“De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mar. 14:9).
De todos los seguidores de Cristo, antes de su muerte, probablemente María Magdalena haya sido la menos identificada con la misión de la iglesia. Por otro lado, en Marcos 14:9, Jesús vincula directamente a las dos: María Magdalena y la misión. Pero ¿qué relación existe entre el recipiente de alabastro de María y la predicación de las buenas nuevas de esperanza al mundo, como misión de la iglesia? ¿Qué era tan importante en la actitud de María que garantiza que su historia sea contada dondequiera que el evangelio sea predicado? La respuesta: compromiso, abnegación, sacrificio propio, entrega de sí misma.
María Magdalena no es una extraña. Su nombre trae a nuestra mente una chica seducida por Simón, una persona prominente. Era una joven que, posiblemente, intentando evitar las habladurías y el ridículo a los que sería expuesta en la aldea de Betania, se mudó a Magdala. Allí, perdió su identidad y fue iniciada en la prostitución. Pero, el perdón con que fue contemplada por el Maestro la liberó, y la indujo a una relación de amor y de total compromiso.
Para María, estar a los pies de Cristo era un hábito que muestra la manera en que ella adquirió fuerza y compromiso, justamente como sucede contigo y conmigo, cuando nos sentamos a sus pies, cada mañana, contemplando su rostro y oyendo su voz, por medio del estudio de la Biblia y la oración. Eso describe el “cómo” del compromiso.
La fiesta y la dádiva
Pero aprendemos el “qué” de ese compromiso en la tarde en que Simón ofreció una fiesta en homenaje a Cristo. Los invitados estaban comiendo y alegrándose, cuando una mujer entró furtivamente, dirigiéndose contenta al invitado de honra. Con el corazón saltándole en el pecho, se arrodilló, comenzó a llorar y regar con lágrimas los pies del invitado. Los enjugó con sus largos cabellos, quebró el vaso de alabastro y ungió los pies del Maestro con el precioso bálsamo.
María fue más allá de las lágrimas de arrepentimiento, gratitud y apreciación. Enjugó las lágrimas con sus cabellos. Escribiendo a los corintios, Pablo dice que el cabello es la honra de la mujer (1 Cor. 11:15). Entonces, María derramó públicamente su honra a los pies de Jesús. Esto es negación propia. También reveló sacrificio, al dar lo que parecían ser los ahorros de su vida. Ese perfume era preparado con las raíces y el tronco de una planta que se encontraba en las montañas del Himalaya, en la India. Para conseguirlo, la persona tenía que subir a la cumbre de la montaña, arrancar la hierba, antes de que abriera sus hojas, secarlas y extraer un óleo aromático, que era un perfume muy caro. Exportado a Palestina, su compra era extremadamente costosa.
El vaso de alabastro también era muy caro. Era un frasco sellado, hecho de una piedra especial, y tenía un largo cuello que necesitaba ser quebrado para usar el perfume.
Marcos 14:5 nos da una idea del precio de ese perfume: más de un año de salario. Puesto en esa perspectiva, dos denarios fue todo lo que el buen samaritano de la parábola pagó al hotelero por el cuidado del hombre herido, encontrado en el camino a Jericó (Luc. 10:35). En esa época, dos denarios pagaban dos meses de hospedaje. El perfume de María costó más de trescientos denarios. Al igual que la viuda, ella colocó todos sus ahorros a los pies de Cristo. Esto es sacrificio propio.
Una lección necesaria
Los que estaban más cerca de Cristo, de los que se podía esperar comprensión de lo que estaba sucediendo, y que podían apoyar el gesto de María, en verdad la criticaron duramente: Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? Porque podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella” (Mar. 14:4, 5).
Este era el problema de aquellos hombres y, probablemente, sea también el nuestro hoy. En ese momento, fueron atacados por lo mal que le hace a alguien navegar lejos de lo que realmente importa. No es sorprendente que a ninguno de ellos se les haya dado el privilegio de ser el primero en transmitírsele palabras de esperanza, como se le fue dado a María, sino que se les informó que debían esperar hasta que estuvieran bastante comprometidos para recibir el poder del Espíritu Santo. En verdad, María fue una demostración viva de abnegación y sacrificio. Ella reveló un compromiso total, que hizo de ella la primera portadora de las palabras de esperanza: “El resucitó”. Mientras que los demás seguidores habían desaparecido, ella permaneció firme hasta la resurrección.
Marcos 14:5 establece que el perfume podría haber sido vendido por más de un año de salario; pero María dejó todo eso a los pies del Señor. Su gesto muestra que debemos rendirle nuestras habilidades, capacidad, poder y glorificación propia, antes de ser hallados capaces de cumplir con la misión de la iglesia. Lo más importante acerca del gesto de María con el vaso de alabastro es que no se limitó a cantar “lo entregaré todo”, sino que practicó esa experiencia. Fue la personificación de la entrega propia, el sacrificio personal y el compromiso total, virtudes que deben acompañar la proclamación del evangelio.
La iglesia no puede conquistar mucho sin un compromiso total de sus líderes y de sus miembros. Necesitamos líderes que se humillen a sí mismos, y sean ejemplo de entrega, dedicación y sacrificio. El compromiso es la fuerza motriz que el Espíritu Santo usará para llevarnos al cumplimiento de la misión. Seguramente, en cualquier lugar en que el evangelio sea predicado, también será recordado el compromiso de María Magdalena.
Ejemplo vivo
No hace mucho tiempo, lideraba una campaña de evangelización en Goaso, Gana. Un grupo de jóvenes oriundos de Kumasi se unió a nosotros, durante las últimas semanas de la campaña, para ayudar con la música y los estudios bíblicos. Al final de la primera semana, hubo un violento temporal en la región. Los truenos rugían entre los relámpagos, que amenazaban con rasgar el cielo en pedazos.
En ese momento particular, el líder del grupo se encontraba dando estudios bíblicos y fue alcanzado por un rayo. Creyendo que Dios obraría un milagro, oramos durante toda la noche, mientras era transferido del pequeño puesto de salud local al mayor hospital de la región. Desgraciadamente, el joven falleció.
La superstición de los moradores, asociada a la muerte de un hombre causada por un rayo, generó miedo entre algunas personas. Un desánimo razonable turbó nuestro ciclo porque, en el contexto de la superstición contra el poder de Dios, emergían muchos interrogantes. Insté a los jóvenes a volver a Kumasi, consolar a los respectivos familiares y preparar el funeral de su líder. Para mi sorpresa, la respuesta fue: “No volveremos. Dejaremos el cuerpo en la morgue hasta que terminemos la campaña”.
Nadie regresó, ni mucho menos se quejó. Con renovadas fuerzas, continuaron trabajando con ahínco y, como resultado, una iglesia fue establecida. Esos jóvenes no eran empleados de la iglesia, no eran asalariados ni estaban esperando ocupar alguna función en la iglesia. Sencillamente, se dedicaron voluntariamente a la evangelización. Eso es compromiso. Habían aprendido a pasar tiempo con el Señor, en oración, estudio de la Biblia y testimonio, que son los tres elementos indispensables e inter ligados de todo crecimiento sustentable en la iglesia de Cristo.
El punto principal es el siguiente: dondequiera que el evangelio sea predicado, se recordarán el amor, la abnegación, la entrega, el sacrificio personal y el compromiso de María. Dejemos que el Espíritu Santo desarrolle en nosotros esas cualidades, mientras proclamamos las buenas nuevas de salvación. Entonces, nuestras oficinas emitirán esperanza, nuestras relaciones transmitirán esperanza y nuestra proclamación generará esperanza, mientras nosotros, bajo el poder de Dios, trabajaremos para cumplir con la misión que él nos confió.
Sobre el autor: Rector de la Universidad Adventista de África, Nairobi, Kenia.