La actitud del pastor puede ejercer influencia positiva sobre los que desean crecer en Cristo, o puede mantener en las mazmorras de la indiferencia a los que desprecian el mensaje de Dios para este tiempo.

     ¿Por qué el mensaje de la reforma referente a la salud enfrenta cierta resistencia entre nosotros? Me gustaría tener una respuesta amplia y correcta a esta pregunta, pero no la tengo. De algo estoy seguro: el dedo del enemigo puede estar detrás de esto. En los comienzos de nuestra iglesia fueron pocos los que comprendieron y aceptaron la relación que existe entre el mensaje de la salud, el desarrollo espiritual y la predicación del evangelio. “El Dr. John Harvey Kellogg lúe uno de los pocos líderes que tomó en serio el consejo de la Sra. White sobre la salud” (Herbert E. Douglass, Mensajera del Señor [Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2000], p. 296).

     El 3 de marzo de 1897, en un congreso de la Asociación General, Kellogg, cuyo genio no puede negarse, dijo: “…lo más asombroso de todo es que como pueblo le hemos dado la espalda a esto, y no lo hemos aceptado ni creído como deberíamos. Quiero repetir que no hay un solo principio en relación con el desarrollo saludable de nuestros cuerpos y mentes que se defiende en estos escritos de la Una. White que yo no esté preparado para demostrar de forma concluyente sobre la base de la evidencia científica” (Ibíd., p. 297).

     Si ya era así en esos días, ¿qué podría decirse hoy, después de 105 años de progreso científico?    

     Cuando Xuxa (conductora de programas de televisión para niños) hace ejercicios y practica un régimen de alimentación saludable, todo el mundo cree que es algo inteligente y lindo, y aplaude. Pero cuando un pastor o un hermano trata de vivir el mensaje de salud dado por Dios, por motivos mucho más nobles que los que esgrime el mundo, se los cataloga de fanáticos, extremistas y estrechos de mente. Si algo no es correcto, debemos intentar arreglarlo, pero obrar con indiferencia nos pone en peligro.

TEORÍA Y PRÁCTICA

     El asunto importante aquí es la coherencia. El mundo piensa que somos el pueblo de la salud, porque tuvimos éxito al proyectar esa imagen. Algunas grandes enciclopedias nos identifican como gente que cuida del cuerpo, que se alimenta bien y que hace ejercicios físicos (véase Encyclopaedia Britannica, t. 1, p. 113; Enciclopedia Mirador, t. 2, p. 102). Pero en verdad, entre nosotros, en general le damos poca importancia a este asunto.

     No debemos seguir ofreciendo el mensaje de la salud como vendedores de un producto que no nos sirve a nosotros mismos. Es maravilloso el empeño de reclutar colportores para que vayan de puerta en puerta con el fin de presentar publicaciones que contienen enseñanzas acerca de la vida sana. Pero eso no vale nada si no practicamos lo que pretendemos enseñar. Ya oí las historias de los fabricantes de cigarrillos que no fuman, y la de los narcotraficantes que no consumen drogas. Ellos lo hacen porque saben que lo que venden es dañino. Pero nosotros le hacemos propaganda a algo bueno, y le damos la espalda. Si en lugar de eso diéramos el ejemplo llegaríamos a ser una bendición para la iglesia y el mundo.

     Pero cuando se establece una relación exagerada entre la alimentación y la salvación también se le hace daño a la iglesia. El mensaje de la salud abarca toda la vida: ejercicio físico, reposo, pureza mental, confianza en el poder de Dios, dominio propio, vestimenta, alimento y agua.

UN CULTO RACIONAL

     El mensaje de la salud es una prueba del amor de Dios por nosotros, y no una forma de ganar méritos para recibir la salvación. No se nos justificará por no comer carne o chocolate, por no comer helados o no tomar Coca-Cola. La salvación depende de la sangre de Jesús. Pero cuidar el cuerpo porque se entiende que se trata del templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19) significa que se dispone de una mejor comprensión del plan de Dios para su pueblo. “Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31).

     La época en que vivimos se caracteriza por la degradación del cuerpo y de la mente. “Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). Pablo escribió para una sociedad bombardeada por el concepto filosófico griego de que el cuerpo es impuro. “El cuerpo —decían los griegos— no sirve para nada; es sólo la cárcel del alma. Por lo tanto, hay que despreciarlo”. El cristianismo introdujo una nueva filosofía. El cuerpo es el templo del Espíritu Santo, un instrumento que Dios puede usar.

     La verdadera adoración, o culto racional, incluye la entrega completa del adorador al objeto de su adoración. No basta un culto ricamente elaborado ni una liturgia estéticamente perfecta. Es necesario que la adoración se lleve a cabo en espíritu y en verdad. Los que se reúnen para adorar a Dios deben hacerlo como consecuencia de su adoración cotidiana, manifestada por la entrega total del ser. No tomar en cuenta el mensaje de la salud equivale a despreciar la voluntad de Dios para nuestro bienestar total, y una de las más inteligentes y poderosas formas de dar el testimonio que Dios nos ha concedido. Además, tomemos en cuenta el costo que pagamos por nuestra desobediencia: obesidad, altos índices de colesterol, arterioesclerosis, estrés, sin hablar siquiera de la cuenta de la farmacia. En algunas empresas de los Estados Unidos comer dulces fuera de hora es motivo de despido por justa causa; tan grande es la responsabilidad que debe tener la gente con su propio cuerpo y con la empresa.

     Nuestro testimonio será poderoso sólo cuando haya concordancia entre lo que decimos y nuestra conducta ante el mundo. Al citar a David J. Bosco en una clase magistral dada en 1990 en el Seminario Latinoamericano de Teología, el Dr. Juan Carlos Viera dijo: “Sólo una genuina concordancia le dará credibilidad a nuestro martirio (testimonio). Le gente nunca creerá en lo que oye —por más atractivo que parezca— si hay contradicción entre lo que ve y lo que oye. Todos nuestros esfuerzos de renovación en lo que tiene que ver con la evangelización, la liturgia, etc., serán inútiles a menos que se haga algo para darle credibilidad a la calidad de nuestras vidas”.

EVITEMOS LOS EXTREMOS

     En una investigación llevada a cabo en el interior del Estado de San Pablo entre 258 adventistas, casi el 100% de los entrevistados (253 personas) estuvo de acuerdo en que el mensaje de la salud es una recomendación divina, compatible con el cristianismo. Entre los entrevistados, el 40% se sentía culpable al comer carne o tomar Coca-Cola, y el 61% afirmó que los adventistas que habitualmente comen carne no pueden alcanzar una visión espiritual plena, y son más susceptibles a las pasiones carnales. Por otro lado, el 57% creía que vivir al margen de la reforma en cuanto a la salud no ejercía ninguna influencia sobre su relación con Dios. Una minoría, el 4%, dijo que comer carne cierra la puerta del cielo, y el 2,5% cree que el pastor que come carne debería dejar el ministerio. Los que practicaban el régimen lacto-ovo-vegetariano llegaron al 35%, y el 10% eran vegetarianos.

     Este estudio demostró claramente que la iglesia sabe que el mensaje de salud es de Dios, pero está confundida en cuanto a su práctica. Hay extremos de los dos lados. Hay un grupo que vive en la cárcel de no se puede nada, y hay otro grupo para el que todas las puertas del haz lo que te dé la gana siempre están abiertas. Ahora bien, si nosotros los dirigentes elegimos a veces una churrasquería como el lugar más apropiado para nuestros encuentros, ¿qué podemos esperar de nuestros dirigidos?

     Es hora de que oigamos lo que Dios tiene que decir acerca del mensaje de la salud. Hace ya mucho que deberíamos haber entendido que la mayordomía no es sólo cuidar de las finanzas de la iglesia y preocuparse por la fidelidad de los hermanos en lo que a diezmos y ofrendas se refiere, sino también, entre otras cosas, cuidar de la salud del cuerpo. Seamos humildes para escuchar el llamado del Señor a una reforma en nuestra propia vida. Es un asunto personal. A Dios no le interesa una discusión acerca de la dietética. Su mayor interés es cada uno de nosotros como persona.

Sobre el autor: Redactor asociado de la revista Vida e Saúde.