Los invito a meditar en un mensaje que fue presentado por el Señor Jesús, el Rey de Israel, que se encuentra en el manifiesto de su reino dirigido a su pueblo, y que, por Io tanto, se aplica a cada uno de nosotros hoy.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ,Y por que miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? como dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? jHipocrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces veras bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mat. 7:1-5).
Significado del término “juzgar”
Tengamos cuidado de que no nos desoriente el sonido de estas palabras. El vocablo traducido aquí por “juzgar” aparece más de cien veces en el Nuevo Testamento y tiene más de una acepción. Puede significar “sacar una conclusión”, como la que sacó Simón cuando Jesús relato la parábola de los dos deudores: “¿Cuál de ellos le amara más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdono más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado” (Luc. 7:42, 43); “formarse una opinión”, como cuando Pablo exhorta a los corintios a huir de la idolatría y les dice: “¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe Io que ha hecho?” (Juan 7: 51).
Para comprender su verdadero sentido, debemos tener en cuenta el contexto. Jesús está mostrando que el caracter y la conducta de sus seguidores deben ser radicalmente diferentes y superiores a la justicia de los escribas y fariseos: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos” (Mat. 5: 20).
Todo lo que sigue, debe ser estudiado a la luz de esta declaración.
Jesús no se refiere al sentido de discriminación que debe poseer el cristiano para distinguir entre lo bueno y lo malo, ni que deben ser ciegos y no percibir nada; sino que se refiere a la crítica rígida y condenatoria. Se refiere al juicio parcial que exagera las faltas de los demás y pasa por alto las virtudes que puedan tener. Es decir, que el discípulo debe comportase de una manera exactamente contraria a la de los fariseos.
Un sabio consejo
Un conocido relato habla de un pastor que cierto domingo predico un sermón acerca de la mayordomía cristiana. Presento la parábola de los talentos e insto a la congregación a coIocar en el altar del servicio todos los talentos y dones que Dios les había dado. Después del culto, se le acerco un feligrés y le dijo:
-Pastor, no soy un hombre particularmente dotado. No me siento capaz de enseñar en la escuela dominical, ni de hacer todas las otras cosas de las cuales hablo esta mañana. Pero, pastor, tengo un talento, un talento que puede ser de algún beneficio para la .iglesia.
-¿Y cuál es ese talento? -Ie pregunto el pastor.
-Bien -dijo el hombre-, tengo el talento de la crítica. Puedo criticar constructivamente. Puedo criticar sus sermones, el coro, cada cosa que se hace, y también criticar a los miembros. ¿Que debo hacer con mi talento?
El ministro permaneció en silencio exactamente el tiempo que oro a Dios por sabiduría, y le dijo:
-Recuerda lo que hizo el hombre de la parábola que tenía un talento? Lo enterró. Yo le sugiero que Ud. haga lo mismo.
Hermanos, creo que nosotros también debemos seguir el mismo consejo si es que tenemos ese talento. Tal vez no cometamos pecados groseros, pero cuan proclives somos a criticar a los demás. Todos hemos violado esta orden, y aun el mejor entre nosotros es un pecador cuando se trata del uso de la lengua.
Alguien dijo que hay tres niveles de conversación: el más elevado es el de las ideas; en el segundo se trata con las cosas; y en el más bajo, con las personas. Y creo que la mayor parte del tiempo hablamos de personas, las criticamos y las censuramos. ¿Hemos pensado que sería de nuestra iglesia, de nuestro hogar, de nosotros mismos, si desde hoy en adelante obedeciéramos la orden de Jesús y abandonáramos la crítica?
¿De qué hablamos cuando estamos en casa? ¿De que hablamos cuando estamos en la mesa? ¿Que conversamos cuando nos encontramos con nuestros hermanos? ¿De que hablan nuestros jóvenes? ¿Hablamos de las personas y de sus actos? Que Dios nos ayude para que abandonemos este mal hábito, no sea que representemos el papel de los bandidos que atacaron al hombre que descendía de Jerusalén a Jericó.
La Hna. White declara que la crítica y el chisme hacen un terrible daño a la iglesia. Hay una cita que me alarmo y cautivo mi atención: “Los chismosos y cuenteros son una terrible maldición para su vecindario e iglesia. Dos tercios de todos los males de la iglesia, provienen de esta fuente” (Testimonies, tomo 2, pag. 466). Si, las dos terceras partes de todos los problemas que hay en la iglesia se deben a eso.
Si hiciéramos una encuesta de los problemas que ha habido o que hay en la iglesia, comprobaríamos que la mayor parte se deben al hábito de criticar y chismear. Las palabras de Jesús tienen por objeto curar una enfermedad que parece ser propia de todos nosotros. Difícilmente exista una persona a la que Ie desagrade inquirir en las faltas de los demás. Y muchos estamos contagiados por esta epidemia. Es mi propósito presentar los peligros de la crítica y el remedio que la Palabra de Dios indica para este mal.
I. No debemos juzgar porque es peligroso
Tres ideas se destacan en el pasaje que hemos leído. La primera es que no debemos juzgar a los demás porque es peligroso. Jesús dijo: “No juzguéis para que no seáis juzgados”. La enunciación es imperativo y exige que nos resistamos a seguir un curso tal de acción o que desistamos de el, porque seremos juzgados. Pero, juzgados por quien?
Juzgados, tal vez, por la historia. Se registran decenas de casos de personas que abrieron su boca para criticar abiertamente a otros, y el tiempo se encargo de juzgarlos a ellos mismos.
Jesus fue criticado durante su ministerio. Aun en la cruz fue severamente juzgado. ¿A quién se Ie ocurre predicar un reino basado en el amor y en el perdón, aun a los enemigos? Es un impostor, ¡crucificale! Preguntó: ¿ A quien juzgan los siglos?
David Livingstone decidió estudiar medicina para servir en el campo misionero. Cuando fue al África, algunos de sus compañeros pensaron que estaba perdiendo la oportunidad de oro de su vida: actuar en Londres y acumular una gran fortuna. ¿ A quien juzga el tiempo?
Cuando Isaac Newton enuncio la ley de la gravitación, algunos de sus críticos se aventuraron a decir: “Este matemático loco no tendrá veinte seguidores en su vida”. Han pasado más de dos siglos y, ¿quiénes resultaron ser los locos?
La naturaleza no cambia. Los arboles siguen siendo arboles, las montañas permanecen montañas, y los ríos seguirán corriendo hacia el mar, pero la naturaleza humana cambia, se transforma, y lo que hoy decimos de alguien, mañana puede volverse sobre nuestra cabeza. Mis hermanos, el tiempo puede juzgarnos, porque nosotros cambiamos, no somos los mismos. Además, somos falibles y la mayor parte de las veces criticamos porque desconocemos los hechos.
¿Qué sucedería con nosotros si el Señor nos juzgara de la misma manera? ¿Que pensaríamos de la justicia de nuestro país si juzgase a un presunto reo sin tener en cuenta todos los hechos, todos los testimonios y todo lo que arrojase luz sobre el caso? La culparíamos de parcial. Sabiamente Jesús ordena a sus seguidores: “No juzguéis”.
Seremos juzgados por la sociedad. Parece ser una ley humana que lo que generalmente condenamos en los demás son aquellos defectos que nosotros mismos poseemos. Seremos juzgados con la misma medida y con el mismo juicio. Invitamos a los demás a que vean lo mismo en nosotros. Jesús dijo: “Con el juicio con que juzgáis seréis juzgados”.
En cierto colegio, una niña decía que sus compañeras Ie robaban dinero y prendas de vestir. Antes de terminar el año escolar se comprobó que ella era la que había robado no solo a sus compañeras sino en el vecindario donde trabajaba
Durante la Segunda Guerra Mundial, un capitán y tres marineros escaparon en un submarino hundido. Un halo de sombra cubrió al capitán: había violado la ley del mar al abandonar a sus hombres en la nave hundida. Más tarde se supo que no era el capitán del navío, sino un observador de la compañía constructora, y que estuvo dispuesto a abandonar la nave por la salida de emergencia, cuando supo que estaban a unos veinte kilometros de la costa. Con toda seguridad podría haberse ahogado, pero corrió el riesgo con la esperanza de atraer la atención de algún navío que pasara cerca. Su aparente cobardía, fue desinteresado heroísmo.
Pero más aun, no debemos juzgar porque seremos juzgados por Dios. Nadie está calificado para juzgar, porque el sitial de juez le pertenece a él. Nosotros no podemos leer el corazón, no conocemos el motive que impulsa los actos. Dios llamara a cuentas a todos los que ayuden a Satanás en la obra de criticar. “La severidad y las criticas deben ser reprendidas como obras de Satanás… Cierren todos, por temor de Dios y por amor a sus hermanos, los oidos a los chismes y las censuras” (Joyas de los Testimonies, tomo 2, pag. 252).
Jesús nos ama y por eso nos ordena no juzgar. Si queremos hacerlo, debemos tener todos los datos a mano. Antes de juzgar debemos conocer todos los detalles. Así actúa el Señor. Después del diluvio, los hombres comenzaron a construir una gran torre. La Biblia dice que “descendió Jehová para ver la Ciudad y la torre que edificaban” (Gen. 11:5). Siglos más tarde, antes de destruir por fuego las ciudades de Sodoma y Gomorra, dijo Dios: “Descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mi, y si no, lo sabré” (Gen. 18: 21).
Hermanos y hermanas: ¿Hacemos lo mismo nosotros cuando juzgamos a los demás, cuando criticamos a nuestros hermanos? ¿Descendemos también para investigar todo, para hablar con quien corresponde y ver cómo sucedieron las cosas? ¿criticamos nada más que porque maliciamos o porque “alguien nos dijo”?
Y desde que es malo juzgar, es horrible dar expresión audible a lo que oimos sin tomarnos la molestia de documentar si es así como nos dijeron. Lo escuchamos de un tercero y lo pasamos a un cuarto, a un quinto, a un sexto. Y el rumor corre. Por eso Jesús nos manda: “No juzguéis”, o sea, no critiques, no condenéis.
¡Cuanto mal se puede hacer aun diciendo la verdad! Podemos decir solo la verdad y, con todo, la forma en que nos expresemos puede sugerir que no hay que confiar en alguien. Puede haber un dejo de malicia, una segunda intención en nuestra voz. La pluma que inspiro el espíritu de profecía dice: “Es cruel hacer insinuaciones y sugestiones, como si uno supiera, acerca de este amigo o conocido, muchos detalles que ignoran los demás. Estas insinuaciones van más lejos, y crean impresiones más desfavorables que el relato franco y sin exageración de los hechos. jCuanto daño ha sufrido la iglesia de Cristo por estas cosas!” (Joyas de los Testimonios, tomo 1, pag. 494).
Dios prohibió el chisme entre su pueblo. “No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentaras contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová” (Rev. 19:16). La crítica y el chisme son una bola de nieve, que de algo tan pequeño que un bebe puede sostener, se convierte, con solo hacerla rodar, en una montaña que nadie puede mover.
David huye de Saúl. Llega a Nob, la ciudad de los sacerdotes. Abimelec le da pan. David le pregunta: “¿No tienes aquí a mano lanza o espada?” y el sacerdote le responde: “La espada de Goliat el filisteo… esta aquí envuelta en un velo… si quieres tomarla, tómala”. Allí estaba presente Doeg idumeo, uno de los siervos de Saul. David se va, el sacerdote olvida el incidente, Doeg se encuentra con Saúl y en cierto momento le menciona lo que vio, de tal manera, que le da a entender a Saúl que David y Abimelec estaban conspirando juntos contra el. El resultado no se hizo esperar. Saúl ordena matar a todos los sacerdotes y a sus familias, así a hombres como a mujeres y niños, hasta los de pecho. (1 Sam. 21: 7-9; 22: 6-20.)
¡Cuan verdaderas son las palabras inspiradas! “Una mirada, una palabra, aun el tono de la voz, pueden estar henchidos de mentira, penetrar como una flecha en algún corazón e infligir una herida incurable” (Joyas de los Testimonios, tomo 2, pag. 20).
Mis amados hermanos, un pequeño fuego, ¡cuan grande bosque enciende! Cuidémonos de no estar quitando la vida de nadie por medio de lo que sale de nuestra boca. No alimentemos la tendencia a criticar. Hubo uno entre los doce que cultivo la disposición a criticar y a acusar. Fue justamente el que lo traiciono y lo vendió. “Si el enemigo puede emplear a los profesos creyentes como acusadores de los hermanos, se sentirá muy complacido, porque los que lo hacen Io están sirviendo tan ciertamente como Judas cuando traiciono a Cristo” (Testimonios para los Ministros, pag. 504).
II. No debemos juzgar porque es hipocresía
La segunda idea que se destaca en este pasaje es que no debemos juzgar porque es hipocresía. “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿como dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?” (Mat. 7: 3, 4).
En la vida real esta suposición es imposible, es una ridiculez. Cristo presenta como ridículo que un ciego pueda ver algo tan pequeño en el ojo de otro. La palabra que aquí se traduce por “paja” o “mota”, es una pequeñísima partícula que se ha metido en el ojo. La palabra que se traduce por “viga”, es la viga maestra que sostiene todo el techo de un edificio, y es imposible que alguien pueda tener semejante viga dentro del ojo.
Por que razón habla Jesús del ojo? Sin duda se está refiriendo a la percepción moral, y podríamos parafrasear sus palabras así: “Si tu percepción moral está totalmente errada, no vayas a juzgar a tu hermano que la tiene un poquito errada”. El presenta una falta que se encuentra usualmente en los hipócritas. Mientras tienen ojos de lince para ver las faltas ajenas y emplean un lenguaje severo y exagerado para describirlas, echan sus propias faltas tras sus espaldas o encuentran disculpas para ellas.
Cristo reprueba ambos males. La excesiva sagacidad que se deriva de la falta de amor, cuando escudriñamos íntimamente las faltas de los hermanos, y la complacencia propia con la que defendemos y acariciamos nuestros propios pecados. O, como dijo el poeta: “En una alforja al hombro llevo todos los vicios. Delante, los ajenos; detrás, los míos”.
El pecado, hermanos, es una influencia cegadora en nuestra vida. Nos quita la percepción moral, y cuando criticamos es justamente porque estamos ciegos, Io mismo que cuando andamos chismeando. Cristo dice: “No mires la basurita que hay en el ojo de tu hermano; mira lo que tienes en tu propio ojo”. Sin embargo, el que critica no ve la perfección del ojo sino solamente aquella pequeñísima partícula que está metida en el ojo. Atisba para ver lo malo y no percibe lo bueno. Es como si mirase las faltas del prójimo con un microscopio electrónico, que aumenta treinta mil veces. Enfoca la mota y, por supuesto, la ve grande, descomunal, desproporcionada. Mira después su propia falta tras un telescopio por el lado opuesto y contempla su falta tan lejos que la ve infinitésimamente reducida. Eso es lo que solemos hacer y es lo que Jesús precisamente condena.
Es una forma muy sutil de pecado tratar de ayudar al hermano mientras escondemos nuestro propio mal. Nos enorgullecemos de la exactitud de nuestro juicio y estamos tan equivocados como el ciego que quiere guiar a otro ciego. Pero aun peor es que un oculista sea ciego, porque si alguien necesita tener buena vista, es el oculista. De otra manera, ¿como podrá extraer la paja del ojo de su hermano?
Hermanos, no miremos las faltas de los demás con microscopio. Si así lo hacemos no veremos nada en su real magnitud, y el que hace tal cosa, se condena a si mismo. A si mismo se llama hipócrita. Así le paso a David cuando Natan Ie relato la parábola del rico y del pobre. (2 Sam. 12:1-7.) Cuando el rey se encendio en furor, el profeta le dijo: “David, te estás condenando a ti mismo; tú eres aquel hombre”.
Mis estimados hermanos, hagamos caso a la orden de Cristo. Echemos la viga de nuestro ojo. Saquemos la viga de la soberbia, que tanto daño nos causa, la viga del orgullo, la viga de nuestra obstinación, la viga de nuestro amor al mundo, la viga de nuestra indiferencia, la viga de nuestra falta de amor para con los hermanos. Cada uno conoce y sabe cual es la viga que tiene en su ojo. No pensemos del prójimo de un modo contrario al que dicta el amor. No condenemos al culpable más severamente de lo que merece. No deduzcamos conclusiones injustas o crueles de ningún hermano. No hagamos suposiciones acerca de sus motivos ni los juzguemos.
Hay una cita de oro en El Discurso Maestro de Jesucristo, que dice: “Mientras no nos sintamos en condiciones de sacrificar nuestro orgullo, y aun de dar la vida para salvar a un hermano desviado, no habremos echado la viga de nuestro propio ojo ni estaremos preparados para ayudar a nuestro hermano” (pág. 109).
III. Debemos amar a nuestros hermanos antes de juzgarlos
Y finalmente, la tercera idea que se desprende del texto es que debemos amar a nuestros hermanos antes de juzgarlos. Por eso dijo Jesús: “Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces veras bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mat. 7:5).
Debemos tener amor para con todos y mucho más para con los que son nuestros hermanos, y ayudarlos en el camino que lleva al reino. No nos destruyamos a nosotros mismos dando lugar a la crítica. Los rabies tienen un dicho que afirma: “Hay tres faltas muy graves que van a destruir al hombre: la idolatría, el incesto y el asesinato, pero el que chismea y critica, mata a tres, porque el chisme mata a tres: al que lo hace, al chismoso, y al que lo escucha”.
El que admite que se ponga oprobio sobre su prójimo no puede recibir la aprobación de Dios. A la pregunta del salmista: “Jehová, ¿quien habitara en tu tabernáculo? ¿Quien morara en tu santo monte?”, se responde: “El que anda en integridad y hace justicia y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino” (Sal. 15: 1-3).
Cuantos males se evitaría la iglesia si nuestras lenguas estuvieran donde deben estar; si no habláramos ni escuchásemos mal de otros. Sé que todos queremos estar en la Nueva Jerusalén, pero habrá una clase de Cristianos que no entrara allí. El libro de Apocalipsis omite la tribu de Dan entre las tribus de los vencedores. La razón está en que Dan fue una tribu dada a la crítica, y nadie que critique entrara en el cielo. Dice la Escritura: “Sera Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo, y hace caer hacia atrás al jinete” (Gen. 49:17). ¿Podríamos encontrar una descripción más aguda de los efectos de la crítica que esta?
Desterremos totalmente la crítica y desaparecerán las dos terceras partes de los males que afligen a la iglesia. Propongámonos, por la gracia de Dios, terminar con el chisme y con la crítica. Por mi parte, pido al Señor que me ayude para poder echar de mi vida la viga de la cual habla Cristo. ¿Quieres tú también unirte conmigo para pedirle al Señor que quite la viga de tu vida? Que el quite de nosotros toda amargura, toda maledicencia, todo enojo, todo chisme, y que sean llevados lejos de nosotros.
Mis amados en Cristo, tal como estamos aquí, Dios nos contempla desde el cielo. El ve a su iglesia, la cual gano con su sangre. El quiere que sea perfecta, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, y el nos dará la gracia diaria para seguir en la senda de la santificación, para cumplir con este deber de su reino, para hablar bien de los demas.
Cristo nos ha hecho su pueblo gratuitamente, por su gracia; ese es su indicativo para nosotros. Pidámosle que el nos ayude a vivir la santificación, que es su imperativo para nosotros.
“Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”. “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados… soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro. De tal manera que Cristo os perdono, así también hacedlo vosotros” (Efe. 4: 24, 25; Col. 3:12,13).