En el cumplimiento de la misión, no se puede sólo planificar y experimentar la alegría de la producción. También hay que prestar atención a lo que se dice acerca de la reproducción.

La doctrina bíblica del sacerdocio de todos los creyentes podría favorecer la colaboración de los pastores y los laicos en el cumplimiento de la misión de predicar el evangelio. Esa “enseñanza bíblica firmemente establecida[1] no solamente tiene que ver con la naturaleza de la iglesia; al mismo tiempo, implica un desafío en cuanto a la manera en que debemos cumplir la misión. La naturaleza de la iglesia de acuerdo con 1 Pedro 2:1-10, sólo se puede comprender mediante una interpretación cristocéntrica y en concordancia con las seis metáforas que presenta el apóstol en estos pasajes.

La visión inspirada de Pedro acerca de la iglesia tiene como centro a Cristo. Para él, todo lo que el pueblo de Dios puede llegar a ser o realizar se concentra en la persona y la suficiencia de Cristo; cualesquiera que sean las formas de presentar las Escrituras, tanto las del Antiguo Testamento como las de los evangelios, Pedro las toma cristianas, y a menudo su interpretación es cristológica. ¿Qué evidencias tenemos de esto? En primer lugar, y aunque Pedro está definiendo la identidad del pueblo de Dios (1 Ped. 2:9), esa identidad nunca se confunde con la de Cristo: mientras que los creyentes son “piedras vivas”, por ejemplo, Cristo es “la piedra viva” (2:4); y aquí notamos que el artículo definido se usa con respecto a Cristo, mientras que la referencia a la iglesia va sin artículo. También observamos una diferencia entre “la piedra escogida”, que es Cristo (2:4), y los “elegidos” o escogidos (1:2), es decir, los cristianos.

En segundo lugar, se invita a los cristianos a desear a Cristo (2:2) y a acercarse a él (2:4); y eso es deseable porque él es el siervo de Dios sin pecado (1 Ped. 2:22-25; Isa. 53), y porque es la piedra (2:4-8). Esos pasajes, basados en el Antiguo Testamento, están conectados por un conjunto de ideas relacionadas con episodios de la experiencia de Jesús; de muchos de ellos Pedro fue testigo: su rechazo por parte de los dirigentes judíos a causa de que no se ajustaba a sus conceptos acerca del Mesías, su muerte y su resurrección. Aquí corresponde la imagen de la piedra, porque Jesús habló de su muerte y su resurrección (Mat. 16:21) y relacionó el templo con su cuerpo (Juan 2:19-22). Esas palabras también parecen estar relacionadas con la declaración “edificaré mi iglesia” y las expresiones citadas en su contra en ocasión del juicio, cuando se lo acusó de querer destruir y reedificar el templo (Mat. 26:61).

A partir de esta visión de Pedro se puede afirmar que la iglesia no está sólo en el mundo para dar testimonio de Cristo, sino también está en Cristo para dar testimonio ante el mundo. La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes se debe ver desde esta perspectiva cristológica; por lo tanto, es evidente que esta doctrina encuentra sus raíces en la persona y el ministerio de Jesús. Ese factor le otorga permanencia en el tiempo y, para sostener ese significado, toda doctrina se debe “basar en un reconocido factor permanente […] por ejemplo […] el sacerdocio de todos los creyentes se basa en el hecho de que nuestro gran Sumo Sacerdote lo es para todos (Heb. 4:4-16)”.[2] En otras palabras, esa doctrina, con su estela de bendiciones y responsabilidades, está conectada con el pasado por medio de la cruz y, al mismo tiempo, está en vigencia hoy para los cristianos del siglo XXI, porque “está intrínsecamente relacionada con el supremo sacerdocio de Cristo”.[3]

Seis metáforas

A partir de esa visión cristocéntrica, Pedro nos presenta la naturaleza de la iglesia mediante seis metáforas.[4] De acuerdo con 1 Ped. 2:5-10, éstas son las siguientes:

• “Piedras vivas” (1 Ped. 2:5).

• “Casa espiritual” (1 Ped. 2:5).

• “Real sacerdocio” (1 Ped. 2:9).

• “Linaje escogido” (1 Ped. 2:9).

• “Nación santa” (1 Ped. 2:9).

• “Pueblo adquirido por Dios” (1 Ped. 2:9).

¿Qué lecciones nos enseñan estas metáforas? ¿Qué tienen en común? Las metáforas de Pedro, al parecer, tienen como eje central a Cristo: todas colocan a Jesús en primer lugar, y a la iglesia en segundo. El énfasis de Pedro está en Cristo y su relación con su pueblo. Las metáforas verdaderamente describen al pueblo de Dios y su status sólo cuando está “en Cristo”. Esas características no son propias de la naturaleza del pueblo; se evidencian sólo en sentido derivado y en forma colectiva. Los creyentes son miembros del cuerpo de Cristo; no son el cuerpo de Cristo. Pedro nos recuerda que somos sacerdotes sólo como integrantes de la comunidad cristiana, es decir, de algo mayor que un individuo. A la luz de este concepto, el pueblo de Dios, en su totalidad, puede comprender mejor la naturaleza de su unidad “en Cristo” y, por consiguiente, aprovechar más sus privilegios y desempeñar mejor sus responsabilidades.

Otras enseñanzas derivadas de las metáforas de Pedro son las siguientes: En primer lugar -y por estar “en Cristo”-, hay una responsabilidad individual en cuanto al cumplimiento de la misión, y otra colectiva, que se expresa mediante el testimonio global de la iglesia. En segundo lugar, en relación con esa imagen colectiva de la iglesia encontramos las ideas de incorporación, unidad, diversidad, plenitud, pertinencia, autoridad, etc. Esa unidad es de carácter sobrenatural; es fruto de Ja obra del Espíritu Santo. Finalmente, en el pueblo de Dios todos son ministros porque se los ha designado para servir y se los ha dignificado como herederos de las promesas de Dios. Pero, al mismo tiempo, son laicos, porque su identidad se fundamenta en su pertenencia el pueblo de Dios.

Ahora bien, la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes es de especial importancia para los adventistas, porque sus raíces se encuentran en el Antiguo Testamento, ya que la interpretación que Pedro hace de esos pasajes en el Nuevo le otorga continuidad. íntimamente ligado a esto, el sacerdocio de todos los creyentes también encuentra su permanencia en el ministerio que ejerce actualmente Jesucristo como nuestro Sumo Sacerdote.

Un desafío

Desde 1972 hasta el año 2000, sólo cinco autores adventistas publicaron algo acerca de la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes.[5] Un resumen de esa escasa, pero significativa, producción literaria podría ser el siguiente:

• Ninguno de esos autores niega el fundamento bíblico de esta doctrina.

• Se hace un esfuerzo realmente serio para profundizar la comprensión de la función de los laicos en la iglesia.

• Se reconoce que el sacerdocio al que se refiere la doctrina es la predicación de la Palabra, el culto y la adoración.

• Se observa que existe una interpretación corporativa de la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes.

Pero es evidente que algunos de estos autores sólo citan la doctrina o se refieren a ella sin elaborarla ni recomendarla explícitamente. Parece oportuno preguntarse, al llegar a este punto, si esta doctrina se ha desvanecido del todo o si sólo se la ha aceptado parcialmente. Esa deficiencia, en términos de consistencia y coherencia entre la teoría teológica y la práctica, parece favorecer el hecho de que esta doctrina se interprete a la luz de los acontecimientos actuales, y no como el legado apostólico de Pedro. Por eso, cuando la preocupación es la evangelización, se recuerda la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes para apoyar el crecimiento cuantitativo de la iglesia.

En la actualidad, cuando se trata de la reproducción humana, la tendencia consiste en lograrla fuera del cuerpo; cuando se refiere a la evangelización, también es posible conseguir resultados fuera del cuerpo de Cristo. Pero cuando se la lleva a cabo dentro del cuerpo, con la participación de todos los sacerdotes o ministros, los resultados son mucho más estables. En el cumplimiento de la misión no sólo debe experimentarse la alegría de la producción (bautismos); también se debe atender a lo que la Palabra dice respecto de la reproducción (las ovejas deben producir otras ovejas). La Iglesia Adventista, a la luz de la gran comisión de Mateo 28, espera bautizar mucha gente, y si eso se hace desde la perspectiva de que con cada bautismo está naciendo un sacerdote, tanto mejor. No se nace sacerdote; el creyente se convierte en sacerdote cuando se bautiza.

Puesto que el sacerdocio de todos los creyentes es una verdad bíblica, una actitud pragmática o apologética dentro del ministerio no deja de cobrar, tarde o temprano, un elevado precio. El apóstol Pedro, aparentemente, desafía a la iglesia a considerar no sólo el concepto de iglesia con respecto a esta doctrina, sino también la relación que debe existir entre los pastores y los laicos. Promover y afirmar la importancia estratégica de los laicos puede inquietar a los pastores con respecto a su función; algo que también se debe considerar.

Por otro lado, la Biblia nos informa que Moisés no sintió amenazada su autoridad al compartir su liderazgo con otros dirigentes: su verdadero problema consistía en que estaba al borde del colapso físico y psíquico por no hacerlo (Éxo. 18:13-27). Aparentemente, su “ordenación al ministerio” implicaba el llegar a ser un líder colectivo dentro del cuerpo de Cristo.

Elena de White, al escribir acerca de 1 Pedro 2:1-10, describe las características espirituales y activas del sacerdocio de Dios; sus desafíos abarcan a los ministros y al pueblo del Señor por igual.

Una doctrina importante

La enseñanza del sacerdocio de todos los creyentes, abordada con espíritu de oración, tiene la capacidad de unir a todo el pueblo de Dios, pastores y laicos, en torno de la misión de la iglesia. Tanto la reflexión como la acción se deben llevar a cabo con una actitud de oración. La unidad entre ministros y laicos encuentra su causa y su consecuencia en la oración. Se halla en el mismo corazón de la doctrina, y se le debe conceder la debida importancia. La oración le da sentido y significado a esta enseñanza. Cuando la dedicación a la oración se apodera de la iglesia, desaparece toda actitud de competencia, división o supremacía; la oración es causa y consecuencia.

Es necesario colocar en su justa dimensión a esta doctrina. Si la justificación por la fe tuvo consecuencias importantes con respecto a la doctrina de Dios y del hombre en el protestantismo, el sacerdocio de todos los creyentes tiene, por lo menos, la misma importancia cuando se trata de definir lo que es la iglesia y, especialmente, cuando se trata de la relación entre los ministros y los laicos.

Las doctrinas son más importantes de lo que nos imaginamos. Para la iglesia son, esencialmente, lo que la columna vertebral es para el cuerpo. Le dan unidad y estabilidad; le proporcionan apoyo, y la capacitan para soportar la oposición y la persecución. La iglesia que descuida la enseñanza de sus doctrinas debilita a sus miembros, obra en contra de su unidad, disminuye la convicción en el pueblo y compromete su progreso en el futuro. Es imposible exagerar la importancia de la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes; esa verdad necesita que se la articule, se la predique y se la incorpore en la vida de la iglesia.

Sobre el autor: Rector de la Universidad Adventista de Chile.


Referencias:

[1] George Reid, Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General de la iglesia Adventista del Séptimo Día, monografía titulada “Toward an Adventist Theology of Worship” (Hacia una teología adventista relativa a la adoración).

[2] Millard J. Erickson, Christian Theology [Teología cristiana] (Grand Rapids: Baker Book House, 1990), p. 122. Íntimamente relacionado con lo dicho por Erickson, 11. Holmes dice que “Cristo no es sacerdote por herencia, y mucho menos por haber solicitado esa tarea”, y añade que “la autoridad de un sacerdote está relacionada […] con el sacerdocio de Cristo”. Un estudio más detallado de las opiniones de Holmes se encuentra en The Priest in the Community [El sacerdote en la comunidad] (Nueva York: The Seabury Press, 1978), p. 155.

[3] Cyril Eastwood, The Priesthood of all Believers [El sacerdocio de todos los creyentes] (Minneapolis: Augsburg Press, 1962), p. 238; citado por Oscar Feucht, Everyone a Minister [Cada cual un ministro] (St. Louis: Concordia, 1974), p. 45.

[4] 4 Desde el punto de vista literario moderno, una metáfora despierta la conciencia a las semejanzas, las comparaciones y las interacciones, y nos expresa lo que no se pude expresar. La metáfora se refiere a la idea de comprar dos entidades, junto con la fusión de ambas, para formar una nueva entidad a partir de las características de las dos. Lo más importante de una metáfora es que se la puede usar para formar las realidades de la gente. La metáfora de Pablo: “el cuerpo de Cristo”, por ejemplo, es más que una descripción; se refiere a un grupo de personas unidas con un propósito común.

[5] Gootfried Oosterwal, Mission: Possible [Misión: posible] (Nashville, Southern Publishing Association, 1972); Kim Johnson, Ministry (febrero de 1983), pp. 14-16; Rex D. Edwards, Ministry (noviembre de 1989), pp. 4-7; Alberto R. Timm, Theologika (Ñaña, Lima: facultad de Teología de la Universidad Unión Peruana, 1995), pp. 2-47; Carlos Martín, Lecciones de la Escuela Sabática (tercer trimestre del año 2000), p. 28, 29.