La supervivencia del sábado (conclusión)
Es realmente asombroso que el sábado haya sobrevivido en la historia de la Iglesia Cristiana. Los cristianos empezaron muy pronto a guardar el domingo y éste, aunque no sustentado por las Escrituras, se convirtió con el tiempo en rival del sábado.
Como resultado de la intensa animosidad cristianojudía, los jefes de la Iglesia dieron al sábado carácter judaico y apartaron de su observancia a la grey. Y la adopción del primer día de la semana—día del sol—para el culto, satisfizo en especial a los adoradores del sol, vale decir, los paganos conversos o semiconversos.
Tan pronto como la Iglesia llegó a ser institución legal dentro del Imperio Romano, los jefes de ella—en especial el obispo de Roma— pactaron con el Estado para hacer del domingo el día oficial de culto. No sólo se lo hizo para unir paganos y cristianos en torno de un día generalmente aceptado. La Iglesia de Roma propició deliberadamente la iniciativa viendo en ello una oportunidad para hacer del domingo un instrumento para la afirmación de su autoridad. Por si no bastaran estas tentativas, en una época de educación y espiritualidad decadentes, se hizo prevalecer la superstición de las masas para convertir el domingo en un día sagrado.
Es extraordinario que bajo tales circunstancias haya subsistido en la Iglesia Cristiana la observancia del sábado. Pero el hecho es que sobrevivió y su supervivencia puede ser establecida a través de los primeros siglos de la Era Cristiana y en la Edad Media. Se la advierte en tiempos de la Reforma y en los siglos XVII y XVIII. Y el siglo pasado y el presente se destacan por el énfasis renovado y pujante con que se observa el séptimo día, el sábado bíblico.
En los primeros siglos, no obstante la presión de los jerarcas de la Iglesia en centros tan importantes como Roma y Alejandría, todos los cristianos guardaban el sábado. Examinaremos evidencias de la realidad de esta última aseveración que proceden de escritores cristianos de la época, pero antes oigamos el testimonio de algunos eruditos, honradores del domingo, acerca de la observancia del sábado.
José Bingham, uno de los más diligentes y minuciosos eruditos que haya producido la Iglesia de Inglaterra, vivió en el siglo XVIII. Notemos lo que este observador del domingo dice, en su libro “Origines Eclesiástica” (Orígenes de la Iglesia Cristiana), primera sección del capítulo 3 del tomo 20, tocante a la primitiva observancia del sábado:
“Además del día del Señor, los antiguos cristianos guardaban celosamente el sábado, o séptimo día, el consabido día de reposo judaico. Algunos lo consideraban día de ayuno; otros, de festividad; pero todos estaban de acuerdo en que era día muy solemne de culto religioso y adoración. En la iglesia de Oriente los sábados eran festivos, excepto uno, ‘el Gran Sábado’—que caía entre el ‘Buen Viernes’ y el ‘Día de Oriente, —en que nuestro Salvador permaneció en el sepulcro; invocando este motivo, se guardó dicho sábado como día de ayuno en toda la iglesia.”
Es éste un testimonio interesante de parte de alguien que examinó concienzudamente todas las fuentes en idioma original. Es verdad que el Sr. Bingham admitió en sus escritos que los cristianos observaban el domingo, pero no debemos olvidar que también reconoció que guardaban el sábado. La observancia del sábado se destaca por no haber sido interrumpida desde el tiempo de Cristo y los apóstoles hasta llegar a nuestros días.
Debe notarse también que en el Oriente se lo consideraba como festividad, esto es, día de alborozo espiritual en que los cristianos asistían a la iglesia, prestaban adoración gozosa y disfrutaban de la verdadera fraternidad cristiana. Fue en Occidente, bajo la influencia de la Iglesia de Roma, donde se hizo del sábado un día triste al convertirlo en solemne día de ayuno.
Veamos el testimonio de otro erudito, Juan C. Gieseler, uno de los más profundos y versados historiadores eclesiásticos surgidos en Alemania en el siglo XIX. En el párrafo 53, capítulo 3, división 2, apartado I de su “Compendium of Ecclesiastical History,” leemos:
“Se observaban como festividades el domingo y el sábado; este último, sin superstición judía.”
Gieseler reconoce que se guardaba el sábado y aclara que los cristianos primitivos evitaban hacerlo con el formalismo judío que Cristo condenara tan vigorosamente.
Pero ¿qué afirman al respecto los mismos cristianos primitivos? Los testimonios anteriores, debemos recordarlo, procedían de observadores del domingo, que por serlo no tenían el menor interés en hacer resaltar la supervivencia del sábado, sino que daban por sentado el carácter legítimo del domingo y en consecuencia sólo al pasar mencionaban que se guardaba el séptimo día. Su testimonio es, sin embargo, el de mayor valor.
Ya hemos leído la declaración de Justino Mártir, la primera que se hace en los Padres concerniente a la observancia del domingo—de que era en el “día del sol” cuando los cristianos celebraban su culto religioso. En este testimonio, dirigido al emperador, evita cuidadosamente mencionar el hecho de que algún cristiano observase el sábado. Sería sin duda para impedir que el emperador identificase estrechamente a los cristianos con los aborrecidos judíos.
Pero ese mismo Justino Mártir —apologista sirio que escribió en Roma— reconoció que los cristianos observaban el sábado, al referir el caso de un judío llamado Trifón que había atacado a los cristianos. Justino no simpatizaba con Trifón ni con los judíos ni con la observancia del sábado. Pero en el capítulo 47 de su “Diálogo con Trifón” procura ser “tolerante” en su actitud hacia los cristianos honradores del sábado. Y hace esta concesión: “Sostengo que debiéramos unirnos a ellos (los observadores del sábado) y estar de su parte en todo como semejantes y hermanos.”—”The Ante-Nicene Fathers” tomo 1, pág. 218. Por ser éste un testimonio a regañadientes acerca de la observancia cristiana del sábado, es más terminante.
Hemos de aludir ahora a otro testigo de Occidente que intentó terminar con la observancia del sábado. Tertuliano, que tal es su nombre, fue un prominente escritor cristiano del norte de África, que murió por el año 235 de la era cristiana. Manifestaba profundo interés en la observancia del domingo y sostenía que debía guardarse este día en conmemoración del feliz suceso de la resurrección de Cristo. Opinaba que no se debía ayunar ni orar de rodillas en domingo, y le disgustaba que los cristianos sabáticos insistiesen en que no se orase en posición genuflexa los días sábados. En su ensayo “Sobre la Oración,” capítulo 23, dejó apuntadas estas observaciones:
“En cuanto a ponerse de rodillas, también la oración es objeto de diferencias en el ritual debido a que algunos se abstienen de arrodillarse en sábado; y siendo que esta discrepancia será tratada particularmente en las iglesias, el Señor ha de conceder su gracia para que se depongan los disentimientos o bien se tolere es opinión sin ofensa para otros.”—”The Ante-Nicene Fathers” tomo 3, pág. 689.
Con gran esfuerzo procuraba Tertuliano ser amable con los observadores del sábado que deseaban que su día de descanso fuese una ocasión de culto feliz y sin obstáculos. Declaró que, por consideración a los demás, debían arrodillarse el sábado en oración pública, como lo hacían los cristianos observadores del domingo. Y aunque aclaró que éstos no se arrodillaban en domingo, es igualmente evidente que asistían a las iglesias y que se arrodillaban en oración los sábados. Virtualmente todos los cristianos adoraban, de una u otra manera, en el día sábado.
Un maestro de Alejandría llamado Orígenes, contemporáneo de Tertuliano, aunque observador del domingo, no dudaba de la virtud implicada en la observancia del sábado y refiere cómo era guardado este último por los cristianos. Se proponía hacer contrastar la observancia del séptimo día de los cristianos con las prácticas judías, al decir:
“Después de la festividad del sacrificio continuo (la crucifixión) viene la festividad segunda del sábado, y es apropiado que quienquiera sea justo entre los santos guarde también la que corresponde al sábado. ¿Qué es en realidad la festividad del sábado sino aquella de que habló el apóstol cuando dijo: ¿Por tanto, queda un “sabbatismus,” esto es, una observancia del sábado, para el pueblo de Dios? (Heb. 4:9). Olvidando cómo guardaban el sábado los judíos veamos qué clase de observancia se espera del cristiano. No ha de realizarse en ese día ningún acto mundano. Y al cesar las obras del mundo quedáis libres para las obras espirituales, vais a la iglesia, prestáis oído a las lecturas y discusiones divinas, pensáis en las cosas celestiales, os preocupáis de la vida futura, mantenéis presente el juicio venidero y dejáis de reparar en las cosas actuales y visibles para dedicaros a las futuras e invisibles: tal es la observancia del sábado cristiano.”—”Homily on Numbers 23,” párr. 4, en Migne; “Patrología Graeca,” tomo 12, cols. 749, 750. (Traducción del autor.)
Un desconocido contemporáneo de Orígenes residente en un lugar cercano a Alejandría, se interesaba también en gran manera en la observancia del sábado. Un papiro encontrado en Oxirrincos, Egipto, en los últimos años del siglo XIX y que data del año 200 o 250 de nuestra era cita en favor del verdadero día de reposo un supuesto dicho de Jesús. Aunque sabemos que Cristo fue un fiel observador del sábado—y exclusivamente de ese día, —las Escrituras no registran el dicho que le atribuye el papiro y que reproducimos a continuación: “A menos que hagáis del sábado un verdadero sábado (‘sabaticéis el sábado,’ en griego), no» veréis al Padre.”—Bernard P. Grenfell y Arthur S. Hunt, “The Oxyrhynchus Payri”, pág. 3, discurso 2. vers. 4-11 (Londres: oficinas Del “Egypt Exploration Fund,” 1898). Evidentemente había en Egipto en el siglo III, cristianos observadores del sábado que creían que ése era realmente un dicho de Jesús.
Existe otro documento de los primeros tiempos que describe la observancia cristiana del sábado. Se le llama “Constituciones de los Santos Apóstoles.” No fue escrito por los apóstoles. Se lo supone compuesto durante los siglos III y IV, y con toda probabilidad fue producto de escritores de la iglesia de Oriente, aunque se desconoce el nombre del autor, o de los autores. La más somera lectura revela que en los primeros siglos los cristianos observaban tanto el séptimo día de la semana, el sábado, como el primero, el domingo.
En el capítulo 36, sección 5 del segundo tomo, se encarece así el deber de honrar el sábado:
“Observarás el sábado por causa de Aquel que cesó en su obra de creación, mas no en las obras de su providencia: es un descanso para meditar en la ley y no para ociosidad de las manos.”—”The Ante-Nicene Fathers” tomo 7, pág. 413.
El libro “Constituciones” hace provisión para que los cristianos adoren en el templo a Dios todos los días, pero destaca la necesidad de adorarle no sólo en domingo “sino principalmente en sábado.”
“Reuníos todos los días de mañana y de noche en la casa del Señor para cantar salmos y orar; por la mañana repetiréis el salmo 62 y por la noche el 140, principalmente en día sábado. Y en el de la resurrección de nuestro Señor, que es el día del Señor, reuníos con mayor diligencia, alabando a Dios porque hizo el universo por medio de Jesús, que nos envió, al cual permitió que sufriera y levantó después de los muertos.”—”Constituciones” tomo 2, sec. 7, cap. 59, citado en “The Ante-Nicene Fathers” tomo 7, pág. 423.
En este interesante documento aparece una oración dedicada a Dios, que da énfasis a la observancia del sábado y del domingo:
“¡Oh, Señor todopoderoso! Creaste el mundo por medio de Cristo y señalaste el sábado en memoria de ello porque en ese día nos hiciste descansar de nuestras obras para que meditemos en tus leyes… El [Cristo] sufrió por nosotros, porque tú lo permitiste, y murió y se levantó otra vez por tu poder; por esa razón nos reunimos solemnemente para celebrar la festividad de la resurrección en el día del Señor, regocijándonos en Aquel que venció a la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad… Tú les diste la ley, o Decálogo, que fue promulgada con tu voz y escrita de tu mano. Indicaste la observancia del sábado, no para que fuese día de ocio sino ocasión de piedad, con el propósito de que conociesen tu poder y la prohibición del mal. Los rodeaste como de un círculo santo por causa de la doctrina, para que se regocijasen en el séptimo período.”— “Constituciones” tomo 7. sec. 3. cap. 36. citado en “The Ante-Nicene Fathers” tomo 7. pág. 474.
Por último, uno de los autores de este documento pretende escribir en nombre de Pedro y Pablo y muestra sentirse muy cómodo con una moderna semana de cinco días.
“Yo Pedro y Pablo establezco las siguientes constituciones: que los esclavos trabajen cinco días, pero que en el sábado y en el día del Señor se los deje en libertad de ir a la iglesia para ser instruidos en la religión. Hemos dicho que el sábado es por causa de la creación, y el día del Señor, a consecuencia de la resurrección.” —”Constituciones” tomo 8. sec. 4. cap. 33, citado en “The Ante-Nicene Fathers” tomo 7, pág. 495.
Sin lugar a dudas los que escribieron las “Constituciones de los Santos Apóstoles” creían en la observancia del sábado. Guardaban el domingo, pero creían que el sábado debía también ser observado y abogaban en favor de ello.
Como ya dijimos, el concilio de Laodicea sancionó con toda claridad en el canon 16 el culto público regular en sábado. Basilio, a quien se considera uno de los grandes padres de la Iglesia de Oriente, incluyó el sábado entre los días de la semana en que él celebraba la comunión. En una de sus cartas dice al respecto:
“Yo, ciertamente, comulgaba cuatro veces por semana: el día del Señor, el miércoles, el viernes y el sábado. Y los otros días, si se conmemoraba a algún santo.”—Carta 93. en “Nicene and Post-Nicene Fathers” 2a. Serie, tomo 8. pág. 179.
La observancia del sábado era también corriente alrededor del año 400 de nuestra era entre los monjes de la Iglesia, especialmente en Oriente. Un hombre llamado Juan Casiano, que viajó extensamente visitando los monasterios orientales, se trasladó luego a Francia donde, en un monasterio, escribió dos importantes ensayos sobre la vida de reclusión. Al opinar sobre el método de vida de los monjes, nos dice que observaban el sábado. Y expresa:
“Por consiguiente, excepto en las vísperas y los maitines, no se realiza entre ellos culto público durante el día, como no sea en sábado y domingo, cuando se reúnen a la hora tercera (las nueve) para celebrar la santa comunión.” —”Institutos,” tomo 3, cap. 2, citado en “Nicene and Post-Nicene Fathers” 2a. serie, torno 11, pág. 213.
“Esos días—sábado y domingo—y los días de guardar, en los cuales es costumbre que los hermanos se encarguen del almuerzo y la cena, no se recita salmo por la noche… Se hace una simple oración y se cena; luego, al levantarse, se concluye sólo con oración.”—Id., tomo 3, cap. 12, en “Nicene and Post-nicene Fathers,” 2a. serie, tomo 11, pág. 218.
Casiano cuenta también de un ermitaño cuyas costumbres religiosas muestran que el sábado se observaba aún:
“Constantemente se privaba de alimento; el sábado y el domingo iba a la iglesia para el culto y al hallar algún extranjero lo llevaba de inmediato a su celda.”—Id., lib. 5. cap. 26, en “Nicene and Post-Nicene Fathers,” 2a. serie, tomo 11, pág. 243.
Aun cuando Roma procuró sembrar en Occidente el menosprecio del sábado, no lo logró plenamente. Ambrosio, uno de los grandes obispos de la Iglesia de Oriente, oficiaba en Milán, norte de Italia, en las postrimerías del siglo IV. Era observador del domingo, pero ignoraba la exigencia de Roma de que se practicase el ayuno en sábado. Paulino, el biógrafo de Ambrosio, dice en “Life of St. Ambrose” (La Vida de San Ambrosio), cap. 38: “Pasaba día y noche en continua oración; dormía poco y ayunaba todos los días, excepto el sábado y el domingo, días en que almorzaba solamente.”
Un discípulo de Ambrosio, Agustín—el gran obispo de la iglesia norafricana de Hipona, que murió en el año 430, —seguía la práctica de Ambrosio en este respecto y no estaba de acuerdo en inducir a los cristianos a ayunar en sábado en obediencia a Roma. Lo demuestra en una carta dirigida a Jerónimo, que lleva el número 82 de su colección, en la que se lee en el párrafo 14:
“Estimaría un favor me informase vuestra sinceridad si un santo procedente de Oriente que llega a Roma sería culpable de disimulo al ayunar el séptimo día de la semana, excepto el sábado anterior a la pascua de resurrección. Porque si decimos que es ilícito ayunar en el séptimo día, condenamos no sólo a la Iglesia de Roma sino también a muchas otras iglesias, tanto cercanas como distantes, en las que perdura tal costumbre. Si, por el contrario, declaramos ilícito el no ayunar en sábado, ¡cuán presuntuosos seríamos al censurar a tantas iglesias de Oriente y juntamente con ellas la mayor parte del mundo cristiano!”—En “Nicene and Post-Nicene Fathers,” la. serie, tomo 1, págs. 353, 354.
Agustín demuestra aquí que en su época se observaba el sábado “en la mayor parte del mundo cristiano,” y su testimonio a este respecto es de la mayor importancia, ya que se trata de un fervoroso y constante observador del domingo.
Pero más extraordinario aun es el relativo a la observancia del sábado en el siglo V que presentan dos historiadores eclesiásticos: Sócrates y Sozomeno, que murieron un poco antes del año 450. En su “Historia Eclesiástica,” tomo 5, capítulo 22, Sócrates deja la siguiente constancia:
“Porque, aunque casi todas las iglesias del mundo celebran los misterios sagrados el sábado de cada semana, los cristianos de Alejandría y Roma, basados en alguna tradición antigua, han dejado de hacerlo.”—”Nicene and Post-Nicene Fathers,” 2a. serie, tomo 2, pág. 132.
Sozomeno declara algo semejante en su “Historia Eclesiástica,” tomo 7, capítulo 19:
“La gente de Constantinopla y de casi todas partes se reúne en sábado tanto como en el primer día de la semana, lo cual es una costumbre que nunca se observa en Roma o Alejandría. En algunos pueblos y ciudades de Egipto, contrariamente a lo establecido en otras partes, la gente se reúne los sábados por la noche y aunque haya cenado participa de los misterios.”—En “Nicene and Post-Nicene Fathers,” 2a. serie, tomo 2, pág. 390. Son declaraciones reveladoras. Prácticamente en toda la cristiandad los creyentes continuaban reuniéndose los sábados en las iglesias hasta el año 450 de nuestra era.
Hay dos marcadas excepciones. Dos iglesias que una vez observaron el sábado y dejaron de hacerlo por influjo de la tradición. Una de ellas fue la de Alejandría. Allí los maestros filósofos que la presidieron hicieron hincapié en la observancia del domingo, con sus interpretaciones alegóricas de las Escrituras, como lo demuestran sus escritos. Su influencia condujo al abandono de la observancia del sábado y apartó a los creyentes de Alejandría de la sencillez de la verdad bíblica.
Roma también—dicen Sócrates y Sozomeno —abandonó la observancia del séptimo día. Esto está perfectamente acorde con la actitud de Roma hacia los mandamientos de Dios y en particular hacia el sábado. Esta iglesia se había caracterizado por sustituir los mandatos de Dios por preceptos de hombres. Hizo lo mismo que fuera tan severamente condenado por Cristo en los fariseos. (Mat. 15:9, 13.) En ambas iglesias se apartó al pueblo de la observancia del sábado. En muchas otras iglesias se lo guardaba aún.
¡Cuánto habrá desagradado al papa Gregorio de Roma hallar observadores del sábado en su propio territorio! En la primera carta del libro 13 de sus Epístolas dice con gran amargura: “Ha llegado a mi conocimiento que ciertos hombres perversos han sembrado entre vosotros falsedades que se oponen a la santa fe, como el prohibir que se trabaje en sábado. ¿Qué otra cosa podré llamarlos sino predicadores del anticristo?” Sabemos cómo contestar al papa Gregorio. Los tales no eran predicadores del anticristo. Eran predicadores que obedecían los mandamientos de Dios y servían a Cristo, Señor del sábado. Al exaltar el sábado no predicaban una fe corrompida sino la verdad de las Escrituras.
Pero Gregorio era fiel a lo que Roma intentó durante los primeros siglos y continúa haciendo hasta el presente. Poseía el espíritu del “cuerno pequeño” de Daniel 7:8, 25, del cual se dice que “pensará en mudar los tiempos y la ley.”
El reavivamiento en la observancia del verdadero día de reposo que comenzara en el siglo XVI, se ha manifestado fervorosa y decididamente en los últimos cien años. La profecía de Apocalipsis 14:12 referente al tiempo de la segunda venida de Cristo identifica con estos términos a los fieles cristianos de la época final: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús.” Los observadores del sábado de todo el mundo cumplen hoy estas palabras en obediencia a Cristo.
Ello no significa guardar algunos mandamientos, ni guardar los que se quiere, de la manera como se desea. Antes bien, significa observar los diez mandamientos, inclusive el cuarto, como Dios quiere que sean observados. Y hay un pueblo que lo hace sirviendo a Cristo fervorosa, exitosa y marcialmente por todo el mundo, con la fuerza que le da Cristo. El sábado ha sobrevivido a través de los siglos porque es voluntad de Dios que así sea.