Entre las cosas que captaron mi atención en una visita efectuada recientemente al Museo de Artes e Industrias del Instituto Smithsoniano de Washington. se contaba un eslabón que perteneció a una enorme cadena de hierro forjado. Medía el eslabón algo más de un metro de largo por unos 55 cm de ancho, y pesaba varios cientos de kilos. Esta cadena había sido puesta a través del río Hudson para bloquear el paso a la flota británica durante la Guerra de la Revolución. Cumplió admirablemente con este propósito, hasta que la ruptura de un eslabón débil la inutilizó totalmente.
Entre los eslabones del programa trazado por el pastor para el funcionamiento de su iglesia se cuentan los servicios de culto, la obra social, el evangelismo personal y público, las actividades de los jóvenes, la educación cristiana, las visitas y las consultas y la administración de las finanzas. El programa de la iglesia no es más fuerte que su eslabón más débil. Desafortunadamente, con frecuencia las finanzas constituyen ese eslabón débil.
Demasiado a menudo la administración financiera de la iglesia está separada de sus servicios espirituales. Pareciera que algunos piensan que los objetivos financieros son de una naturaleza “mundana”, o en el mejor de los casos un mal necesario relacionado con el adelantamiento de los objetivos espirituales de la iglesia. Como obreros en la obra de Dios, nos alegra cobrar nuestro sueldo y utilizar el dinero en artículos de alimentación, de vestido y en otras cosas, pero cuando se habla del sostén de la obra, ese mismo dinero se convierte en un “sucio lucro”, y hay resistencia a mencionarlo en el mismo sermón en que se habla del amor de Dios o del sacrificio de Jesús.
A veces vacilamos en solicitar el apoyo financiero de los hermanos en una forma más positiva, debido a una desafortunada actitud que ha invadido al protestantismo (y posiblemente también una pequeña parte de la feligresía adventista) se habla de que “las iglesias están detrás de nuestro dinero. No hacen más que hablar de dar, dar, dar, todo el tiempo”.
Esta actitud se refleja en el relato de un niño, alumno de la escuela dominical, que estaba estudiando el Salmo 23. El profesor preguntó: “¿Qué hace el pastor por las ovejas?” Por cierto, que esperaba que contestaran que las pastorea junto a aguas de reposo. Sin embargo, un muchachito muy listo exclamó: “¡Las trasquila!” [1]
¿Dan los feligreses en general hasta “que duele”? Roberto Cashman, en su libro acerca de las finanzas de la iglesia, dice: “No es lo que la gente da a la iglesia lo que duele, sino más bien lo que gastan en tantas otras cosas”. [2]
Veamos qué clase de “trasquiladura” hace la iglesia. Según el Sr. Cashman, el público norteamericano gasta diez veces más en el juego por dinero que en todos los proyectos religiosos juntos. Gastan ocho veces más en licor y seis veces más en tabaco que en donaciones para la iglesia. Y aun gastan cinco veces más en goma de mascar que en ayudas para la obra misionera. [3]
Una noticia de la United Press revela que las iglesias de EE. UU. reciben únicamente el “1,11 por ciento de las entradas totales de sus habitantes”. Luego prosigue: “Si este país está experimentando un reavivamiento religioso, es evidente que éste no ha llegado todavía al nivel del bolsillo”. Lo que dieron los norteamericanos en 1930, durante la gran crisis, aunque era menos en total de dólares, todavía era el 1,17 por ciento de sus entradas totales —0,06 por ciento más generosos que en estos prósperos años.[4]
Las donaciones de los miembros de cualquier iglesia debieran ser ciertamente superiores a lo que da el promedio de los habitantes de la nación, entre los que hay un 40% que no pertenece a ninguna iglesia. Los adventistas dan más por cabeza que los miembros de cualquier otra congregación; en esto ostentan un récord. Los datos estadísticos más recientes revelan que en 1955 nuestra iglesia, en los E.E.U.U, contribuyó con 67.919.368 dólares, o sea un promedio de cerca de 200 dólares por miembro, en tanto que “el promedio anual per cápita de todas las denominaciones norteamericanas fue de 48,81”7[5]Sin embargo no debemos conformarnos con este nivel alcanzado, porque todavía podemos superarnos.
Las bendiciones de la dadivosidad dependen de dos factores: (1) el espíritu, o motivo, que anima al dador, y (2) la cantidad de la donación en proporción con las entradas del dador. ¿No estamos negando una gran bendición a nuestros miembros de iglesia por nuestro descuido en instruirlos acerca de los privilegios de la mayordomía? ¿No le estamos negando a la causa de Dios grandes bendiciones debido a la falta de medios, acerca de los cuales se nos ha dicho que habría una “provisión suficiente” si “todos, tanto ricos como pobres”, fueran fieles en los diezmos y las ofrendas”? [6]
La administración de las finanzas – Un ejercicio espiritual
Se oyó decir a cierto ministro: “Yo no me preocupo de las finanzas de la iglesia. Estoy aquí para predicar el Evangelio”. Esta es una actitud desafortunada para cualquier ministro, y mucho más para uno adventista. Aunque no se espera que el pastor ha de inmiscuirse en los detalles mínimos de las finanzas de la iglesia, permanece en pie el hecho de que el dinero —su uso correcto y su uso incorrecto— está vitalmente relacionado con el Evangelio.
Jesús ciertamente pensó que el uso del dinero es una parte del Evangelio. Desde el sermón del monte hasta sus acusaciones a los escribas y los fariseos, desde su conversación con el joven rico hasta su observación acerca de la generosidad de la viuda, se advierte el mismo tema: “Porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”. [7] El apóstol Pablo y todos los discípulos destacaron esta misma verdad. “Y ninguno decía ser suyo algo de lo que poseía”.[8] El dinero no es otra cosa que una representación acertada del tiempo, de los talentos y del trabajo duro. Los que consagran “todo” a Dios deben ser enseñados a utilizar su dinero para gloria suya.
Algunas preguntas pertinentes
¿En qué forma podría hacerse frente a los objetivos financieros expuestos ante nuestros miembros de iglesia por nosotros y por otros? Esta abarcante pregunta se puede dividir en varias que están íntimamente relacionadas.
1. ¿Cómo podría inducirse a un mayor número de feligreses a devolver fielmente el diezmo a Dios? Mientras que muchos pagan fielmente sus diezmos, otros pagan nada más que un diezmo simbólico, y hay otros que no pagan nada.
2. ¿Cómo podría estimularse a los miembros a una mayor liberalidad en beneficio de las misiones extranjeras? Esto podría incluir llamamientos tanto a los miembros como a los no adventistas.
3. ¿Cómo podrían proveerse fondos suficientes para el mantenimiento de la obra misionera local y del trabajo de la iglesia, como ser, gastos de iglesia, gastos de escuela sabática, Dorcas, actividades de la sociedad de jóvenes, fondo de pobres, etc.?
4. ¿Cómo podría hacerse frente a las pesadas exigencias de la educación cristiana, tanto en su funcionamiento como en los medios materiales necesarios para llevarla a cabo?
5. ¿Cómo podrían conseguirse los fondos necesarios para proyectos de construcción, o para expansión de los edificios, o para refacción de los mismos —que a veces exigen cientos de miles de pesos?
6. ¿Cómo podrían proveerse todos estos fondos, y al mismo tiempo mantener en la iglesia un elevado sentimiento de confraternidad espiritual, un sentimiento de que la “buena oveja’ no está siendo “trasquilada”?
La mayordomía cristiana
Las respuestas a las preguntas formuladas pueden hallarse encarando en forma inteligente la mayordomía cristiana.
Hace pocos años, una iglesia de Indiana invitó a uno de los administradores de su asociación para que los asesorara en sus planes para liquidar una deuda de 4.100 dólares que tos había afligido durante varios años. El administrador no recomendó ningún plan o proyecto a la iglesia. En vez de esto, presentó un estudio acerca de la mayordomía, y se sentó. Tras un momento de silencio, un miembro laico se puso de pie y dijo: “Hermanos, pongo a vuestra disposición la suma de 500 dólares para ayudar a cancelar la deuda. ¿Cuánto daréis vosotros?” En los pocos minutos siguientes, para el asombro del pastor, los hermanos habían prometido más de cinco mil dólares —novecientos dólares más de lo que necesitaban.
Hay una profunda verdad en eso de que cada persona es un mayordomo: de sí mismo, de sus, talentos, de su tiempo y de sus medios.
“La mente, el corazón, la voluntad y los afectos pertenecen a Dios; el dinero que manejamos es del Señor. Cada bien que recibimos y disfrutamos es el resultado de la benevolencia divina. Dios es el generoso dador de todo bien, y él desea que el beneficiario reconozca estos dones que proveen a cada necesidad del cuerpo y del alma”. [9]
Un ministro metodista que escribe acerca del mismo tema llega a la conclusión de que el principio de la mayordomía debe constituir la base de todo programa financiero de la iglesia. Él dice:
“El mayordomo cristiano debe empaparse continuamente con el pensamiento de que todas las cosas pertenecen a Dios; que él mismo es de Dios y que no puede servir a Dios y a Mammón… La vida es un depósito sagrado y… toda ella es un ejemplar sencillo sin separación entre lo secular y lo sagrado, sin división de lo que le pertenece a ella y lo que es de Dios”.[10]
Si Dios es el propietario del hombre, también lo es de los medios. J. L. Shuler habla de un hombre que estaba por descender a las aguas bautismales para sellar su pacto con Dios. Repentinamente se dio vuelta y desanduvo el camino recorrido y entró en el cuarto del vestuario. Reapareció poco después con su libreta de cheques en la mano, y le explicó al pastor: “Verá Ud., quiero que también se bautice mi libreta de cheques”.[11]
El amor debe ser el resorte principal de cada acción. La mensajera del Señor declara que el “amor agradecido” es el resorte que motiva la benevolencia genuina:
“La verdadera generosidad cristiana brota del principio del amor agradecido. El amor a Cristo no puede existir sin que se manifieste en forma proporcional hacia aquellos a quienes él vino a redimir. El amor a Cristo debe ser el principio dominante del ser, que rija todas las emociones y todas las energías. El amor redentor debe despertar todo el tierno afecto y la devoción abnegada que pueda, existir en el corazón del hombre”. [12]
Otro autor ha escrito acerca del impulso del amor en relación con la vida cristiana, lo siguiente:
“Cuando el amor a Dios y el amor a los semejantes empapan una vida, entonces es cuando la mayordomía experimenta su mayor goce. El compartir llega a ser un placer y el dar toma su debido lugar como un acto de adoración al lado de la lectura de la Biblia y de la oración, como una cosa esencial para el crecimiento de la experiencia religiosa”. [13]
Todo lo que el hombre hace en una forma religiosa o espiritual, lo hace porque cree en Dios. No puede haber iglesia, culto o servicio divorciado de esta fe. Como lo dice Ricardo D. Ownbey: “La pregunta: ¿Qué significa ser un mayordomo cristiano?’ no es más que otra manera de decir: ‘¿Qué significa ser un cristiano?’[14] Pero una persona no es cristiana porque asiste a la iglesia y adora a Dios y da una parte de su tiempo, talentos y medios a la obra del Señor. Estos actos exteriores son el resultado de una convicción interior. Siguen a una dedicación mental y espiritual a Dios.
Sobre el autor: Pastor de la Asociación de California del Sur.
Referencias
[1] Lewis Sperry Chaffer, Spirit-directed Giving (folleto), pág. 1.
[2] Robert Chashman, The Finances of a Church, pág. 20.
[3] Id., págs. 20, 21.
[4] Hollywood Citizen-News, 4-8-56.
[5] “Peace with the Adventista”, Time, 31-12-56.
[6] Testimonies, tomo 4, pág. 475.
[7] Mateo 6:21.
[8] Hechos 4:32.
[9] Counsels on Stewardship. pág. 72
[10] Boyd M. McKeown, Achieving Results in Church Finance, págs. 45, 46.
[11] Sermón predicado en el Club de Mujeres, Rockford III., noviembre de 1944.
[12] Testimonies, tomo 3, pág. 396.
[13] McKeown, op. cit., pág. 20.
[14] A Christian and His Money, pág. 7.