La búsqueda de un origen extrabíblico del sábado ha estado en marcha ya por cerca de cien años. Muchos eruditos han desarrollado hipótesis en el sentido de que el sábado se deriva de trasfondos astrológicos, agrícolas o sociológicos. Sin embargo, hasta aquí, ni una sola hipótesis, ni una combinación de varias, ha tenido éxito en proveer una respuesta a la pregunta del origen del sábado.[1] Hasta nuestro actual conocimiento, el sábado como día semanal de descanso y adoración es exclusivo de la religión y la fe bíblicas. No se conoce ninguna nación o pueblo pagano del mundo antiguo que haya guardado el sábado del séptimo día, o adorado en él.

Las fuentes seculares pueden estar silenciosas en este asunto, pero las Escrituras no son ambiguas en cuanto al origen del sábado. Presentan el sábado del séptimo día como un perdurable regalo de Dios desde la creación a toda la humanidad. Su comienzo está ligado al clímax de la semana de la creación (véase Gén. 2:1-3; Exo. 20:11; 31:17). El registro inspirado declara: “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo” (Gén. 2:1-3). Esta primera escritura con respecto al sábado expresa varias ideas claves: 1) la creación alcanza su ideal de plenitud y perfección en el sábado del séptimo día. De esta forma, el séptimo día de cada semana es un renovado sábado de la creación, un día de tiempo sagrado derivado del comienzo de la historia. Mientras que las cosmogonías antiguas de los cananitas y los babilonios concluían en la edificación de templos,[2] esto es, en espacio sagrado, la narrativa de la creación bíblica concluye con la inauguración del sábado, esto es, el origen del tiempo sagrado. 2) Dios descansó en el día sábado de toda la obra que había hecho. El descanso de Dios (compárese con Exo. 20:11; 31:17) provee un ejemplo para el hombre. La humanidad, hecha a la imagen de Dios, ha de seguir su ejemplo creativo descansando en el séptimo día como el Creador lo hizo. Descansar en el sentido de cesación de la actividad regular significa para cada persona un regalo de tiempo para la comunión con su propio Creador y Señor. 3) Dios bendijo el sábado. Cuando en la Escritura Dios bendice una cosa o un ser, esta cosa o ser está imbuida con el poder de fructificación y prosperidad, de proveer vida, felicidad y éxito. El Señor de la vida que en su obra creativa había bendecido a los peces y a las aves (véase Gén. 1:22), y entonces a Adán y a Eva (véase Gén. 1:28), también bendijo el sábado como el día de descanso, equiparándolo así con el poder vivificador, vitalizador y benéfico. Su bendición del sábado es para enriquecer la existencia y la vida de la humanidad. 4) Dios santificó el sábado. Este acto divino de santificar y separar así el sábado del resto de los días de actividad lo imbuye de la santidad que no posee ningún otro día. “Esta división entre el día de descanso y los días de trabajo ha de demostrar ser por sí misma de tanto beneficio para el hombre como la división de la luz de las tinieblas”.[3] También debiéramos notar que la santidad es un acto de otorgamiento de Dios, y no hechura del hombre. La santidad, para el día de descanso, no se deriva de que el hombre guarde este día como santo, sino de una acción divina previa.

Estos aspectos fundacionales del sábado, arraigados en las actividades divinas en el clímax de la creación, proveen vida fructífera y significativa para el hombre, y pretenden de él una respuesta de adoración. Vale la pena citar el esclarecedor sumario de G. H. Waterman: “Parece claro, por lo tanto, que el origen e institución divina del sábado tuvo lugar al comienzo de la historia humana. En ese tiempo Dios no sólo proveyó un ejemplo divino para guardar el séptimo día como día de descanso, sino que también bendijo y apartó el séptimo día para uso y beneficio del hombre”.[4] Es totalmente evidente, entonces, que el sábado se originó en la creación y no en el monte Sinaí, o más tarde en la historia de Israel.

El apoyo bíblico para el origen del sábado como el séptimo día en la creación se encuentra no sólo en el Antiguo Testamento (véase particularmente Exo. 20:11; 31:17), sino que también está apoyado explícitamente en el Nuevo Testamento en Hebreos 4:1-11, e implícitamente por Jesús mismo en Marcos 2:27: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo”. Jesús afirma que el sábado fue hecho para beneficio del hombre, protegiendo así su bienestar físico, espiritual y social.

Señor del sábado

Jesucristo anunció que El mismo era “Señor del sábado” (Mar. 2:28; Mat. 12:8). El Nuevo Testamento da amplia evidencia de que el mundo fue hecho por Jesucristo (véase Juan 1:3; Col. 1:16, 17; Heb. 1:1-3), indicando que Él es el agente activo en la creación. Al comienzo de la historia humana, el Creador del hombre y del mundo hizo el sábado para beneficio y bendición de la humanidad.

El Antiguo Testamento tiene repetidas referencias al séptimo día como “el sábado de Jehová” (véase Exo. 20:10; Lev. 23:3, 38; Deut. 5:14), y una y otra vez el Señor habla en la Escritura de “mis sábados” (véase Exo. 31:13; Lev. 19:3, 30; 26:2; Isa. 56:4; Eze. 20:12-24; 22:8, 28; etc.). La afirmación de Jesús de ser “Señor del sábado” puede reflejar este énfasis del Antiguo Testamento en su señorío sobre todos los demás que pretendieran poner una cerca alrededor del sábado. Su señorío sobre el sábado se relaciona con su señorío sobre el hombre. Como el hombre, caído bajo el dominio de poderes extraños, es liberado de todas las formas falsas, rituales y legalistas, así el sábado es también liberado por Jesucristo de la multitud de regulaciones rituales y legalistas impuestas sobre él por poderes humanos del judaismo postexílico. (Una fuente cita 1.521 leyes derivadas con respecto al sábado).[5]

Como “Señor del sábado” Jesúcristo es el gran Restaurador del sábado. En su mismo ministerio Jesús de ninguna manera anuló o abrogó el sábado. Lo elevó a su debido y adecuado lugar, restaurando su significado y dignidad, poniéndolo de nuevo como centro de bendición para la humanidad. El relato de los evangelios registra no menos de siete milagros sabáticos. En el mismo comienzo de su ministerio público, Jesús sanó a un hombre poseído por un demonio en una sinagoga, en sábado (véase Mar. 1:21-28; Luc. 4:31-37), y siguió a este acto el sanamiento de la suegra de Pedro (véase Mar. 1:29-31; Luc. 4:31-39). La liberación redentora de los humanos, sea de los poderes o la enfermedad maligna, se liga así con el sábado. El sanamiento del hombre de la mano seca en sábado (véase Mar. 3:1-6) demuestra que a pesar de las restricciones legalistas de los judíos, “es lícito en los días de reposo hacer bien… salvar la vida” (vers. 4). Jesús estaba enseñando otra vez en una sinagoga en otro sábado cuando milagrosamente sanó a una mujer enferma. Defendió su sanamiento como una actividad completamente apropiada para el sábado: la liberación de una mujer de la esclavitud de Satanás (véase Luc. 13:10-17).

El libertador mesiánico también libera al sábado de la tradición humana. El sanamiento del hombre hidrópico en sábado (véase Luc. 14:1-4) lo demostró una vez más. Los dos sanamientos en sábado registrados en el evangelio de Juan (Juan 5:1-18; 9:1-41) indican la íntima conexión entre la obra redentora de Cristo y el sábado. En ambos actos Jesús quebró nuevamente las leyes sabáticas de los rabinos (véase Juan 5:10, 16; 9:14-16), liberando al sábado de las restricciones humanas y permitiéndole ser el tipo de bendición que originalmente Él había diseñado que fuera para la humanidad. Estos incidentes revelan que la pretensión de Cristo de ser “Señor del sábado” (Mat. 12:8; Mar. 2:28) era de ser el Restaurador del auténtico significado y propósito del sábado, revelando así su divina intención, ideal y objetivo para beneficio de hombres y mujeres de todo nivel de vida y de toda edad.

El famoso incidente cuando los discípulos recogían granos de trigo en sábado (véase Mat. 12:1-8; Mar. 2:23-28; Luc. 6:1-5) fue señalado por las autoridades judías como quebrantamiento del sábado, porque “al cortar espigas eran culpables de cosechar, al restregarlas entre sus manos eran culpables de trillar; y en todo el procedimiento eran culpables de preparar una comida en día sábado”. En su defensa Jesús se refirió a David cuando tuvo hambre y comió el pan de la proposición en el templo (véase 1 Sam. 21:1-7), argumentando que si era correcto que David comiera el pan dedicado al uso sagrado, entonces los discípulos podían seguramente saciar su apetito recogiendo grano en tiempo sagrado. De esta forma Jesús puso a un lado las leyes rabínicas y liberó al sábado de la casuística y de las restricciones legalistas.

Estos diferentes incidentes revelan que Jesús restauró el sábado a su propósito original, liberándolo de las tradiciones humanas que tendían a esclavizar tanto al sábado como a su guardador en el legalismo. Jesús mismo guardó el sábado en su verdadero significado y así puso un ejemplo para sus seguidores a través del tiempo. Él es el Ejemplo y Modelo de la auténtica disposición a guardar el sábado desde el día temprano de su ministerio cuando leyó la Escritura en la sinagoga de Nazaret, observando el sábado “como era su costumbre” (véase Luc. 4:16); a través de los días en que anduvo haciendo bien en sábado, hasta su descanso en la tumba en sábado. En verdad, Jesucristo es en todo sentido “el Señor del sábado” como el sábado es en todo sentido el día del Señor. Creemos que no hay evidencia en la Escritura de que Jesús o sus discípulos hayan transferido alguna vez el sábado al domingo.[6] Este cambio ocurrió mucho más tarde.[7]

Regalo de descanso divino

El mismo descanso del Creador provee un fundamento para el descanso del hombre en el séptimo día sábado (véase en. 2:1-3). El cuarto mandamiento en el Decálogo afirma explícitamente: “no hagas en él obra alguna… porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día” (Exo. 20:10, 11). Al séptimo día se lo identifica como sábado. Esta distinción ya había sido ¡lustrada en la experiencia anterior del maná (véase Exo. 16:23, 25, 26). También debiera agregarse que “el séptimo día es reposo para [o de] Jehová tu Dios” (vers. 10, compárese con 16:23, 25; 20:10; 31:15; 35:2; Lev. 23:3; Deut. 5:14), indicando que el sábado es posesión de Dios, quien lo da de gracia, como regalo de descanso a su pueblo luego de los seis días que son diseñados para la labor humana.

El mandamiento del sábado requiere que los hombres se acuerden de él “para santificarlo” (Exo. 20:8). Ya hemos notado que el sábado deriva su santidad de un acto de Dios en la creación (véase Gén. 2:3; también Exo. 20:11). La orden de Dios de santificar el sábado es tanto un mandato como una invitación, e involucra: 1) seguir el esquema de descanso del Ejemplo divino; 2) reconocer al Ejemplo como creador; 3) aceptar el regalo de descanso de Dios cada séptimo día; 4) participar en el descanso divino; y 5) abstenernos del trabajo y la actividad apropiada para los seis días durante los cuales los humanos trabajan y hacen todas sus tareas. En verdad, “la cesación del trabajo en el séptimo día significaba un rito de comunión con el Creador cósmico”.[8] En definitiva, es lo que Dios ha hecho por el hombre lo que hace que el hombre santifique el sábado dejando a un lado toda la actividad usualmente asociada con sus medios de vida. Después de todo, por su gracia Dios proveyó suficiente tiempo -seis días por semana- para estos proyectos. El regalo de seis días por semana de actividad con propósito es seguido por el sábado del séptimo día, un regalo mayor de tiempo santo en el que el hombre es liberado de los cuidados normales de la vida. Puesto en forma simple, el sábado es el don divino del tiempo sagrado, bendecido y apartado por Dios para el hombre, para proveer descanso del trabajo, libertad para el compañerismo, y la comunión tanto con Dios como con sus semejantes, y es gustar previamente del descanso por el cual clama la creación entera (compárese con Isa. 66:22, 23; Heb. 4:1-10).

Un regalo de liberación redentora

A veces algunos declaran que el sábado fue instituido por primera vez cuando fue dada la ley en el monte Sinaí. Pero Israel guardó el sábado y se le enseñó su significado antes de la experiencia del monte Sinaí. Éxodo 16 indica claramente que Israel recibía el don milagroso del maná para la alimentación física cada uno de los seis días de trabajo de la semana. El maná mantuvo vivo a Israel después de su liberación redentora de la esclavitud egipcia, y fue la ocasión de renovar en sus mentes el mayor regalo, el sábado del séptimo día. En sábado no caía maná para enseñar al pueblo de Dios que la liberación física es tan sólo el preludio de la experiencia del sábado cuando la redención se celebra como el regalo de Dios. El sábado es una “fiesta sabática” (Exo. 16:23; sabbaton), no un día de tabúes, ayuno y lamento. Tenía un toque festivo, diseñado en su celebración para expresar gozo, felicidad y satisfacción.

También es llamativo que el sábado fue diseñado asimismo para recordar a Israel que “fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo” (Deut. 5:15). Este texto elabora el aspecto soteriológico del sábado. En Éxodo 20:11 la creación de Dios y su subsecuente descanso fueron dados como una razón motivacional para celebrar el sábado como santo; en Deuteronomio 5:15 el acto divino de redención y liberación es citado como una razón motivacional para la celebración sabática. Necesitamos mantener claro que el fenómeno del éxodo es un acto de “creación” en el que un pueblo fue traído a la existencia (compárese Isa. 43:1, 7), y así forma una analogía de la creación de Dios en el comienzo, cuando el mundo fue traído a la existencia. El acto creativo de liberación de la esclavitud había de ser recordado y así celebrado y reexperimentado por cada uno que guardara el sábado. El creyente mismo es una nueva creación y se encuentra unido al pueblo de Dios, al cuerpo de Cristo. Por lo tanto, en el día sábado estamos recordando y rememorando a nuestro Hacedor, aquel que actuó en la creación del mundo físico (véase Gén. 1:1-2: 3; Exo. 20:11) y que actuó otra vez en la creación de su pueblo (véase Deut. 5:15), y en nuestra propia recreación. El sábado es un día de regalo, celebrando la creación divina del mundo y del hombre, de su pueblo, y de nuestra propia recreación individual a la nueva vida en El.

Este aspecto libertador del sábado se extiende a toda la casa, incluyendo a los de estatus inferior, tales como el siervo o la sierva (véase Exo. 20:10). En el sábado todos en la sociedad, humildes o encumbrados, residentes o extranjeros, han de descansar juntos. Esta liberación del trabajo y libertad para descansar hace iguales a todos los seres humanos, cualquiera sea su estatus en la vida. En el sábado los hombres se presentan como iguales ante Dios y en la sociedad. Como tal, el sábado es una anticipación presente de la remoción escatológica de toda clase de desigualdad. Aun en el aquí y ahora, el sábado ya funciona como un regalo y apunta a la liberación de los humanos de todo tipo de desigualdades e injusticias sociales.

Un regalo de pertenencia

Una vez que Dios creó a su pueblo en el acontecimiento liberador y redentor del éxodo, ofreció de gracia entrar en una profunda relación de pacto con ellos a fin de proveerles el poder y los medios para mantenerse como un pueblo redimido, liberado y libre bajo su dirección. Una parte básica de este pacto redentor dado a Israel en el monte Sinaí (véase Exo. 19-24) son los Diez Mandamientos, en cuyo corazón estaba el mandamiento del sábado. De acuerdo con Éxodo 31:13, el sábado fue señalado como “señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico” (compárese Eze. 20:12-20). Se revela aquí que el sábado es la “señal” del pacto de Dios entre Él y su pueblo, quienes han de observar “el día de reposo… celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo” (Exo. 31:16).

La naturaleza del sábado como “señal” se relaciona tanto con Dios como con el hombre. Como el arco iris es una garantía perpetua de que Dios nunca destruirá otra vez toda carne sobre la tierra con un diluvio universal (véase Gén. 9:13, 15), el sábado es una “señal de garantía” donde Dios asegura en su gracia eficaz que santificará a su pueblo y lo hará santo. Porque el sábado es parte del pacto que establece la relación benéfica entre Dios y su pueblo, ha sido señalado que “el Creador ha estampado en la historia del mundo la señal del sábado como su sello de propiedad y autoridad”.[9] En verdad, el mandamiento del sábado identifica 1) al Señor del sábado como el creador (Exo. 20:11; 31:17), y 2) la esfera de su propiedad y autoridad: “Los cielos, la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay’’ (Exo. 20:11). El sábado funciona como una “señal” o un “sello” que tiene las características típicas de los sellos que ratificaban los tratados internacionales en la antigüedad. Esta naturaleza del sábado como una señal o sello permite al auténtico guardador del sábado reconocer a Dios como el Creador y recreador que tiene propiedad y autoridad sobre toda la creación, y también sobre el ser humano.

Al guardar el sábado, el creyente manifiesta que él o ella pertenece totalmente a Dios y a su pueblo que guarda sus mandamientos. Así el sábado es una señal que comunica la relación única entre Dios y aquellos que pertenecen a Él, que es tanto su Dios del pacto como su santificador.

La intención del Nuevo Pacto no es abolir o abrogar el Antiguo y la ley; renueva la ver dadera intención del pacto e internaliza la ley (véase Jer. 31:31-34). El Antiguo y el Nuevo Pacto tienen la misma ley. No hay nada malo con la ley. El pacto hecho con Israel envejeció porque la ley se mantuvo como algo exterior a los israelitas. En el Nuevo Pacto Dios escribirá la ley en el corazón (vers. 33), introduciéndola y haciéndola una parte del fuero íntimo del hombre para que la acepte, la asimile y la viva desde el interior de su ser. En el Nuevo Pacto, la ley, con el sábado como su centro, no será satisfecha con una obediencia meramente mecánica y actitudes sin vida, sino con una nueva vida del Espíritu (véase Rom. 7:6) que lleva a una obediencia y adoración del corazón genuina, profunda y auténtica. Guardar el sábado es una respuesta de amor de parte del cristiano a la grandeza de Dios, y sus propósitos creativos, liberadores y santificadores se logran en el gratuito regalo de la vida para el servicio por medio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Guardar el sábado revela que uno pertenece a Dios y a Jesucristo, el Señor del sábado.

El sábado, entonces, es tiempo sagrado que mantiene unidos el pasado, el presente y el futuro. Provee tiempo sagrado para la comunión y el compañerismo profundo con el Señor de la vida. Permite una experiencia actual de renovación, redención y liberación. Trae gozo y paz y libera al creyente para la adoración de Dios y para el servicio a Él y a sus semejantes. El sábado transforma las realidades presentes, apuntando hacia la realidad prometida en el futuro del nuevo cielo y la nueva tierra que no serán afectados por el pecado.

Sobre el autor: Gerhard F. Hasel es rector del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Michigan. Estados Unidos.


Referencias

[1] Véase J. H. Meesters, Op zoek naar de oorsprong van de sabbat, Assen, 1966; W. Rordorf. Sunday (Philadelphia. 1968), págs. 19-24; N. E. Andreasen, The Old Testament Sabbath (Missoula, 1972), págs. 1-16: N. Negretti. Il Settimo Giorno (Roma, 1973), págs. 31-108.

[2] H. L. Ginsberg. “Poems about Baal and Anath”, en J. B. Pritchard. ed. Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament (Princeton. N. J. 1955), págs. 137, 138; E. A. Speiser, “The Creation Epic”. En Pritchard, op. cit., págs. 68, 69.

[3] H. W. Wolff, Anthropology of the Old Testament (Philadelphia, 1981), pág. 131.

[4] G. H. Waterman, “Sabbath”, The Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible (Grand Rapids, Mich. 1975), t. 5. pág 183.

[5] Esta ilustración viene del rabí Johanan y de R. Simeón ben LaKish. véase G. F. Moore, Judaism in the First Centuries of the Christian Era (Cambridge. Mass., 1962), t. 2, pag. 28. Cf. E Lohse, “sabbaton”, Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, Mich., 1975) t. 7, págs. 4-14. para un repaso conciso del desarrollo de las leyes sabáticas judías.

[6] Para un estudio reciente y penetrante sobre el trasfondo y el cambio del sábado al domingo, véase Samuele Bacchiocchi, From Sabbath to Sunday: A Historical Investigation of the Rise of Sunday Observance in Early Christianity (Roma. 1977).

[7] En 1961 el Papa Juan XXIII dio la Encíclica Mater et Magistra en la cual se declara; “La iglesia católica ha decretado por muchos siglos que los cristianos observen este día de descanso en domingo…” (en The Papal Enciclical in their Historical Context, ed. A. Fremantle [Nueva York, 1963], pág. 384).

[8] S. Temen, The Elusive Presence: Toward a New Biblical Theology (Nueva York, 1978), pág. 391.

[9] M. G. Kline, The Structure of Biblical Authority (Grand Rapids, Mich.. 1972), pág. 120.