¿Localismo exclusivo o fidelidad invariable? ¿cuál es la esencia del “remanente”?
Permite la eclesiología del Nuevo Testamento el surgimiento de una “iglesia remanente” escatológica? El asunto se ventila en todos los niveles del adventismo actual. Algunos aseguran que el término “iglesia remanente” no aparece en las Escrituras, y que un concepto del mismo es por naturaleza estrecho e implica que los otros no son verdaderamente cristianos.
Examinaremos esta cuestión desarrollando una “teología del remanente” tal como se presenta en el Antiguo Testamento, el período intertestamentario, la iglesia primitiva del Nuevo Testamento, y la iglesia de los últimos días.
La expresión “iglesia remanente” no aparece en la Escritura. Y sin embargo, el concepto es escriturario y tiene sus raíces en el Antiguo Testamento.
El “Remanente” en el Antiguo Testamento
El tema del remanente es clave en la escatología bíblica.[1] Hay una clara conexión entre el concepto del remanente y los temas de la apostasía y el juicio.[2] Sin embargo, Dios, en su misericordia, preservó a un “remanente” fiel en toda crisis y le confió l.as promesas, los privilegios, y las responsabilidades del pacto (Isa. 10:20-21; 30:15). Él se propuso enviar al Mesías a este “remanente” (Isa. 11:1, 10, 11; 4:2; 53:2; Jer. 23:3-6; Miq. 5:2-9), para establecer su reino (Isa. 4:2,3; 11:11,16, cf. 11:1 -9; Jer.23:3, cf. 23:4-6: Miq.4:7, cf. 4:1-8; 5:7, 8, cf.5:2-15; Sof.3:13), y obrar a través de él para evangelizar a los paganos (Joel 1:23).
En los días de Elías, un remanente de 7,000 fieles rehusó inclinarse ante Baal y sobrevivió a la futura destrucción (véase 1 Rey. 19:17, 18). Un remanente similar emergió de la cautividad asiria el año 721 a. C., y del cautiverio babilónico el año 605 a. C. (Isa. 10:5, 20, 22; Eze. 6:5-9). El Antiguo Testamento, asimismo, distingue claramente entre un Israel nacional y un Israel espiritual dentro de esa nación.[3]
El Antiguo Testamento revela otra importante característica del “remanente”. Amos 9:11,12 señala que el remanente de los gentiles que creía en Yahweh se uniría al remanente escatológico de Israel. El pasaje afirma que por la gracia de Dios un remanente de Edom y de todas las naciones compartiría las promesas del pacto davídíco. El propósito y la misión de Israel eran atraer a estos gentiles al reino (lo cual, desafortunadamente, no hicieron).[4] Así, vemos que el remanente escatológico trascendería las barreras nacionales y étnicas (véase Isa. 66:19, 10; Zac.9:7; 14:16; Isa. 66:19; Dan.7:27; 12:1-3).
El “remanente” en el Nuevo Testamento
Los judíos postexílicos, reaccionando contra la infidelidad que tuvo como resultado el cautiverio babilónico en el 586 a.C., se volvieron excesivamente rigurosos en la observancia de la Tora. Todos los que no alcanzaran la medida de la interpretación prevaleciente de la ley quedaban excluidos de la comunidad de la fe. Este principio de exclusividad se manifestó una vez más en el tiempo de los esenios y los fariseos. En su afán por establecer una sensación de seguridad delante de Dios, los grupos sectarios judaicos se impusieron a sí mismos la más rigurosa observancia de los rituales sacerdotales. Querían identificarse como los salvados, como el remanente escatológico[5] La comunidad de Qumram, por ejemplo, se veía como el santo remanente prometido en el Antiguo Testamento[6] Se consideraban preservados por la misericordia de Dios como los únicos portadores de las promesas del pacto.[7]
La secta del Mar Muerto, mostró una actitud sectaria que se volvió contra el resto de la nación. Enseñaba que sólo una fracción de Israel había permanecido fiel al verdadero Dios y todavía podía considerarse como Israel. El exclusivismo de esta secta anulaba su interés en cualquier otro grupo o nación fuera de Israel, creyendo que su misión era preservar la religión nacional en su pureza. Los fariseos sostuvieron similares sentimientos acerca del remanente[8]
El “remanente” en los evangelios
El tema del remanente también prevalece en las enseñanzas del Nuevo Testamento. En contraste con el exclusivismo farisaico, prevalece un universalismo abierto. A causa de esto, algunos se oponen a una teología del remanente marcada por el exclusivismo. Desean preservar la accesibilidad de Jesús y el universalismo de su mensaje. Su preocupación es que sí Jesús intentó reunir un remanente debe corresponder al farisaísmo o movimientos similares. Sin embargo, una y otra vez Jesús rechazó los puntos de vista y las prácticas de los fariseos y de otros grupos remanentes (véase Mat. 12:2-8; 15:2-9; 23:23; 28).[9] ¿Es posible, entonces, que Cristo y su predecesor se consideraran como profetas enviados a llamar a un remanente?
El mensaje de Juan el Bautista fue un clamor de juicio y una demanda de arrepentimiento. Quiso reunir a un Israel de los verdaderamente convertidos, que serían los únicos que podrían escapar del juicio y de la ira venideros (Mat. 3:1-12). Pero en contraste con el rígido particularismo de los grupos “remanentes” contemporáneos, la predicación de Juan era universal. Jeremías lo aclara: “Juan el Bautista es el único que se destaca por sobre los numerosos fundadores de comunidades remanentes. El, también, reúne al remanente santo… este es el significado de su predicación del juicio, de su llamado al arrepentimiento, de su bautismo. Pero este remanente no es como el de los fariseos o el de los esenios. Tanto aquéllos como éstos reunieron un “remanente” restringido.[10]
El llamado de Juan fue para todos los estratos de la sociedad israelita. Aquí encontramos, como lo llama Meyer, el fenómeno de un “remanente abierto” que incluía a todos los que “hicieran frutos dignos de arrepentimiento’ (Mat. 3:8).[11] Jesús, al aceptar el bautismo de Juan, se unió a este remanente. De hecho, consideró, tanto a Juan el Bautista como a sí mismo, como el cumplimiento de una función divinamente señalada de anunciar la venida del Mesías y del reino de Dios.
El punto es éste. En el esquema de la escatología bíblica, ‘el juicio’ y “el remanente’ son correlativos. De acuerdo, tanto con la Biblia como con la literatura extrabíblica, “el remanente se define por el juicio, ya sea un juicio consumado o un juicio venidero”.[12] De ahí que el mensaje del juicio convoque siempre a un remanente.
Jesús proclamó un juicio inminente cuando advirtió: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 4:17). La escatología del juicio y la restauración es la que llevó a la formación de los grupos remanentes judaicos, y el mensaje de Cristo encajó en este marco “punto por punto”.[13] Entonces, “si la misión de Jesús se relaciona con el juicio de Israel, la cuestión del remanente surge ipso facto”.[14]
Jesús, quien ofreció la salvación a todos los que se arrepienten y creen al Evangelio (Mar. 15), nunca intentó crear un remanente que fuera exclusivo y particularista.[15] Concibió su misión como la salvación de un remanente universal accesible, consciente de que su obra era buscar “las ovejas perdidas” (Mat. 10:6) y que sólo unos “pocos” (Mat. 7:14) aceptarían la invitación. Aunque el término “remanente” nunca aparece en los evangelios, si figuran palabras estrechamente relacionadas con él: La “manada pequeña”, los “pobres”, los “afligidos”, los “humildes”, los “pequeñitos” y los “pocos” (véase Luc.12:32; Isa. 40:11; Mar. 14:27: Juan 10:11; Luc. 19:10; Eze. 34:15, ff). Estos términos evangélicos reflejan el vocabulario del remanente de los profetas del Antiguo Testamento.
También existe una relación entre el tema profético del pastor escatológico, su rebaño remanente, y su correspondiente evangelio. Por ejemplo, el profeta Miqueas une la promesa de un “remanente de Israel” (2:12) con la promesa del Mesías quien, nacido en Belén (5:2), los reuniría “como rebaño en medio del aprisco” (2:12). Como se mencionó anteriormente, este remanente escatológico surgiría tanto de entre los judíos como de los gentiles (9:11,12). De aquí que el nacionalismo da lugar al universalismo. Los evangelios, por tanto, presentan a Jesús como el “buen pastor” escatológico que vino. a buscar a las “ovejas perdidas” de la casa de Israel (Mat. 15:24) y a los gentiles (Mat. 15:28; Mar. 13:10; Juan 10:16).
Para llevar a cabo esta misión universal Jesús llamó a sus doce apóstoles de Israel, representando así a las doce tribus. Al ordenar a sus 12 seguidores, Jesús formó el remanente fiel de Israel y lo llamó su iglesia (Mar. 3:14-15; Mat. 15:18).
El “remanente” en el libro de los Hechos
En el libro de los Hechos, la comunidad cristiana primitiva se consideraba como el remanente dentro de Israel. El sermón de Pedro en el día de Pentecostés, en el capítulo 2, se dirigió primariamente a los judíos. Se apoyó firmemente en Joel 2:28-32, texto que es, significativamente, el último del Antiguo Testamento que habla del remanente. Pedro invitó a sus oyentes a unirse, no a una nueva religión, sino a Israel (2:40). De ahí que estos cristianos se vieran como un remanente dentro de Israel esperando el inminente reino de Dios (1:6). Concibieron la promesa del Mesías como aplicada solamente a ellos (Hech.2:39; 3:20-23), y a su misión mundial.
No fue sino hasta Hechos 5:11 donde aparece la palabra “iglesia” (ecclesia). Del capítulo 6 en adelante notamos una evolución del concepto de los creyentes como una ecclesia, iglesia. Los cristianos primitivos no se consideraron un remanente exclusivo, sino un remanente universal abierto, ya no confinado a las fronteras de Israel, sino esparcido en todo el mundo. Con los gentiles aceptados como coherederos de la nueva comunidad sin el prerrequisito de la circuncisión, vemos un cambio del separatismo al universalismo, de un remanente cerrado a un remanente abierto. El concilio de Jerusalén testifica de este concepto de remanente abierto.
En Hechos 15:1,5 surge una controversia entre Pablo y los cristianos judíos. El problema eran los gentiles que se estaban uniendo a la iglesia. ¿Era necesario que estos paganos se circuncidaran primero y se hicieran judíos antes de que pudieran llegar a ser cristianos? La réplica de Santiago es tanto interesante como significativa. El resolvió el asunto en Hechos 15:13-21 refiriéndose a Amós 9:11,12, sosteniendo que los profetas habían previsto un remanente escatológico de Israel, incluyendo tanto a judíos como a gentiles (Hech.15:16,17). Por eso la iglesia no debía imponer sobre los gentiles ninguna condición judía para entrar en ella. Evidentemente, el remanente se convirtió ahora en la iglesia.
El “remanente” en las epístolas
El principal lugar en el cual Pablo trata el tema del remanente se halla en Romanos 9-11, donde él entreteje el tema con su discusión acerca del rechazo de Cristo por Israel. Citando Isaías 10:22-25 e Isaías 1:9, Pablo sostiene que sólo un remanente, hypoleima, de Israel será salvo (Rom.9:27). Esta combinación de citas del Antiguo Testamento expone la aplicación que Pablo hace del remanente.[16]
En Romanos 9, Pablo hace una distinción entre el Israel de la “carne” (vers. 8) y el Israel de la “promesa” que no se restringe al linaje físico (vers. 26,27). El remanente abarca ahora a todos los que tienen fe en Cristo (Rom.10:4, 9-13), incluyendo tanto a judíos como a gentiles (Rom.9:24; 10:12).[17]
En Romanos 11:1-5 el concepto del remanente va unido a la referencia a la queja de Elías y a la respuesta de Dios (1 Rey. 19:18). El propósito es mostrar que Dios no ha rechazado totalmente a su pueblo sino que un remanente ha permanecido fiel a él como en los días de Elías. Pablo toma el concepto del remanente y lo entreteje en todos estos capítulos “para mostrar que la profecía del Antiguo Testamento sobre el remanente se ha cumplido en la comunidad que está compuesta de judíos y gentiles”.[18] Un elemento del tema del remanente surge también de la idea de Pablo acerca de la simiente.[19] En Gálatas 3:16 Cristo es la simiente (sperma) de Abrahán, el remanente de Dios. Perfectamente santo y fiel, el Mesías puede garantizar nuestra supervivencia en medio de la catástrofe del pecado. Y la simiente de Dios (el remanente), Cristo, ha derribado las barreras humanas y llamado a su pueblo a salir del mundo y a entrar en su iglesia (ecclesia, los llamados a salir). En el cuerpo de Cristo ya no hay ni judío ni griego, todos son uno en él (Gál.3:28); todos son hijos de Dios. Aquellos que están bautizados en Cristo forman su ecclesia, la comunidad de la simiente (remanente).
Aquí confrontamos una pregunta. Si el remanente ha llegado a ser la iglesia, ¿cómo puede haber una iglesia remanente? La respuesta es sencilla. Del mismo modo que el Antiguo Testamento previo un remanente fiel dentro de Israel después del tiempo de la apostasía y el juicio inminente, el Apocalipsis describe a un remanente fiel dentro de la iglesia después del tiempo de apostasía y juicio.
El “remanente” en el Apocalipsis
En el libro de Apocalipsis el tema del remanente puede estudiarse lexicográfica, contextual o teológicamente. Lexicográficamente, el Apocalipsis emplea el adjetivo loipos ocho veces. Aunque la palabra se traduce “remanente” sólo en la versión inglesa King James, tiene “un significado reminiscente de la idea del remanente”.[20] Sweet afirma con acierto: “el griego sugiere el concepto del remanente fiel, el núcleo de la restauración después del desastre”, (cf. Isa. 6:13; Rom.9:27-29)”.[21] Loipos es un derivado de leimma,[22] remanente. Loipos se repite 120 veces en la LXX, y junto con su relativo kataloipos ocupa más del 37 por ciento de la terminología del remanente del Antiguo Testamento. De aquí que, traducir loipos como remanente no es sólo permisible sino apropiado.[23]
El “remanente” loipos, en la iglesia de Tiatira son aquellos que han permanecido fieles (Apoc.2:19) en medio de la apostasía; es decir la inmoralidad espiritual con la mujer impura llamada Jezabel (Apoc.2:20,24). Esto tiene un paralelo notable con Apocalipsis 12-17. La iglesia en Sardis está casi muerta, pero “las cosas que quedan” (Apoc.3:2) deben fortalecerse porque todavía hay “unas pocas personas” (Apoc. 3:4) que son fieles, inmaculadas y dignas.
Lo que queda es el último remanente de la historia de la tierra; el remanente que es salvado (Apoc. 12:17) y el remanente que se pierde (Apoc.19:21). Pero primero note lo siguiente.
El juicio y el último remanente
Ya vimos que “el juicio” y “el remanente” son correlativos en el esquema de la escatología bíblica. El Nuevo Testamento toma las construcciones y lugares del Antiguo Testamento y los coloca en un marco de “ahora”/”todavía no”. De modo que el juicio se ve tanto como un concepto presente como futuro. Es decir, el juicio se inicia con el anuncio de una nueva era en ocasión de la venida del Mesías (“ahora es el juicio de este mundo”) y al mismo tiempo el juicio espera su consumación al fin del tiempo. El Apocalipsis revela esto claramente.
Apocalipsis 12 y los capítulos que siguen pintan la batalla final entre el bien y el mal. Juan registra la batalla entre el dragón y la mujer.[24] La mujer es “la iglesia, pero sólo hasta el grado en que es la proyección ininterrumpida del pueblo de Dios desde el principio”[25] La serpiente habiendo perseguido a la mujer sin ningún resultado, se vuelve ahora contra “el resto de la descendencia de ella’ (Apoc.12:17); sobre los gentiles ninguna condición judía para entrar en ella. Evidentemente, el remanente se convirtió ahora en la iglesia; “y ello da lugar al desastre final para todos los que moran en la tierra”.[26] Tan ciertamente como el dragón fue incapaz de destruir al niño, Jesús el Mesías, “también será incapaz de destruir a la iglesia”.[27] El resto de la descendencia de la iglesia halla su lugar apropiado precisamente antes de la cosecha (Apoc. 14:12-20), el regreso del Señor.
Satanás, en su intento por destruir al remanente, forma una alianza con la Babilonia de los últimos días, (Apoc. 17:1,5,6), el remanente de Dios, que guardan los mandamientos y tienen la fe y el testimonio de Jesús (Apoc. 12:17; 14:12).
La Babilonia del tiempo del fin es el cristianismo apóstata de los últimos días. Primeramente, Pablo indica que antes del regreso de nuestro Señor debe haber una apostasía (griego apostasía, 2 Tes. 2:1-3). La imagen de una mujer ramera en el Antiguo Testamento se usa para describir la apostasía del pueblo de Dios como cometiendo adulterio, es decir, idolatría (Eze. 16:3,15,28,32; 23:29,30; Ose. 2:1,5,13). La vestidura que usa la mujer impía son las del sumo sacerdote, símbolo de un sistema religioso propuesto para representar a Dios (Apoc. 17:4, cf. Exo. 28:5, 6, 9, 14). El destino de la ramera es el fuego ardiente. Esto es especialmente significativo porque la muerte de una ramera en el Antiguo Testamento ocurría generalmente por lapidación, excepto en un caso, cuando ésta era hija de un sacerdote.
En la crisis religiosa del tiempo del fin, el pueblo de Dios obedece sus mandamientos antes que ceder a una falsa adoración (Apoc. 13). Estos fieles constituyen el remanente final. Ellos proclaman el mensaje escatológico del juicio (Apoc. 14:7) e invitan a salir de Babilonia para entrar al remanente (18:2-4) que son refugiados de “toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). ¡Aquí vemos a un remanente abierto, universal, dentro del pueblo apóstata!
Conclusión
En suma, el Nuevo Testamento no sólo admite la teología de un remanente, sino que expone a uno explícitamente. Sin embargo, la calidad de remanente definido en un marco estrecho y exclusivo no sólo es insostenible sino expresamente condenado en la Biblia.
La existencia de una iglesia remanente escatológica halla sus bases tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos. Aun cuando fue bloqueado durante todo el período intertestamentario, el mensaje del universalismo emerge con la venida de Jesús y su precursor. El libro de los Hechos muestra cómo este universalismo entró en el cristianismo primitivo. En el Apocalipsis encontramos una dimensión escatológica añadida al remanente.
Dios le ha confiado a la Iglesia Adventista la tarea de predicar y enseñar el mensaje del remanente. Debemos estar alertas, sin embargo, no sea que nuestra teología del remanente se vuelva estrecha e intolerante. Ser portadores del mensaje del remanente no es sólo un privilegio, sino una responsabilidad. Ese mensaje debe ser siempre el Evangelio eterno, que llama al remanente de Dios de “toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
Sobre el autor: Es pastor en la Greater Sydrey Conference de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en Australia.
Referencias:
[1] G. F. Hasel, “Remnant”, Interpreter’s Dictionary of the Bible (1976), tomo suplementario, pág. 735).
[2] G. F. Hasel, “Remnant”, International Standard Bible Encyclopedia (1988), 4:133.
[3] C. C. Ryne, Dispensationalism Today (Chicago: Moody Press, 1965), pág. 138).
[4] V. Herntrich, “Remnant”, Theological Dictionary of the New Testament (1967), 4:208.
[5] B. F. Meyer, “Remnant”, New Catholic Encyclopedia (1966), 12:343.
[6] W. Gunther and H. Krienke, “Remnant”, New International Dictionary of the New Testament Theology (1978), 3:250 (Grand Rapids: Zondervan Pub. House, 1986), pág. 250.
[7] Hasel, Interpreter’s Dictionary, pág. 736.
[8] Joachim Jeremías, New Testament Theology (London: S.C.M. Press, 1971), págs. 171,172.
[9] B. F. Meyer, “Jesús and the Remnant of Israel”, Journal of Biblical Literature, 84 (1965), págs. 126,127.
[10] Jeremías, pág. 173.
[11] Hasel, Interpreter’s Dictionary, pág. 736.
[12] Meyer, “Jesus and the Remnant of Israel”, pág. 127. (Véase también Isa. 10:5, 20-22; Eze. 6:5-9.)
[13] Ibíd.
[14] Ibíd.
[15] Hasel, Interpreter’s Dictionary, pág. 736.
[16] Gunther and Krienke, pág. 251. (Véase Isa. 1:9.)
[17] Ibíd.
[18] Hasel, International Standard Bible Encyclopedia, pag. 134.
[19] Gunther and Krienke, pág. 252.
[20] Ibíd. pág. 253.
[21] John Sweet, Revelation (London” S.C.M. Press, 1979), pág.205
[22] Gunther and Krienke, págs. 247-254.
[23] En el Nuevo Testamento el sustantivo leimma, “remanente”, aparece sólo una vez (Rom. 11:5). El adjetivo loipos aparece 55 veces. La forma más común es kataleipo (Mat. 4:13; 19:5). Las siguientes aparecen una vez: dialeipo, “dejar (Luc. 7:45); Hypoleipomai, “ser dejado como resto”. El “remanente” específicamente, queda indicado por kataloipoi, leimma, y Hypoleimma (véase Gunther y Knenke, 3:251; Hech. 15:17, y Rom. 11:5; 9:27).
[24] 1975 Massyngberde Ford, Revelation (New York: Doubleday, 1975), pág. 200.
[25] Sweet, pág. 195.
[26] Ibíd., pág. 203.
[27] G. R. Beasley-Murray, The Book of Revelation (London: Oliphants, 1974), pág. 206.