El pedido de Cristo: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” nos invita a reflexionar sobre nuestro servicio en favor del prójimo.
Muchos de mis amigos se identifican como conservadores sociales y promueven sus respectivas convicciones políticas. También me interesa el tema, y creo que debemos estar bien informados y ser más participativos en cuestiones relacionadas con nuestra ciudadanía. Los cristianos deben intentar cambiar el mundo en el que viven. Pero, cuando soy presionado por algunos más fervorosos en sus lineamientos políticos, les sugiero que sigamos el ejemplo de Jesús al preocuparse activamente por el bienestar humano, jamás permitiendo que la política partidaria modele nuestra visión del mundo. Jesús actuó desde una cosmovisión formada por su relación con su Padre, no por argumentos políticos o pronunciamientos de comunidades religiosas comprometidas con intereses partidarios.
Comprender esa cosmovisión de Cristo requiere que nos concentremos en su preocupación por el bienestar de la sociedad. Al enseñarnos a orar, él articuló el “Padrenuestro”, un modelo que ha encontrado su lugar en la liturgia de la iglesia, tanto por su formulación rítmica como por su contenido penetrante. La tercera frase de esta oración desafía al cristiano con respecto a su responsabilidad social: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mat 6:10). Al buscar la soberanía de Dios en el presente, la oración se parece al Qaddish, antigua oración aramea, usada generalmente para concluir los cultos en la sinagoga.
Como judío del siglo primero, Jesús probablemente recitó con frecuencia el Qaddish, que dice: “Exaltado y glorificado sea su gran nombre en el mundo que él creó, conforme a su voluntad. Permita que su reino gobierne todos los días de nuestra vida y los días de toda la casa de Israel, ahora y siempre”.[1]
Al ser ofrecida en un contexto de opresión, esclavitud, injusticia, desigualdad, abuso e indiferencia, la súplica de Jesús – “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”- representa una petición radical. Para el Israel de los días de Jesús, un pedido para que la voluntad de Dios se hiciera en la Tierra podía ser interpretado como la derrota del impío Gobierno romano. Las esperanzas mesiánicas se relacionaban con la soberanía política, y se podría haber entendido que él defendía una solución política. Sin embargo, Jesús removió la identidad nacional que estaba presente en el Qaddish, y apeló a favor del imperio de la voluntad de Dios en toda la Tierra, sobre los pueblos y las naciones.
¿Qué quería decir Jesús? ¿Por qué los discípulos le pidieron que les enseñara a orar? La vida de los judíos del primer siglo estaba matizada por la oración. Se realizaban oraciones en la mañana y en la noche, se recitaban Salmos como oraciones y se reconocía el Templo como un lugar para orar, al igual que la recitación de oraciones en la sinagoga. ¿Qué necesidad existía para un nuevo tipo de oración? En parte, la respuesta es que, como discípulos, ellos esperaban instrucciones sobre cómo orar. Pero, Jesús también quiso reinterpretar la comunidad de fe por medio de la oración. Él abordó lo que era más importante para Dios en la comunidad y buscó fijar esos valores en los discípulos. Lo que él quiso decir fue ratificado con su vida.
Compasión social
La voluntad de Dios en la Tierra nos invita a reflexionar sobre el servicio a nuestro prójimo. Una teología pastoral que encauce el compromiso de la iglesia hacia las necesidades humanas en la sociedad se inicia con la experiencia de Jesús. Ya que tenía poco tiempo para la misión, él demostró compasión social a lo largo de su ministerio. No ignoró el sufrimiento presente por causa de sus propósitos escatológicos. Al menos cinco demostraciones de su preocupación social nos dicen algo sobre su cosmovisión y sobre su activismo.
Defensa de los menores. Cuando le llevaron niños, él dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mat. 19:14). En una cultura que ofrecía una educación selectiva, él afirmó: “Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mat. 10:42). En, por lo menos, dos ocasiones, él enseñó que ayudar a un menor es servirlo a él. Para Jesús, los negocios del Reino no son contrarios a la preocupación por la educación, la protección y el bienestar infantil.
Salud y sanidad. “Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Luc. 4:40). Los enfermos eran su preocupación constante. Él interrumpía su agenda para ministrar sanidad a las personas que la necesitaban. Con frecuencia, la sanidad física expresaba restauración espiritual. Sin embargo, en ocasiones, como en la casa de Simón, Jesús solamente ministró a los enfermos, porque la necesidad ajena era el centro de su ministerio. Su preocupación con respecto a la salud y la sanidad era universal, sin considerar la pobreza, el nivel educacional, la condición social ni la fe.
Demostración de igualdad. Cristo sostuvo relaciones con personas discriminadas socialmente. Ningún maestro judío podía conversar abiertamente con una mujer, mucho menos si era samaritana. Pero, estando junto al pozo de Jacob, en Samaría, “Vino una mujer de Samaría a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber” (Juan 4:7). Su ministerio en favor de esa mujer marcó un contraste notable con las desigualdades culturales de su tiempo. Los seguidores de Cristo, en la iglesia primitiva, conocían bien la voluntad de Dios en la Tierra en relación con la igualdad: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28).
Ayuda al pobre. Al no tener sustento para su ministerio, Jesús no tenía riquezas para compartir. Pero, los pobres recibían su respeto y atención. La ofrenda de una viuda pobre fue exaltada como evidencia de un gran carácter (Luc. 21:3, 4). Él le predicó la salvación al pobre (Mat. 11:5), trató con desdén a la abundancia en presencia de la pobreza (Luc. 18:18-25) y alimentó a los pobres. La iglesia fundada por sus seguidores en el primer siglo, obviamente, aprendió de él la compasión hacia el pobre. Ellos compartían entre sí sus posesiones (Hech. 2:44,45).
Buscaba la justicia. Cuando le presentaron a una mujer acusada por actos que, para las leyes judías, requerían su muerte, Jesús confrontó la naturaleza del juicio y de los acusadores: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Jesús defendió al indefenso, abogó por darles justicia a todos y logró unir la redención con la justicia. Al purificar el Templo de los mercaderes, Jesús expresó su interés por los derechos universales (todos deberían tener acceso) sin considerar los poderes o las posiciones en su contra.
Justicia y estructuras políticas
Si el pedido “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” significa que la sociedad humana debería ser gobernada por leyes teístas para establecer normas religiosas, eso no es evidente en las enseñanzas de Jesús. Él buscó la transformación aquí y ahora. Defendió a los menores, promovió la salud y la sanidad para todos, promovió la igualdad, ayudó a los pobres y practicó la justicia; todas las causas morales que reflejaban justicia en la sociedad, pero siempre rechazó el poder del Gobierno para cumplir sus propósitos. Jesús sabía de la debilidad inherente de la humanidad; conocía el abuso de poder que acompaña inevitablemente a las estructuras de la sociedad humana, ya sea en el ámbito político o en el religioso.
Ambiciones corruptas. Jesús advirtió, a aquellos que formarían parte de la estructura de la iglesia primitiva, sobre las tentaciones relacionadas con el poder: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mat. 20:25, 26).
Él mismo enfrentó esa tentación cuando los discípulos razonaron que los poderes manifestados por él debían ser ampliados al interés nacional: “Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” Quan 6:15).
No es que Jesús no tuviera una opinión sobre los asuntos políticos, o que evitara actos públicos. Basta con analizar su Sermón del Monte para notar su activismo, destacado como el clímax de su ministerio terrenal por Mateo. Ese sermón identifica a Jesús frente a los lectores de Mateo. Su genealogía, su nacimiento, el anuncio de Juan el Bautista, las sanidades; todo contribuyó para el crecimiento de la popularidad de su ministerio. Cristo lanzó un movimiento seguido con mucho interés. “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, “y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán” (Mat. 4:23-25).
En ocasión de su Sermón, él destruyó las ideas jerárquicas del imperio político de los romanos y de las elites religiosas del mundo judío. Las personas verdaderamente bendecidas no forman parte de la elite poderosa, sino de la población común: los pobres, los humildes, los perseguidos y los pacificadores. Su Reino no se establece desde arriba hacia abajo; más bien, desde los que son considerados de menor importancia.
Ciertamente, Jesús corrigió la superficialidad con la que se aproximaban a la ley, mientras ignoraban su espíritu. Él previó un mundo en el cual no solo amamos a nuestros vecinos y amigos; donde la pureza del corazón es la medida de la fidelidad; un mundo en el cual damos en vez de prestar buscando nuestro beneficio; donde el verdadero tesoro está en el corazón y nos abstenemos de juzgar. Su ética es más clara y evidente en consonancia con sus palabras: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mat. 7:12).
En medio del sermón, él introduce las instrucciones sobre la oración, en las que presenta la invocación “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. No podemos ignorar esto. El Sermón del Monte proclama su deseo de un orden justo en la Tierra.
En un mundo donde la política y la religión emergen de las estructuras gubernamentales, Jesús oró pidiendo un cambio de corazón, rechazó el poder político personal y demostró compasión. Sirvió desinteresadamente a las personas; frecuentemente alivió el sufrimiento humano por ninguna otra razón que el sufrimiento mismo. Al conocer la condición humana, se abstuvo de atribuir a las estructuras políticas la responsabilidad por el comportamiento justo de la sociedad.
Siguiendo el ejemplo
Entonces, ¿cómo deberíamos nosotros mantener nuestra fe en un mundo político?
La primera observación es nuestro llamado a servir a nuestro prójimo, independientemente de su creencia religiosa. Temas como la educación, la protección y los derechos de los menores, los cuidados por la salud integral de las personas, la igualdad, el alivio de las condiciones de pobreza y la garantía de justicia deben estar integrados a nuestra cosmovisión cristiana, simplemente porque somos seguidores de Cristo.
La segunda observación es el riesgo de asignar cualquier responsabilidad relacionada con conductas religiosas a las estructuras políticas. Muchos hemos percibido los peligros inherentes en las sociedades teístas, en que el Gobierno y la religión se mezclan, y la población acoge con satisfacción la coerción gubernamental hacia las instituciones religiosas. Al mismo tiempo, los regímenes democráticos también están sujetos a las preferencias justas e injustas de sus mayorías religiosas. Cuando las personas acuden a la influencia política para imponer puntos de vista religiosos en materias de cultura, ellas, aun sin intención, distorsionan la cosmovisión de Jesús y la naturaleza de Dios. Las organizaciones políticas, inevitablemente, se aferran a los temas específicos de su propio interés y conveniencia, mientras ignoran otros temas importantes.
¿Significa esto que nuestras estructuras políticas siempre ignoran, o deberían ignorar, la visión de un mundo justo? No. La educación, la protección de los derechos de los menores, la salud para todos, la igualdad, el alivio de la pobreza y la garantía de justicia deben ser de interés para la sociedad y para sus instituciones gubernamentales. Los clérigos, a semejanza de lo que muchos hicieron en el pasado, deben abogar y trabajar en favor del bien público. Nuestras instituciones públicas son importantes y pueden servir a la humanidad. Pero, esos intereses son perseguidos necesariamente en una sociedad pluralista, sin preferencias o preconceptos.
Los cristianos, especialmente los pastores, deben usar su influencia positiva en la vida pública, actuando compasivamente y apoyando los temas que reflejan la preocupación de Jesús por las personas. Busquemos que haya justicia en la sociedad, como hicieron muchos antes que nosotros. Animemos a las personas a ejercitar de manera responsable sus deberes cívicos. Sirvamos a la comunidad, recordando que Jesús nunca usó el poder político para forzar creencias religiosas. Sometamos nuestro corazón y nuestra mente al control de Cristo, no a las instituciones humanas. En su nombre, sirvamos a nuestro prójimo.
Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.
Referencias
[1] R. T. France, The Gospel of Matthew, New International Commentary, p. 243.