El ministro también recibe una llamada telefónica de un colega predicador de otra denominación que busca su apoyo para boicotear a una cadena de hoteles que ofrece películas pornográficas. Le sigue llegando más correspondencia, esta vez instando a su iglesia a ayudar a presionar a la junta escolar local para quitar de la biblioteca de la escuela secundaria libros que el pastor, francamente, no quisiera que sus hijos menores leyeran.
No hay duda de que los ministros adventistas en general concordarían con la mayoría, sino con todas estas causas. Pero concordar no es lo mismo que dedicarse (como pastores) o comprometer a la iglesia y sus recursos a luchar por ellas. Defender políticamente una causa puede estar cargada de riesgos para un laico, ¿cuánto más para un pastor y su iglesia? Ello no significa que los pastores o congregaciones adventistas nunca debieran unir sus fuerzas a las de otros cristianos en busca del cambio en la política. La pregunta es, ¿bajo qué condiciones y cuáles son los riesgos si lo hacen?
“Sólo un Dios puede salvamos”
Cualesquiera sean las decisiones que tomemos, como humanos comenzamos inevitablemente con premisas que influyen para que lleguemos al lugar donde terminamos. Como cristianos adventistas del séptimo día, nuestro punto de partida, nuestra premisa, debiera ser el hecho fundamental de nuestra fe, que es éste: “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). El Señor hizo en la cruz por nosotros lo que jamás podríamos hacer por nosotros mismos, y eso es, hacer expiación por el pecado. “Sólo un Dios”, escribió Hegel, “puede salvamos”, y el único Dios que puede hacerlo es Aquel que “nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gál. 3:13).
Así, el Calvario demuestra que la humanidad no puede centrarse en lo humano: sus filosofías, sus instituciones y sus propios gobiernos. La muerte de Cristo fue una respuesta espiritual a las necesidades espirituales, no una respuesta política a las necesidades políticas. Y en última instancia, los problemas de la humanidad son de carácter espiritual, no político. Por supuesto, la cruz no niega la necesidad del esfuerzo humano por las instituciones humanas; lo que la cruz hace, sin embargo, es ayudar a situarlas en su debida perspectiva.
Sin embargo, mucho más que su muerte, la vida de Cristo debiera inspirar cautela a aquellos que están pensando en el activismo político. A pesar de los graves males políticos y sociales (la ocupación romana no era precisamente una utopía liberal), Jesús se mantuvo como un apolítico. Los críticos cuestionan a menudo el silencio de Cristo en cuanto a la peor de todas las enfermedades: la esclavitud. No hay duda de que Jesús se preocupó por ese problema, pero lo que él quería era cambiar a las personas, quienes a su vez, cambiarían las instituciones, no a la inversa. Este principio se destaca en las palabras de Cristo, aunque expresadas en un concepto diferente: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36).
La cuestión del testimonio
Liberty publicó hace poco un artículo escrito por Edward G. Dobson, director en jefe de Christianity Today. Dobson explicó por qué se negó a sucumbir a las presiones para que involucrara a su iglesia en política. Él dijo que los creyentes individualmente debieran ejercer sus derechos como ciudadanos. Deberían votar, hacer negociaciones en el congreso, e incluso postularse para puestos de elección popular. Pero la iglesia como institución, escribió, no debería dejarse envolver por el activismo político. “Como ex miembro de la mayoría moral, conozco el peligro potencial que encierra esta clase de actividad política: la posible pérdida del evangelio eterno por causa de una agenda política”.
El punto de Dobson está bien enfocado. ¿Cuánto tiempo, energía y dinero debiera gastarse en el intento por lograr reformas políticas (que en el mejor de los casos no son más que soluciones temporales), en oposición a la predicación del evangelio, que es el único que puede producir el tipo de reformas que el país necesita? Cada céntimo gastado en la lucha contra “los derechos de los homosexuales”, o cada hora dedicada a vigilar una clínica donde se realizan abortos, es un céntimo y una hora menos que podrían dedicarse al ministerio. Además, un homosexual que ha sido atacado por un grupo de cristianos, o una mujer que ha sido escarnecida por una brigada de cristianos frente a una clínica de abortos, no es probable que escuche a esos mismos cristianos (e incluso a otros) que, en circunstancias diferentes, atestiguan del amor y el perdón de Dios. Jesús no hubiera tenido tanto éxito para alcanzar a las prostitutas y pecadores si se hubiera dedicado a tratar de expulsarlos del pueblo.
Una vez más, esto no significa que los ministros nunca debieran involucrarse en la lucha por las reformas políticas o sociales; lo que queremos decir, más bien, es que mediten cuidadosamente antes de hacerlo.
Legislar la moralidad
Aunque se dice a menudo que “no se puede legislar la moralidad”, la verdad es que sí se puede. De hecho, la ley no es otra cosa que una legislación moral. Pat Buchanan, Madonna, y Dennis Rodman quieren que se legisle la moral; la única diferencia es que sus puntos de vista en cuanto a qué tipo de moralidad quieren legislar son diversos y contradictorios.
Además, puesto que la moralidad está inevitablemente atada a la religión en un país democrático y predominantemente “cristiano” como son los Estados Unidos, no es sino natural que las iglesias, los pastores y los cristianos en general, se involucren en la formulación de la ley. La separación de la iglesia y el estado significa, dice el erudito jurídico Ronald Dworkin, que “no se considera suficientemente hábil a ningún grupo para decidir en asuntos religiosos para los demás”. Esto no significa que los valores morales, incluso aquellos que están atados a la religión, no tengan ningún rol en la formación de la política pública.
A diferencia de los siglos pasados, la batalla, al menos en la arena pública, no se libra religiosamente (dogma, doctrina, liturgia), sino con valores religiosos. ¿Cuál es su lugar en la arena pública? Algunos, como los filósofos Peter Singer y Helga Kushe, arguyen que a causa de los principios que impulsan la igualdad de toda vida humana (lo que subyace a la lucha por la pena de muerte, el aborto y la eutanasia), esta última se basa en la teología cristiana y no defería, por lo tanto, permitirse que influyera sobre las decisiones en relación a la política pública, posición extrema, en el mejor de los casos. Por contraste, la mayoría de los adventistas estarían de acuerdo con el ex juez de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, Earl Warren, quien dice que una ley que prohíbe el asesinato no se invalida simplemente porque coincide “con los dictados de las religiones judeo- cristianas, mientras que puede estar en desacuerdo con otras”. (Antes de manifestar nuestro acuerdo precipitadamente, deferíamos damos cuenta que Warren escribió esta exposición razonada en una decisión al sostener la validez de las leyes dominicales.)
Una línea fina, sinuosa e incluso quebrada
¿Qué curso defería adoptar entonces un ministro adventista con respecto al activismo político? ¿Evitamos toda actividad, particularmente a causa de nuestra escatología? ¿Nos negamos a apoyar cualquier legislación que pudiera tener algún fondo religioso por temor a que conduzca a la persecución? ¿Nos arriesgamos a comprometer el evangelio al involucramos en actividades políticas? ¿0 podríamos, a sabiendas, formar parte de alguna actividad que iría en realidad demasiado lejos?
Desafortunadamente, ninguna fórmula sencilla nos da un no o un sí categóricos. Después de todo, los adventistas no están en contra del cabildeo, en contra o a favor de leyes que afectan sus intereses. ¿Por qué, entonces, no deferíamos ayudar a legislar otras reformas? Por ejemplo, Elena de White fue sumamente firme en sus deseos de restringir los derechos de los adultos a beber licor que alentó a los adventistas a llevar a sus vecinos, que estuvieran también en contra del licor, en carros y carretas a las casillas de votación, ¡incluso en sábado!
En suma, los ministros adventistas deben hacer sus propias decisiones. Por supuesto, debieran pedir consejo, no sólo a la junta de ancianos, sino también a la asociación local e incluso al Departamento de Asuntos Públicos y Libertad Religiosa de la Asociación General porque, independientemente del peligro o las trampas espirituales, involucrarse demasiado puede también conducir a la pérdida del estatus de exención de impuestos.
El activismo político tiene para un pastor recompensas y peligros potenciales. La elección rara vez está totalmente libre de conflictos, pero por lo general implica tomar una posición que está al lado derecho de una línea con frecuencia muy fina, sinuosa y con frecuencia rota. Y más que todo, el pastor necesita sabiduría de lo alto para decidir cómo responder a la próxima carta, subrayada en rojo, en la que se lo insta a involucrarse en un asunto moral que. con mucha frecuencia, el suave susurro del Espíritu nos dice que es correcto.
Sobre el autor: es director de la revista Liberty, dedicada a la libertad religiosa