Hay pocas personas cuya tarea sea más exigente y compleja que la del ministro adventista de la actualidad. Su trabajo es cada día más abarcante. Puesto que este es el caso, resulta de la mayor importancia que nuestra obra sea bien planeada. Debemos poseer el sentido del equilibrio. Debemos reconocer las prioridades. Debemos saber cómo conseguir el máximo de rendimiento en el mínimo de tiempo, con la máxima participación y el mínimo de fricción. El pastor debiera tener:

  1. Convicción de su llamamiento divino a la tarea.
  2. Dedicación a la tarea.
  3. Una celosa estima por el tiempo que Dios le ha concedido.
  4. Una evaluación correcta de la importancia de la obra que realiza, de modo que su tiempo no se malgaste en cosas sin importancia.
  5. Un plan general de su trabajo; una lista de los planes, programas y proyectos que va a proponer, fomentar y promover, de manera que sepa hacia dónde se dirige.
  6. La prudencia para saber cómo delegar responsabilidad para que la totalidad de la congregación esté incluida en la participación de oportunidades que incrementen el servicio.

Mucho del éxito o del fracaso de su gestión depende de la forma en que organice y emplee su tiempo. Las palabras del apóstol Pablo son muy apropiadas para nosotros: “Aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos” (Efe. 5: 16, Biblia de Jerusalén).

Aunque los ministros tienen quizá una variedad mayor de tareas que algunos otros, tienen también más libertad que otros para decidir lo que ha de ser hecho y lo que ha de quedar sin hacer. Por sobre todos los demás, somos amos de nuestro propio tiempo. Como dice Ralph G. Turnbull en su libro A Minister’s Obstacles (Los obstáculos de un ministro): “Nadie nos exige que estemos en una oficina durante cierto tiempo, y tanto el público como nuestros fieles no disponen de medios para controlar el uso que hacemos de esas preciosas horas. Se confía en que las estamos ocupando en nuestra preparación personal. Si estamos haciendo progresos en la economía de tiempo, estamos aprendiendo a vivir. . . Si se malgastan las horas en conversaciones y asuntos de interés secundario, estamos sucumbiendo al vicio de la pereza. Sobre la indolencia manifestada en un bullicio de nada más que bagatelas nos llamará Dios a cuenta en el juicio”.

Napoleón dijo cierta vez: “Puedo perder batallas, pero nadie me verá jamás perder minutos, ni por presunción ni por pereza”.

El ministro que hoy desperdicia su tiempo es casi seguro que no ha captado la visión de Aquel que dijo: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede obrar” (Juan 9: 4).

Bruce Barton, en su libro The Man Nobody Knows (El hombre que nadie conoce) señala que algo que toda persona que vio a Jesús reconocía era que se trataba de un Hombre que tenía su casa espiritual en orden y sabía lo que quería.

Eso debiera decirse también de los ministros adventistas. Nuestro pueblo debiera enterarse antes que nada de que conocemos al Señor. Debiera ver en nosotros verdaderos dirigentes espirituales. En segundo término, debiera ver que hemos sido comisionados para nuestra obra. Y ese encuentro personal con Jesús y esa dedicación a nuestra tarea evitarán que seamos negligentes o descuidados en la manera en que la llevemos a cabo.

Muchos ministros, abrumados por la magnitud de la obra, se sienten frustrados y secretamente ansían huir de las responsabilidades casi aplastantes. Hace unos cuántos años la revista Life publicó un artículo titulado “Por qué se estrellan los ministros”. Citaba numerosos ejemplos de pánico, frustración y colapso mental debidos a las muchas y variadas presiones que agotan al ministro.

Con frecuencia el problema puede reducirse a una falla propia del plan de trabajo o de la organización del programa. Hay demasiados ministros que operan con un programa para estrellarse. Están permanentemente en estado de crisis, siempre juntando los pedazos. Requiere un poco de tiempo, meditación, evaluación personal, análisis íntimo y estudio el sentarse y pensar en el programa y el plan de trabajo para los meses venideros. Y no es tiempo malgastado. La alternativa es atender una tarea urgente tras otra, un sermón sabático tras otro, una campaña tras otra, siempre sin preparación, siempre con un sentido de futilidad.

Organice con tiempo su programa para el año que viene. Unas pocas horas o aun días extras apartados con ese propósito eliminarán muchas frustraciones y úlceras en el futuro.

“La obra en que estáis ocupados no puede efectuarse salvo por fuerzas que son el resultado de planes bien entendidos.

“Es un pecado ser descuidado, no tener propósito y ser indiferente, en cualquier obra en que nos ocupemos, pero especialmente en la obra de Dios. Toda empresa relacionada con su causa debe llevarse adelante con orden, previsión y oración fervorosa” (Evangelismo, págs. 72, 73).