La obra de un ministro es sagrada, por lo mismo, cualquiera que aspire a serlo ha de entrar con temor reverente y con la seguridad de que en algún momento de su vida Dios lo llamó a su obra. Por el llamamiento original (vocación), por su formación académica (preparación), y por la experiencia adquirida (desarrollo), se dice que “el ministro nace y se hace”.

Dios ha llamado a sus siervos en diferentes formas y circunstancias:

A Moisés lo llamó desde la zarza que ardía pero que no se consumía: “Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí” (Exo. 3:4).

El caso de Gedeón fue diferente. Se le llamó mientras trabajaba: “Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas. Y el ángel de Jehová se le apareció, y le dijo: Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (Juec. 6:11-12).

A Samuel Dios lo llamó siendo todavía un niño: “Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí” (1 Sam. 3:3-4).

A Jeremías Dios lo escogió para profeta desde antes de nacer: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5).

Jesús personalmente llamó a Simón y a su hermano Andrés: “Andando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Mar. 1:16-18).

La importancia de la obra del ministro

La obra pastoral es solemne y muy importante. “La obra mayor, el esfuerzo más noble al que pueden dedicarse los hombres, es mostrar al Cordero de Dios a los pecadores. Los verdaderos ministros son colaboradores del Señor en el cumplimiento de sus propósitos”.[1]

“El ministro ocupa el puesto de portavoz de Dios a la gente, y en pensamiento, palabras y actos, debe representar a su Señor”.[2]

“Hay lecciones que podemos aprender de la experiencia de los apóstoles. La lealtad de estos hombres a sus principios era tan firme como el acero. Eran hombres que no desmayaban ni se desalentaban. Estaban llenos de reverencia y celo por Dios, llenos de propósitos y aspiraciones nobles. Ahora se necesitan obreros de ese carácter, hombres que quieran consagrarse sin reservas a la obra de representar el reino de Dios ante un mundo que yace en la maldad”.[3]

El trabajo ministerial, es más que el ejercicio de una profesión común, es una misión sagrada, asignada por Dios a una persona. En tiempos del antiguo Israel, Dios designó a Aarón y sus hijos que eran de la tribu de Leví (Heb. 5:4). En el tiempo de la iglesia cristiana primitiva, a los apóstoles se les llamó dulos, que significa siervos o esclavos. En la actualidad los verdaderos pastores siguen siendo esclavos de Dios a quien le han dado voluntariamente sus vidas y que han aceptado la misión que les ha encomendado.

Las prioridades en la obra del ministro

El dilema de un ministro es programar y valorar sus actividades de acuerdo con una sabia definición de las prioridades. La tendencia general es dedicar más tiempo a los programas de la iglesia que a la misión de la iglesia. Los ministros, particularmente los ministros jóvenes, pueden pasarse todo el año sirviendo a la iglesia, pero muy poco sirviendo a Dios. “Se puede trabajar en la viña del Señor y olvidarse del Señor de la viña”. Por tanto, es sumamente importante que el pastor sepa valorar y evaluar su trabajo de acuerdo con una sabia escala de prioridades. ¿Cuáles son, en esencia, las prioridades de un ministro?

1. El ministro y su relación con Dios y su familia

Cuando Jesús llamó a sus discípulos, lo hizo para que desempeñasen dos funciones primordiales, aunque no eran las únicas. Marcos dice: “Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar” (Mar. 3:13-14).

Podríamos decir que Jesús divide el trabajo del ministro en prioridades internas y externas; es decir, aquellas que tienen que ver con su relación personal con Dios y su familia, y aquellas que tienen que ver con la iglesia y el mundo exterior.

La frase, “para que estuviesen con él”, es de gran significado y aplicación omniabarcante. Tiene que ver con la vida íntima del obrero, su relación vertical y horizontal con Dios. De allí la necesidad de tomar en cuenta este consejo: “Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: ‘Tómame, oh Señor, como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en ti’”.[4]

Dentro de la prioridad interna está también la preparación física, intelectual, anímica y psicológica del obrero, cuyo análisis está fuera de los límites de este artículo pero es deber suyo consultar el Manual para ministros, el libro Obreros evangélicos, y otras fuentes importantes que tratan estos temas ampliamente.

Un factor que no podemos pasar por alto en esta línea de pensamiento es la relación del pastor con su familia. De hecho, todos sabemos que el éxito o fracaso de un pastor, tiene mucho que ver con su relación con el hogar y la vida familiar. Por ejemplo, San Pablo dice: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1 Tim. 3:1-5).

Es recomendable que el obrero reflexione en las siguientes citas, antes que sea demasiado tarde: “Dios quiere que en su vida en el hogar, el que enseña la Biblia ejemplifique las verdades que presenta. La clase de hombre que sea tendrá mayor influencia que lo que diga. La piedad en la vida diaria dará poder al testimonio público. Su paciencia, su carácter consecuente y el amor que ejerza impresionará corazones que los sermones no alcanzarían.

“Los deberes propios del predicador lo rodean lejos y cerca; pero su primer deber es para con sus hijos. No debe dejarse embargar por sus deberes exteriores hasta el punto de descuidar la instrucción que sus hijos necesitan. Puede atribuir poca importancia a sus deberes en el hogar, pero en realidad sobre ellos descansa el bienestar de los individuos y de la sociedad.

“En extenso grado, la felicidad de los hombres y mujeres y el éxito de la iglesia dependen de la influencia ejercida en el hogar. Hay intereses eternos implicados en el debido desempeño de los deberes diarios de la vida. El mundo no necesita tanto a grandes intelectuales como a hombres buenos que sean una bendición en sus hogares.

“Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo. En el día de ajuste final de cuentas, Dios le preguntará qué hizo para llevar a Cristo a aquellos de cuya llegada al mundo se hizo responsable. El mucho bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que él tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus propios hijos”.[5]

En vista de que mucho depende de la esposa, por no decir que el 50 por ciento del éxito de la vida familiar, es necesario que el ministro joven se fije bien con quién se casará. También la esposa del pastor “nace y se hace” (viene con esa vocación y se desarrolla). El obrero soltero ha de estudiar con diligencia este tema y tomar muy en cuenta los consejos de pastores de mayor experiencia y leer con atención lo que se ha escrito al respecto y, sobre todo, pedir la dirección divina, ya que de ello depende en gran medida su futuro ministerial.

La esposa del pastor también ha de tener prioridades de acuerdo con su propio papel, y aunque en la actualidad ocupa mucho tiempo en trabajos fuera del hogar, y puede ayudar en variadas actividades de la iglesia, conforme a los dones que Dios le dio, la inspiración lo ha dicho y la experiencia ha demostrado que el primer campo misionero de la esposa del pastor es su propio hogar. Las declaraciones siguientes, en este aspecto, son importantes:

“Si entran en la obra hombres casados, dejando a sus esposas en casa para que cuiden a los niños, la esposa y madre está haciendo una obra tan grande e importante como la que hace el esposo y padre. Mientras que el uno está en el campo misionero, la otra es misionera en el hogar, y con frecuencia sus ansiedades y cargas exceden en mucho a las del esposo y padre.

“La obra de la madre es solemne e importante, a saber, la de amoldar las mentes y formar el carácter de sus hijos, prepararlos para ser útiles en la vida, e idóneos para la venidera e inmortal.

“El esposo puede recibir honores de los hombres en el campo misionero, mientras que la que se afana en casa no recibe reconocimiento terreno alguno por su labor; pero si trabaja en pro de los mejores intereses de su familia, tratando de formar su carácter según el Modelo divino, el ángel registrador la anotará como una de las mayores misioneras del mundo’’.[6]

2. Rol misional: prioridad externa

La frase de Jesucristo, “para enviarlos a predicar’’, define la mayor prioridad externa del ministro, y tiene que ver con la misión de la iglesia. Los programas y actividades generales de la iglesia, deben ser recursos de capacitación para realizar esta obra.

“Los ministros de Dios deben entrar en íntima comunión con Cristo, y seguir su ejemplo en todas las cosas… El ganar almas para el reino de los cielos debe ser su primera consideración’’.[7]

Cuando la iglesia le quita tiempo al ministro, organizando programas, resolviendo problemas personales de los miembros, “apagando fuegos aquí y allá” como los bomberos, haciendo el trabajo que los hermanos y oficiales pueden hacer (Hechos 6:1-4), ese pastor no está cumpliendo su verdadero rol misional, y un día Dios le pedirá cuentas de las dos grandes encomiendas: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; y, “apacienta mis ovejas” (Mat. 28:19; Juan 21:15-17).

Por lo general, si un ministro joven, o uno que es cambiado de distrito, y por varios meses o años no gana almas, y no hace visitas pastorales, él mismo se desanima, o se le pide que se dedique a otra cosa.

La iglesia que hace muchas actividades, menos evangelismo, no crece y está destinada a morir. El escritor Jesse M. Bader dice: “El evangelismo no solamente es el único negocio de la iglesia, sino el primer negocio de la iglesia, y lo que Jesucristo puso en primer lugar, es mejor que su iglesia no se atreva a ponerlo en segundo”.

“Evangelizar no es una opción. Es un imperativo divino. La iglesia debe evangelizar o perecer. No hay otra alternativa. La obra de evangelizar es la tarea más grande del mundo. Lo que la primavera es para la tierra, lo que la luz del sol es para las flores, lo que el bote salvavidas es para el náufrago, lo es el verdadero evangelismo para un mundo en pecado”.[8]

El rol pastoral del ministro

La obra pastoral del ministro también es un imperativo divino. Jesús manejó esta actividad como una evidencia y prueba de amor. Por tres veces le preguntó a Pedro “¿me amas?” En Juan 21:17 dice: “Le dijo la tercera vez, Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas”.

El ministro debe tomar muy en serio el programa diario de visitación pastoral. Debe planear esta importante actividad sobre una base diaria, semanal y mensual a fin de lograr objetivos definidos en los hogares de los miembros. “Un verdadero pastor tendrá interés en todo lo que se relacione con el bienestar del rebaño, y lo guiará, apacentará y defenderá.

“Cuando un predicador ha presentado el mensaje evangélico desde el púlpito, su obra no ha hecho más que empezar. Le queda una obra personal que hacer. Debe visitar a la gente en sus hogares, hablando y orando por ella, con fervor y humildad”.[9]

El ministro como dirigente

El pastor es un líder y un administrador. Dios lo llamó para dirigir su iglesia y hacerla triunfar. Su maquinaria eclesiástica, aceitada por el Espíritu Santo, ha de avanzar impulsada por dos grandes propósitos: predicar el evangelio a un mundo perdido, y preparar a un pueblo “bien dispuesto” para encontrarse con su Dios.

El pastor administra todo lo concerniente a información eclesiástica y recursos financieros; ejecuta los planes de acción de las organizaciones superiores y sus propios planes.

Como dirigente preside la junta directiva de la iglesia; la reunión plenaria de la iglesia (la reunión administrativa o de negocios); supervisa el funcionamiento de las diversas reuniones, juntas, concilios, comisiones y departamentos de la iglesia; toma medidas definidas para que la secretaria o secretario de la iglesia cumpla sus importantes funciones (que el libro de registro de feligresía esté al día, así como las minutas de la junta y los informes para las organizaciones superiores, etc.); supervisa la tesorería de la iglesia; promueve la mayordomía cristiana; se asegura de que el informe financiero sea enviado a tiempo a la asociación/misión; dirige la comisión financiera y de auditoría interna de la iglesia; etc.

El pastor, como presidente de la junta directiva, debe conocer los procedimientos parlamentarios y someterse a ellos. Ha de recordar que la iglesia se guía por el sistema democrático-representativo al nombrar a los oficiales que desempeñarán las diferentes responsabilidades que su buen funcionamiento requiere.

Algo muy importante que el pastor debe crear, como presidente de la junta, es una actitud dispuesta y de unidad de parte de los miembros. Dicho espíritu debe reinar en todas las sesiones. Una buena forma de lograrlo es mediante una corta meditación espiritual basada en la Biblia, antes de tratar cualquier otro asunto. El primero que debe tener dominio propio y un espíritu ecuánime es el pastor. Debe ser respetuoso de las opiniones de los demás, y sin embargo, firme en sus convicciones. Si por alguna razón se pierde la armonía y el buen espíritu en la reunión de la junta, es mejor dedicar algunos minutos a la oración y levantar la sesión. Si uno o dos miembros intentan imponer su opinión en forma irrespetuosa, y una y otra vez crean un ambiente tenso y desagradable, el pastor debe hablar con ellos y con todo respeto pedirles que cambien de actitud o dejen de asistir durante un tiempo a las reuniones de la junta. El pastor debe estudiar y conocer el Manual de la iglesia y el Manual para Ministros, a fin de conocer bien su trabajo. Así sabrá quiénes son dignos de ser elegidos como oficiales de la iglesia y miembros de la junta directiva.

Un buen presidente de junta va siempre un poco más adelante que los miembros en planes, motivos, alternativas u opciones en un caso dado o punto de agenda. Por ejemplo, antes de presentar a la junta la solicitud para una excursión juvenil, debe tener listo: motivos del viaje, fecha, lugar, presupuesto, riesgos, etc.

Hay casos y planes en los cuales antes de ir a la junta el pastor debe consultar con los ancianos de la iglesia, con las personas afectadas, y si es necesario, pedir la opinión y sugerencias de compañeros pastores y la asesoría de los administradores de la asociación/misión.

Se debe recordar claramente que la junta directiva de la iglesia tiene mayor autoridad administrativa que el pastor y es la responsable final del bienestar de la iglesia. Por supuesto, la junta directiva sólo propone soluciones o decisiones a la iglesia en sesión administrativa la cual, en una reunión debidamente convocada, es la mayor autoridad eclesiástica local.

Es casi imposible hacer una lista de todas las actividades y funciones que debe desempeñar un verdadero pastor de la iglesia verdadera del Señor.

Aspectos fuertes y débiles del ministro

El pastor debe ser una fuente de ánimo y consuelo para la iglesia. Sin embargo, puede ser también causa de desánimo. Ello no quiere decir que el ministro deba complacer y agradar a todos, pero su desempeño puede influir positiva o negativamente en la iglesia.

Algunos factores que agradan a la iglesia son: que el pastor sea espiritual, que tenga piedad práctica sólida y constante y no intermitente. A la iglesia le agrada que su pastor sea activo, trabajador y organizado. La iglesia se anima cuando su pastor es un buen predicador que tiene un estilo propio, que es sencillo pero a la vez profundo. La iglesia quiere que la predicación sea positiva, bíblica y Cristocéntrica.

Los miembros se sienten bien cuando el pastor los toma en cuenta, está con ellos en los momentos de crisis; es imparcial, tolerante y justo; es alegre y convive con los niños y los jóvenes en una atmósfera feliz y de profundo respeto moral. Los jóvenes quieren que su pastor sea su amigo, confidente y compañero.

La iglesia es feliz cuando su pastor organiza las actividades misioneras y las campañas y programas especiales. El pastor que enseña, capacita y delega responsabilidades tiene más éxito que uno que es autoritario. Hay mucho trabajo que los miembros, bien organizados, pueden hacer. “En vez de mantener a los pastores trabajando para las iglesias que ya conocen la verdad, digan los miembros de la iglesia a estos obreros: Id a trabajar por las almas que perecen en tinieblas. Mantendremos nosotros las reuniones, permaneceremos en Cristo, y conservaremos la vida espiritual”.[10]

Otros factores positivos del pastor son el cuidado de la salud, de las finanzas y su actuación personal, la de su esposa y sus hijos. También el buen gusto y la propiedad en el vestir, especialmente cuando se presenta en el pulpito, inciden decisivamente en el éxito del pastor.

Algunos puntos negativos son: su ausencia en los momentos de crisis. Hay momentos en que la iglesia, las familias o los miembros, esperan la presencia del pastor. Si no está en el momento en que más se le necesita, la iglesia pierde su confianza en él. Es lamentable que cuando llega el momento de iniciar un programa especial, y todo está listo, incluyendo la presencia a tiempo de todos los participantes, nadie sepa dónde está el pastor. Cuando esto ocurre en citas a bodas, funerales, visitas a los enfermos, estudios bíblicos y otras actividades pastorales, el pastor ha dejado, prácticamente, de ser útil.

Una debilidad que ningún pastor de éxito puede permitirse y que disminuye gravemente su influencia sobre la iglesia es la inconstancia que se demuestra en la falta de capacidad para terminar un proyecto, plan de trabajo, campaña, estudio bíblico, etc. El dejar las cosas a medias es una falla muy común que afecta en forma muy definida la utilidad de un pastor. “Todo trabajo comenzado debe ser terminado”.

Los miembros de la iglesia se desalientan espiritualmente cuando el pastor carece de dominio propio, se enoja con facilidad y es vengativo. Es peor todavía cuando no reconoce sus errores y es incapaz de pedir perdón y disculpas en público y en privado. Especialmente molesta a su iglesia si habla mal del pastor anterior, de otros pastores y de los administradores de la asociación y de los dirigentes en general.

No hay cosa que desaliente más a la iglesia que las faltas morales del pastor (indiscreción sexual, falta de honestidad, mentira, palabras torpes). Cualquier pastor en formación debe tomar muy en serio todo lo anterior, especialmente si todavía es soltero. Comenzar una carrera ministerial con faltas a la moral es morir antes de nacer.

En fin, el pastor puede y debe ser un elemento de aliento espiritual, moral y social para la iglesia. Debe ser factor de crecimiento espiritual y del número de la feligresía. Pero puede ser también una piedra de tropiezo y atrasar la obra de Dios, si no cumple su ministerio y es desleal con su familia, su iglesia y la organización que lo emplea.

Conclusión

A medida que se acerca el fin de la historia de este mundo, se avecina el tiempo de la prueba final de todos los cristianos. Y en esa misma medida y grado aumentan la responsabilidad, importancia y significado de la obra de un ministro.

Por lo tanto, el que entra en el “sagrado ministerio” ha de tener alguna evidencia de que ha sido llamado por Dios. (Aquí se incluyen las damas que son llamadas como obreras bíblicas, evangelistas y, en algunas regiones del mundo, como pastoras.)

El pastor debe considerar la importancia de su trabajo con oración ferviente y profundo escrutinio del corazón. Debe recordar que en su labor maneja intereses eternos. Muchas almas pueden ser salvadas eternamente por su fidelidad en el desempeño de su ministerio. Pero también puede ser sabor de muerte para muerte para muchos que por su infidelidad no puedan hallar el camino al reino de los cielos. Esto debería hacer que el ministro caiga frecuentemente de rodillas, tenga el concepto correcto de su obra, y diga con profunda humildad: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Cor. 2:16).

Por lo tanto, el pastor debiera tener una clara definición de sus responsabilidades y hacer una escala de prioridades diarias, semanales, mensuales y anuales. Lo primero debe ser primero. Las prioridades internas y externas deben clasificarse con juicio equilibrado.

La vida del pastor es como una madeja de hilos de seda muy complicada. Cada hilo es hermoso e importante, y depende muchas veces de la concepción que el ministro tiene de su vocación, su llamamiento y su escala de prioridades. Si Cristo está en primer lugar en la vida del ministro, se preguntará con San Pablo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Cor. 2:16). Y junto con él se contestará: “Nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto” (2 Cor. 3:5, 6).

Muy pronto el obrero que sea fiel a su fe y al llamamiento divino, oirá la voz del Pastor de los pastores que le dirá: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mat. 25:21). ¡Que usted sea uno de ellos!

Sobre el autor: Daniel Sosa, estudió Maestría en Teología en la Universidad Andrews y Licenciatura en Comunicación en la Universidad de Nuevo León. México. Actualmente es pastor de la Iglesia de Harlingen, Tx„ U.S.A.


Referencias:

[1] Elena G. de White, Obreros evangélicos (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), pág 19.

[2] Ibíd., pág. 20.

[3] Ibíd., pág. 25

[4] Elena G. de White, El camino a Cristo (Bogotá. Asociación Publicados Interamericana, 1996), pág. 103.

[5] Obreros evangélicos, págs. 214-215.

[6] Ibíd., pág. 214.

[7] Ibíd., pág. 31.

[8] Jesse M. Bader, Evangelism in a Changing America (San Luis, Missouri), pág 13.

[9] Obreros evangélicos, pág 195.

[10] Evangelismo. pág 280.