Durante cuatro años ejercí mi ministerio en el distrito de Dom Bosco, en Poços de Caldas, Minas Gerais. Mientras estuve allí, vi cómo muchas vidas fueron transformadas por el Espíritu Santo y dieron frutos que permanecen hasta hoy.

    Jesmiel, Jonas y Jean fueron criados en un hogar cristiano. Sin embargo, con el tiempo, abandonaron el mensaje que habían recibido en su infancia. Alejados de Dios y de cualquier asunto de naturaleza religiosa, afirmaban que nunca volverían a la iglesia. De hecho, se mostraban cerrados a cualquier intento de aproximación. Todavía recuerdo la oportunidad cuando su madre, entre lágrimas, me contó sobre las luchas que tenía con sus hijos y me pidió que orara por ellos. Humanamente hablando, parecían haber perdido la sensibilidad espiritual y se los veía inalcanzables. De todas formas, aprendí que no existen distancias inalcanzables para nuestro Salvador.

    En el año 2010, un sábado de mañana, Jonas tuvo un altercado con su jefe en el trabajo y decidió ir a la iglesia a la hora del culto. Él no asistía desde que había abandonado la fe. Para quienes lo conocían, verlo nuevamente en la Iglesia Adventista del Séptimo Día ¡fue algo totalmente inesperado!

    Aquella mañana prediqué sobre el poder transformador de Cristo y, en el llamado, invité a pasar al frente a las personas que desearan reconsagrarse a Dios. Movido por el Espíritu Santo, Jonas se levantó y vino hacia mí. Al salir, llevaba en su corazón el deseo de rebautizarse y de retornar a los Marcos Rogério Andrade do Nascimento, pastor en Juiz de Fora, Minas Gerais, Brasil. caminos del Señor. Mientras tanto, Dios también estaba actuando en el corazón de Jesmiel y Jean. Ellos recibieron la visita de jóvenes adventistas con los que se conocían desde la niñez. Aunque se mostraban indiferentes a este intento de reacercamiento de sus antiguos amigos de la iglesia, el Espíritu Santo estaba trabajando en el corazón de los dos hermanos.

    Algunos meses después, Jonas decidió ser rebautizado. Cuando fui a visitarlo para coordinar los detalles de la ceremonia, por providencia divina me encontré también con Jesmiel y Jean, quienes, como me contaron posteriormente, hacían de todo para escapar del pastor. Fui muy bien recibido por la familia y comenzamos a conversar amigablemente en la sala.

    Cuando comencé a llenar la ficha bautismal de Jonas, sentí que tenía que hacer una invitación especial a Jesmiel y a Jean. Entonces, les dije que deseaba conversar con los tres, en privado, en la cocina. Nos sentamos a la mesa, hice una oración y luego un llamado a los dos hermanos reticentes, invitándolos a volver a los brazos de Jesús.

    En aquel momento brotaron lágrimas de nuestros ojos; era imposible contener la emoción. Continué el llamado con las siguientes palabras: “El sábado será el rebautismo de Jonas, pero también puede ser el suyo. No acostumbro hacer esto, porque creo que las personas deben pasar por un período de preparación más prolongado, pero no puedo resistirme a lo que el Espíritu Santo me pide”. Jesmiel y Jean aceptaron la invitación, y también ser rebautizados.

    El 6 de noviembre de 2010 les dimos una sorpresa a los padres de estos muchachos. Ellos esperaban que Jonas fuera rebautizado aquel día, pero al observar el bautisterio, luego de que se abrieran las cortinas, vieron a sus tres hijos abrazados, listos para reconsagrar su vida a Dios. ¿Puedes imaginar la emoción de estos padres?

    Las lágrimas de alegría se mezclaban con las aguas del bautisterio. Un milagro había ocurrido. Los padres abrazaron a sus hijos. Hubo emoción y alegría en laiglesia. Tayla, esposa de Jesmiel, participaba por primera vez de un culto en la Iglesia Adventista. Al final de la ceremonia, hice una invitación a aquellos que quisieran prepararse para un bautismo futuro. Tayla aceptó el llamado y, meses después, tuve la alegría de bautizarla. Actualmente, ella y su esposo, Jesmiel, junto con Jonas y Jean, son líderes activos de la iglesia donde se congregan. El impacto de la transformación en su vida fue tan grande que familiares y amigos decidieron seguirlos y formar parte del cuerpo de Cristo.

    Para mí, ser pastor es estar apasionado por Jesús y por la salvación de las personas. En nuestro ministerio, Dios nos da el privilegio de ser instrumentos para conducir a las personas hacia el Reino de los cielos. Creo sinceramente que nuestra mayor recompensa nos espera en la eternidad. En aquel día veremos la gran cantidad de personas que, por medio de nuestro trabajo, podrán vivir para siempre con el Señor. ¡Bendito sea Jesús!

Sobre el autor: Pastor en Juiz de Fora, Minas Gerais, Brasil.