Al final del día, cuando nos hemos retirado a descansar y repasamos la labor realizada y los problemas que hemos resuelto y los que hemos dejado sin resolver, ¿nos hemos preguntado alguna vez qué clase de día ha sido ése para el cielo? ¿Hemos imaginado algunas de las conversaciones que tienen lugar en el cielo y algunos de los problemas que pueden presentarse? ¿No ocurrirá más de una vez algo parecido a lo que leemos a continuación?
Imaginémonos el cielo con toda su hermosura y con las múltiples actividades que tienen lugar en la preparación para el día no lejano cuando todos los ángeles vendrán con el Salvador para escoltar a los redimidos en su viaje a las moradas celestiales.
¿Qué sitio es éste adonde hemos llegado? Tiene la apariencia de un taller. En verdad los ángeles están muy atareados. ¡Ah! estos son los lapidarios. Están preparando las piedras preciosas—los diamantes y todas las joyas, —y las están colocando en las coronas que recibirán los justos. Pero escuchemos su conversación:
—Ya no sé qué hacer con esta gema. Va a dañarse si continúo cambiándola de lugar.
¿Qué ha sucedido?
—Cómo puedes ver, representa a Lidia. Fue bautizada días atrás, de modo que coloqué la perla en la corona del pastor. Luego recibí la orden de cambiarla de sitio, porque Lidia había recibido estudios bíblicos de Marta. Y ahora parece que se habla de ponerla en la corona de otra persona que ha tenido que ver con su salvación.
—¿Y cuál es la diferencia en todo eso?
—¡Ah! Es algo que tienen muy en cuenta los miembros de la Iglesia allá en la tierra.
¿Estuviste presente cuando recibieron en la iglesia al Hno. Tomás, después de tantos años de esfuerzos en favor suyo?
—Sí, y cuando el pastor pidió que se adelantara la persona por intermedio de la cual se había obrado esta conversión, pasaron al frente seis hermanos. Fué algo realmente embarazoso. Uno le había estado dando revistas, otro lo había estado llevando a la iglesia y un tercero le había vendido un libro. Bueno, tú recuerdas todo lo demás.
—¿Qué hicieron con la gema?
—Tomamos uno de aquellos grandes diamantes y lo dividimos. Todo está arreglado, siempre que no recibamos orden de cambiarlo.
Todos los ángeles quedaron llenos de pesar. Uno de ellos cambió el tema de la conversación.
—En estos días estamos recibiendo muchos pedidos de la India.
—Sí. ¿Cuál es la razón de ello?
—Los evangelistas Pedro y Juan están trabajando en ese país con magníficos resultados.
—Eso me alegra mucho. Pero ¿qué haremos con sus coronas? Ya no podrán contener muchas joyas más.
Un ángel que había estado escuchando se adelantó y dijo;
—Timoteo no sabe lo que voy a deciros. Pero Pedro y Juan avisaron que no deseaban más diamantes en sus coronas. Quieren que los pongamos en la corona del Salvador. Dicen que de todos modos las almas le pertenecen a él.
Y los ángeles se llenaron de gozo con esta noticia.
Uno de los ángeles refirió que en cierto lugar el pastor había recibido todo el crédito por las almas ganadas merced al trabajo de los obreros voluntarios, y que éstos no se habían ofendido porque lo que deseaban era que se ganaran las almas y no recibir la gloria.
Otro dijo que ese hecho lo hacía pensar en el pastor Santiago, quien había predicado un sermón excelente en la iglesia de Tito. Este le había pedido una copia del sermón, la había firmado y la había enviado a la Revista para su publicación. Pero ese hecho no había afectado en nada al pastor Santiago. Se había limitado a decir que se alegraba de que su sermón fuera tan bueno como para que Tito quisiera hacer figurar su nombre en él. El ángel agregó que deseaba que hubiesen muchísimos más jóvenes pastores del temple de Santiago.
En ese momento vieron a un ángel que caminaba por la calle de oro. Estupefactos, lo llamaron:
—¿Cómo es que estás aquí hoy? ¿No eres uno de los ángeles comisionados para derramar la lluvia tardía?
—Así es—replicó con tristeza.—Pero últimamente no hemos tenido mucho trabajo. Esperamos que no pasará mucho tiempo hasta que podamos realizar nuestra obra.
—¿Cuál es el motivo de la demora? ¿No están orando por el derramamiento de la lluvia tardía?
—Sí, están orando, pero no están preparados para recibirla. Y si la recibieran en este momento, ello crearía un serio problema a los lapidarios. Habría demasiada confusión acerca de quién recibiría el crédito por las conversiones y los milagros que se realizarían. No podemos cumplir nuestra tarea hasta que todos los evangelistas, los pastores, los maestros, los doctores y los miembros laicos avisen, tal como lo han hecho Pedro y Juan, que se coloquen todas las gemas en la corona del Salvador.
Los ángeles comprenden y se miran con tristeza. Uno de ellos dice:
—Quisiera descender y predicarles un sermón. ¡Uno solo!
¿No creemos que el día de hoy pudo ser en el cielo como el que acabamos de describir?