Un pastor que prestó grandes servicios a la iglesia trabajando para Dios y para sus semejantes, nos dice: “He estado en contacto con Jesucristo durante casi cuarenta años. Ejercí el ministerio cristiano más de 25 años, durante los cuales presté algún servicio a la iglesia de Dios y coseché entre los fieles una estima mayor que la que correspondía esperar. Y pese a todo esto, una sola hora de tentación podría macular mi carácter, destruir mi utilidad pública y hacer que mis más caros amigos cristianos se avergonzaran de mí.”—Macartney, “Illustrations.”
El hombre que se duerme en el volante de un automóvil, aunque no sea más qué por un segundo, sin duda pierde su máquina. El piloto de avión que se distrae una fracción de segundo, sea al despegar o al aterrizar, causa la pérdida del aparato y la muerte de los< pasajeros. Y la vida del hombre no escapa a la regla: un momento de inconsciencia o de descuido puede estropear nuestra felicidad y sumirnos en la ruina. —Macartney, “Illustrations.”
La Ciencia no nos Salva
La ciancia, vale decir el conocimiento del mundo natural, no salva al hombre. Una vez pensó la humanidad que, habiendo fracasado todo lo demás, la llave de la ciencia le abriría los portales del palacio de la paz y el saber. Pero he aquí que la ilusión fue vana. La ciencia bendice con una mano y castiga con la otra; lleva a la especie humana a su Ebal y Gerizim—al monte de la maldición y al de la bendición. Hoy el mundo aguarda temblando los nuevos terrores que en una nueva guerra le deparará la ciencia.