En el libro de Daniel, del Antiguo Testamento, y en el Apocalipsis, del Nuevo Testamento, el cumplimiento de algunas profecías se basa en los periodos de tiempo de 1.260 y 2.300 días. Ninguna iglesia puede afirmar que interpreta en forma correcta estas profecías mientras no adjudique pleno valor a estos períodos. Estas profecías, en las que se hace referencia a períodos de tiempo, se transmitieron en un lenguaje simbólico. Por lo tanto, los períodos de tiempo abarcados por los 1.260 y los 2.300 días, ¿debieran entenderse como días literales o como períodos simbólicos que representan años?

Una comparación de las profecías de Daniel y del Apocalipsis demuestra que estos períodos se sustentan o se caen en forma conjunta. Se entiende que el Apocalipsis es una continuación de las profecías de Daniel, aunque entre ambos hay 500 años de diferencia.

¿De qué modo se ajustan esos períodos de tiempo en el marco y el significado de las profecías en que se encuentran? ¿Cuál es la perspectiva temporal que importa para el cumplimiento tanto de las profecías de Daniel como del Apocalipsis? El hecho de que ellas se refieran o no a días cronológicos, o a días simbólicos de años, será el factor que determinará a qué período de tiempo pertenecen las profecías.

Los periodos de tiempo en Daniel

La primera referencia al período de los 1.260 días se encuentra en Daniel 7: 24-27. En ella el “cuerno” apóstata ejerce dominio sobre los santos hasta “tiempo, y tiempos, y medio tiempo. Pero se sentará el Juez, y le quitará su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo sea dado al pueblo de los santos del Altísimo”.

¿Quién es este “cuerno” que ejerce dominio sobre el pueblo de Dios por tanto tiempo? Este poder surge para dominar de entre las diez naciones en las que el Imperio Romano se habla fracturado durante los siglos III y V DC. Este no es un reino que surge fuera del imperio. Es igual en poder a las diez naciones de las cuales ha emergido.

Este poder perseguidor es conducido a juicio, y se le quita su dominio luego de un período de 1.260 días o años. El texto declara que “la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno” (Dan. 7: 27). Pero este triunfo del pueblo de Dios no viene luego de Antíoco Epífanes ni de la Roma pagana.

En Apocalipsis 12: 6,14, el mismo período de 1.260 días, o “un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo”, se refiere a la etapa del desierto de la iglesia cristiana en la era cristiana, cuando la iglesia fue perseguida. Se indica claramente que fue en ese momento cuando Satanás se paró ante la mujer (la iglesia) para destruir al niño (Jesucristo) tan pronto naciera. Satanás perdió esta batalla crucial de la guerra; Cristo obtuvo la victoria y “fue arrebatado para Dios y para su trono” (Apoc. 12: 5). Uno podría esperar que luego de la victoria de Cristo sobre Satanás, la iglesia cristiana continuara triunfante. Pero no fue así. La iglesia huyó para preservar su vida por un período de 1.260 años, donde fue “sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo” (Apoc. 12:14). Tanto Daniel 7 como Apocalipsis 12 colocan los 1.260 años dentro de la era cristiana. No hay ninguna evidencia de que luego de la derrota de Antíoco o del fin del imperio romano, “la majestad de los cielos debajo de todo el cielo” (Dan. 7: 27) hubiera sido entregada a los santos. Es evidente que el período al que hace referencia se interna en el futuro, y que los 1.260 días representan años, y no días literales. ¿Cómo podía un período de tres años y medio ser tan crucial y cumplir al mismo tiempo las profecías de Daniel 7 y de Apocalipsis 12?

Daniel 12

Este capítulo concluye con las visiones otorgadas a Daniel al comienzo del capítulo 8. Es interesante destacar que la interpretación involucra una comunicación continua de los ángeles con el profeta Daniel.

“Y yo Daniel miré, y he aquí que otros dos que estaban en pie, el uno a este lado del río, y el otro al otro lado del río. Y dijo uno al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río: ¿Cuándo será el fin de estas maravillas? Y oí al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río, el cual alzó su diestra y su siniestra al cielo, y juró por el que vive por los siglos, que será por tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas. Y yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas?” (Dan. 12: 5-8).

Los eventos descriptos en los primeros dos versículos de este capítulo hablan de: la aparición de Miguel, el tiempo de prueba, la resurrección de los muertos y el galardón de la vida eterna. La clara referencia a la resurrección excluye cualquier posible referencia a Antíoco Epífanes o al Imperio Romano.

La pregunta que se destaca es: “¿Cuándo será el fin de estas maravillas?” Y se refiere a las maravillas manifestadas en los capítulos y las visiones anteriores. El profeta ya había formulado el mismo interrogante en

Daniel 8:13. Es evidente su ansiedad por conocer el tiempo.

La respuesta se refiere a tres períodos de tiempo. En primer lugar, uno de los ángeles responde: “Será por tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo. Y cuando se acabe la dispersión del poder del pueblo santo, todas estas cosas serán cumplidas”. En otras palabras, hacia el fin de este período de 1.260 días o años, terminará la dispersión del pueblo santo. Obviamente, esta aseveración no se aplica ni a Antíoco Epífanes ni al Imperio Romano.

Si es que esta afirmación se aplica a los judíos, encontramos que Antíoco no fue el que dispersó al pueblo hebreo. Lo hicieron los romanos, en el año 70 DC, al destruir Jerusalén. Y la dispersión de los judíos se prolongó hasta la década de 1940, cuando regresaron a Palestina y establecieron el Estado de Israel.

Si la referencia se orienta al período de la iglesia cristiana en el desierto, entonces los 1.260 días deben ser años simbólicos. En Apocalipsis 11:2, Juan dice: “Porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses”. Cristo, en la gran profecía registrada en Lucas 21: 24, dijo: “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”; y en el versículo siguiente añade: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas”.

Cuando se levante Miguel, será un “tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”. Daniel profetizó que, a menos que este tiempo especial se abrevie, no habría sobrevivientes. Y ciertamente esto no se cumplió con Antíoco ni con la Roma pagana.

Llegarla el tiempo cuando culminarla la dispersión del pueblo santo. La tribulación final en el mundo se concretaría para no volver a ocurrir. No volvería a haber otra prueba comparable a ésta.

Ninguno de los episodios registrados en este capítulo pudo haber ocurrido bajo el dominio de Antíoco o de la Roma pagana. Este episodio se interna profundamente en el futuro; la profecía referente a los 1.260 años la trasmitió el ángel como respuesta a la pregunta: “¿Cuándo será…?” Además, al responder este interrogante, el ángel recibió la orden de comunicar otros dos períodos proféticos importantes: los 1.290 días (Dan. 12: 11), treinta días más largo que el primer período de 1.260 días; y los 1.335 días (Dan. 12: 12), un período 45 días más largo que el anterior. Luego el ángel añadió: “Bienaventurado el que espera, y llega a mil trescientos treinta y cinco días”.

Estos tres períodos comienzan cuando es “quitado el continuo sacrificio” (Dan. 12:11). Los tres períodos están colocados en forma conjunta como respuesta al interrogante: “¿Cuándo será…?” Si aplicamos todos estos períodos a Antíoco Epífanes en relación con la guerra y la persecución que desató contra los judíos en el 165 AC, ¿no debiéramos insistir en que estas tres etapas requieren fechas precisas?

El libro de Macabeos nos ofrece información acerca de Antíoco Epífanes y de su contaminación sacrilega del templo de Jerusalén (1: 54, 59; 4: 52). Antíoco Epífanes levantó un altar idólatra en el templo de Jerusalén que se prolongó por un período exacto de tres años, y no de tres años y medio. El tomó posesión del templo a los 25 días del mes de Qisleu. Exactamente tres años más tarde, en el mismo día del mismo mes, se restablecieron los sacrificios judíos y los servicios religiosos; es decir, 180 días menos de un período de 1.260. A quienes pretenden disimular la diferencia de 180 días sustituyéndola por un período aproximado, les preguntamos: ¿Cuál fue el propósito para que el ángel se refiriera a otros dos períodos con 30 o 45 días de diferencia entre ellos? ¿Acaso estas diferencias de tiempo no importan?

Las dificultades se renuevan cuando se hacen esfuerzos para especificar el fin de los 1.290 días y los 1.335 días en la vida de Antíoco Epífanes. No se dispone de ninguna evidencia histórica que se pueda aplicar a Antíoco o a la Roma pagana. Y como el Apocalipsis también emplea un período idéntico de 1.260 días para aplicarlo a la era cristiana, no es posible que estos días o años se remonten al Antiguo Testamento, especialmente, cuando estos períodos están estrechamente vinculados con la resurrección

En este capítulo 12, Daniel no obtuvo la respuesta que buscaba referente al tiempo; los ángeles se negaron a ser más específicos. Una parte de la visión habría de permanecer sellada hasta el tiempo del fin (vers. 4, 9,11), indicando, de esta manera, que las visiones no se cumplirían en un futuro inmediato. Se las podría leer, pero no comprender. Luego se despide a Daniel en paz, sin haber logrado una respuesta para su pregunta. “Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días” (vers. 13). Esta afirmación sugiere la toma de posesión de lo que se le adjudica por medio del juicio divino, probablemente luego de la resurrección de los santos.

Daniel 8 y los 2.300 dias

Algunos eruditos argumentan que el período de los 2.300 días de tardes y mañanas requiere que dividamos este lapso profético en dos, cuyo resultado sería un período de 1.150 días de 24 horas. De este modo, la etapa profética sería paralela a los 1.260 días.

Las palabras hebreas para referirse a tardes y mañanas son ereb boqer. Estos dos vocablos aparecen por primera vez en Génesis 1: 5, 8, 13, 19, 23, 31: “Y fue la tarde y la mañana un día”, el “día segundo”, etc., refiriéndose a un día astronómico de 24 horas de duración.

Los sacrificios matutinos y vespertinos se ofrecían en ereb (la tarde) y boqer (la mañana), lo que indicaba el tiempo cuando se ofrecían, y no tanto los sacrificios en sí mismos. “Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la caída de la tarde” (Exo. 29: 39; Núm. 28: 4). “Y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde” (Exo. 18: 13). Estas dos declaraciones se refieren a días de 24 horas.

No existe una evidencia conclusoria de que las 2.300 tardes y mañanas se refieran a los sacrificios matutinos y vespertinos. La evidencia bíblica indica que se refiere a 2.300 días de 24 horas cada uno.

Para quienes aceptan los 2.300 días como una referencia cronológica a Antíoco Epífanes, hay seis años desde que Antíoco asesinó en Tiro a los tres delegados hebreos en el 170 AC hasta la purificación del templo en el 164 AC. Sin embargo, para que este período armonice con los 2.300 días de la profecía se necesitarían 140 días adicionales.

Nuevamente surge la pregunta de si estos períodos de tiempo pretenden reflejar con precisión lo que transmiten o si son cifras generales que se ajustan según la conveniencia.

Daniel 9 y las 70 semanas

Daniel había orado solicitando una explicación de los 2.300 días, pensando que ese lapso era una extensión a los 70 años de exilio, lo que significaba una demora en el regreso de Israel a Jerusalén. “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo”, forma parte de la visión que se le había comunicado en el capítulo 8. El profeta Daniel informó que, mientras estaba orando, llegó Gabriel “a quien habla visto en la visión al principio” (Dan. 9: 21). Esta visión no se podía referir a ningún acontecimiento registrado en el capítulo 9, porque en él no se comunicó ninguna visión. La única visión dada “al principio”, y que involucró a Gabriel y a Daniel, es la visión referente a los 2.300 días.

Este período, ¿está formado por 70 semanas de años o son 70 semanas de días? La frase hebrea no se refiere a días o años. El texto hebreo utiliza una palabra que significa “septenas”, implicando una división de siete. Literalmente, sería “setenta sietes” de días o años. Si es que se refiere a años, entonces es un tiempo literal, es decir, 490 años. Si significa “setenta sietes” de días, entonces el tiempo sería un símbolo de años. La frase en sí no armoniza ni con años ni con días. Esta precisión la puede determinar solamente el contexto y la naturaleza del caso.

Dado que los “setenta sietes” de Daniel 9 forman parte de los 2.300 días, esto podría sugerir que nos encontramos con un período profético al que se lo interpreta según el principio de día por año. Gabriel le comunicó a Daniel el tiempo que ahora le quedaba

al pueblo de Israel: setenta sietes. Es improbable que Daniel hubiera adoptado un modo de cómputo para los 1.260 días (Dan. 7), diferente al que se podría aplicar a las setenta semanas (Dan. 9), para luego volver en el capítulo 12 a la forma original, basada en el principio de día por año. Todas estas profecías son simbólicas; ¿no debieran serlo también los períodos involucrados? Las setenta semanas, ¿no podrían referirse a un tiempo simbólico?

Los 490 años están divididos en tres partes. La primera, 7 semanas (siete sietes) o 49 años, incluye la restauración del santuario, de la ciudad y del muro de Jerusalén y el regreso de los exiliados. La segunda parte, 72 semanas (sesenta y dos sietes) o 433 años, nos conduce al advenimiento del Mesías. La última unidad de siete años está determinada “para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (Dan. 9: 24).

En la septuagésima semana se produce la crucifixión del Mesías —la expiación divina por el pecado y la provisión de la justicia salvadora— y, poco después, el fin de los 490 años. “Su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones”. Por lo tanto, al fin de las setenta semanas se produce la destrucción final del santuario terrenal.

La unción del “Santo de los santos” se refiere a la dedicación del santuario durante las semana septuagésima. El ungimiento o la dedicación se realiza al principio del ministerio en el santuario, no hacia el final. ¿No sería posible, entonces, que el “Santo de los santos” se refiera al santuario celestial siendo que el terrenal ya no existe? Aquí Cristo anuncia el comienzo de su reinado y ministerio como sumo sacerdote en el santuario celestial. En relación con el fin y la culminación de los 2.300 días, se declara: “Luego el santuario será reivindicado” (NBE). Evidentemente, el único santuario al que se puede referir en ese tiempo es al santuario celestial, pues el tabernáculo terrenal ya no existe más.

Supongamos que este pasaje no se está refiriendo a un tiempo profético. ¿No hubiera podido el Señor, en otros casos, hacer referencia a días como símbolo de años aun cuando no se pudiese argumentar en favor de esto como lo hace Ezequiel (véase Eze. 4: 4-6)? Muy a menudo la palabra hebrea para día, yom, denota un año. “Y el joven Samuel ministraba en la presencia de Jehová, vestido de un efod de lino. Y le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año, cuando subía con su marido para ofrecer el sacrificio acostumbrado” (1 Sam. 2: 18, 19). El vocablo hebreo que se utiliza para expresar “cada año” es yom.

Eso no implica que nos apresuremos a apartarnos de lo que hemos leído acerca de este versículo en Daniel con el propósito de rechazar el principio de día por año y buscar que la profecía encaje en un cronograma preconcebido.

Los periodos de tiempo en el Apocalipsis

Sería razonable sostener que cada referencia hecha a un determinado período en el Apocalipsis debiera estar en armonía con toda referencia que se hiciese al mismo período en el libro de Daniel, pues las profecías en ambos libros son una obra divina. Lo que se testificó en estos períodos proféticos ha constituido, en gran medida, las realidades divinas de las que ha surgido la fe adventista. Si nuestra interpretación de estas profecías y períodos proféticos no tuvieran un fundamento bíblico, ningún tipo de razonamiento dogmático podría fundamentar nuestra causa. Nuestros problemas no desaparecerían; sino que volverían con mayor frecuencia a recorrer nuestros pensamientos.

Apocalipsis 12: 6

“Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días” (Apoc. 12: 6).

“Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo” (vers. 13, 14).

Esta sección de la profecía revela que el período de los 1.260 días es posterior a la venida de Cristo, a su obra en la tierra, y a su ascensión y regreso a las cortes celestiales. Este período se desarrolla en la era cristiana.

Este capítulo transmite una perspectiva del gran conflicto entre Cristo y Satanás con un énfasis en la guerra que ocurre en el cielo y en la tierra. Satanás es derrotado en el cielo y se lo expulsa de allí. La batalla crucial de esta guerra se desarrolla en torno a la crucifixión de Cristo (véase Juan 12: 31, 32), y Cristo surge victorioso.

Como Satanás perdió la guerra en el cielo y luego en la tierra cuando Cristo vino, se podría concluir, prematuramente, que esto asegurarla que la iglesia de Cristo continuaría triunfando a lo largo del tiempo hasta el regreso de Cristo. Sin embargo, el peor período de persecución en la historia de la salvación es posterior, y es la etapa en la que la iglesia vive en el desierto por 1.260 años.

Esta experiencia del pueblo de Dios es idéntica a la del padecimiento de “los santos del Altísimo” descrita en Daniel y ya discutida anteriormente. Esta época de persecución de los santos y de dominio del anticristo abarca la mayor parte de la era cristiana; casi llega hasta el “tiempo del fin”. Si entendemos el Apocalipsis como una continuación de las visiones en Daniel, el cumplimiento de las profecías referentes al cuerno apóstata en Daniel y al dragón y la bestia en Apocalipsis deben buscarse en la era cristiana.

La relación entre los dos libros se centra en una obra divina de juicio que desemboca en el triunfo final de los santos y la derrota de los enemigos de Dios. El hecho de que Cristo ya haya venido y realizado su obra redentora entre los hombres no significa que esta obra esté concluida. Cristo continúa desarrollando en el santuario celestial una obra de redención y juicio.

Las grandes profecías de Daniel y Apocalipsis están tan estructuradas como para admitir su cumplimiento progresivo a lo largo del curso de la historia, orientándose hacia el triunfo final de la iglesia y de Dios.

Apocalipsis 11

“Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses. Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. .. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Apoc. 11: 2, 3, 6).

Después que Juan recibió el librito de la mano del ángel (Apoc. 10), el profeta recibe la orden de medir el santuario, el altar y a los adoradores. Esta es una referencia al ministerio de Cristo, al lugar de la expiación y a los creyentes genuinos.

Esta misma profecía anuncia que los gentiles hollarán la santa ciudad durante 42 meses. Durante ese tiempo, los dos testigos profetizan en saco de cilicio. La Escritura nos recuerda el poder que tienen los testigos: se cerraría el cielo para que no lloviese como en los tiempos de Elias, y la tierra sería castigada con las plagas. Es inconcebible que una nación o un reino pequeños pudiera limitar el poder de estos testigos por un período tan prolongado. Y cuando consideramos la guerra que libra contra ellos la bestia que sale del abismo, es enormemente cuestionable que ésta pueda ser una referencia a 1.260 días literales. Dado que este período es el mismo al que se hiciera referencia en Daniel y Apocalipsis, entonces los eventos históricos que ocurren en ese prolongado período cumplen la predicción formulada: estos dos testigos de la Palabra de Dios vestirían saco de cilicio y callarían su voz durante 1.260 años.

Apocalipsis 13

“¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación. Y le adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apoc. 13: 4-8).

En este capítulo se libra una lucha titánica entre las fuerzas demoníacas y el Cielo. Esta profecía, basada en los 1.260 años, relata que el poder satánico hace guerra contra los santos y los vence, ejerce autoridad “sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación”, y lo adoran “todos los moradores de la tierra”. La magnitud y la dimensión del este conflicto trasciende la guerra que libró Antíoco Epífanes contra los judíos. La persecución incesante contra los santos durante los 1.260 años, y el aparente triunfo de ese poder que concitó la adoración y la fidelidad del mundo occidental, hace que el incidente histórico protagonizado por Antíoco Epífanes sea un hecho diminuto.

Casi todas estas profecías que se encuentran en Daniel y en Apocalipsis, sumadas a las de nuestro Señor en Mateo 24, abarcan la mayor parte de la historia de la salvación en la era cristiana. Considerar que sólo merecen una interpretación preterista no deja lugar a su cumplimiento en la era cristiana.

El desarrollo de la historia de la salvación en el tiempo es el tema fundamental de estas profecías. Esta visión delinea los grandes períodos que involucran el destino de la humanidad. Se encuentran recapitulaciones en las profecías de Daniel y el Apocalipsis que incluyen factores adicionales en el cumplimiento más acabado los períodos ulteriores. Esto es lo que ocurre con la profecía de los 1.260 años. Estos periodos de tiempo definido están enmarcados en estas profecías, y su cumplimiento requiere un prolongado tránsito histórico. ¿De qué otro modo se podría concretar el triunfo final, a no ser por medio del juicio que se realiza en el santuario celestial?

La victoria final está íntimamente relacionada con estos períodos históricos. Aquí se concreta el tema. El sacrificio de Cristo a mitad de la séptima semana es un acto irrepetible y decisivo para la redención y el juicio de todos los hombres. La batalla decisiva en el conflicto ya se libró. Ganó nuestro Señor Jesús. Su muerte, resurrección y ascensión a la diestra del Padre crean una nueva división de tiempo, porque se concentran en el ministerio sumo sacerdotal del Cristo que vive en el santuario celestial. Pero la victoria final aún está en el futuro. La etapa final del ministerio de Cristo también es decisiva y redundará en la vindicación de Dios y de su pueblo y en la erradicación del pecado. Entonces, el dominio de Satanás y de sus agentes cederá lugar al dominio eterno de nuestro Señor y de su pueblo.

¿Es correcto asignar fechas específicas al comienzo y al fin de estos períodos? La interpretación tradicional ha sido coherente en relación con el tiempo, mucho antes de que los adventistas aparecieran en el escenario de la historia. No faltaron algunas leves diferencias, pero éstas no cambiaron el tema o la dimensión de estas profecías y de los eventos preanunciados en estos períodos de tiempo. Es que una cosa es argumentar por una diferencia de unos pocos años, y muy otra es insistir en que se refieren a días literales antes que a años simbólicos. Por lo tanto, no nos apartemos del fundamento histórico y profético de nuestra iglesia, haciendo que nuestro pueblo albergue posturas confusas.

Antioco Epífanes, la Roma pagana y la Roma papal

Antíoco Epífanes, el Imperio Romano y la Roma papal tienen una cosa en común: los ataques contra el centro de adoración a Dios, tanto al santuario terrenal como al celestial, con el propósito de destruir el verdadero sistema de adoración. Las profecías involucradas no se basan en similitudes exactas entre ellas, pero revelan que Satanás ha estado trabajando para destruir y pisotear los santuarios de Dios y todo lo que ha sido considerado sagrado para Israel y para su pueblo, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento.

El pecado comenzó en el santuario celestial, cuando Lucifer se reveló contra Dios. Satanás no ha cambiado su ataque contra los adoradores del verdadero Dios. El ministerio del santuario, en la tierra y en el cielo, reclama la adoración inmutable al Dios viviente. Esto significa que en estos tres poderes se encuentran tres manifestaciones de la obra de Satanás. Pero esto no significa que se entienda que Antíoco cumple las profecías de Daniel y del “cuerno” apóstata.

Cristo reconoció esto cuando aplicó la profecía de Daniel a la Roma pagana. “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes” (Mat. 24:15,16). Ni Antíoco Epífanes ni la Roma pagana cumplieron las profecías de Daniel.

Una parte esencial del mensaje del santuario en el que creemos implica una dependencia total de Cristo, nuestro único mediador entre Dios y los hombres, quien está sentado a la diestra del Padre en el Santuario celestial. Contemplar a Jesús como el autor y consumador de nuestra fe significa poseer la justicia salvadora que sólo se obtiene por la fe. Además, Cristo ministra desde el santuario celestial la redención y el juicio hasta su venida.

El hecho de que Antíoco Epífanes —como la Roma pagana en el 70 DC y la Roma papal por 1.260 años— haya buscado destruir todo lo que era sagrado en el santuario hebreo de Jerusalén, no significa que cumpla con la profecía referente al “cuerno pequeño” de Daniel, capítulos siete y ocho. El cumplimiento de estas profecías se sustenta en períodos históricos y no en un lapso de tres años y medio literales en la época del Antiguo Testamento, o en los primeros siglos de la era cristiana; pues ellos abarcan la mayor parte del conflicto entre Dios y su pueblo por un lado, y Satanás y sus seguidores por el otro, incluso 1.260 años y un lapso posterior.

Sobre el autor: Edward Heppenstall, autor de varias obras (entre ellas Salvation Unlimited), es pastor y profesor de teología, actualmente jubilado.