Una de las confesiones más trágicas por sus implicaciones que el pastor puede oír de labios de los miembros de su grey es la siguiente: “Estudio la Biblia y la lección, pero me olvido de todo. Y después del sermón, cuando quiero repasar algunos pensamientos, no logro traerlos a la memoria me esfuerce, y lo peor es que a siquiera me acuerdo del tema presentado por el pastor”.
Esta declaración corresponde a una realidad funesta que, obrando a través de la herencia biológica, en muchos casos desbarata los mejores esfuerzos desplegados por el ministro con miras a desarrollar una congregación próspera, integrada por fieles que lleven una vida espiritual profunda, que colaboren incondicionalmente con su pastor movidos por un intenso fervor misionero y amor por las almas, y que vivan cada hora del día conscientes de su necesidad de formar y perfeccionar un carácter digno de quienes esperan recibir el toque de la inmortalidad.
Todo pastor y obrero aspira, con legítimo derecho, a ver los copiosos frutos de su labor consagrada; a sentir el bálsamo de la satisfacción que proporciona el comprobar que los esfuerzos y los desvelos no han sido en vano. Sin embargo, cuando los ministros de Cristo, en su calidad de “guardianes espirituales de la gente confiada a su cuidado” pasan revista al trabajo hecho durante el año, a veces comprueban con desaliento que gran parte de sus actividades han quedado sin fructificar porque el terreno humano a que iban enderezadas era infecundo —infecundidad debida a mentes incultas, compactas, impermeables, aplastadas y entorpecidas en su desarrollo a causa de hábitos de vida errados y por tendencias e inclinaciones mal gobernadas; es decir, seres humanos cuyo cuerpo y mente se han desarrollado en forma deficiente debido a la mala observación o a la falta de observación de las leyes de la salud instituidas por Dios. Se dan cuenta de que no han logrado llevar a la totalidad de su grey a la “unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, o la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (VM). Finalmente, en su análisis advierten que la “carne”, si no ha sobrepujado al “espíritu”, por lo menos lo ha mantenido en jaque.
Esta condición desfavorable no debe continuar, porque los miembros de mente poco receptiva, alojada en un cuerpo débil, y de ánimo irresoluto, no constituyen un apoyo efectivo para la iglesia y su gran obra evangelizadora; por él contrario, en su propia vida espiritual, al no asimilar el alimento que reciben en la iglesia; o mediante el estudio de la Biblia y de libros y revistas denominacionales, se acercan peligrosamente al precipicio de la apostasía. Se convierten en un lastre muy difícil de empujar, justamente lo opuesto de lo que el pastor necesita en su iglesia: feligreses fervorosos y activos.
Como el espíritu de profecía advierte que en las iglesias habrá miembros vacilantes hasta el mismo fin, el problema se le plantea al pastor en estos términos: ¿Cómo puedo lograr que la mayor parte de la feligresía de mi iglesia florezca espiritualmente y colabore tenazmente en la obra de salvar almas? Desde luego, no se nos oculta la realidad de que no hay una solución exclusiva y tajante para este problema. No obstante hay algo que puede contribuir eficazmente a resolverlo, y es lo que veremos en los párrafos siguientes.
Interacción entre el cuerpo y la mente
En la Biblia abundan los pasajes que muestran la relación existente entre el cuerpo y la mente, y que señalan a esta última como el centro receptor de la influencia del Espíritu que cambia la conducta y santifica. Veamos algunos: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Cor. 3:16). “Vosotros sois el templo del Dios viviente” (2 Cor. 6:16). “Edificados… para ser un templo santo en el Señor… para morada de Dios en Espíritu” (Efe. 2:20-22). “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Cor. 6:19).
Puesto que la mente tiene su asiento en el cuerpo y es el único medio a nuestro alcance para adorar a la Divinidad y entrar en comunión con ella, conviene que cada uno estudie detenidamente la fisiología humana y aprenda a conocer la interacción entre el cuerpo y la mente. Las siguientes declaraciones de la pluma inspirada resultan interesantes para los pastores :
“La salud es una bendición inestimable, y está más relacionada con la conciencia y la religión de lo que muchos comprenden. Tiene mucho que ver con nuestra capacidad de servicio, y debiera defenderse tan sagradamente como el carácter; porque cuanto más perfecta sea nuestra salud tanto más perfectos serán nuestros esfuerzos en pro del adelantamiento de la causa de Dios y para la bendición de la humanidad” (Counsels to Parents and Teachers, pág. 294. La cursiva es nuestra).
“La verdadera religión y las leyes de salud van de la mano. Es imposible trabajar por la salvación de los hombres sin presentarles la necesidad de romper con las complacencias pecaminosas, que destruyen la salud, rebajan el alma e impiden que la verdad divina impresione la mente” (Counsels on Health, pág. 445).
“El cuerpo es el único medio por el cual la mente y el alma se desarrollan para la edificación del carácter. De ahí que el adversario de las almas encamine sus tentaciones al debilitamiento y a la degradación de las facultades físicas. Su éxito en esto envuelve la sujeción al mal de todo nuestro ser. De no estar bajo el dominio de un poder superior, las propensiones de nuestra naturaleza física acarrean la ruina y la muerte seguras” (El Ministerio de Curación, pág. 212. La cursiva es nuestra).
Lo que antecede expone la necesidad de establecer un equilibrio psicofísico para que cada cristiano profeso alcance la estatura espiritual madura, desde donde podrá adorar a Dios “en espíritu y en verdad”, y trabajar con buen éxito por la salvación de los miembros de la comunidad en que vive.
El planteamiento de una necesidad
El examen del problema que nos preocupa —¿cómo lograr que la mayor parte de la feligresía prospere espiritualmente y colabore con eficacia en la obra de salvar a los perdidos?— plantea la siguiente necesidad, que al mismo tiempo constituye una vía de solución: lograr que los miembros de la iglesia lleven vidas equilibradas y metódicas, para que un cuerpo sano sirva de albergue a facultades mentales sólidas, y para que las energías de ambos, santificadas y vivificadas por el Espíritu Santo, se apliquen al perfeccionamiento de un carácter semejante al de Cristo y a la predicación de la verdad a un mundo que vive las últimas horas de su historia. Esta es la gran necesidad que preocupa a todo pastor.
El apóstol Pablo, al exhortar a los efesios a la santidad les dice que deben comportarse como sabios; pero antes los invita a despertarse del sueño para ponerse bajo los rayos que dimanan de la Fuente de toda luz: “Despiértate tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, cómo andéis avisadamente; no como necios, mas como sabios; redimiendo el tiempo, porque los días son malos” (Efe. 5:14-16). Como ese despertar debe ocurrir en el ámbito de la mente, en el dominio de las funciones psíquicas, aquí se implica la necesidad de colocarse en una disposición favorable para el aprendizaje, porque se entiende que toda conducta humana obedecerá una motivación subjetiva; y si esa motivación está ilustrada por principios correctos y un conocimiento sólido, el proceder participará de estas mismas cualidades, es decir, será sabio.
Y todo pastor quisiera tener en su iglesia miembros sabios. Pero no entendamos aquí esta palabra en su matiz intelectualista, es decir, como sinónimo de alguien que ha acumulado una cantidad de conocimientos que carecen de aplicación práctica. Démosle más bien el sentido que tenía entre los griegos antiguos que la inventaron. Para ellos era sabio quien podía hacer bien un objeto, el que podía dirigir una embarcación, el que era entendido, diestro, hábil; además, entendían que esa capacidad para hacer las cosas estaba respaldada por un conocimiento previo. De modo que para que haya miembros sabios —que puedan conducirse de acuerdo con las normas cristianas y que colaboren eficazmente en las actividades de la iglesia— es necesario que se les impartan conocimientos. Pero, como ya hemos visto, para que tales conocimientos surtan efecto, los feligreses deben estar en condiciones físicas y mentales que les permitan asimilarlos para obrar con sabiduría.
En este punto, en el cruce de lo que es con lo que debe ser, en la visión del miembro en su condición actual frente a lo que debe llegar a ser, surge la figura del pastor como maestro, como portador de conocimientos e instrucciones prácticas que debe participar a sus feligreses para que lleguen a ser verdaderos templos del Dios viviente.
La lectura de declaraciones como las que siguen revela la urgencia de realizar una profunda reforma en los hábitos de vida para alcanzar los fines a que nos hemos referido en los párrafos anteriores.
“Mantened en el frente la obra de la reforma pro salud, es el mensaje que se me ha indicado que dé. Demostrad tan claramente su valor que se sienta una extensa necesidad de ella” (Obreros Evangélicos, pág. 361).
“El ángel dijo: ‘Absteneos de las concupiscencias de la carne que luchan contra el alma’. Habéis tropezado en la reforma pro salud. Os parece que es un apéndice innecesario de la verdad. No es así; forma parte de la verdad. Aquí hay una obra delante de vosotros que os atañerá más de cerca y que os pondrá más a prueba que ninguna otra cosa que hasta ahora se haya traído a vuestra consideración” (Testimonies, tomo 1, pág. 546. La cursiva es nuestra
“La reforma pro salud es un, ramo de la gran obra que ha de preparar ¿a un pueblo para la venida del Señor. Está tan estrechamente relacionada con el mensaje del tercer ángel como la mano con el cuerpo” (Counsels on Health, pág. 20. La cursiva es nuestra).
En este punto creemos que es conveniente encender una luz roja de precaución. El “tema de la reforma pro salud hay que encararlo con un criterio amplio y equilibrado, porque en esta materia es bien fácil deslizarse por la resbaladiza pendiente del fanatismo. A continuación transcribimos algunos pasajes del espíritu de profecía que advierten contra el peligro del fanatismo y el extremismo:
“Si se enseñara la reforma pro salud en su forma más extrema a aquellos cuyas circunstancias prohíban su adopción, se haría más mal que bien. Al predicar el Evangelio a los pobres se me ha instruido a que les inste a comer el alimento más nutritivo. Pero no puedo decirles: ‘No podéis comer huevos, o leche, o crema. No debéis usar manteca en la preparación del alimento’. El Evangelio debe predicarse a los pobres, pero aún no ha llegado el tiempo de prescribir el régimen más estricto” (Counsels on Health, pág. 137).
“Cuando los que abogan por la reforma pro salud incurren en extremismos, no debe culparse a la gente si se disgusta. Muy a menudo se desacredita de este modo nuestra fe religiosa, y en muchos casos los que son testigos de tales inconsistencias nunca más pueden ser inducidos a pensar en que haya algo de bueno en la reforma. Estos extremistas hacen más daño en unos pocos meses del que pueden deshacer en toda una vida. Hacen una obra que Satanás ve con placer (Id., págs. 153, 154. La cursiva es nuestra).
“Las ideas estrechas y la excesiva insistencia en puntos menores han sido de gran daño a la causa de la higiene” (Id., pág. 155).
En el próximo número consideraremos qué es en realidad la reforma pro salud, y presentaremos las diversas fases de la vida a que atañe.
Sobre el autor: Redactor de La Revista Adventista.