El 25 de julio de 2017, al mediodía de aquel martes caluroso y soleado, mi esposa, Marlí, pasó por las oficinas de la Unión Paraguaya, en la ciudad de Asunción, llamándome para ir a almorzar. Yo estaba finalizando una reunión y le dije que iría enseguida. Algunos minutos después, recibí otra llamada telefónica desde su teléfono. Pensé que me estaba llamando para decirme que el almuerzo estaba listo y servido; pero quien hablaba del otro lado era Thayná, mi hija mayor. “¡Thayse sufrió un terrible accidente, papá!”, decía entre sollozos.
Tengo tres hijas: Thayná, Thamyres y Thayse. Las amo mucho, y solo de pensar en perder a alguna de ellas se me hace un nudo en el estómago. Fue con ese sentimiento que corrí bajando la escalera para encontrar a Marlí con Thayse, con sus brazos ensangrentados.
Pero ¿qué había sucedido? Cuando mi esposa llegó a la casa, Thayse quiso cambiarse de ropa. Nuestra hija se trepó en los estantes del armario, que aunque pequeño era pesado, haciendo que se cayera sobre ella. Se fracturó la cabeza en varios lugares y también el apófisis mastoides, hueso saliente localizado en la parte de atrás del oído. Eso hizo que su oído comenzara a sangrar mucho. Marlí levantó el mueble y salió con nuestra hija a la calle gritando por socorro. Un auto se detuvo y las llevó hasta las oficinas, donde yo estaba.
Con la ayuda de Paulo Fabricio, tesorero de la Unión, fuimos rápidamente hacia el hospital. Pasaron siete minutos desde el accidente hasta nuestra llegada a Urgencias del centro asistencial. En el traslado, Thayse dejó de respirar varias veces. Hicimos respiración boca a boca y los otros primeros auxilios que creímos necesarios, pero continuaba inconsciente.
Mientras tanto, Dios conducía todo hasta en los mínimos detalles. Estábamos yendo hacia el Sanatorio Adventista de Asunción; pero el Señor hizo que Paulo recordara que había un punto de atención médica más cerca: el Hospital de Traumas. Cuando llegamos allí, había dos enfermeros con una camilla lista en la recepción. Tomaron a nuestra hija inconsciente y, corriendo, la llevaron al sector de Emergencias, donde los médicos la intubaron. Quedó en coma durante 48 horas.
Mientras Thayse estaba bajo estricto control médico, el equipo de profesionales nos informó que había tres posibilidades para la situación que ella presentaba: podrían surgir coágulos o edemas en el cerebro, lo que demandaría una cirugía. Tal vez, fuese necesaria una cirugía de restauración en el hueso del rostro y del oído. Tercero, se corría el riesgo de secuelas en la visión y/o en la audición.
No tengo palabras para explicar el dolor que sentíamos al ver a nuestra hija en una cama de la Unidad de Terapia Intensiva (UTI). Sin embargo, ocurrieron algunas cosas en aquella ocasión. Una mujer desconocida se aproximó a Marlí, que lloraba mucho, oró con ella y le dijo que todo iba a salir bien. Yo escribí a un pastor amigo para que orara por mi hija. Él envió el pedido a otros dirigentes de la iglesia que, por su parte, compartieron la petición con más gente. De esta manera, se formó un gran ejército de intercesores.
La cantidad de personas que supieron del accidente y oraron por nosotros me impresionó. La última vez que miré mi cuenta en Facebook, la publicación sobre el asunto ya contaba con casi cincuenta mil visualizaciones, sin mencionar las otras redes sociales en las que la noticia circuló. En diversos países, millares de personas oraron, y Dios respondió. Thayse salió de la UTI a la puesta del sol del viernes, y en una semana dejó el hospital. Contrariamente a todos los pronósticos, ¡no quedó con ninguna secuela!
Dios nos llama para que intercedamos en oración. Aunque haya muchos motivos por los que deberíamos orar, estoy seguro de que necesitamos clamar urgentemente por el bautismo del Espíritu Santo. Elena de White vio “un gran movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios. Muchos alababan a Dios. Los enfermos eran sanados y se efectuaban otros milagros. Se advertía un espíritu de oración como no lo hubo antes del gran día de Pentecostés. Veíase a centenares y miles de personas visitando las familias y explicándoles la Palabra de Dios. Los corazones eran convencidos por el poder del Espíritu Santo, y se manifestaba un espíritu de sincera conversión. En todas partes las puertas se abrían de par en par para la proclamación de la verdad. El mundo parecía iluminado por la influencia divina. Los verdaderos y sinceros hijos de Dios recibían grandes bendiciones” (El ministerio de la bondad, p. 109).
¡Yo quiero formar parte de ese movimiento! Agradezco a todos los que oraron por Thayse, y dejo un llamado para que oremos más. ¡Sin duda alguna, veremos grandes milagros!
Sobre el autor: Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el Paraguay.