Ignorar el sábado es, en verdad, negarse a adorar a Dios, rechazándolo como nuestro Originador.

    En los Salmos, encontramos a Israel en adoración; una adoración que con frecuencia ocurre en sábado, “un santuario en el tiempo”.[1] Este concepto del Santuario en el tiempo, más que en un lugar, representa una reestructuración radical de la cosmología pagana. Los dioses paganos se revelan en lugares y por medio de elementos de la naturaleza. Pero, el Dios de Israel es santo, qadosh, que significa “Separado”. Él es separado, independiente de toda realidad creada. Y el epicentro de su encuentro es el tiempo, durante el sábado y a lo largo de la historia. Tal como lo señaló adecuadamente Abraham Heschel: “Cuando la historia comenzó, hubo solo una cosa santa en el mundo: la santidad del tiempo”.[2]

    Es más, la primacía del tiempo sobre el espacio como lugar de adoración se puede inferir del hecho de que la construcción del Tabernáculo (espacio sagrado) fue precedido por un recordativo de guardar y santificar el sábado (Éxo. 35:2). El sábado también sirvió como prefacio al mandato de reverenciar el Santuario (Lev. 19:30; 26:2). Esta prioridad del tiempo deprecia o desacraliza el espacio. Los elementos de la naturaleza llegan a ser materia, meros objetos, la creación de Dios. Dejan de ser dioses o “médiums” de lo divino. Desacralizados, ahora son capaces –“en su propia manera especial, en un lenguaje que no es ni perceptible al oído ni entendible para los seres humanos”[3] – de declarar la gloria de Dios y proclamar por sí mismos las obras de las manos de Dios (ver Sal. 19:1). Es más, cuando leemos en el Salmo 19 que “los cielos cuentan la gloria de Dios”, escuchamos una voz “que se burla de las creencias de los egipcios y los babilonios”,[4] especialmente su deificación del Sol, la Luna y las estrellas. No solo esto; además el salmo, en los versículos 7 al 11, conscientemente transfiere hacia la Torá los poderes judiciales y morales que los egipcios y los babilonios adjudican al Sol.

    También es fascinante que, en el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14, estos principios básicos vuelven a surgir en medio del conflicto final de la historia de esta Tierra.

EL ORDEN MORAL

    La naturaleza declara la gloria de Dios de manera majestuosa, ya sea en la tierra o en el cielo; sin embargo, no puede proporcionar valores morales ni guía espiritual a los seres humanos. La amoralidad de la naturaleza es la razón por la cual el Salmo 19:7 al 11 se vuelve hacia la Torá en busca de guía moral. Todos los poderes judiciales y morales, e incluso la terminología descriptiva empleada en la alabanza de la Torá, se hacen eco de la liturgia de la adoración al Sol. Pero el “vocabulario apropiado ha sido vaciado de su contenido pagano y se le ha dado nueva vida. No Jehová, el Dios de Israel, versus el dios del sol, sino su Torá la que está en el foco del contraste”.[5]

    En otras palabras, la polémica contra el paganismo está centrada en la Ley de Dios y en su soberanía sobre el individuo. En el versículo 11, el salmista, al llamarse siervo de Dios, se somete personalmente a la soberanía de la Torá. Para entender lo que implica esta sumisión, debemos recordar que la entrega de la Ley en el Sinaí estuvo precedida por “un doble éxodo: el éxodo de los patriarcas de Mesopotamia y el gran éxodo de Egipto”. En ambos casos, esto constituyó “un repudio vehemente de las versiones cósmicas tanto de Mesopotamia como de Egipto”.[6] En consonancia, vemos en el Sinaí que Dios crea un orden social, para la nación de Israel, que reflejaba la modalidad estructural inscrita en la Creación. En Génesis 1, Dios creó por medio de un proceso de separación y de distinción. Separó la luz de las tinieblas, el cielo de la tierra, y la tierra del agua, y los llenó con distintas especies de animales y de plantas; creó a Adán, y luego a Eva de una costilla que tomó de Adán. Coronando todo esto, separó el séptimo día del resto de los días y lo santificó.

    La historia de la Creación termina con el sábado; el Decálogo hace explícita referencia a la Creación en el cuarto Mandamiento (Éxo. 20:11). El sábado, por lo tanto, es el vínculo histórico entre la Creación y el Decálogo, o el pacto del Sinaí, señalando a Dios como el origen de ambos. Es más, la frase “Acuérdate del día de reposo” asume que el sábado había sido una práctica establecida antes del Sinaí. Luego, nuevamente, la mención explícita de que “en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay” (vers. 11) alude y subraya las separaciones y las distinciones que Dios inscribió en la Creación y que recreó en Sinaí.

LA SEPARACIÓN ENTRE LO SANTO Y LO PROFANO

    El intento divino, aquí, fue un nuevo orden moral, establecido y recubierto de santidad. Por eso en Levítico, cuyo tema es la santidad, las separaciones se extienden a las actividades mundanas: “No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos” (Lev. 19:19). El punto crucial aquí, tal y como lo señaló correctamente Lucien Scubla, es que “los hombres no deberían unificar cosas que Dios separó al crearlas, porque existe una estrecha relación entre la creación del mundo en Génesis y las prohibiciones de Levítico y Deuteronomio […] La creación divina es el proceso de ir del caos al orden. Por lo tanto, las prohibiciones prohíben el regreso al caos a partir del orden al mezclar cosas que Dios mismo separó”.[7]

    Es más, las graves inmoralidades y las grotescas monstruosidades del paganismo surgen a partir de la mezcolanza que realizaban entre lo sagrado y lo profano, lo humano y lo divino, lo humano y lo animal, lo natural y lo sobrenatural. En resumen, estaban invirtiendo el orden de la Creación. Al fusionar lo que Dios separó, esto recrea el caos primigenio; y este caos se evidencia en la esfera moral. Sin las distinciones entre lo sagrado y lo profano, todo es señalado como sagrado y moral. La iniquidad es presentada como piedad. Borrar las distinciones entre lo sagrado y lo profano lleva a la maldad desenfrenada. “Sus sacerdotes violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios; entre lo santo y lo profano no hicieron diferencia, ni distinguieron entre inmundo y limpio; y de mis días de reposo apartaron sus ojos, y yo he sido profanado en medio de ellos. Sus príncipes en medio de ella son como lobos que arrebatan presa, derramando sangre, para destruir las almas, para obtener ganancias injustas. Y sus profetas recubrían con lodo suelto, profetizándoles vanidad y adivinándoles mentira, diciendo: Así ha dicho Jehová el Señor; y Jehová no había hablado. El pueblo de la tierra usaba de opresión y cometía robo, al afligido y menesteroso hacía violencia, y al extranjero oprimía sin derecho” (Eze. 22:26-29).

    Así que ignorar el sábado es, de hecho, rechazar adorar a Dios; rechazar a Dios como el fundamento del origen y del ser. Para estar seguros, “el hecho de que Dios demande reverencia y adoración por sobre los dioses paganos se funda en que él es el Creador, y que todas las demás criaturas le deben a él su existencia”.[8] Y el “cuarto Mandamiento es, entre todos los diez, el único que contiene tanto el nombre como el título del Legislador”.[9] El sábado muestra que Dios es el propietario de la Tierra; así, abolirlo es usurpar las prerrogativas divinas.

    La inclusividad y el igualitarismo del sábado se demuestran en Isaías 56. Los extranjeros y los eunucos que adhieren a su pacto y santifican el sábado llegarán a ser –dice Dios– miembros plenos de la congregación de Israel, y gozarán de todas sus bendiciones espirituales: “Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (vers. 7). Si esto rememora la promesa abrahámica de bendición universal (Gén. 12:3), esta bendición encuentra su cumplimiento en Apocalipsis 14:6 y 7, en el evangelio eterno proclamado a cada nación, tribu, lengua y pueblo. Y en adoración, los muchos llegan a ser uno. Tal y como la promesa abrahámica comprendía una negación implícita de la declaración totalitaria de Babel de alcanzar la unidad primitiva contra Dios, el mensaje del primer ángel niega una declaración semejante por parte de Babilonia la grande (vers. 8).

EL MENSAJE DE LOS TRES ÁNGELES

    De manera significativa, el sábado es el tema central de esta negación. El “paralelo verbal directo entre Apocalipsis 14:7 (‘Aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas’) […] junto con los paralelos temáticos y estructurales, muestra que la última parte del mensaje del primer ángel constituye una alusión clara y directa al cuarto Mandamiento de Éxodo 20:11”.[10] Y el cuarto Mandamiento, a su vez, alude directamente a la Creación; a las distinciones ordenadas divinamente, que polemizan con el cosmos pagano totalmente abarcador y su confusión entre lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual, lo religioso y lo político.

    El vínculo estrecho entre el sábado y la santidad es lo que hace del sábado una verdad probatoria en la batalla final entre el bien y el mal, entre Cristo y el anticristo. Es más, dado que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19), entrar en el sábado es mudarse de un universo moral a su opuesto. Y rechazar mudarse para entrar en el sábado es rechazar adorar a Dios, el Creador. Por esta razón, el mensaje de los tres ángeles está colocado en el contexto del Juicio y acompañado por la seria advertencia respecto del inminente derrama‐ miento de la ira de Dios. Y la advertencia significa misericordia: para que podamos escapar del “fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat. 25:41).

Sobre el autor: Magíster en Teología y escritor independiente, reside en Calgary, Alberta, Canadá.


Referencias

[1] Abraham Joshua Heschel, The Sabbath: Its Meaning for Modern Man (New York: Farrar, Straus and Giroux, 1951), p. 29.

[2] Ibíd., p. 9.

[3] Nahum M. Sarna, On the Book of Psalms: Exploring the Prayers of Ancient Israel (New York: Schocken Books, 1993), p. 80.

[4] Henri Frankfort et al., The Intellectual Adventure of Ancient Man: An Essay on Speculative Thought of the Ancient Near East (Chicago, IL: University of Chicago Press, 1946), p. 363.

[5] Ibíd., p. 92.

[6] Peter L. Berger, The Sacred Canopy: Elements of a Sociological Theory of Religion (New York: Anchor Books, 1967), p. 115.

[7] Lucien Scubla, “The Bible, ‘Creation,’ and Mimetic Theory”, Contagion: Journal of Violence, Mimesis, and Culture 12-13 (2006), p. 16.

[8] Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 348.

[9] Ibíd., p. 315.

[10] John T. Baldwin, “Revelation 14:7: An Angel’s Worldview”, en Creation, Catastrophe and Calvary, ed. John Templeton Baldwin (Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Assn., 2000), p. 19.