Luigi Tarisio fue hallado muerto una mañana en su humilde casa, en compañía de 246 finísimos y valiosos violines. Durante toda su vida había coleccionado estos instrumentos y los había guardado en el ático de su casa o dentro de un viejo armario. En su devoción por acumular los mejores violines fabricados, incluyendo un Stradivarius, había robado al mundo el placer de escuchar su dulce melodía.

            El Señor Jesús, en su oración sacerdotal, dijo: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:18).[1] La responsabilidad que se les asignó a los discípulos como representantes de Cristo, fue relacionarse con las personas para presentarles las buenas nuevas del Reino de Dios. El tiempo ha avanzado y se agota rápidamente y esta tarea no ha sido terminada todavía. Sin embargo, todavía existen algunos que, como Tarisio, guardan ocultas las preciosas y grandísimas promesas del evangelio, como si su propósito fuera impedir que otros las encuentren.

Necesidad de las relaciones humanas en el ministerio

            El hecho de ser habitante de este planeta nos coloca en una posición de responsabilidad de relacionamos con las demás personas con quienes compartimos el mismo entorno. Estudios sociológicos muestran la importancia que tiene la relación, la interacción y la comunión con los demás.[2] Con cuánta más razón debieran los ministros relacionarse de manera constructiva con aquellos que les rodean Por esta razón la labor ministerial debería desarrollarse en contacto directo con las personas que forman la sociedad que padece graves problemas como agresión, rebeldía, violencia extrema, envidia, etc. “No menos del 30 por ciento”, dice un autor, “de todas las parejas norteamericanas experimentan alguna forma de violencia doméstica en algún momento de sus vidas”.[3] De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Rhode Island, el lugar más peligroso para una persona fuera de disturbios y guerras, es ‘el hogar norteamericano’”[4]

            Seguramente la mayoría de los problemas del hogar se deben al hecho de que a través de los medios de comunicación se transmiten las más eficaces de las doctrinas mundanas: la violencia y la sexualidad sin principios. La depravación social que este estado de cosas da como resultado, coloca el marco del mundo donde los siervos de Dios han sido llamados a realizar su obra.

            ¿Cómo podrá el ministro hacer su obra en la conflictiva y problemática sociedad actual? ¿Cómo podrá hacer su parte, y dirigir a los miembros de la iglesia para que hagan la suya, en la terminación de la predicación del evangelio en el conflictivo mundo actual?

Importancia de las relaciones humanas en el ministerio

            El trabajo ministerial que demanda la sociedad actual no es el de ser censor de la conducta y corrector de herejes. Ni siquiera señalarles la gravedad de sus errores a quienes han errado en el camino de la vida. El ministerio que se necesita es el que responde a la siguiente demanda: “Todas nuestras tareas deben ser realizadas con una sencillez como la de Cristo, con paciencia y amor por Dios y por Cristo. Nuestro trabajo es convencer, no condenar. Los seres humanos que nos rodean poseen defectos semejantes a los nuestros”[5]

            Después de terminar de exponer las bienaventuranzas, nuestro Señor dijo a sus oyentes: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mat. 5:13). Sabemos que en los días de nuestro Señor la sal tenía una función que ahora prácticamente ya no tiene: la de preservar los alimentos. No existían aparatos de refrigeración para realizar la labor de conservación. La sal era la que preservaba la carne de un día para otro y tenía una importancia vital en este sentido. Por eso Jesús destacó la gravedad de la pérdida de su sabor y sus propiedades de conservación. Sí perdía sus propiedades, perdía su valor y su uso y era desechada. No servía más para nada.

            Cuando miramos a nuestro derredor, nos damos cuenta cuánto se necesita la preservación. ¿Cómo podrán los ministros de Dios servir para preservar la vida y todo lo que ella significa en este mundo? Si el divino Maestro llamó a los suyos para ser la sal de la tierra, quiere decir que nosotros tenemos la sal espiritual que preserva la vida en todas sus dimensiones. ¿Cuál es la sal que poseemos, como cristianos y como ministros? La verdad de la salvación en Cristo. La posibilidad de poner a la gente en contacto con el poder transformador de la gracia de Cristo que se puede obtener cuando la persona se relaciona por la fe con él. También las verdades y principios doctrinales que transforman la vida de aquellos que los ponen en práctica. El estilo de vida que promueve la salud, la felicidad y la prosperidad física, mental y espiritual, es otra de nuestras grandes posesiones que pueden actuar como la sal para preservar lo mejor de la vida en este planeta. Es lo que dice esta declaración: “No debemos condenar a otros, y no lo haremos si somos uno con Cristo. Debemos representar a Cristo en nuestra forma de tratar con nuestros semejantes. Hemos de ser colaboradores de Dios, ayudando a los que son tentados”.[6]

            Cuando hablamos de relaciones públicas, no nos referimos a esa capacidad que algunos poseen, desarrollada mediante el estudio, para ser útiles en el gobierno o la industria como eficaces publirrelacionistas. Eso está bien y todo tiene su valor y dignidad. Los cristianos o los ministros que tienen este talento deben cultivarlo y hacer una buena obra en favor de nuestras instituciones y de la iglesia en general, para presentar nuestra gran obra ante los incrédulos de modo aceptable, para que no existan prejuicios contra la iglesia del Señor o el desconocimiento de sus actividades en favor de la comunidad. Este tipo de relaciones públicas es importante y los que tienen la capacidad de realizar esta tarea pueden hacer un servicio muy valioso a Dios y a su causa. Pero yo no me refiero a eso porque hay quienes están más capacitados para hablar de ese tema.

            Yo me refiero, más bien, al poder que tiene la influencia de la vida de un cristiano, de un ministro, a quien el Espíritu de Dios ha transformado. Tiene el amor, la paciencia, la mansedumbre de Cristo, y al ponerse en contacto con las almas, al relacionarse con la gente, ejerce un poder presentador y transformador que ninguna otra relación puede ejercer.

            En este tiempo dominado por la tecnología, existe el peligro de que el teléfono y el fax sustituyan las relaciones personales. Pero el ministro de Dios no puede dejar de ponerse en contacto personal con los miembros y con las almas que todavía no se han convertido, porque es la única forma en que puede ser como la sal de la tierra, en cumplimiento de la orden de Jesús (Mat. 5:13).

            Es por medio del ejemplo y el testimonio personales que los que nos rodean podrán recibir los rayos del sol de justicia que los siervos de Dios reflejan en sus vidas (2 Cor. 4:6). Así los ministros de Dios serán la sal de la tierra.

Las relaciones humanas como herramienta evangelística

            La comisión que nuestro Señor nos dejó es la de predicar el evangelio a todas las naciones “hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Y naturalmente, nuestra responsabilidad consiste en ponemos en relación con la gente que nos rodea en “Jerusalén”, es decir, en el lugar donde nos encontramos. Tiene mucho más significado de lo que pensamos la declaración de Jesús: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14). Me emociona el pensamiento de que las relaciones con otros son de vital importancia, como dice Wilfredo Calderón: “En todo encuentro con otras personas, influimos o influyen en nosotros, dependiendo de nuestro carácter y temperamento”.[7] Es decir, nuestra manera de comportamos, nuestros hábitos y costumbres en nuestro diario vivir, no se pierden sino que aportan algo bueno o malo a las vidas de las personas que se ponen en contacto con nosotros.

            En realidad, no es sólo con palabras como podemos testificar, sino con lo que somos y tenemos en nuestro ser. Por eso son tan importantes las relaciones públicas.

            En la divina vocación del ministerio, el testimonio personal que se muestra mediante las relaciones humanas, es esencial para la ganancia de las almas. Dios ha preparado un trabajo especial para nosotros en el plan de salvación: es el de testificar con las palabras y con los hechos. Por eso dijo el Señor: “Vosotros sois mis testigos’’ (Isa. 43:10-12). Sabemos que la única obra verdaderamente efectiva es la que se hace personalmente. Cuando nos ponemos en contacto con la gente para darle nuestro testimonio, es posible que le hagamos tanto bien, o más, con lo que somos, con nuestros hechos, con la influencia inconsciente que ejerce un cristiano lleno del Espíritu Santo, que con nuestras palabras. Y esto sigue siendo cierto, aunque nuestras palabras las pronunciemos con sabiduría y que sea “siempre con gracia, sazonadas con sal…” (Col. 4:6).

            Para los ministros, la misión de testificar adquiere otra dimensión: “Más trabajo debería hacerse en favor de aquellos que se encuentran en posiciones elevadas. Aquellos que dan el mensaje de misericordia al mundo caído no deben pasar por alto a los ministros (de otras denominaciones). Los siervos de Dios deben acercarse a ellos como quien tiene interés en su bienestar, y entonces pedir por ellos en oración. Si rehúsan aceptar la invitación, díganlo al maestro, y entonces su trabajo estará hecho”.[8] “¿No debiera emplearse sabiduría y tacto para ganar a estas almas, que, si llegaran a convertirse realmente, serían instrumentos pulidos en las manos de Dios para alcanzar a otros?”[9] No hemos puesto nuestra influencia cristiana en beneficio de esta clase especial de personas. Debemos relacionamos con ellos, no para discutir, sino para que tengan la oportunidad de recibir la influencia espiritual que debe fluir de nuestra vida cristiana. Si hubiéramos hecho esto en el pasado, cuántos pastores de otras denominaciones estarían ahora llevando una buena parte de la carga de la predicación del evangelio, como “instrumentos pulidos en las manos de Dios”. ¿No será tiempo ahora mismo para disponemos a cumplir esta parte de nuestro ministerio… que al parecer no hemos cumplido, en favor de estas almas con especial necesidad?

            Otro aspecto en que las relaciones humanas influyen en el desempeño de la obra ministerial en favor de las almas, es el trato con personas de diferentes culturas y niveles sociales. “Aquel que está estrechamente conectado con Cristo, se eleva por encima del color o de la casta. Su fe se aferra a realidades eternas”.[10] Para que un verdadero ejemplo de transformación por el amor de Cristo pueda producir resultados en favor de la cruz, será necesario que todos los prejuicios sociales o raciales queden eliminados de la vida. Aquel que está estrechamente conectado con Cristo no tendrá problemas para ponerse en relación con los seres humanos de otros colores, otras razas u otros niveles sociales.

            Es necesario que los ministros de la cruz sigan el ejemplo de Jesús en el trato con otras personas. La forma en que Jesús trataba a la gente era la causa por la cual algunos estaban dispuestos a oírle hasta días enteros sin comer. “Durante toda su vida aquí en la tierra, Jesús fue siempre justo y ecuánime en su relación con sus discípulos y otros que le seguían, aún con sus enemigos”.[11] Si como ministros imitamos a Cristo, los resultados en la ganancia de almas serán asombrosos y darán un impulso sin precedentes a la predicación del evangelio y a la terminación de la obra.

Conclusión

            Aún en las horas sombrías de su pasión y de las crisis de su vida, Jesús se mantuvo fiel a su misión. Aun mientras pendía de la cruz animó al alma penitente a creer y trató a los hombres con la misma ternura y consideración con que los había tratado en las horas más tranquilas de su vida.

            Si él nos mandó a testificar ante el mundo por medio de nuestra vida, al relacionarnos con los demás como él lo hacía, debemos cumplir su mandato.

            Él quiere que seamos ministros dedicados al servicio en favor de las almas, según el método que utilizó: el trato y las relaciones con la persona humana. En esto debemos ser imitadores de Cristo, como lo era san Pablo (1 Cor. 11:1).

            Que no halle Jesús nuestros violines guardados cuando regrese, sino que nos encuentre tocando la música celestial de victoria por las almas ganadas.

Sobre el autor: Citando escribió este artículo Rogelio Paquini era alumno del cuarto año de teología de la Facultad Teológica Adventista de México, en la Universidad de Montemorelos, Montemorelos, N. L México.


Referencias:

[1] Todas las citas bíblicas en este artículo han sido tomadas de la versión Reina-Valera, revisión 1960.

[2] C. Raymond Holmes, The Adventist Minister (Berrien Springs, MI.: Andrews University Press, 1991), pág. 47.

[3] Charles R. Swindoll, Improving Your Serve (Waco, TX.. Word, Incorporated, 1981), pág. 125.

[4] Tim Timmons, Máximum Living in a Pressure-Cooker World (Waco, TX.: Word Books Publisher, 1979), pág. 163.

[5] Elena G. de White, Pastoral Ministry (Silver Spring, Maryland: Ministerial Association, General Conference of Seventh-day Adventists, 1995), pág. 91.

[6] Elena G. de White, Testimonios para los ministros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), pág. 225.

[7] Wilfredo Calderón, La Administración en la Iglesia Cristiana (Deerfield, FL: Editorial Vida, 1993), Pág- 62.

[8] Elena G. de White, Review and Herald, 8 de mayo de 1900. La explicación entre paréntesis es nuestra.

[9] Elena G. de White, El evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1978), págs. 409,410.

[10] Elena G. de White, Pastoral Ministry, pág. 93.

[11] Reinhold R. Bietz, Jesús the Leader (Mountain View. Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1980), Pág. 50.