Al volver del congreso de la Asociación General de Detroit comenzamos de lleno el primer año de este nuevo cuadrienio. ¿Qué debería guiarnos al hacer planes para el futuro y al dirigir la obra de Dios en todas las divisiones mundiales? ¿Trazaremos nuestra ruta teniendo en cuenta las estimaciones estadísticas de Gallup, el Índice Industrial de Dow-Jones, los planes de guerra o de paz de las diferentes naciones o la gran carrera hacia el ecumenismo? ¿O volveremos a estudiar y a poner nuestros planes y actividades en armonía con el gran mandato evangélico: “Y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”? (Mat. 24:14.)

¿ABANDONAREMOS?

Desde su mismo comienzo, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha estado bajo el imperativo de evangelizar. Sus instituciones educativas y de otra índole y sus iglesias tienen una única razón de existencia, y ésta es la de evangelizar las metrópolis, ciudades, aldeas y pueblos del planeta. ¿Son menos urgentes los mandatos divinos porque vivamos en una sociedad opulenta y culta, dominada por el hombre urbano, que, aunque no es hostil hacia la iglesia, es enteramente indiferente a los llamados y exigencias del Evangelio? ¿Hemos de cruzarnos de brazos y cejar frente a estos obstáculos seculares y materialistas, o hemos de entregarnos a la tarea? Nosotros que pretendemos ver en nuestras calamidades domésticas e internacionales un inexorable movimiento hacia el pináculo de la historia humana necesitamos percibir de nuevo lo trágico que sería detener el empuje del evangelismo en esta hora decisiva.

¡NADIE ESTA EXENTO!

Un evangelista es un “portador de buenas nuevas”. ¿Quién, dentro de la iglesia, no está obligado a evangelizar? Puede haber evangelistas que no sean presidentes de asociaciones, o tesoreros, departamentales o administradores de instituciones; pero cada presidente, tesorero, departamental, administrador, docente, obrero médico, pastor y laico está llamado a evangelizar. No hay sustituto para el evangelismo de cada miembro. Ya sea que trabajemos en el departamento médico, educativo, de publicaciones, de asistencia social, de escuelas sabáticas, jóvenes, libertad religiosa o relaciones públicas, la tarea es una sola —¡evangelizar!

Al describir nuestros días, Jesús pintó un cuadro aterrador. Se levantarán falsos cristos y engañarán a las multitudes. Aumentarán las guerras y rumores de guerras. El hambre mundial asaltará de improviso. Muchos lugares serán devastados por terremotos. El sistema solar sufrirá sacudidas. Aumentarán la impiedad y la inmoralidad. El odio se intensificará. Se multiplicarán las dificultades raciales. Surgirán traidores. El amor se enfriará. El pueblo de Dios será perseguido. En medio de todo esto hay que predicar el Evangelio a toda nación. Este es nuestro imperativo y nuestra pauta.

LO MEJOR AÚN ESTÁ POR VENIR

Por tanto, como miembros de la Iglesia Adventista, y especialmente como dirigentes y ministros, levantemos nuestras cabezas, miremos hacia arriba y avancemos —porque nuestra redención está más allá de este mundo de terror. Mientras tanto necesitamos empeñarnos en la tarea de llevar el Evangelio a los hombres por todas partes. Aún no se han predicado los sermones más conmovedores. Todavía están por realizarse las campañas de más éxito. Aún debe hacerse lo mejor en la preparación y la distribución de las publicaciones llenas de la verdad. Todavía no se ha compuesto e interpretado la música evangélica que conmueva más las almas, y en todo campo de nuestras actividades denominacionales lo mejor está aún por verse.

No es éste el tiempo para ser engañados por la duda o el escepticismo, o por los que desconocen la Palabra de Dios y la venida de su Hijo; es más bien el tiempo para que nosotros unamos a nuestra fe un evangelismo lleno del Espíritu en escala mayor que nunca antes. Cualquiera sea el método de evangelismo que escojamos, usémoslo para hablar al mundo del amor de Dios que salva, que guarda y que redime.

Aunque seamos pocos, no se nos deja evangelizar con nuestra propia fuerza. Como los discípulos de antaño, tenemos la promesa del Espíritu Santo como motivación divina, el estímulo divino para la tarea. El tiempo corre. El ritmo apocalíptico se está acelerando. En las palabras de Churchill, nunca tantos dependieron de tan pocos. Aunque nuestras filas sean ralas, este próximo cuadrienio, con la ayuda de Dios, puede ser nuestra hora más gloriosa como ministros y laicos unidos para proclamar el mensaje del tercer ángel a toda nación, y tribu, y lengua y pueblo alrededor de la tierra.

¡Empeñémonos en la tarea!

Sobre el autor: Vicepresidente de la Asociación General.