¿Qué es el culto?

En el Diccionario Bíblico Adventista, pág. 1153, encontramos una abarcante definición de lo que es el culto: El culto es “la actitud de humildad, reverencia, honra, devoción y adoración que señala debidamente la relación de los seres creados con su Creador, especialmente en su presencia”. Se concede esta exaltada experiencia al hombre caído tanto como a los ángeles que jamás pecaron.

El culto no testifica solamente de nuestro amor por Dios y de nuestro aprecio hacia él, sino que ejerce un poder definido sobre el adorador. El culto es una experiencia, un dar y un recibir, una decisión y una bendición.

El culto es una actitud. Es marco de la mente. una condición del corazón. Nuestros servicios de culto deberían propender a la exaltación de esta experiencia. “Nuestras reuniones de culto deberían ser ocasiones sagradas y preciosas” (Testimonies, tomo 5, pág. 607). La atmósfera sagrada y la sensibilidad reverentes, son atributos vitales del culto. Y nuestro Dios obra a través de sus siervos para ministrar su gracia a sus adoradores. La hora del culto debe convertirse en una ocasión preciosa para destacar su importancia ante la conciencia de cada alma creyente y arrepentida.

El Señor ha ordenado que el culto sea atrayente, hermoso e inspirador. No se quiere que sea una experiencia triste, no ha de ser enervador sino vigorizador. “Dad a Jehová la honra debida a su nombre; traed ofrenda, y venid delante de él; postraos delante de Jehová en la hermosura de su santidad” (1 Crón. 16:29). Dios imparte esta hermosura mediante su santidad. Recibimos al reconocer voluntariamente nuestra necesidad y al tributar nuestra sincera adoración a Cristo como nuestro Salvador.

¿Por qué es esencial el culto?

El ascenso y el descenso por la escalera que conduce de la tierra al cielo, del corazón del adorador al corazón de Dios, es una experiencia reconfortante que Dios desea que caracterice nuestra expresión de devoción a él. Así como la oración consiste en hablar a Dios y en escuchar lo que él nos dice, mediante Jesucristo, también el culto consiste en darle a nuestro Padre celestial un sacrificio de amor y devoción. y en recibir de él amor, poder, y resolución.

Este poder innato en la experiencia del culto está calculado para llevar al creyente desde la experiencia diaria a una actitud extraordinaria de entrega a la voluntad de Dios, a un aprecio más profundo del amor de Dios, y a un cumplimiento más cabal de sus mandamientos.

El siguiente mensaje nos recuerda claramente la valoración que el cielo hace de nuestro culto: “Todo ser celestial está interesado en las asambleas de los santos que en la tierra se congregan para adorar a Dios… Escuchan el testimonio que dan los testigos de Cristo… y las alabanzas de los adoradores de este mundo hallan su complemento en la antífona celestial, y el loor y el regocijo repercuten por todos los atrios celestiales porque Cristo no murió en vano por los caídos hijos de Adán” (Joyas de los Testimonios, tomo 3. pág. 32).

El culto significativo nos une con el cielo. Por esto la adoración de Dios, como se expresa en el culto, es tan esencial. Siempre ha sido eternamente vital, y continuará siéndolo.

¿Cómo se realiza el culto?

Deberíamos hacer todo lo que esté en nuestro poder para hacer que la hora del culto abunde en posibilidades para el desarrollo de la semejanza de Cristo en las vidas de los adoradores y para el surgimiento de la comunión con Dios. Debería realizarse un esfuerzo consciente para proporcionar la atmósfera que cultivará el espíritu de culto a fin de que en todo sentido una actitud de humildad, reverencia, honra, devoción y adoración caracterice nuestra relación con Dios nuestro Creador.

 “Nada de lo que es sagrado, nada de lo que pertenece al culto de Dios, debe ser tratado con descuido e indiferencia” (Id., tomo 2, pág. 193). Estas son directivas claras que todos podemos comprender. En la experiencia del culto debería realizarse una preparación cabal a fin de que la participación en ella sea provechosa. Ningún detalle debe tratarse livianamente. Todo aspecto es importante y significativo.

A medida que estudiemos para compartir con los adoradores el poder enviado del cielo mediante esta rica experiencia, el espíritu de Dios nos enseñará cuál es la voluntad del Padre. Ciertamente la instrucción impartida a la iglesia está repleta con directivas respecto de la manera como deberíamos adorar a nuestro Dios, y deberíamos recordar constantemente estas provisiones. Deberían controlarse cuidadosamente las diferentes actividades del servicio de culto, y en todo momento deberían estar impregnadas del espíritu de Dios.

Hay que entrar en el santuario con una actitud de oración. Oremos primero por nosotros mismos, luego, llenados con el amor de Dios, oremos por el resto de la congregación, incluyendo a los que participarán en la dirección del culto.

Los miembros de una misma familia deberían sentarse juntos. Esto ofrece un cuadro atractivo. En esta forma los hijos pueden recibir lecciones prácticas acerca de la debida actitud que debe prevalecer en el culto. Una de las lecciones más vitales es la de permanecer quietos. La pluma de la inspiración nos advierte: “A veces un niñito puede atraer de tal manera la atención de los oyentes que la preciosa semilla no caiga en el buen terreno ni lleve fruto” (Id., tomo 2, pág. 195). Los niños que permanecen tranquilos no sólo proporcionan bendiciones a los demás adoradores, sino que también sus jóvenes corazones pueden recibir de este modo la dirección del cielo. Mientras somos salvados en forma individual, el culto aceptable es promovido cuando nos sentamos juntos como familia.

En el santuario deberíamos permanecer quietos. Tanto los dirigentes como los miembros de la iglesia en general deberían mantenerse completamente quietos excepto cuando deben participar en alguna actividad. Dios habla a las personas con una voz apacible y delicada. La sosegada meditación estimula la comunión con él.

Los dirigentes deben proporcionar una dirección positiva. Los adoradores nunca deberían recibir la impresión de que aquellos que dirigen el culto no saben a dónde ir. Preguntas como estas: “¿podemos cantar? o ¿“podemos arrodillarnos en oración?” son débiles. Cuando se le da la oportunidad de elegir, la gente puede preferir cantar cuando es el momento de orar. Es mejor decir: “Cantemos”, y “postrémonos para orar”, porque son instrucciones más definidas y más fáciles de seguir.

No se pidan respuestas extemporáneas de la congregación. Antes de la hora del culto debería reunirse toda la información necesaria. Los dirigentes no deberían estimular los discursos improvisados sobre diferentes temas desde la plataforma. Los comentarios acerca de diversas actividades de la iglesia sirven únicamente para confundir. Todas las presentaciones deberían hacerse con voz suave, clara y firme.

La hora del culto exige un cuidadoso planeamiento. Todos los que participan en el servicio deberían conocer con anticipación qué es lo que deben hacer. Cada aspecto de la reunión debería elegirse, prepararse, y presentarse teniendo como objetivo máximo la adoración a Dios. Cuando se logre esta finalidad, el poder de Dios impregnará nuestro culto. Necesitamos esto. Nos es concedido cuando adoramos a Dios con corazones reverentes y dedicados.

Preséntense los diezmos y las ofrendas como un privilegio sagrado. Esta parte del servicio tiene abundantes posibilidades de fomentar el culto. Hay en ella una evidencia del sentimiento interior. Toca los resquicios más íntimos del corazón y la vida. Deberían lomarse todas las precauciones necesarias para asegurar una atmósfera de culto en este momento. Contribuye a lograrlo, presentar algunos pensamientos reflexivos acerca del sacrificio del cielo, nuestros privilegios, las oportunidades evangelistas del mundo, y mediante una oración ferviente al Padre celestial. El Espíritu de Dios puede hacer que la presentación de los donativos al santuario de Dios sea una experiencia conmovedora. Y tiene que serlo si es que se pretende que sea una fase integral de nuestro culto a Dios.

Empléese la música como una parte específica del culto. Mediante la interpretación de himnos apropiados, la congregación dará expresión a sus aspiraciones, convicciones y entrega a Dios. Los corazones son convertidos. Nunca deberíamos utilizar música como un relleno. Es una parte del culto. “Como parte del servicio religioso, el canto no es menos importante que la oración. En realidad, más de un canto es una oración” (La Educación, pág. 164).

Aunque hay muchas consideraciones que podríamos hacer en torno a este tema amplio e interesante, haremos solamente una más.

Ninguna cosa tiene tanto poder para promover el culto como la lectura de la Palabra de Dios. La Escritura dice acerca de Aarón: “Y habló Aarón acerca de todas las cosas que Jehová había dicho… Y el pueblo creyó… y adoraron” (Exo. 4:30, 31). La iglesia de la actualidad necesita esta experiencia. La congregación debe oír la Palabra del Señor, creer y adorar.

El poder del culto

El espíritu de profecía nos dice que las reuniones de culto deben estar “impregnadas por la misma atmósfera del cielo”. ¡Qué gloriosa posibilidad! ¡Qué elevado privilegio! El poder de Dios que llena la atmósfera del cielo llegará hasta nuestros corazones. Y este poder es real. No es una mera idea vacía de todo contenido objetivo. Dios se ha propuesto que nuestro culto a él nos haga felices ahora, nos proporcione seguridad, y también nos prepare para el cielo. El mundo necesita su gracia transformadora. Los santos la necesitan. “Dios enseña que debemos congregarnos en su casa para cultivar los atributos del amor perfecto. Esto preparará a los moradores de la tierra para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para todos los que le aman” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 34).

 “El gusto moral de los que adoran en el santo santuario de Dios debe ser elevado, refinado y santificado” (Id, tomo 2, pág. 199). Al presentarse delante de Dios con una actitud de reverencia y devoción, los santos y los pecadores caen bajo la influencia del espíritu de Dios, cuyo poder se manifiesta en todas las fases del culto. A fin de adorar a Dios aceptablemente, nuestro gusto moral debe ser elevado, refinado y santificado. En retribución, el sincero buscador de Dios recibe, mediante el acto de culto, el poder que necesita para alcanzar esta elevación, refinamiento y santificación.

La historia de Abrahán e Isaac contiene un conmovedor ejemplo del poder competente del culto y de su inseparable eslabón con el sacrificio. En Génesis 22:5 leemos: (“Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos”. ¡Cuán hermoso! Vemos al padre y al hijo recorrer su camino hacia el lugar designado para tener el culto. La conversación es breve. El tema es exaltado. Las respuestas llenas de amor del cielo son claras y directas. Y, hermanos, no ocurre menos en la actualidad. Vosotros y yo podemos encontrar en el culto el poder para cumplir con los mandamientos de Dios, y en esta experiencia recibir la aprobación celestial.

El culto tributado de corazón nos da ánimo para preguntarle al Señor: “¿Qué dice mi Señor a su siervo?” Esta comunión es personal, y así como era real en la experiencia de Josué, nosotros también podemos apresurarnos a responder a las directivas del cielo. La Palabra registra esta sencilla declaración: “Y Josué así lo hizo” (Jos. 5:14, 15). El valor, la resolución y las realizaciones son nuestras mediante el poder que recibimos en el culto.

En toda la Escritura aparecen juntas las expresiones culto y servicio. Tal es el plan trazado por el cielo. El Dios Creador que pide nuestra adoración está listo para impartirnos gozosamente fuerza para el servicio. Recordemos que mediante el servicio podemos mantener la unión vital con el cielo, la cual se completa con nuestro culto voluntario a Dios.

Los sabios del oriente disfrutaron de una experiencia conmovedora. Sus ojos habían estado elevados hacia el cielo y habían visto su estrella, declara el relato sagrado, y acudieron para adorarle. Esta fue la feliz suerte de los once discípulos después de la resurrección. En Mateo 28:17 se declara que “cuando le vieron, le adoraron”. Cuando nosotros, en la actualidad, mantenemos nuestros ojos puestos en las casas celestiales, también lo veremos y le adoraremos. Cuando contemplamos a Cristo como nuestro Salvador personal somos impulsados a adorarle.

La hora de los cultos podríamos decir que es una ocasión cuando nos sentamos juntos en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Cuando deberíamos apreciar toda oportunidad para adorar a nuestro bendito Redentor. En este lugar santo recibimos un sentido del deber, una profunda dedicación y el poder para obedecer. Desde aquí somos enviados en el espíritu de Dios y con el poder de su fortaleza para conquistar al mundo para Cristo. ¡Qué exaltada condición se les concede a los mortales caídos!

Sobre el autor: Presidente de la Asociación de Columbia Británica