A fin de que la iglesia cumpla su trascendente misión global de proclamar las buenas nuevas de la salvación mediante Cristo, es esencial que permanezca inalterablemente consagrada al cumplimiento de la memorable oración de Cristo en favor de la unidad que se encuentra en Juan 17. Una iglesia unida en un mundo dividido es más que un eufemismo teológico. Es un eslogan positivo y vivificante que expresa la resolución de la iglesia de no ser afectada por las presiones divisivas de una sociedad que se halla en rápida desintegración. La oración de Cristo es un ruego sentido y apasionado en pro de la solidaridad y unidad cristianas.
La fuerza de la iglesia remanente estriba en su capacidad de mantener la solidaridad espiritual, doctrinal y organizativa. En virtud de su misión mundial, la iglesia se ve constantemente enfrentada con una desconcertante y compleja variedad de asuntos, problemas e ideologías.
La feligresía de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en rápida expansión, se compone de una diversidad de personas de diferentes razas, formación cultural, calificaciones académicas, filiación socio-política y nivel económico. Estos creyentes son tomados del turbulento mar internacional de países desarrollados y subdesarrollados, y de regiones del cambiante tercer mundo que claman por justicia social y una participación en la riqueza y el poder mundiales. Por encima de todas estas divergencias, estratagemas y tensiones, que causan tanta perplejidad, Dios está perfeccionando a un pueblo cuya solidaridad teológica, espiritual y organizativa asombra al mundo. Los cristianos adventistas pueden provenir de diversos contextos políticos, étnicos, nacionales, culturales y sociales; no obstante, por la gracia de Dios conforman un pueblo unido e indisoluble. Compartimos una herencia espiritual común, una ciudadanía común en el reino de Dios, un común compañerismo en Cristo, una misión común en el mundo, una común esperanza y un destino común.
La triple unidad de la Iglesia Adventista
La Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene la obligación espiritual y moral de preservar la triple unidad que la ha identificado a lo largo de su historia.
- Unidad de creencia. El triunfo final del adventismo depende vitalmente de nuestra preservación del singular postrer mensaje de Apocalipsis 14, el cual nos ha sido solemnemente confiado. Allí está sintetizado el Evangelio redentor total que la iglesia debe creer, aceptar, preservar y proclamar con unidad y poder. El inconmovible sistema de verdad desarrollado mediante el estudio de las Escrituras y la orientación de la palabra profética debe ser preservado intacto. Debemos defender unidos “la fe que una vez fue comunicada a los santos”. No debe haber variación de interpretación, ni adaptación del Evangelio, ni acomodación de los requerimientos de Dios en nuestras vidas, ni modificación de los principios de la iglesia en aras de una mayor relevancia. El espíritu de profecía, manifestado en la vida y las obras de Elena G. de White, debe permanecer como la auténtica revelación final de Dios a la iglesia en estos postreros días. Es el propósito de Dios que laicos y obreros por igual se mantengan unidos en creencia y práctica.
- Unidad de propósito. La Iglesia Adventista, como ocurrió con otras denominaciones en el pasado, puede fosilizarse y volverse improductiva si se permite caer en la esterilidad de la institucionalización. La iglesia ha sido establecida por Dios para ser una continua corriente de evangelización vivificante. Esta dinámica corriente evangelizadora ha de ser una fuente de poder redentor para envolver al mundo entero y preparar a un pueblo para el reino de Dios.
Cada aspecto de la Iglesia Adventista ha de constituirse en un dinámico instrumento viviente de evangelización. La iglesia, individualmente y como un cuerpo colectivo de hombres y mujeres redimidos, tiene una misión global, inequívoca y claramente definida, según se la registra en Mateo 28: 19, 20; Marcos 16: 14 y Apocalipsis 14: 6-12. Cada miembro de iglesia, cada asociación, cada unión y cada división en el vasto campo mundial es una parte integral e interdependiente del movimiento adventista.
3. Unidad de relación. El tercer elemento de la triple unidad de los adventistas es la unidad de relación. Esa inseparable unidad entre los creyentes es esencial si hemos de llevar a cabo nuestra gran misión. Hemos de permanecer así sin que nos afecten las diferencias políticas, culturales, étnicas o de otro tipo, que pueden ser utilizadas para dividir y desbaratar el progreso armonioso de la iglesia.
El apóstol Pablo, en Efesios 2:19, 20, emplea tres símbolos exquisitos que describen adecuadamente la unidad cristiana. Dicen estos versículos: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”.
Como conciudadanos, pertenecemos al mismo gobierno de Dios. Disfrutamos de iguales derechos, iguales privilegios y responsabilidades equivalentes. Como miembros de la familia universal de Dios, somos hijos e hijas de Dios, hermanos unidos bajo la eterna paternidad de Dios. Como parte del edificio de Dios, crecemos armoniosamente “en el Señor” (vers. 21). La clave de esta unidad inseparable es que somos “juntamente edificados” (vers. 22) en el Señor. De esta manera permaneceremos unidos, como un solo rebaño (Juan 10: 16), como una familia (Sal. 133:1), como un cuerpo (Efe. 4: 16), como un templo (Efe. 2: 21), como una casa (Efe. 2: 19, 20), como un reino (Fil. 1: 27).
La necesidad de unidad es descripta por Elena G. de White: “Una y otra vez el ángel me ha dicho: ‘Unios, unios, tened una sola mente, un solo juicio’. Cristo es el líder y vosotros sois hermanos; seguidle”. Que la solemne oración de nuestro Señor por la unidad cristiana se realice plenamente en cada miembro de la iglesia remanente.
Sobre el autor: George W. Brown, secretario asociado de la División Interamericana.