Dios quiere que en su vida en el hogar el que enseña la Biblia ejemplifique las verdades que presenta. La clase de hombre que sea tendrá mayor influencia que lo que diga. La piedad en la vida diaria dará poder al testimonio público. Su paciencia, su carácter consecuente y el amor que ejerza impresionarán corazones que los sermones no alcanzarían.
Los deberes propios del predicador lo rodean, lejos y cerca; pero su primer deber es para con sus hijos. No debe dejarse embargar por sus deberes exteriores hasta el punto de descuidar la instrucción que sus hijos necesitan. Puede atribuir poca importancia a sus deberes en el hogar; pero en realidad sobre ellos descansa el bienestar de los individuos y de la sociedad. En extenso grado, la felicidad de los hombres y mujeres y el éxito de la iglesia dependen de la influencia ejercida en el hogar. Hay intereses eternos implicados en el debido desempeño de los deberes diarios de la vida. El mundo no necesita tanto a grandes intelectos como a hombres buenos, que sean una bendición en sus hogares.
Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo. En el día del ajuste final de cuentas, Dios le preguntará qué hizo para llevar a Cristo a aquellos de cuya llegada al mundo se hizo responsable. El mucho bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que él tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus propios hijos.
Debe existir en la familia del predicador una unidad que predique un sermón eficaz sobre la piedad práctica. Al hacer fielmente su deber en el hogar, en cuanto a refrenar, corregir, aconsejar, dirigir y guiar, el predicador y su esposa se vuelven más idóneos para trabajar en la iglesia, y multiplican los elementos con que cuentan para realizar la obra de Dios fuera del hogar. Los miembros de su familia vienen a ser miembros de la familia del cielo, y son un poder para bien y ejercen una influencia abarcante.
Por otro lado, el predicador que permita que sus hijos se críen indisciplinados y desobedientes, encontrará que la influencia de sus labores en el púlpito queda contrarrestada por la conducta indigna de sus hijos. El que no pueda gobernar los miembros de su propia familia, no podrá ministrar debidamente en favor de la iglesia de Dios, ni preservarla de la contención y controversia.
La cortesía en el hogar
Existe el peligro de no dar la debida atención a las cosas pequeñas de la vida. El predicador no debe descuidar el decir palabras bondadosas y alentadoras en el círculo de la familia. Hermanos míos en el ministerio, ¿demostraréis en el círculo del hogar brusquedad, dureza, descortesía? Si lo hacéis, no importa cuán sublime sea lo que profeséis, estáis violando los mandamientos. No importa cuán fervientemente prediquéis a otros, si dejáis de manifestar el amor de Cristo en vuestra vida en el hogar, quedáis por debajo de la norma fijada para vosotros. No penséis que es representante de Cristo el hombre que al bajar del púlpito incurre en observaciones duras y sarcásticas, o en chistes y bromas. El amor de Dios no está en él. Su corazón está lleno de amor hacia sí mismo, de engreimiento, y demuestra que no tiene verdadera estimación por las cosas sagradas. Cristo no está en él, y no siente el peso del solemne mensaje de la verdad para este tiempo.
En algunos casos, los hijos de los predicadores son los niños a quienes más se descuida en el mundo, por la razón de que el padre está poco con ellos, y se les deja elegir sus ocupaciones y diversiones. Si el predicador tiene una familia de varones, no debe abandonarlos enteramente al cuidado de la madre. Esta es una carga demasiado pesada para ella. Él debe hacerse compañero y amigo de ellos. Debe esforzarse por apartarlos de las malas compañías, y cuidar de que tengan trabajo útil que hacer. Puede ser difícil para la madre ejercer dominio propio. Si el esposo nota que tal es el caso, debe encargarse de la mayor parte de la responsabilidad, y hacer cuanto pueda para conducir a sus muchachos a Dios.
Recuerde la esposa del predicador que tiene hijos, que ella tiene en su hogar un campo misionero en el cual debe trabajar con energía incansable y celo invariable, sabiendo que los resultados de su trabajo perdurarán por toda la eternidad. ¿No son las almas de sus hijos de tanto valor como las de los paganos? Atiéndalos, pues, con amante cuidado. Le ha sido encargada la responsabilidad de demostrar al mundo la fuerza y excelencia de la religión en el hogar. Ella ha de ser regida por los principios, no por los impulsos, y ha de trabajar con el sentimiento de que Dios es quien le ayuda. No debe permitir que nada la aparte de su misión.
La influencia de la madre que tiene íntima relación con Cristo es de valor infinito. Su ministerio de amor hace del hogar un Betel. Cristo obra con ella, transformando el agua común de la vida en el vino del cielo. Sus hijos se criarán para serle una bendición y honra en esta vida y en la venidera.