La iglesia cristiana fue construida sobre la base de la predicación poderosa. En los días de los apóstoles, fue la predicación, no la política, lo que “trastornó el mundo entero” (Hech. 17:6). La Reforma Protestante se forjó y venció gracias a predicadores consagrados de poder espiritual. La predicación ha cambiado las estructuras sociales, ha deshecho tiranías y liberado a multitudes de la esclavitud y la superstición. Los grandes momentos en la historia de la iglesia han sido mayormente influenciados por la predicación llena del Espíritu. Pero ¿cómo fue posible? ¿Cuál es el secreto detrás de la predicación?

    La predicación, ya sea de evangelismo o pastoral, es por naturaleza una forma de comunicación persuasiva. La predicación persuasiva no es propaganda; su foco principal es la verdad (Juan 16:13; 8:32; 17:17). No se trata del dictado de una clase, por más que pueda enriquecerse con la investigación académica. No se trata de reminiscencias personales, aunque, lógicamente, la historia de vida del predicador tiene su influencia. No se trata, simplemente, de dar buenos consejos, ni de entretener ni de dar información.

    La predicación persuasiva busca convencer y motivar al oyente a actuar sobre la base de la revelación de Dios en las Escrituras. Busca derribar la resistencia o la indiferencia hacia el Reino de Dios y el señorío de Cristo. La predicación bíblica busca obtener una decisión del oyente. En el Nuevo Testamento, puede observarse este fenómeno en los múltiples usos del verbo peitho, que significa “persuadir” o “convencer”. Por ejemplo, Pablo y Bernabé “persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios” (Hech. 13:43); Pablo “persuadía a judíos y a griegos” (Hech. 18:4); Pablo estuvo tres meses en Éfeso “persuadiendo acerca del reino de Dios” (Hech. 19:8); y una vez en Roma, Pablo “les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús” (Hech. 28:23).

    La predicación verdadera incluye elementos subjetivos como también datos concretos y objetivos. Siendo una forma de comunicación holística, reconoce tanto los procesos racionales como emotivos de los oyentes. Combina el análisis lógico con el fervor emotivo. Así, la predicación hace más que solamente informar al oyente; lo convoca y lo convence. En síntesis, la predicación es la proclamación de lo que Dios ha hecho por medio de Cristo en el Calvario. Es el mensaje de Dios, no el nuestro. Anuncia lo que Dios ha hecho, hace y hará por medio de Jesucristo en favor de sus hijos.

    Sin embargo, “muchos no consideran la predicación como el medio asignado por Cristo para instruir a su pueblo y, por consiguiente, algo que en todo momento ha de tenerse en alta estima. No sienten que el sermón es la Palabra del Señor […]. El ministro no es infalible, pero Dios lo ha honrado haciendo de él su mensajero. Si no lo escucháis como alguien que ha recibido su comisión de lo alto, no respetaréis sus palabras ni las recibiréis como mensaje de Dios. […] Nunca hemos de olvidar que Cristo nos instruye a través de sus siervos. […] el medio designado por Dios para la salvación de las almas es ‘la locura de la predicación’ ” (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 278, 280).

    ¡No es de sorprender, entonces, que el enemigo busque minimizar el poder del púlpito! “Satanás se propone definitivamente interrumpir toda comunicación entre Dios y su pueblo, para poder llevar a cabo sus artificios engañosos sin que haya una voz que denuncie su peligro. Si logra inducir a los hombres a desconfiar del mensajero o a no atribuirle santidad a su mensaje, él sabe que no sentirán que están bajo la obligación de prestar atención a la Palabra de Dios dirigida a ellos. Y cuando la luz es puesta a un lado como oscuridad, Satanás ha logrado sus fines” (ibíd., p. 279).

    Claramente, Satanás intenta hacer de la predicación algo secundario, y teme menos a los ministros en el papel de administradores, supervisores, consejeros, financistas y organizadores, que como predicadores; pues en su función de predicador el ministro es embajador y representante de las cortes celestiales, un portavoz de Dios. ¡Qué privilegio el nuestro, el de ser heraldos de la venida del Reino eterno a un mundo que perece!

Sobre el autor: Editor asociado de Ministerio Adventista, edición de la ACES.