El autor analiza, a partir de los diferentes vocablos que utiliza el Nuevo Testamento, los distintos aspectos del pecado y qué conducta adoptó Dios para tratarlo.

En el Nuevo Testamento existen varios términos griegos que en castellano se traducen comúnmente como pecado. La mayor parte de estas palabras griegas apenas tienen relevancia, puesto que su frecuencia en el léxico griego del Nuevo Testamento es escasísima. Sin embargo, el sustantivo amartia (o jamartia, pecado), el verbo amartáno (jámartáno, pecar), y algunos otros términos griegos derivados o compuestos de estas palabras aparecen más de 250 veces en el Nuevo Testamento.[1]

Significado de “amartia” en el griego clásico

La palabra amartia, que en nuestras Biblias aparece invariablemente traducida por “pecado” no tenía en el griego clásico esta misma significación, sino expresaba siempre la idea de “yerro” o de “error “. En las competiciones atléticas, muy frecuentes y muy apreciadas por los antiguos griegos, cuando un atleta lanzaba su lanza o su jabalina y no daba en el blanco, el juez encargado devigilar la prueba levantaba una pequeña bandera blanca y pronunciaba la palabra amartia, es decir “error”, “yerro “, esto significaba la descalificación del atleta. También se empleaba la palabra amartia para expresar la idea de haberse equivocado de camino, de haber fallado un plan que alguien se había propuesto, de haberse frustrado una esperanza o un propósito por cualquier motivo.[2] Más tarde, se asoció al término la idea del bien y del mal, de manera que en el Nuevo Testamento amartia significa no hacer el bien que es el blanco, y por consiguiente, hacer el mal, pecar. Rara vez significa en el Nuevo Testamento un simple error o falta. En el Nuevo Testamento, el significado fundamental de amartia no es el de un acto cometido, sino el estado de pecado, del cual dimanan todas las tendencias pecaminosas. Es, de hecho, la palabra empleada en pasajes donde no hay referencia a un pecado determinado, como por ejemplo, “Los que hemos muerto al pecado” (Rom. 6:2); “Sin la ley el pecado está muerto” (Rom. 7:8), y otros muchos pasajes.[3]

Usos de “amartia” en el Nuevo Testamento

La palabra amartia tiene diversos usos y aplicaciones a lo largo del Nuevo Testamento. Las más importantes son las siguientes:

1) Amartia, pecado, es universal (Rom. 3:23; 7:14; Gál. 3:22; 1 Juan 1:8). El pecado no es algo que afecta a unos hombres y a otros no. Es algo que envuelve a todo ser humano y de lo que todo ser humano es culpable. Tampoco es algo temporal o esporádico, sino el estado, la condición universal del hombre.

2) Amartía, pecado, es un poder que somete al hombre. En griego hay varias expresiones y palabras que expresan muy bien esta idea. La preposición upó, cuando acompaña a una palabra en acusativo significa “bajo control de”, “dependiente de”. En Romanos 3:9 y en Gálatas 3:22 se dice que estamos bajo pecado (hupo amartian), es decir, en poder del pecado, controlados por el pecado. Del pecado, se dice que reina [basileo] en el hombre (Rom. 5:21). El pecado gobierna a los hombres, se enseñora (kuriéuo) de nosotros (Rom. 6:14). El sustantivo griego [kúrios] que significa “señor”, connota la idea de “dueño”, es decir, de alguien que tiene dominio y poder absoluto. En una expresión similar el apóstol Pablo dice que el pecado nos tiene cautivos (aicmalotizo) (Rom. 7:23). Esta palabra la utilizaban los griegos para designar a los prisioneros de guerra que, como tales, no tenían absolutamente ningún derecho y estaban a merced de lo que quisieran hacer con ellos los vencedores. El mismo Pablo dice que el pecado habita (oikéo) en el hombre (Rom. 7:17, 20). El pecado, pues, no es un agente externo que obra en el hombre de vez en cuando, sino algo que anida permanentemente en el corazón humano y nos induce continuamente al mal. De todo esto se desprende que el hombre es esclavo (dóulos) del pecado (Juan 8:34; Rom. 6:6, 17 y 20). Hay que recordar que los derechos de los esclavos en la antigüedad eran nulos. El esclavo no tenía derecho a nada ni podía disponer de nada. Los dueños podían hacer con los esclavos lo que quisieran, desde hacerles trabajar despiadadamente hasta maltratarlos y venderlos e incluso matarlos. Así pues, el hombre está totalmente bajo el dominio del pecado.

3) Amartía, pecado, tiene consecuencias graves: a) El pecado produce endurecimiento del corazón (sklerúno, Heb. 3:13). En su forma más simple el adjetivo sklerós puede aplicarse a ciertas piedras o maderas que son muy duras, y por consiguiente muy difíciles de trabajar o de labrar. También puede aplicarse a ciertas personas que tienen un carácter duro y áspero…

Pablo oraba para que los filipenses tuvieran aisthesis, es decir, buena sensibilidad y no un endurecimiento de corazón (Fil. 1:9). Si se comete frecuentemente, el pecado tiene la funesta virtud de endurecer nuestra conciencia y nos hace insensibles al llamamiento del Espíritu Santo.

  • El pecado produce una muerte (Rom. 5:12, 21; 6:16; 6:23; Sant. 1:5) a la que todos estamos abocados, puesto que como hemos dicho anteriormente, el alcance del pecado es universal.
  • Amartía, pecado, se relaciona con blasfemia (Mat. 12:31). La palabra blasfemia significa básicamente “insulto”. El pecado es un insulto a Dios, puesto que el que lo comete se burla de El al quebrantar sus mandamientos.
  • Amartía, pecado, se relaciona con apáte, (Heb. 3:12). La palabra apáte significa engaño. El pecado es siempre engañoso, ya que las personas que lo practican la mayor parte de las veces lo hacen pensando en que así van a ser más felices. Sin embargo, tal y como les ocurrió por primera vez a Adán y Eva, los resultados son bien distintos.
  • Amartía se relaciona con epithumia. Esta palabra significa concupiscencia, codicia, deseo, etc. En cualquier caso, expresa la noción de desear lo que no se debe. De hecho, ésta es la palabra que se emplea en la Septuaginta para designar el décimo mandamiento: “No codiciarás”.
  • Amartía se relaciona también con anemia. En 1 Juan 3:4, anomía significa “desobediencia a la ley”. Los escritores griegos clásicos consideraban la palabra anomía como sinónimo de ilegalidad, de anarquía, de desorden. En el sentido religioso, anomía sería el espíritu que induce al hombre a desobedecer la ley de Dios y hacer lo que le place.
  • Amartía, se relaciona con adikía (1 Juan 5:17). El significado básico de adikía es el de injusticia, iniquidad, mal. En Romanos 3:5 el apóstol Pablo dice que nuestra injusticia (adikía) realza la justicia (dikaiosúne) de Dios.
  • Por último, amartía se relaciona también con la palabra prosopolempsia. En el capítulo 2 de la epístola de Santiago se habla en repetidas ocasiones del término prosopolempsia, cuyo significado fundamental es el de “acepción de personas”. En el versículo 9 el apóstol dice que quien hace acepción de personas (prosopolempsia), comete pecado (amartía).
  • ¿Qué hace Dios con nuestros pecados?
  • Hasta ahora hemos examinado la cara negativa del pecado. Sin embargo, aunque en el pecado no hay ningún aspecto positivo, Dios asume tal actitud de amor hacia el pecador que nos hace sentirnos más positivos y optimistas.
  • En primer lugar, Jesús nos salva (sódzo) del pecado. Como hemos dicho al principio, todos hemos pecado y la paga del pecado es muerte. Necesitamos, por tanto, que alguien nos rescate. Este rescate lo hizo efectivo Jesús al precio de su vida. Nuestros pecados son borrados (exaléifo) por medio de la obra redentora de Cristo (Hech. 3:19, véanse también Col. 2:14 y Apoc. 3:5).
  • En segundo lugar, Dios, por su gran amor, no nos “inculpa [logídzomai]de pecado”. El significado básico de logídzomai es el de contar, cargar a cuenta. Nuestros libros de cuentas están con números rojos y continuamente aparecemos como deudores. Jesús enseñó a sus discípulos que oraran a Dios pidiéndole que les perdonara sus deudas. Según San Pablo, Dios no nos inculpa de nuestros pecados (Rom. 4:8), porque previamente los ha cubierto (epikalúpto, Rom. 4:7). La palabra epikalúpto se utiliza para indicar que un camino ha sido cubierto por la nieve, señalar el telón que tapa el escenario o parte de él, etc. Es decir, algo así como si Dios, por su infinito amor, corriera el velo sobre nuestros seres pecaminosos y no los viera nunca más.
  • En tercer lugar, Dios nos libera (eleutheróo, Rom. 6:18, 22; 8:2) del pecado y nos desata (lúo, Apoc. 1:5) de las ligaduras del pecado. Anteriormente habíamos indicado que éramos esclavos del pecado y que estábamos bajo el control del pecado; sin embargo, Jesús, al morir por nosotros, nos libertó del pecado y nos da poder para seguir siendo libres.
  • Por último, Jesús nos perdona todos nuestros pecados (afíemi, Mat. 9:2; Mar. 2:10; Luc. 7:47; Hech. 2:38; Col. 1:14, etc.). El verbo afíemi tiene varias acepciones. Entre otras puede significar indultar, perdonar una deuda, eximir de un cargo, etc. En definitiva, significa el perdón o indulto inmerecido de un hombre al que se le podría haber exigido lo que reclama la justicia. Por medio de Cristo el hombre es librado de un castigo que nos podría haber aplicado Dios con todo derecho. Dios no actúa sólo con justicia, sino también con misericordia.
  • Conclusión
  • Después de haber estudiado los significados y los usos de amartía en el Nuevo Testamento podemos sacar una conclusión que “muchos cristianos parecen no querer comprender: que el pecado es una condición maligna del corazón, y que aun un pecado solo no es meramente un pecadillo, sino una acción que resulta de la condición pecaminosa del corazón, de la naturaleza humana”.[4]
  • No hay ningún libro como el Nuevo Testamento que indique que el pecado tenga un sentido tan funesto pero que al mismo tiempo nos señale cómo podemos librarnos de él.

El evangelista Juan, que comprendió muy bien esta lección, nos dice en su primera epístola: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pe- caídos, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente con los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 1:8-2:2).

Sobre el autor: Miguel Angel Roig es licenciado en filología clásica y profesor del Colegio Adventista de Sagunto, España.


Referencias

[1] Petter, Hugo M , La nueva concordancia greco-española del Nuevo Testamento, 2a. ed.. Mundo Hispano, Barcelona, 1980, pág. 643.

[2] Bailly, Antoine, Dictionnaire greco- franqais, 36a. ed., Hachette, París, 1980, pág. 93.

[3] Greenlee, J. Harold, Secretos claves de términos bíblicos. Casa Nazarena de Publicaciones, Kansas City, s.t, págs. 7, 8.

[4] Ibid., pág. 8.