“Hasta lo último de la tierra”
Al fin de su vida y de su ministerio, Elena G. de White escribió en 1915 estas palabras que deberíamos hacer nuestras cada vez que circunstancias excepcionales, como este centenario, nos llevan a reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro del movimiento adventista: “Al recapacitar en nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso de su progreso hasta nuestra situación actual, puedo decir: ¡Alabemos a Dios! Mientras contemplo lo que el Señor ha hecho, me siento llena de asombro y confianza en Cristo como nuestro caudillo. No tenemos nada que temer en lo futuro, excepto que olvidemos la manera como el Señor nos ha conducido y sus enseñanzas en nuestra historia pasada” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 443).
Cien años de misiones mundiales
Se necesitaron treinta años para que el grupito de adventistas de los Estados Unidos comprendiera que el mensaje del Evangelio eterno les había sido confiado para que lo anunciaran “a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc.14:6). Cuando en 1864, un año después de la organización de la Asociación General, M. B. Czechowski ofreció sus servicios a fin de llevar el mensaje a Europa, los hermanos estimaron que todavía no había llegado el tiempo para tal empresa. Hubo que esperar los primeros resultados del trabajo de Czechowski (quien partió sin el consentimiento de ellos), y el patético llamado de Albert Vuilleumier, fechado el 6 de enero de 1869 (repetido y ampliado por Santiago Erzberger), para que se abriera paso la idea de establecer la obra en Europa.
El hecho de saber que en el viejo continente había grupos de adventistas deseosos de recibir mayor instrucción, los repetidos llamados de éstos, y la iluminación del espíritu de profecía en pro de una obra mundial, contribuyeron a que los hermanos tomaran la decisión de enviar como representante al mejor hombre que tenían: J. N. Andrews.
Agradecemos al Señor por este primer misionero adventista. Posteriormente, centenares y miles de otros misioneros han seguido el ejemplo de Andrews. Cien años después, solamente durante el año 1973, salieron 1.159 misioneros de su patria para ir a otro país, en otro continente, respondiendo así al mandato del Maestro: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15). De éstos, 316 son misioneros nuevos, 388 ya han servido como tales, y 455 son voluntarios. Gracias a este ejército de misioneros el mensaje adventista se predica en la actualidad en el 90% de los países del mundo y representa una de las empresas misioneras más vastas -tal vez sea la mayor- de todas las organizaciones religiosas no católicas consideradas individualmente. Una expansión tan rápida y de tan largo alcance constituye una prueba evidente de que Dios mismo vela por el desarrollo de esta obra.
Para completar este cuadro, hay que agregar a los misioneros propiamente dichos los 25.000 evangelistas que proclaman hoy el mensaje en un millar de lenguas y dialectos, mientras que la iglesia emplea a 70.000 obreros en diversos ramos de actividad para el cumplimiento de su mandato divino. La organización publica más de trescientos periódicos, y no pasa ano sin que la obra penetre en un país donde todavía no ha sido predicado el mensaje. Si pensamos en los esfuerzos que se despliegan por la salvación de una sola alma, ¿no es maravilloso pensar que durante el año 1973 se ha podido conducir al Señor más de 200.000 nuevos conversos? ¿Cómo no hemos de alabar a Dios por la obra de la salvación que él mismo dirige en el mundo a fin de formar para sí un pueblo salido de todas las naciones de la tierra, preparado para recibirlo en el día de su gloriosa venida?
La Iglesia Adventista en 1974
Otro aspecto del desarrollo de la iglesia que merece ser destacado, aparte del crecimiento numérico que ha llevado de una feligresía de unos 8.000 miembros a unos 2.500.000 en un siglo, es el siguiente: Hasta el año 1950, más o menos, la mayoría de los adventistas vivía en América del Norte, Europa y Australia. Hoy día, sólo el 20% de los adventistas del mundo vive en los Estados Unidos, y es muy probable que hacia el fin de esta década ese porcentaje no pasará del 10%. Esto significa que la Iglesia Adventista ya no es una iglesia occidental, puesto que un gran porcentaje de sus miembros no son de origen europeo. Y esta característica no dejará de acentuarse en los años próximos puesto que los avances más rápidos se producen, precisamente, en América del Sur, en África, en las islas del Caribe y del Pacífico y en ciertas regiones de Asia.
Puesto que un gran porcentaje de estos miembros corresponde a creyentes de la generación de jóvenes adultos, es muy razonable creer que la Iglesia Adventista seguirá siendo viva y dinámica. Incluso es probable que el ardor espiritual de los miembros de los países del tercer mundo ejercerá una influencia vivificadora sobre la iglesia en general y sobre su proyección misionera en particular. Ya se está advirtiendo que el movimiento misionero no se efectúa únicamente en un sentido. Esta es una circunstancia feliz, puesto que en momentos cuando muchas puertas se cierran para los misioneros norteamericanos y europeos, nuevas fuerzas emergen de todas partes: del Brasil, las Antillas, las Filipinas y otros lugares. Este movimiento misionero de la iglesia no occidental hacia el mundo entero no dejará de acrecentarse y constituirá, con toda seguridad, el arma más poderosa para la expansión del movimiento adventista en los años venideros.
¿Quiere decir esto que se exigirá un esfuerzo misionero menos intenso de parte de las iglesias del mundo occidental? En absoluto, pues seguirán necesitándose cada vez más hombres altamente capacitados para ayudar en la preparación de los obreros y de los dirigentes de numerosos países africanos, asiáticos y latinoamericanos. Pero sobre todo, necesitaremos acrecentar el espíritu misionero para sostener financieramente la expansión de la iglesia en los países del tercer mundo. Aunque algunos países se cierren para los misioneros del mundo occidental, no significa que por ello deba cesar su proyección. En ciertos países donde estos últimos ya no tienen acceso, la obra se está desarrollando rápidamente, y damos gracias al Señor por ello. Estamos viviendo, por cierto, en un momento de cambios radicales. Los conceptos de las misiones de la era colonial deben abandonarse, pero la misión mundial de la Iglesia Adventista debe proseguir. Queda una obra inmensa por hacer, y sabemos que se hará, por la gracia de Dios y con la colaboración de la iglesia entera.
Una obra que debe ser acabada
Los pioneros del mensaje adventista no advirtieron, al principio, la grandeza de la tarea que les tocaba desempeñar. La visión de una obra mundial no llegó a su comprensión sino en forma paulatina, bajo la presión de las circunstancias, y gracias a las vislumbres que el Señor no dejó de prodigarles mediante los consejos del espíritu de profecía. En ese sentido, el año 1874 señala un punto decisivo. Los treinta primeros años (de 1844 a 1874), fueron enteramente consagrados a la proclamación del mensaje dentro de las fronteras de los Estados Unidos. A partir de 1874 se realizó la proyección al mundo entero, pues nuestros dirigentes comprendieron la importancia de una predicación universal del Evangelio.
La publicación, en enero de 1874, de la nueva revista mensual The True Missionary (El verdadero misionero), da testimonio del nuevo espíritu que animaba entonces a la joven comunidad adventista. Igualmente explícito es el texto elegido como lema de la revista y colocado debajo del título: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15). Sigue, en primera página, el artículo de fondo escrito por Elena G. de White acerca del campo mundial y la misión de la iglesia. Dentro de esta perspectiva se sitúa la decisión tomada algunos meses más tarde de enviar a Europa a J. N. Andrews como primer misionero. Esta decisión no era, en definitiva, sino la consecuencia lógica de esta nueva visión de la iglesia. Y por no haber resistido “a la visión celestial”, la obra misionera se ha convertido para la Iglesia Adventista, en el transcurso de estos cien años, en la señal distintiva de su actividad y en la razón de ser de su presencia en el mundo.
Desearíamos que 1974 marcara, a la vez, una nueva etapa en la proclamación del mensaje. Geográficamente hablando, puede decirse que la primera parte del mandato del Maestro está cumplida. Desde hace cien años, los misioneros adventistas han estado yendo “hasta lo último de la tierra”. Son raros los países donde el mensaje todavía no ha sido predicado. Pero nuestra tarea no debe limitarse a consideraciones de orden geográfico. La orden de ir “por todo el mundo” no tiene sentido sino en la medida en que las buenas nuevas sean predicadas “a toda criatura”.
¿Cómo puede realizarse esto? ¿No se trata de una misión imposible? Ciertamente, la tarea es sobrehumana, y cada año que pasa parece más desmesurada. Pensemos tan sólo en el crecimiento constante de la población del globo, en el número de analfabetos que aumenta constantemente, en los obstáculos de orden político y religioso cada vez más reales, sin mencionar la limitación forzosa de los medios financieros. ¡Quién se atreve a hablar de estos problemas! Sin embargo, ¿acaso no nos ha dicho el mismo Señor de la mies: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”? ¿Permitiremos, como el pueblo de Israel, que la situación del mundo por conquistar nos desanime, o diremos con Caleb y Josué: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos” (Núm. 13:30)? ¿Acaso no está escrito: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4)? Por fe los pioneros salieron a conquistar el mundo, como antiguamente lo hicieron los apóstoles. Pero no se requerirá menos fe hoy para terminar la obra de la predicación del Evangelio eterno a los habitantes de toda la tierra.
Promesas certeras
La Biblia y el espíritu de profecía nos dan promesas seguras en cuanto a la terminación de la obra de Dios en los últimos días. El fin no vendrá antes que este Evangelio del reino sea “predicado… en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones” (Mat. 24:14). “El mensaje del tercer ángel se acrecentará hasta llegar a ser un fuerte pregón, y toda la tierra será iluminada con la gloria del Señor” (El Evangelismo, pág. 503).
La primera señal de este acto final de la evangelización del mundo se verá en el despertar de la iglesia. En su providencia, el Señor sacudirá la apatía de su pueblo. Una reforma lo preparará para que participe sin restricciones en la terminación de su obra. “Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre la tierra, habrá entre el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos. El Espíritu y el poder de Dios serán derramados sobre sus hijos” (El Conflicto de los Siglos, pág. 517). “En visiones de la noche pasó delante de mí un gran movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios. Muchos alababan a Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros. Se advertía un espíritu de oración como lo hubo antes del gran día de Pentecostés. Veíase a centenares y miles de personas visitando las familias y explicándoles la Palabra de Dios. Los corazones eran convencidos por el poder del Espíritu Santo, y se manifestaba un espíritu de sincera conversión. En todas partes las puertas se abrían de par en par para la proclamación de la verdad. El mundo parecía iluminado por la influencia divina” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 345).
“Los obreros serán capacitados más bien por la unción de su Espíritu que por la educación en institutos de enseñanza. Habrá hombres de fe y de oración que se sentirán impelidos a declarar con santo entusiasmo las palabras que Dios les inspire” (El Conflicto de los Siglos, pág. 664). “Sembrada está la semilla, y brotará y dará frutos. Las publicaciones distribuidas por los misioneros han ejercido su influencia; sin embargo, muchos cuyo espíritu fue impresionado han sido impedidos de entender la verdad por completo o de obedecerla. Pero entonces los rayos de luz penetrarán por todas partes, la verdad aparecerá en toda su claridad, y los sinceros hijos de Dios romperán las ligaduras que los tenían sujetos. Los lazos de familia y las relaciones de la iglesia serán impotentes para detenerlos. La verdad les será más preciosa que cualquier otra cosa. A pesar de los poderes coligados contra la verdad, un sinnúmero de personas se alistará en las filas del Señor” (Id., pág. 670).
Los mensajes solemnes de Apocalipsis 14 conmoverán a las masas. “Miles y miles de personas que nunca habrán oído palabras semejantes, las escucharán. Admirados y confundidos, oirán el testimonio de que Babilonia es la iglesia que cayó por sus errores y sus pecados, porque rechazó la verdad que le fue enviada del cielo” (Id., págs. 664, 665).
“Entonces muchos se separarán de esas iglesias en las cuales el amor de este mundo ha suplantado al amor de Dios y de su Palabra. Muchos, tanto ministros como laicos, aceptarán gustosamente esas grandes verdades que Dios ha hecho proclamar en este tiempo a fin de preparar un pueblo para la segunda venida del Señor” (Id., pág. 517).
Tales son, a grandes rasgos, las perspectivas del desarrollo de la obra en los años venideros. Ciertamente, no faltarán las dificultades y los obstáculos de toda clase. Pero el Señor manifestará su misericordia en una forma del todo especial en un tiempo que no será menos excepcional. “Dios utilizará formas y medios por los cuales se verá que él está tomando las riendas en sus propias manos. Los obreros se sorprenderán por los medios sencillos que él utilizará para realizar y perfeccionar su obra de justicia” (Testimonios para los Ministros, pág. 305). “Merced a las maravillosas operaciones de la Providencia divina, montañas de dificultades serán removidas y arrojadas al mar. El mensaje, que tanto significa para todos los habitantes de la tierra, será oído y comprendido. Los hombres verán dónde está la verdad. La obra progresará más y más hasta que la tierra entera sea amonestada; y entonces vendrá el fin” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 332).
Una obra para todos
Si el maravilloso cumplimiento de las promesas de Dios hechas a nuestros pioneros debiera llenarnos de confianza en cuanto al futuro, la manera como se desarrolló la obra debiera servirnos de ejemplo. La historia del movimiento adventista es esencialmente la historia de un pueblo cuya fe se expresa en una intensa actividad misionera. Fue mediante hombres y mujeres de humilde condición (agricultores, marinos, carpinteros, tejedores, panaderos y amas de casa) como el mensaje, en sus comienzos, se expandió con una rapidez increíble. Lo mismo sucede todavía hoy en todo lugar donde los miembros de iglesia comprenden que el Señor les concede a ellos también la gracia de ser testigos vivientes de la verdad.
Para terminar la obra de Dios en este mundo, se imponen dos condiciones a la iglesia en el centenario de las misiones adventistas. Estas condiciones surgen claramente de las declaraciones citadas. En primer lugar, el reavivamiento y la reforma del pueblo de Dios; y luego, la participación de todos en la proclamación del último mensaje. “El mandato que dio el Salvador a los discípulos incluía a todos los creyentes en Cristo hasta el fin del tiempo. Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas sólo depende del ministro ordenado. Todos aquellos a quienes llegó la inspiración celestial, reciben el Evangelio en cometido. A todos los que reciben la vida de Cristo se les ordena trabajar para la salvación de sus semejantes. La iglesia fue establecida para esta obra, y todos los que toman sus votos sagrados se comprometen por ello a colaborar con Cristo” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 761).
No es ciertamente la luz y los consejos lo que nos falta. Por los escritos del espíritu de profecía cada uno puede tener una idea precisa de la forma como será proclamado el Evangelio. Pero no se trata solamente de saber. La terminación de la obra de Dios en el mundo depende sobre todo de qué clase de cristianos somos y de la actitud de cada uno frente a la tarea por cumplirse. Todo será diferente cuando cada uno pueda decir con el apóstol Pablo: “No fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los 9ue están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hech.26: 20). ¿En qué medida nos constriñe el amor de Cristo?
“Durante cuarenta años, la incredulidad, la murmuración y la rebelión impidieron la entrada del antiguo Israel en la tierra de Canaán. Los mismos pecados han demorado la entrada del moderno Israel en la Canaán celestial. En ninguno de los dos casos faltaron las promesas de Dios. La incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios nos han mantenido en este mundo de pecado y tristeza tantos años” (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 78).
Ojalá que este centenario pueda ser la ocasión para recapacitar y reconsagrarnos. “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá” (Mat. 24:45-47).
Sobre el autor: Secretario de la División Euroafricana, escribió este artículo en 1974, al cumplirse un siglo de la llegada del pastor John Nevins Andrews a Europa como primer misionero enviado al extranjero por la Iglesia Adventista.