para experimentar su amor, el cual podemos compartir con los demás en un servicio desinteresado y sacrificial, de modo que puedan ver una genuina revelación de Jesús como la única esperanza de la humanidad. Abarca nuestros atributos mentales, espirituales y físicos; y está diseñada para transformar a los pecadores en gente victoriosa que paciente, pero activamente, espera la venida de su Salvador. “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12).
Referencias
[1] Elena G. de White, Evangelismo, (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1978), pág. 165.
[2] El conflicto de los siglos (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1954), págs. 543, 542.
[3] Véase Josías Litch, An Adress lo the Public (Boston, 1841), pág. 37; The prophetic Expositions (Boston, 1842), 1:50- 54; A. Hale, Herald of Bridegroom (Boston, 1843, págs. 22-24; Midnight Cry, 13 de octubre de 1844.
[4] Véase O. R. L. Crosier, “The Law of Moses”, Day-Star Extra, 7 de febrero de 1846.
[5] ___ Evangelismo, pág. 166.
[6] ___ Evangelismo, pág. 165.
[7] ___El conflicto de los siglos, págs. 542, 543.
[8] ___ Evangelismo, pág. 167.
[9] Steve Daily, Adventism for a New Generation (Portland, Oreg.: Better Living Publishers, 1993), págs. 160-167.