Con respecto al tiempo del fin ha sido profetizado lo siguiente:
“Mas al tiempo del fin, arremeterá contra él el rey del Sur; pero el rey del Norte le arrebatará como una tempestad, con carros de guerra y gente de a caballo y muchas galeras: y entrará en las tierras; y lo inundará y lo arrollará todo” (Dan. 11:40, V. M.)
Al penetrar Roma en el mundo mediterráneo oriental hacia el segundo siglo antes de Jesucristo, los seleucos y los ptolomeos se encontraban en lucha mortal. En un siglo y medio Roma logró destruir ambos reinos e incorporar sus dominios a sus propios territorios, muy vastos ya. Por eso no volvemos a ver nada de estos reyes en el mundo profético hasta el versículo que mencionamos al comenzar, referido para “el tiempo del fin.” Por este versículo, y los que le siguen en el capítulo, sabemos que en los últimos días dos nuevos poderes surgirían a la existencia, con territorios al norte y al sur de la Tierra Santa, a semejanza de los reyes originales del norte y del sur, y que el choque de estos dos poderes sobre los collados de Palestina introduciría el último acto del gran drama del mundo.
La desaparición total de los reyes del “norte” y del “sur” hace casi dos mil años, es uno de los sucesos más intrigantes de la historia del Medio Oriente. Durante todo el período de la hegemonía romana no hubo posibilidad alguna de divisiones territoriales. Al desintegrarse el Imperio Romano en diversos grupos bárbaros, la Roma bizantina, que tenía su capital en Constantinopla, continuó con el dominio del Medio Oriente hasta el siglo séptimo, época en que surgió a la existencia el gran poder musulmán. De allí en adelante, durante trece siglos, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto vinieron a integrar primero el Imperio Sarraceno y luego el Otomano.
Durante todo ese período el Cercano Oriente actuó casi inadvertidamente en el concierto de las naciones del mundo. Constituía un mundo aparte en el cual sólo ocasionalmente penetraban diplomáticos, comerciantes, y peregrinos en viaje a los lugares sagrados de la Tierra Santa. No deja de ser significativo sin embargo que justamente en el principio del “tiempo del fin,” es a saber, hacia el comienzo del siglo XIX, cuando tantas profecías empezaron a concretarse, la “cortina de hierro” que había envuelto al cristianismo occidental y las tierras del islam, fuera alzada y los asuntos del Cercano Oriente comenzaran a cobrar repentinamente una importancia internacional que no habían tenido por milenios.
Una de las razones que influyeron en el cambio del panorama político fue la inminente disolución del Imperio Islámico Otomano y la lucha entre las naciones europeas por arrebatar todo lo posible de aquel poder que iba a dejar de existir. Un historiador lo ha descrito de la siguiente manera: “Ansiosos observadores permanecieron al lado del lecho del enfermo del Oriente… no como amigos amantes que procuraran endulzar sus últimas horas, sino como beneficiarios interesados en sus bienes hipotecados, ávidos de una porción tan grande como fuera posible obtener en el momento del reparto. En consecuencia, este estado fue desgarrado en fragmentos por pretendientes rivales.”
Esta coincidencia entre el interés mundial en la “cuestión de Oriente” y la palabra profética que lo anticipó para “el tiempo del fin,” naturalmente despertó gran interés entre los estudiosos de las Sagradas Escrituras.
Creyendo que los otros signos de la venida de Cristo eran inminentes, vinieron a la conclusión de que los versículos finales de Daniel once se cumplirían en comparativamente pocos años por las potencias ocupantes de los territorios del Cercano Oriente, es decir, Turquía al norte y Egipto al sur. En ambos países buscaron ansiosamente la correspondencia entre la profecía y la historia.
Notaron los estudiantes de las profecías cómo un ambicioso bajá egipcio estaba preparando un golpe contra su dominador, el sultán de Turquía. En este avance el bajá se vio apoyado por Napoleón, que arribó a Egipto en 1798 y el próximo año avanzó hacia la Siria turca.
La profecía declaraba que el “rey del norte” reaccionaría violentamente contra el golpe del “rey del sur,” y arrollaría a este poder. Este detalle parecía hallar su cumplimiento en el hecho de que las fuerzas turcas, con el apoyo de los británicos y los rusos, obligaron a los franceses a retirarse y eventualmente los expulsaron de Egipto y restablecieron la soberanía del sultán sobre esas tierras del sur.
Con todo, si los estudiosos de las páginas proféticas de los días del gran despertar adventista de principios del siglo XIX, hubieran comprendido que el tiempo de la venida de Cristo no estaba tan cercano como se lo anticiparon, habrían concluido que estos eventos, si bien parecían acomodados a las especificaciones de las profecías, no bastaban para cumplir amplia y cabalmente el encadenamiento profético correspondiente.
En primer lugar, los reyes del norte y del sur nunca serían reinos separados y distintos. En verdad Egipto continuó como provincia del Imperio Otomano hasta el año 1881, cuando se convirtió en protectorado británico.
Asimismo, difícilmente podría concebirse que el sultán, en sus guerras con Francia y Egipto, se moviera como “tempestad,” inundando y arrasando todo. Fue tan sólo con el apoyo vigoroso británico y ruso cómo le fue posible detener el avance arrollador del bajá de Egipto en dirección a Siria y el Asia Menor. Ciertamente Turquía no parecía tener por entonces—en el siglo XIX—parecido alguno con el tempestuoso rey del norte de la profecía bíblica.
Hoy comprendemos claramente que las naciones contendientes de este texto no son los estados comparativamente menores de Turquía y Egipto sino dos grandes potencias destinada a medir fuerzas en el escenario del Cercano y Medio Oriente, en el gran conflicto final de la historia del mundo.
A esta altura de nuestro estudio nos preguntamos:
¿Es la “cuestión de Oriente” aún objeto de tanta controversia entre las naciones como lo fuera en el siglo XIX?
¿Surgió algún gran poder en aquella región durante el siglo pasado o en sus vecindades, y si es así, hay intereses que podrían entrar en conflicto con repercusiones de magnitud mundial?
En contestación a la primera pregunta, es evidente que el Cercano y el Medio Oriente son actualmente motivo de graves preocupaciones para las naciones, mucho más de lo que lo fueron en el siglo pasado.
Si Napoleón advirtió que en esas regiones existían en potencia vías de comunicación de importancia capital entre Gran Bretaña y sus posesiones de la India, actualmente dichas zonas se han convertido en el cruce de los caminos terrestres, marítimos, aéreos y hasta puede decirse que en ellas se encuentra la llave de la tranquilidad del mundo.
A más de constituir el centro estratégico del mundo, esos territorios han aumentado grandemente su importancia merced a sus riquísimos yacimientos petrolíferos, que constituyen hoy el 42% de las reservas mundiales, con las cuales se suple actualmente sólo el 4 % de la producción mundial. No es de extrañarse entonces que un gran estadista comentara: “El Medio Oriente es la venidera capital del imperio petrolífero.”
En aditamento al petróleo hay aún recursos naturales no descubiertos en el Cercano Oriente. que fácilmente podrían ser motivo de contención entre las grandes potencias. En el Mar Muerto se estima que hay inmensas provisiones de minerales esenciales tales como potasio, sodio, cloro, magnesio y bromo, suficientes como para suplir las necesidades del mundo durante los próximos dos mil años.
“Salta a la vista—ha dicho otro gran estadista, —que el Cercano y el Medio Oriente pueden llegar a constituirse en el escenario de graves rivalidades entre potencias extranjeras, y ¡cuán fácilmente podría tal rivalidad explotar en un conflicto!”—”Public Opinión,” 28 de junio de 1946.
Estas consideraciones nos conducen al segundo punto: en vista de la importancia estratégica y económica de esas zonas y sus vastos recursos naturales, ¿hay potencias que se interesen particularmente en el norte y el sur de Palestina y que procuren dominar los países comparativamente débiles tales como Turquía, Egipto y los estados árabes? Quizás el lector diga que sí.
Mientras Turquía todavía ocupa el territorio del antiguo rey del norte—Seleuco, —y Egipto es un reino independiente como lo fuera en los días de Ptolomeo, estas naciones menores se ven completamente neutralizadas por otras potencias grandes y la rivalidad entre éstas constituye la real amenaza de conflictos en el Medio Oriente actualmente.
En la lucha que estallará en el Medio Oriente, ¿cuán afortunado será el rey del norte? La respuesta la da la profecía en las siguientes palabras:
“Entrará en las tierras; y lo inundará y lo arrollará todo. Entrará también en la tierra hermosa; y muchas tierras caerán; pero éstas escaparán de su mano, Edom y Moab, y la parte principal de los hijos de Ammón. Extenderá su mano también contra otras tierras; y la tierra de Egipto no escapará; sino que él se apoderará de los tesoros de oro y de plata, y de todas las demás cosas apetecibles de Egipto: y los Libios y los Etíopes seguirán sus pasos” (Dan. 11:40- 43).
Aunque se haya instado a la iglesia de cada generación a comparar la historia con la profecía a fin de advertir el progresivo desarrollo de las predicciones divinas, no nos corresponde dogmatizar sobre el futuro. Todo cuanto podemos decir sobre detalles aún no cumplidos de la profecía, es sugerir que el futuro rey del norte habrá de ser afortunado al principio en su campaña arrolladora contra el rey del sur y que se verá obligado a replegarse hacia África Central. Las potencias del norte arrollarán a Palestina entre el Jordán y el Mediterráneo, con dominio de la antigua ruta del “camino del mar,” pero sin preocuparse seriamente de las altas tierras orientales y el desierto, hogar otrora de los edomitas, moabitas y amonitas. En su campaña victoriosa el rey del norte invadirá a Egipto, saqueando sus tesoros y penetrando hacia el sur hasta Etiopía y la costa norteña del Africa hasta Libia.
Algo, sin embargo, lo detendrá. ¿Qué será?
“Empero noticias desde el oriente y el norte le turbarán” (Dan. 11:44).
Cuando se consideraba a Turquía la potencia ejecutora de la labor asignada por la profecía al poderoso rey del norte en su campaña contra Egipto en los últimos días, se creía generalmente que las “noticias desde el oriente y el norte” significarían un ataque contra Turquía de parte de la nación rusa que surgía y que geográficamente se hallaba ubicada al norte y al oriente. Ahora, sin embargo, que existe la posibilidad de que el conflicto entre los reyes del norte y del sur tenga un cumplimiento más vasto que el que en otro tiempo se le atribuyera, la potencia llena de poder cuyas “noticias” producen tan grande alarma en el corazón del “rey del norte” debe estar lógicamente ubicada en un punto de origen más distante.
¿Qué esfuerzo desesperado y final hará el rey del norte?
“Y plantará sus pabellones palaciales entre los mares, junto al hermoso y santo monte; mas llegará a su fin; y no habrá quien le ayude” (Dan. 11:45).
En un esfuerzo final, el rey del norte procurará organizar a los suyos contra sus enemigos de todas partes. En las montañas de Palestina procurará resistir fieramente pero en vano. El rey del norte será abatido para no surgir jamás.
Llegamos así al punto culminante de la intervención de Dios para poner fin a la controversia de todas las edades.