Tres fiestas se destacaban en el calendario de Israel. Llegada la fecha el pueblo dejaba sus labores y se reunía en el santuario para adorar a Dios. Eran las fiestas de la Pascua, el Pentecostés y las Cabañas.

            Pentecostés era la fiesta de la siega temprana, en la que los adoradores traían los primeros frutos de la tierra. La fiesta de las Cabañas, algo parecido a nuestros campamentos, se la describe en Exodo 23:16 como “la fiesta de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo”.

            Estamos terminando el Año de la Cosecha en el que todos los talentos de la iglesia se han unido para una tarea acabada y eficiente. Ha sido también un año de profusa siembra porque continuaremos cosechando en 1975. Ha habido intenso trabajo, sudor, lágrimas, luchas, pero sobre todo, mil satisfacciones que hacen olvidar todo lo pasado.

            La fiesta de las Cabañas era una ocasión de verdadero regocijo. Tres factores se conjugaban para que así fuera: la idea del deber cumplido, la certeza de que las cuentas con Dios y el prójimo habían sido arregladas en el gran día de la expiación que la precedía, y el recuerdo de la maravillosa liberación que habían experimentado luego de larga esclavitud en Egipto. El gozo era justificado.

            Al concluir 1974 el cuerpo de ministros y los laicos de Sudamérica experimentaron también un gozo triple: por la tarea cumplida al haber realizado diligentemente el plan trazado, por tener la conciencia tranquila del que ha buscado a Dios de todo corazón y que puede mirar hacia arriba o hacia abajo sin avergonzarse, y por comprender lo que significan los millares de almas rescatadas de una esclavitud peor que la egipcia y que hoy se gozan en su peregrinar hacia la Sion celestial.

            La Sra. de White dice: “También hoy sería bueno que el pueblo de Dios tuviera una fiesta de las cabañas, una alegre conmemoración de las bendiciones que Dios le ha otorgado” (Patriarcas y Profetas, pág. 582).

            ¿Por qué no organizar en nuestra iglesia local, en la asociación o en la unión algún tipo de reunión especial de regocijo por lo logrado en 1974? No es, por supuesto, revivir una fiesta del ritual antiguo, sino revivir el espíritu de regocijo que allí había y que debe caracterizar al cristiano agradecido que reconoce cuán bueno ha sido Dios con él. Podría ser una reunión de obreros o de obreros y laicos que hayan participado activamente de la cosecha. Pero, eso sí, debiera ser aquélla una reunión de especial gozo, de agradecimiento a Dios, de reconsagración alegre a él y a su causa. Que todo se haga rebosando del espíritu de alabanza de los salmos. ¿No le parece buena idea? ¡Piénselo! ¡Vale la pena!