Hacer discípulos es la principal razón de ser de la iglesia, y buena parte de nuestras energías deberían estar destinadas a este propósito, pues este es el instrumento que Cristo escogió para alcanzar al mundo, como está registrado en Mateo 28:19 y 20. Observa que este pasaje se encuentra en el contexto de la Comisión misionera; por eso, considerar que el discipulado está solamente vinculado a las relaciones es limitar el texto, separarlo de la misión y escapar de la esencia de su mensaje.

En Marcos 3:14, hay algo que nos ayuda a comprender mejor el discipulado. Dice el texto: “Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”. Nota dos características: (1) estar con Jesús y (2) ser enviados a predicar; es decir, permanencia en Cristo y testimonio de él. Podríamos, entonces, resumir estas características en dos palabras: comunión y misión, y agregar una tercera: relación, que es el medio en el que las cosas ocurren. El Manual de la iglesia presenta la razón de la existencia de la iglesia, al decir: “El propósito de la iglesia como el cuerpo de Cristo es discipular intencionalmente a sus miembros, a fin de que continúen en una relación activa y fructífera con Cristo y su iglesia” (p. 126).

Como reflejo de este entendimiento, la principal preocupación de la Junta de la iglesia local debería ser “tener un plan activo de discipulado, que incluya tanto la alimentación espiritual de la iglesia como la planificación y el fomento del evangelismo” (ibíd., pp. 125, 128). En este proceso, es de fundamental importancia la integración de los Grupos pequeños y de las unidades de acción de la Escuela Sabática.

Cuando el discipulado no es la prioridad, la iglesia sufre por ausencia de líderes capacitados, creyentes inmaduros, bajo índice de crecimiento numérico y un ministerio frustrado. Por otro lado, cuando el discipulado tiene el primer lugar en la planificación de la iglesia, el resultado es un mayor compromiso de los miembros con la misión, líderes maduros y capacitados, una mayor fidelidad en los diezmos y las ofrendas, bajo índice de apostasía, pasión por la misión y un ministerio más satisfactorio.

Creo que nuestro papel como pastores es fundamental para el cumplimiento del propósito de la iglesia. Es verdad que tenemos una lista de actividades casi infinita, y muchos hasta esperan de nosotros aquello que no deberían esperar, pero existen aspectos esenciales que necesitamos atender. Elena de White afirmó: “El Señor desea que cada alma que está a su servicio comprenda qué clase de obra es la que se requiere de ella” (Alza tus ojos, p. 54).

Surge entonces la pregunta: ¿Cuál es el tipo de trabajo requerido al pastor? Uno de los textos clave para responder esta cuestión es Efesios 4:11 y 12. El apóstol Pablo escribió: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Según Pablo, el pastor-maestro debe promover el crecimiento espiritual de los miembros en Cristo, enseñarles a andar con Cristo todos los días, además de prepararlos para el servicio para cuando, por medio de sus habilidades y oportunidades, deban dar testimonio de Cristo, pues todos son ministros. Como dijo Lutero: “Todos son ministros y algunos son pastores” (Rex Edwards, Every Believer a Minister, p. 8).

Nuestra proximidad con las Escrituras nos mostrará que el discipulado no es una moda, una nueva onda, una teoría sin resultados, relaciones sin misión o comunión contemplativa, sino el plan de Dios colocado en práctica para sacudir al mundo, vivir intensamente para Cristo y llevar personas a sus pies. En resumen, el discipulado reafirma el propósito y la razón de la existencia de la iglesia; esto es, ser “el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres” (Los hechos de los apóstoles, p. 9)

Sobre el autor: secretario ministerial de la Iglesia Adventista en Sudamérica.