“Pastor, aquí los jóvenes están perdidos; por favor haga algo por ellos” —me rogó el anciano de la iglesia, con el rostro surcado de arrugas y lágrimas—. Mi propio hijo es uno de ellos —agregó entre sollozos.
Era mi primera experiencia en la obra pastoral. Acabábamos de llegar a Nueva York para hacernos cargo de una congregación de 250 miembros; yo mismo, era joven e inexperto.
El sentido ruego de aquel padre, anciano de edad y de oficio en la iglesia, me impactó profundamente. La dirección del Espíritu Santo, el cariño entregado a los jóvenes y el arduo trabajo llevado a cabo en favor de ellos y con ellos, cambió el panorama negativo de una juventud desorientada y “perdida”, por el cuadro de un grupo de jóvenes dinámicos y optimistas. Sus luchas y problemas no habían terminado, pero su actitud ante ellos y los demás desafíos de la vida había cambiado notablemente. Años después tuve la dicha de abrazar en Puerto Rico al exitoso pastor de un distrito importante: el “hijo perdido” de aquel anciano de Nueva York. En varios otros lugares experimenté la misma alegría con varios otros miembros de aquel equipo neoyorquino de Espíritu, pastor, jóvenes: administradores, enfermeras, profesionistas y empleados de confianza, a la vez que dirigentes laicos de sus iglesias. Algunos de ellos especializados en trabajar con jóvenes.
¡Qué contraste con aquella noche de verano cuando seis o siete de ellos me entregaron sus armas caseras en la oficina pastoral! Iban al encuentro de una pandilla enemiga. El Espíritu Santo los convenció esa noche de que la confrontación física era innecesaria. Había otras “aventuras” enormemente más cautivantes y de importancia trascendente que explorar.
No cabe en este trabajo describir los detalles ni analizar las circunstancias comprendidos en una obra realizada durante varios años. Pero sí de esta experiencia se desprenden algunos conceptos y principios que vale la pena destacar: Los jóvenes responden admirablemente cuando 1) el desafío de la religión genuina y las cosas espirituales cobran el aspecto de una vida de servicio relevante para ellos —en la persona del pastor y las figuras de autoridad—, que los estimula a imitarlos y a adoptar sus creencias y prácticas: 2) se les ofrece aceptación en vez de condenación; 3) se los trata con amor redentor en lugar de hacerlo con espíritu de crítica y rechazo; 4) se les sugieren metas que contengan novedad, aventura, desafío intelectual y relevancia espiritual; 5) se los acompaña en la organización de actividades de utilidad comunitaria; 6) y cuando los dirigentes de la iglesia les confían el liderazgo de sus propios programas de testificación, sin dejarlos solos: el pastor respalda, aconseja, anima y guía a los jóvenes, sirviéndoles de refugio, brújula, paño de lágrimas y fuente de información.
Fueron años difíciles, hay que reconocerlo, porque el sabor de la victoria implica, indefectiblemente, haber gustado también el acíbar de la lucha y aun de la derrota. Pero los blancos de bautismos, recolección, gastos de iglesia y subsidio escolar dejaron de ser una carga: se volvieron alcanzadles gracias al cambio de actitud de los feligreses, la organización para el trabajo, y el aprovechamiento entusiasta de las fuerzas juveniles de la iglesia.
Los logros alcanzados mediante el trabajo en equipo —Espíritu Santo, pastor, jóvenes— se han repetido dondequiera se ha adoptado esta fórmula. Naturalmente, no se trata de nada nuevo. Sólo interesa aquí recordar algo que en muchas iglesias no se practica. Y cuando hablamos del segundo miembro del equipo —el pastor— no sólo nos referimos al ministro de la iglesia, sino al anciano, al director del grupo, al adulto en general, al maestro de la escuela, al padre de familia. Se trata de cualquier figura de autoridad —y dé todas ellas— dentro de la iglesia, si de veras creemos en el ministerio de todos los creyentes, a quienes el Pastor por excelencia nos encomendó junto con Pedro: “Apacienta mis corderos” (Juan 21:15). Bien “apacentados” no sólo se sienten felices, sino que se multiplican y se transforman en multitudes.
Sin duda los corderos del rebaño divino son los jóvenes.
El mes pasado fuimos testigos en Panamá de los frutos parciales del trabajo realizado durante los últimos años en favor de la juventud —los corderos del rebaño— interamericana, llevado a cabo por los jóvenes de las iglesias de 31 asociaciones y misiones y sus dirigentes: un glorioso cuadro formado por cerca de 5,000 delegados al Tercer Congreso Juvenil de la División Interamericana, celebrado del 4 al 7 de agosto en el Centro Internacional de Convenciones ATLAPA. Estaban representadas las once uniones de la División. Al observar el auditorio rebosante de jóvenes y entusiasmo la noche de apertura no pudimos menos que apreciar como nunca antes las palabras expresadas por la sierva del Señor por inspiración divina: “Con semejante ejército de obreros como el que nuestros jóvenes, bien preparados, podrían proveer, ¡cuán pronto se proclamaría a todo el mundo el mensaje de un Salvador crucificado, resucitado y próximo a venir” (La educación, pág. 263). ¡Qué promesa! ¡Qué potencial! Pero ¡ay! ¡qué desperdicio!
¿¡Desperdicio!?
¿Por qué?
Aquí no caben ni el espíritu crítico ni las actitudes negativas. Sin embargo es edificante que de vez en cuando seamos honestos y francos con nosotros mismos y examinemos los porqués de nuestros logros y fracasos: para compartir los primeros y enmendar y evitar los segundos. En diversos lugares los jóvenes se quejan porque se los relega y descuida. “No nos toman en cuenta”, es un lamento común que se ha vuelto casi un clisé. Invariablemente, donde esto sucede, uno descubre la ausencia de un equipo de trabajo equilibrado, significativo y relevante para los jóvenes de esa iglesia. No nos referimos a que en ella no haya una sociedad de jóvenes o de menores, ni a la ausencia de clubes juveniles; sólo hablamos de que no se trabaja en equipos funcionales, en los cuales el pastor y las demás figuras de autoridad de la iglesia, con los jóvenes entrenados y debidamente organizados —a la manera de un ejército— busquen la dirección del Espíritu de Dios y se sometan a ella para llevar a cabo una tarea divina, en cumplimiento de los planes y propósitos del Altísimo. ¡No por nada “el Señor ha designado a los jóvenes para que acudan en su ayuda” (Joyas de los testimonios, tomo 3, pág. 105)!
La verdad es que la mayor parte del potencial juvenil de nuestra Iglesia se ha estado desperdiciando. Los pastores y ancianos de todas nuestras congregaciones haríamos bien en analizar lo que sucede en el área de responsabilidad de cada uno, con el fin de detener la tremenda fuga de recursos humanos y talentos y aprovecharlos adecuadamente. Bien organizados y estimulados los jóvenes son trabajadores, responsables y buenos ganadores de almas. Trabajar con la juventud es un deleite. Las energías juveniles son contagiosas. Por lo demás, los fondos para evangelismo alcanzan mucho más lejos, porque los jóvenes trabajan por amor y no exigen gastos elevados.
El apóstol Juan conocía por experiencia la fuerza de la juventud, y al escribir a la iglesia incluye específicamente al sector juvenil al decirles: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece [“mora” (RV antigua); “vive” (NIV)] en vosotros, y habéis vencido al maligno” (1 Juan 2:14). Entusiasma comprobar la veracidad de esta declaración. La hemos constatado en diversos países y bajo circunstancias muy diferentes: en colegios e iglesias, en ciudades populosas y áreas rurales.
Es muy cierto que los jóvenes son fuertes; y su fuerza puede canalizarse para el bien, en el cumplimiento de la misión evangélica, únicamente cuando “la palabra de Dios permanece” o “vive” dentro de ellos. De allí que la primera responsabilidad pastoral en la formación del “equipo ganador” sea la creación de un ambiente eclesiástico donde el estudio de la Biblia se transforme en la aventura más emocionante. En torno a ella girarán todos los demás intereses y actividades de la iglesia. Esta comunión con la Palabra hará que el maligno sea vencido y que Cristo, la Palabra por excelencia, more y permanezca en jóvenes y adultos por igual. De ese modo el pastor y los jóvenes se colocan bajo la dirección del Espíritu Santo, transformándose así en un equipo ganador.
Hace varias semanas tuve el gusto de visitar a Pedro Rascón y su familia, en Yakima, Washington. Él es un pastor joven, recién trasladado a Yakima desde Seattle, en el mismo Estado. Nos conocimos hace algunos años en Montemorelos, mientras él cursaba estudios de teología en la universidad. Respondiendo a mi pregunta acerca de su trabajo en una ciudad tan difícil como Seattle, me relató una aventura fascinante con su equipo juvenil ganador. Acompañó su relato con una valiosa serie de diapositivas a todo color, mientras su amable esposa nos hacía saborear un plato de deliciosas cerezas de la zona.
—En Seattle —comenzó Pedro tratando de hilvanar lógicamente las ideas que su entusiasmo agolpaba en sus labios— acepté el desafío del Espíritu de Dios que me invitaba a pastorear la iglesia hispana. Era el año de 1990. La feligresía de 50 a 60 miembros había luchado durante veinte años para crecer, sin resultados muy animadores.
—¿Cuál fue tu reacción ante el cuadro que confrontabas?
—Mi primer impulso fue intentar hacer el trabajo solo y sin pérdida de tiempo. La tarea era abrumadora. Pero descubrí que mi tiempo se consumía en atender los problemas de los hermanos. En tales circunstancias el desarrollo y crecimiento de la iglesia se perfilaban como una tarea imposible. En esos momentos sentí que las fuerzas me faltaban.
—Por lo visto, te recuperaste, a pesar de todo. ¿Qué sucedió?
—Entonces fue cuando acudí a Dios en procura de sabiduría y dirección: lo mismo que debí hacer antes de emprender el trabajo. Y el Espíritu Santo estuvo dispuesto a dirigirnos. Esto es fundamental si se ha de triunfar.
—¿Te iluminó el Señor con nuevas ideas y métodos revolucionarios para realizar su obra?
¡Es lo que yo habría deseado! Pero se limitó a mostrarme pacientemente “las sendas antiguas”, y me volvió a decir: “camina por ellas sin desviarte”. Los caminos y métodos del Señor son admirables. Esta vez usó un excelente manual de crecimiento de la iglesia escrito por el pastor Víctor Cerna, El poder de los grupos pequeños, para mostrarme claramente lo que yo no había percibido en instrucciones tan conocidas y precisas como: “La formación de pequeños grupos como base del esfuerzo cristiano me ha sido presentada por Uno que no puede errar” (JT 3:84). Entre las ideas que Cerna repasa en su libro descubrí una que no había tomado en cuenta antes. Estos métodos antiguos, presentados en formas novedosas, alteraron radicalmente mi manera de percibir el evangelismo: se trata del vigoroso potencial de avance misionero representado por los miembros jóvenes de la iglesia.
“En Seattle los dirigentes del grupo eran exclusivamente adultos. LA FUERZA JUVENIL se desperdiciaba y sólo servía para satisfacer las inclinaciones personales de jóvenes frustrados por una religión que les resultaba irrelevante, y hastiados de críticas y desdenes.
“Sin embargo, para organizar la iglesia en ‘equipos ganadores’, me vi obligado a recurrir a personas que no le tuvieran miedo al frío ni al cansancio, al trabajo arduo ni a la entrega total. En los jóvenes descubrimos el elemento humano ideal: vigor, sinceridad, arrojo, idealismo, sentido de misión y disposición a aprender y servir.
“Lo primero que hicimos fue establecer un grupo juvenil para evangelismo. Los jóvenes comenzaron a verse y sentirse como parte integrante de la iglesia y de su razón de ser. Naturalmente el desafío demandaba esfuerzo y organización. Me dediqué a visitar a los jóvenes uno por uno. No estaban exentos de los mismos problemas sociales, morales y espirituales que aquejan a las juventudes modernas de casi cualquier ambiente social. Me familiaricé con sus anhelos, ideales y modos de percibir la religión y el medio eclesiástico en que se movían. Aprendí a respetar su modo de pensar y de sentir. Aprendí a escucharlos y a guardar celosamente sus confidencias. Cuando me aceptaron como un amigo entregado a ellos, además de ser su pastor, pude contar con su ayuda en forma de trabajo desinteresado y de IDEAS”.
Esta parte de la experiencia del pastor Rascón nos parece de importancia crucial. El equipo pastor/jóvenes no consiste de un cerebro pastoral sumado al esfuerzo juvenil. Las ideas de los jóvenes son esenciales por diversas razones: son optimistas, no se las considera como imposiciones jerárquicas, identifican a los jóvenes con la misión de la iglesia y los integran a su programa de trabajo. Nadie se siente cómodo ni motivado formando parte de una mera estadística ni sintiéndose manipulado por decisiones ajenas a sí mismo. Lo cierto es que en la actualidad una gran parte de los jóvenes adventistas son profesionistas bien educados y capaces, inteligentes y dispuestos a servir a Dios y a sus semejantes con altura y devoción. Muchos de ellos tienen aptitudes, entrenamiento y hasta experiencia en el área de liderazgo. Bien vale la pena aprovechar esos talentos y facultades.
—Pastor Rascón, ¿cómo raccionó el sector adulto de la iglesia frente a la atención que les dedicaste a los jóvenes y a la nueva participación de éstos en las actividades de la iglesia y sus funciones directivas? ¿No se sintieron relegados a un plano de importancia secundaria?
—Tú sabes que nunca faltan personas que se sienten amenazadas por cualquier alteración del “status quo”. Pero la verdad es que casi no dimos pie para que alguien no se considerara tomado en cuenta. Nuestro plan no contemplaba relegar a los adultos a un segundo plano. Sólo nos interesaba integrar a los jóvenes al quehacer eclesiástico. En efecto, aunque la tendencia a la formación de grupos homogéneos es natural, nos propusimos evitar cualquier clase de abismo generacional; de modo que promovimos la formación de grupos mixtos en los cuales el liderazgo estuviera en manos de jóvenes y adultos por igual. Debo reconocer que en este aspecto sólo tuvimos un éxito parcial. No obstante fue un buen comienzo. Después de un año el grupo inicial de jóvenes había logrado la formación de otros tres. Los adultos establecieron uno más en el mismo lapso. Dos años después, en 1992, contábamos con 18 grupos pequeños.
“La iglesia había crecido hasta una feligresía de 148 miembros y una asistencia regular entre 180 y 200 cada sábado (alrededor de 100 bautismos). Al salir de Seattle contábamos, además, con una clase organizada para la preparación de líderes para grupos pequeños. Cada grupo se reúne semanalmente con el fin de planear sus actividades entre todos y para el estudio de la Palabra y la oración. La comunión con el Espíritu Santo es indispensable. Él es el verdadero Entrenador y Director. El pastor, anciano, adulto o joven al frente del grupo puede fungir como capitán del equipo. Pero el secreto del éxito consiste en seguir estrictamente el plan del Entrenador y Guía”.
—¿Qué más desearías compartir con los lectores del Ministerio Adventista en lo que respecta a la promoción del “equipo ganador”?
—Sólo dos o tres ideas más. Primero: en el trabajo con los jóvenes el pastor necesita reconocer sus propios errores si desea que los jóvenes se dispongan a enmendar los suyos. Segundo: no tengamos miedo de aceptar algunas innovaciones sugeridas por los jóvenes en el programa general de actividades. Romper la tradición rutinaria no es ningún pecado. Tercero: hay que aprender a soñar despierto y disponerse a amanecer mal dormido y con hambre en un campamento juvenil; o a participar con sudoroso optimismo de un partido de baloncesto con los mismos jóvenes de aquellos equipos ganadores de su iglesia. Juegue con ellos, ría y llore con ellos, estudie y ore con ellos y trabaje a su lado presentándolos constantemente a Dios en oración. Nuestra Sociedad de Jóvenes y su departamento de actividades sociales de Seattle ha traído al bautismo a más del 50% de los interesados de la iglesia en los últimos dos años.
“Por último, no rebaje nunca las normas de la iglesia ante los caprichos juveniles ni las inclinaciones negativas que los caracterizan cuando aún no se han encontrado con Jesús. Más bien acérquese a ellos, acéptelos como son y hágales comprender por precepto y ejemplo el porqué de esas normas. Nuestra paciencia cristiana al soportar el espíritu de contradicción y rebeldía que a veces descubrimos en algunos jóvenes hará mucho para que después de algún tiempo los abracemos al salir de la pila bautismal y los incorporemos también en un nuevo equipo juvenil de estudio y testificación para Dios y de vida cristiana satisfactoria y ascendente”.
“En la División Interamericana más del 65% de la feligresía la componen jóvenes, cuyas edades oscilan entre 13 y 35 años”, anotó recientemente el pastor George W. Brown en un editorial para la Revista Adventista. Y el fervor juvenil se deja ver en todos los ámbitos de esta división, como lo demostraron los informes de las uniones durante el Tercer Congreso Interamericano de Jóvenes Adventistas, en Panamá.
Fue un momento inolvidable cuando el pastor Alfredo García-Marenko, director juvenil de la División Interamericana, anunció a delegados y visitantes del congreso que el blanco del plan Maranata 30,000 para 1993 no sólo había sido alcanzado durante los primeros seis meses del año, sino sobrepasado: 41,984 almas ingresaron a la iglesia en nuestra división gracias al esfuerzo de los jóvenes.
A pesar de toda la euforia que produce el éxito, en muchos lugares los jóvenes se sienten frustrados cuando los planes, las arengas y los desafíos lanzados desde el púlpito no se cristalizan en un plan de acción real con involucramiento inteligente de todas las fuerzas disponibles y dispuestas en las filas juveniles. “Los planes sólo se quedan en llamados, en apelaciones rutinarias, sin que posteriormente suceda nada —le dijeron algunos de los jóvenes más promisorios de la Misión del Soconusco a su presidente, el pastor Raúl Escalante, al finalizar una inspiradora reunión de federación de sociedades J. A. en su campo— Estamos listos para la acción. Sólo díganos qué hacer y dónde llevarlo a cabo. Estamos deseosos de salir por un par de semanas y hasta un mes a lugares nuevos para predicar el evangelio”.
¡Qué oportunidad más prometedora para las iglesias de ese campo! Los jugadores que integrarían los equipos potenciales están listos. El Espíritu Santo los ha llamado. Sólo esperan a los capitanes/pastores y adultos que los organicen y respalden y entrenen. Este cuadro se repite en todos los campos.
Un ejemplo inspirador de cómo se interesa un joven en el arte de dar estudios bíblicos nos lo contó el ingeniero Neftalí Ortega, de Mexicali, Sonora, hace algunas semanas. Neftalí todavía es un hombre joven, y laico muy activo dondequiera que va. Pero no siempre fue así. Esta es su historia:
“Soy adventista de nacimiento. Después de terminar los estudios primarios en una escuela pública mis padres me enviaron como alumno industrial al Colegio del Pacífico, en Sonora, México, para cursar secundaria y preparatoria. Luego seguí la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad de Sonora, Hermosillo. Es decir, soy adventista desde que tengo recuerdo, como muchísimos otros jóvenes de cualquier congregación nuestra. El ambiente secularizante de la universidad me había hecho perder interés en la misión de la iglesia. Mi religión era casi una desabrida rutina.
“Mientras estudiaba en Hermosillo, una verdadera madre de Israel, la hermana Sara de Meza, hospedaba y alimentaba a 18 jóvenes estudiantes y hacía lo mejor que podía para darnos un hogar —y un encomiable ejemplo de vida cristiana abnegada— en el cual gozáramos del beneficio dé la luz del evangelio. Por eso, un viernes por la tarde me dijo:
“—Neftalí, necesito que me acompañes esta noche a dar un estudio bíblico. Tú no harás otra cosa que acompañarme. Yo me encargaré del estudio.
“—Señora, yo no soy un hipócrita —le contesté con franqueza, aunque respetuosamente—, así que no cuente conmigo para esas cosas.
“Creía haber resuelto el problema. Pero la hermana Meza, con mucha prudencia, no discutió conmigo ni censuró mi actitud ni mis palabras. ¡Tampoco abandonó su plan! De modo que el viernes siguiente me habló de nuevo:
“—Neftalí, estoy muy cansada. ¿Serías tan amable de acompañarme al estudio bíblico para que cargues el proyector? ¡Está muy pesado!
“No tuve reparos en ayudarle, porque bien lo merecía. ¡Y también lo hice con gusto durante los 15 viernes siguientes! Además de cargar el proyector, yo escuchaba los estudios y observaba la forma como doña Sara los daba.
“Sin embargo, el viernes número 16, al llegar al lugar de los estudios bíblicos, noté que la hermana Meza se sentó con los demás, en lugar de pasar al frente del grupo, como acostumbraba. Entonces, desde su asiento anunció confiadamente:
“—Esta noche el estudio lo dará Neftalí.
“A pesar del tremendo susto que me hizo pasar, fui incapaz de rehusarme a dirigir el estudio. Estoy seguro de haber recibido la ayuda divina. Sin ella habría fracasado. Ni tampoco habría experimentado el gozo que se siente al ver cómo la gente aprecia recibir la Palabra de Dios y en ella la realidad salvífica del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
“Desde aquel viernes de noche han pasado 18 años. En ese lapso no sólo abracé el ministerio de los estudios bíblicos, sino que he tenido la doble alegría de ver el bautismo de una cantidad de almas, y de preparar a varios laicos jóvenes para que se dedicaran a testificar siguiendo el mismo patrón. El equipo adulto + joven + Espíritu Santo hizo de mí un laico ganador de almas para la gloria de Dios”.
En los últimos meses hemos tenido el gusto de estar en comunicación con los presidentes de las asociaciones y misiones de las dos uniones mexicanas. Por lo menos seis de ellos revelaron gustosamente lo que sus respectivos campos están llevando a cabo en el área participación juvenil en el plan de evangelismo de la iglesia. Invariablemente los mejores resultados se han producido cuando los esfuerzos del pastor se han volcado a la preparación de los jóvenes para el trabajo en equipo, bajo la dirección del Espíritu Santo.
El pastor Efraín Piedra, por ejemplo —presidente de la Asociación Hidalgo-Veracruzana— refiere entusiasmado algunos de los logros juveniles de su campo. “Con la debida orientación y supervisión [respaldo, confianza, amistad, cariño] encomendamos a los jóvenes la organización y dirección de programas diversos: servicios a la comunidad, campañas juveniles, marchas antidrogas, labor social, seminarios de profecía, testificación personal a profesionistas, y diversas otras actividades.
“Al ser tomados en cuenta, al sentirse respaldados por la confianza que se les manifiesta, al experimentar la amistad del pastor y de los adultos, los jóvenes aceptan las responsabilidades y las llevan a cabo con altura y excelentes resultados. Así sucedió en Pánuco, Veracruz, donde los jóvenes organizaron una velada de convivencia: cada uno invitó a la velada a un ex adventista o a un no adventista. De las 62 visitas, 17 regresaron al sábado siguiente para comenzar a asistir a la iglesia. Por su parte en Cazones, del mismo Estado, los jóvenes celebraron reuniones de evangelismo, invitaron a otros jóvenes, cenaron juntos y participaron de actividades recreativas los sábados de noche y varios se bautizaron como resultado del interés despertado. Las mismas experiencias se repiten en Pánuco y en Papantla, donde 25 jóvenes se inscriben en el curso de liderazgo juvenil, asisten a un campamento distrital, en el cual 70 jóvenes se comprometen a reclutar cada uno a 5 para entrenarlos en la obra misionera: las iglesias se fortalecen y los jóvenes se fundamentan cada día más en la fe que han abrazado”.
El pastor Misael Escalante nos dice desde Oaxaca que sus jóvenes, por medio de los clubes, se empeñan en actividades de beneficio comunitario y de interés ecológico: limpieza y embellecimiento de parques y calles [excelente método para deshacer prejuicios y darse a conocer en las esferas comunitarias y gubernamentales], además de participar en todas las demás actividades de testificación.
Por otra parte, el pastor Erwin A. González, presidente de la Asociación Norte de Chiapas, hace resaltar cómo el pastor de uno de los distritos “organiza a sus jóvenes para el evangelismo. Adoptan el lema de ‘un joven para ganar a otro joven’. Trabajan con muchos que se interesan en conocer a Cristo. Entre ellos un joven de 24 años con problemas de drogadicción y narcotráfico. El evangelio lo transforma, y entre los que se bautizan está él, a pesar de la oposición de sus anteriores compañeros de vicio. En todo esto los jóvenes trabajaron relacionados estrechamente con su pastor”.
Por último, el presidente de la Misión de Occidente, pastor Javier Sol, nos informa acerca del “trabajo extraordinario que un grupo de 80 guías mayores uniformados, realizaron en Guadalajara a partir del 22 de abril del año pasado, en colaboración con sus pastores, prestando actividades de auxilio a los damnificados por las explosiones que en esa fecha dejaron 13 kilómetros de calles arruinadas, edificios destruidos y familias sin hogar. El orden, la disciplina y la dedicación entusiasta e incansable a las tareas de rescate manifestados por estos ochenta guías mayores, impresionaron tanto a las autoridades civiles como militares y abrieron las puertas de incontables hogares a la presentación del evangelio”.
—Algo sumamente animador está sucediendo con los jóvenes adventistas de la Misión de Occidente, especialmente con los de Guadalajara —nos comentó gozoso el pastor Sol en una conversación telefónica que sostuvimos este viernes 19 de octubre, con palabras llenas de optimismo— Nuestros delegados al Tercer Congreso Interamericano de Jóvenes Adventistas, al regresar de Panamá, decidieron por iniciativa propia poner al servicio de Dios la inspiración recibida en el congreso.
“Después de pedir la dirección del Espíritu Santo, trazaron un plan de acción que involucra a la juventud de las 14 iglesias y grupos organizados del área metropolitana de Guadalajara. Luego nos sometieron su anteproyecto para recibir nuestra colaboración, consejo y apoyo, y para trabajar en equipo con los pastores y dirigentes de la misión, y todos ser guiados por el Espíritu Santo en un esfuerzo concentrado de testificación efectiva.
“Se proponen iniciar esta actividad de ocho meses con una semana de oración, introspección y esfuerzo serio de la Palabra, con el fin de experimentar la morada interior del Espíritu Santo y asegurarse de su dirección.
“Entonces se dedicarán a sembrar y despertar intereses entre familiares, amigos y vecinos, y cultivarán iniciando campañas de barrios y estudios en grupos pequeños, en preparación para la gran campaña metropolitana que llevarán a cabo del 12 al 26 de febrero próximo.
“Después tendrán una graduación de La Voz de la Esperanza y del curso Fe de Jesús, en la cual esperan entregar diplomas a por lo menos 500 personas.
“Luego del 27 de marzo al 28 de mayo, se empeñarán en un esfuerzo de consolidación de intereses, para concluir con una campaña juvenil de cosecha durante el mes de junio. Como era de esperar, este atractivo y dinámico plan de acción juvenil, inspirado por el Congreso de Jóvenes de Panamá, responde a la consignación de: ‘Alzando la Bandera de la Cruz”’.
Sin lugar a dudas, los jóvenes son el mayor potencial que posee nuestra Iglesia para el cumplimiento de la Misión Global. Es tiempo de aprovecharlo uniéndonos a ellos, organizándolos, respaldándolos, ayudándoles, aprovechando su liderazgo y formando con ellos un equipo ganador bajo la dirección del Espíritu de Dios.