Tiene hambre, pero no lo alimentan

The Catholic Leader (El dirigente católico) del 25 de marzo de 1973, publicó una carta escrita por un joven que firmó, simplemente, “Osvaldo”. Aunque no guardamos la carta, leimos una reimpresión de la misma en The Protestant Review (La revista protestante) de abril de 1973. Deseamos reproducir aquí la carta de Osvaldo.

“Apreciado padre Fox:

“He leído su artículo que explica las razones por las cuales los jóvenes no asisten a misa. Me gustaría expresar mis sentimientos en cuanto a la asistencia a las misas de la Iglesia Católica. En primer lugar, soy católico, y también un estudiante de 19 años que se siente confundido. Voy a ser completamente franco y sincero, aunque resulte chocante.

“La misa me resulta sencillamente repulsiva; asisto a la iglesia para complacer a mis padres, y estoy harto de oír sociología. Ya tengo bastante sociología en el colegio. Además, la charla de la mitad de los sacerdotes es muy aburrida. Uno casi se duerme al escucharla.

“Cada domingo me parece que la iglesia no hace más que pedir dinero. Me doy cuenta ahora de que deben tener muchos gastos, como en el caso de nuestra parroquia, que instaló un equipo de aire acondicionado. La iglesia se preocupa tanto por las cosas materiales y sociales que se olvida del alma.

“Fui varias veces a hablar con un sacerdote en busca de ayuda espiritual. Ninguno de ellos me ha ayudado todavía. Por lo tanto he recurrido a mis amigos. Cierto sacerdote me sugirió una solución para mis problemas. Me dijo que me olvide de las chicas, que me vaya a un colegio distante y me concentre completamente en el estudio. ¿Es ésa la respuesta para la felicidad?

“Le pregunté a un sacerdote qué le pasa a la gente cuando se muere. Me dijo que no lo sabía. Que nadie ha regresado del otro mundo para contárnoslo. Tal vez le parezca que estoy exagerando, pero le digo la verdad.

“Como quería estudiar la Santa Biblia, fui a hablar con los sacerdotes de mi parroquia, pero me decepcionaron. No me ofrecieron nada. Ahora están dictando unas clases a las cuales asisto. Bueno, nos dejan hacer dibujitos, algunas manualidades, invitan a veces a algunos alcohólicos para que vengan a decirnos que ‘es malo beber alcohol’. Nunca les oí mencionar a ‘Jesús[i]. Nunca dijeron nada de la Biblia. Esas clases no tienen nada para ofrecer; son tan sólo un lugar adonde pasar un buen rato.

“Nuestra parroquia tiene un club juvenil. Jugamos a la lotería. Pero, ¿cómo puedo ir al cielo? ¿Dónde puedo hallar a Jesús? Es una vergüenza que no se nos ofrezca ninguna clase de estudios bíblicos en lugar de actividades sociales. Algo debe andar mal en la iglesia, y creo que tal vez he puesto el dedo en la llaga. ¿Pero qué bien puede hacer esta carta olvidada?

“La mayoría de los que asisten a misa regularmente están llenos de hipocresía. Como profesos cristianos, son responsables del ejemplo que ofrecen ante los demás. Pero a decir verdad, dejan mucho que desear, porque cuando termina la misa parece que se dejan olvidado en la iglesia su amor al prójimo.

“A veces siento deseos de tirarme en algún lugar para llorar.

“Sinceramente,

Osvaldo.

¿Le reconforta el contenido de esta carta? ¿Se siente un poco mejor al saber que otras iglesias también tienen que soportar la crítica de sus miembros, así como sucede en la suya? ¿Le produce quizás cierta complacencia el saber que tenemos precisamente lo que este joven está buscando? ¿Espera usted que el resto de este artículo se limite a señalar las deficiencias de la Iglesia Católica Romana? Si ha respondido en forma afirmativa cualquiera de las preguntas que acabamos de formular, es hora de que usted mismo despierte; parece que los dormidos no están roncando sólo en los bancos de la Iglesia Católica.

No es nuestro propósito analizar aquí las deficiencias de la Iglesia Católica Romana, sino elevar las normas de nuestra propia iglesia. Sepa usted que dentro de nuestras propias congregaciones, hay jóvenes que, como Osvaldo, están buscando con avidez el camino al cielo, ¡y no lo encuentran! Algunos de nuestros miembros más jóvenes consideran que los que asisten en forma regular a nuestras reuniones no merecen otro nombre que el de hipócritas. Otros, acuden a los ministros para buscar ayuda, pero sólo se alejan vacíos, sintiendo que algo los carcome y les duele por dentro, hambrientos del Pan de Vida. Existen otros jóvenes (y también adultos) que acuden a nuestras iglesias con la esperanza de escuchar palabras de vida, pero no oyen otra cosa que sociología… o psicología… o cualquier otra “elogia”… o una predicación egocéntrica… o la charla de algún humorista que confunde el púlpito con un escenario y se dedica a hacer bromas durante todo el sermón, buscando el sonido de las carcajadas. Por supuesto, si ese Osvaldo hubiera venido a nuestra iglesia, se le habría dado una Biblia, que podría haber estudiado en la escuela sabática. No hubiera encontrado juegos de lotería en la iglesia, ni lo hubieran entretenido con trabajos de pintura o de alfarería cuando lo que él deseaba era encontrar un serio tema de estudio. Pero no le hubiera sido difícil hallar (nos ruboriza decirlo) “sacerdotes” cuya charla “es muy aburrida”.

El clamor de Osvaldo representa el clamor de muchos otros miembros de su iglesia. . . y también de la nuestra: “¿Cómo puedo ir al cielo? ¿Dónde puedo hallar a Jesús?” Estas preguntas no son sólo apropiadas: son apremiantes. No son un mero capricho de otro adolescente aburrido ante los ritos y las formalidades. Son los eternos interrogantes de todo cristiano (ferviente o tibio) que ocupa los bancos de nuestros templos semana tras semana. ¿Dónde puedo hallar a Jesús? ¿Cómo puedo ir al cielo?

Reconocemos que la carga recae principalmente sobre el ministerio. Pero no toda la carga. Es verdad que el ministro debe esforzarse al máximo al preparar sus sermones asegurándose de que ningún alma hambrienta quede insatisfecha; pero notemos que este joven espera que sus hermanos mayores le den el ejemplo. La crítica que él hace ¿está fundada en lo que le atañe a usted? ¿Es usted de los que “se dejan olvidado en la iglesia su amor al prójimo” “cuando termina la misa” (la reunión)? Nunca podremos insistir demasiado en este punto. Aunque Osvaldo sea católico romano, hay diez mil Osvaldos dentro de nuestras propias iglesias; tal vez haya alguno dentro de su iglesia.

Es posible (y otra vez nos desagrada tener que sugerir esto) que también nosotros nos preocupemos más por tener el aire acondicionado que las auras apacibles del Espíritu de Dios. El materialismo no ha pasado por alto nuestra iglesia, para concentrarse sólo en la Iglesia Católica Romana. ¿Le toca de cerca aquella otra frase de la carta de Osvaldo que dice: “Cada domingo me parece que la iglesia no hace más que pedir dinero”? (Los sabios administradores de la iglesia, conscientes de que el funcionamiento de la organización demanda inversiones cada vez más ingentes, involucran a sus congregaciones en el plan de mayordomía, obviando de este modo los continuos pedidos de dinero.)

Hay un punto aún más importante: ¿notó la frase que dice: “la iglesia se preocupa tanto por las cosas materiales y sociales, que se olvida del alma”? Por supuesto, no hay nada que tenga tanto valor como un alma humana. Por lo menos, así debería ser. O así era en los días que precedieron a esta época materialista. ¿Será posible que nosotros, también…?

¿No es verdad que esta carta lo ha hecho pensar? Lo conduce a reconocer que cuando una iglesia pierde de vista al alma humana, está acabada. El problema de Osvaldo es, después de todo, nuestro propio problema.

Sobre el autor: Director de la revista Signs of the Times, editada en Australia.


Referencias

[i] Reimpreso de Our Sunday Visitor (Nuestro visitante dominical) copyright, 1973.