“El pastor necesita entender que no es un ‘semidios’, sino un ser humano que necesita del otro, y de ayuda cuando se siente frágil”.

    La depresión está alcanzando a las personas cada vez más temprano, y es cada vez más frecuente. Los pastores no estamos libres de esta realidad. ¿Qué debemos hacer para cerrar las puertas contra este disturbio o para superarlo, en caso de que nos transformemos en una de sus víctimas? ¿De qué manera debemos actuar al encontrarnos con alguien de nuestra iglesia que fue atacado por la depresión? Estas y otras preguntas serán respondidas en esta entrevista con Marta Barbosa de Andrade Gomes, que también da orientaciones respecto de cómo debe enfrentar el pastor la vejez y, consecuentemente, la jubilación. “Considero la jubilación una gran oportunidad de realizaciones”, declara.

    Del Estado de Paraíba, República del Brasil, ciudad de Fagundes, nació en un hogar adventista y estudió desde la enseñanza primaria hasta la universidad en instituciones de la iglesia. Se graduó de Enfermería en 1975, en el Centro Universitario Adventista de San Pablo (UNASP), campus San Pablo; trabajó en el Hospital Adventista de San Pablo, en el Hospital Adventista Silvestre, en Río de Janeiro, y realizó varias especializaciones en el área de Enfermería. Es también psicóloga clínica, con posgrado en Terapia Familiar, y tiene formación en Psicoanálisis, Psicoterapia Breve y Psicología Geriátrica. Casada con Paulo Roberto Gomes, abogado de la Unión Sudeste Brasileña de la Iglesia Adventista, vive y trabaja en Itaipava, Petrópolis, Estado de Río de Janeiro.

Con mucha frecuencia escuchamos hablar de algún pastor con problemas emocionales. ¿Hay una respuesta para eso?

    MB: El pastor es humano; y está en el mundo. Tiene sentimientos, deseos, miedos, y no está blindado contra los problemas de la actualidad. Como seres humanos, cuando no logramos vivir las dificultades de una manera controlada y positiva, enfermamos. Todos nosotros tenemos fragilidades, y nos enfermamos donde somos más frágiles. Muchas veces, pensamos que nuestra actividad nos enferma; sin embargo, no siempre ese concepto es verdadero. Si nos gusta lo que hacemos y nos sentimos útiles, sabiendo que la elección profesional fue consciente, si tenemos objetivos claros, probablemente sea nuestra manera de trabajar la que nos enferme. Eso podría suceder en cualquiera otra profesión; desafíos hay en todo lugar y en todo trabajo. Lo que necesitamos es aprender a lidiar con ellos.

Se ha dicho que el pastor vive un conflicto, frente al desafío de continuar siendo humano en medio de la tentación de ser diferente. ¿Cuál es su opinión sobre eso?

    MB: El pastor es una persona pública que está al frente de una comunidad liderando, amonestando; y debe transmitir creencias y valores que deben ser seguidos. Lo que él dice o lo que hace con su propia vida tiene una relevancia significativa en la vida de las personas que lo rodean. Eso es un hecho. La comunidad deposita un peso sobre el pastor y su familia, al querer que sean modelos para seguir, y cualquier falla es sobrevalorada. La organización a la que pertenece tiene proyectos y expectativas que necesitan ser cumplidos, y espera una respuesta positiva de parte de él, independientemente de las dificultades. Esas son realidades innegables. Hay una iglesia con sus exigencias y críticas, a veces duras, injustas; y una administración que por momentos se presenta distante, exigente, con una aparente dificultad para ver a la persona, mirando meramente su producción. Sabemos que la conciencia del hacer, de la misión cumplida, da aliento y estabilidad emocional a la persona. Satisfacer al otro no siempre es posible. Tener ese discernimiento, y buscar no valorar tanto la opinión del otro al punto de negarse a uno mismo es necesario para vivir bien. Es importante tener autenticidad y calma para administrar conflictos internos y externos. Debemos tener conciencia de que existen cosas que no dependen solamente de nosotros y que no podemos cambiarlas. Entonces, tenemos tres alternativas: aceptarlas, no valorarlas o apartarnos de ellas. Lo que no debe tener lugar en nuestra vida es la insatisfacción, la indignación, el resentimiento. Esos sentimientos negativos son la puerta abierta para las enfermedades físicas y psíquicas.

¿Qué más puede hacer un pastor para superar esa condición?

    MB: Normalmente, no hay cómo hacer cambios externos. Pero podemos aprender a cambiar nuestro interior. Es necesario tener conciencia de las obligaciones e intentar cumplirlas; tener conciencia de las limitaciones, saber cuáles son las posibilidades de cambiarlas o aceptarlas; entender que no es un semidios sino un ser humano, que necesita del otro y de ayuda cuando se siente frágil. La familia es un bien precioso y único. Estar bien con ella, tener una convivencia de amistad y afecto, da equilibrio para soportar las vicisitudes de la vida externa. Muchas veces, por el hecho de ser vistos por los otros como personas importantes, tenemos la tendencia a creer que somos importantes. Para mantener ese “estatus”, nos negamos a nosotros mismos, nuestras necesidades, las necesidades de la familia, y hasta nuestra comunión con Dios. Cuando hacemos esto, la tendencia es a enfermarnos. El pastor también necesita cuidar de su salud física, psíquica, social y espiritual. El Creador de nuestra maquinaria dejó orientaciones en el “Manual de Funcionamiento” al que todos tenemos acceso. El problema es seguir esas orientaciones. Sin embargo, la distancia entre el discurso y la práctica deberá ser disminuida. Eso es posible a través de un trabajo consciente.

¿Qué puede decir usted a algunos religiosos para quienes la idea de “líderes espirituales” con depresión todavía parece un tabú?

    MB: La depresión es una enfermedad; no es debilidad de carácter ni de fe. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2025 la depresión será la mayor causa de ausentismo en el trabajo en el mundo. De modo simple, hablaré sobre lo que ocurre con el cerebro en el proceso de la depresión.

    En el cerebro existen sustancias que llamamos neurotransmisores, que son hormonas cerebrales (dopamina, serotonina, noradrenalina y otras), cuya función es llevar informaciones de una célula nerviosa a otra; lo que llamamos sinapsis. Ante la falta de estas sustancias, aparecen diversos síntomas emocionales y físicos que sacan a la persona de su equilibrio. Algunos de los síntomas son falta de energía, angustia, ansiedad, dolores generalizados, falta de esperanza, de ánimo, de placer, miedo, problemas de concentración y, a veces, pánico desencadenado por la ansiedad descontrolada.

    Existen grados de depresión, dependiendo de los síntomas evaluados: leve, mediana o grave. El grado leve puede ser tratado con un cambio de hábitos de vida y con psicoterapia. En los grados medios y graves, es necesario el uso de esos elementos antes citados, además de medicación antidepresiva. El medicamento trata los síntomas reponiendo aquellos neurotransmisores; la psicoterapia trata la causa o trabaja el entendimiento de la vida, para que la persona no vuelva a tener el problema o que entienda su problema. Es el tratamiento integrado: medicación con psicoterapia. El profesional que trata a la persona que está en depresión debe evaluar el tipo de depresión y determinar el tipo de tratamiento recomendado. La oración ayuda mucho para soportar la enfermedad. Tenerla seguridad de que Dios está al lado fortaleciendo y protegiendo es decisivo.

La jubilación parece ser causante de depresión para muchas personas. ¿Qué hacer, para enfrentar la realidad de la vejez y sus limitaciones?

    MB: La vida tiene principio, medio y fin. Nada es eterno; nuestra finitud es nuestra compañera desde nuestro inicio. Desdichadamente, no pensamos en eso, y actuamos como si el fin no existiera. Si pensáramos que la vida tiene ciclos, podríamos vivirlos de manera más intensa, cerrándolos para que podamos abrir otros ciclos con mayor alegría. La vejez forma parte de los ciclos de la vida; y solo se vuelve anciano quien tiene el privilegio de vivir mucho. Considero la jubilación como una gran oportunidad de realizaciones. En esta fase, conocemos todos los “designios del Cielo”; ya hemos construido nuestra estabilidad financiera (por lo menos, deberíamos haberlo hecho); no dependemos de órdenes ajenas. Somos señores de nuestro tiempo. Hay mucho por hacerse en ese momento de la vida. Muchos descubren una nueva profesión; otros trabajan en proyectos de beneficencia; otros viajan, disfrutan de la familia y de la vida con libertad. No hay más necesidad de “parecer ser”. La autenticidad de esta fase nos libera. El pastor tiene estatus y glamour. El peligro es que se acostumbre a eso, pues con la jubilación pierde ese sitial, transformándolo en un ciudadano igual a cualquier otro. Él pierde la función, pero jamás perderá la vocación de pastor. Continuará hasta la muerte siendo un ungido del Señor. Es una actividad que puede ejercer después de la jubilación con libertad e intensamente. Las iglesias están sedientas de mensajes presentados por pastores con experiencia, que puedan ayudarlas a crecer espiritualmente. Escucho a muchos ancianos que viven como si estuvieran en el pasado; de esa manera, no aprovechan las buenas cosas de la jubilación.

¿De qué manera el pastor puede “trabajar su propia cabeza” para aceptar esa realidad?

    MB: El pastor y la iglesia tienen qué hacer. Hoy, las grandes empresas tienen un programa de preparación para la jubilación (PPA –sigla en portugués), que consiste en presentar al servidor condiciones y medios para que tenga una buena jubilación y sepa disfrutarla, ocupando el tiempo con actividades placenteras y saludables. Considero fundamental una preparación para personas que estén llegando a ese momento de la vida. La jubilación debe ser vista como un privilegio y un premio, no como un castigo.

Mi sugerencia es que los pastores jubilados busquen nuevas participaciones en los más diversos grupos sociales; que rescaten antiguas amistades, que hagan nuevas; que descubran nuevos dones; que tengan nuevos objetivos de vida; que procuren vivir de una manera productiva y feliz. El pensamiento modifica el comportamiento.

Otro aspecto del trato del pastor con la depresión es el trabajo que realiza con miembros de la iglesia que padecen ese desorden emocional. ¿Cómo pueden trabajar juntos el pastor y el profesional de la salud, y ser socios en esa labor?

     MB: La iglesia está compuesta por personas. Muchas de ellas viven conflictos y desequilibrios psíquicos, y buscan ayuda en la propia iglesia. Entiendo que este sea el lugar en que se busque ayuda para la cura espiritual y fuerzas para soportar el sufrimiento, pero no para tratar enfermedades. El pastor, por más información y conocimientos que posea, no es un profesional habilitado para tratar enfermedades. Él ayuda, aconseja, brinda contención espiritual, y sugiere la derivación a un profesional habilitado, cuando sea solicitado. Conociendo a los miembros de su iglesia, observando las quejas y el comportamiento de cada uno de ellos, escuchando sobre sus síntomas, el pastor podrá saber que se trata de problemas que no son espirituales, que es una enfermedad y que no debe asumir su tratamiento. Junto con la familia, debe orientar la búsqueda de ayuda profesional especializada. Si en la iglesia hay médicos y psicólogos, podrá dialogar con esos profesionales respecto del caso y solicitar ayuda. En caso contrario, el pastor deberá buscarlos en la ciudad o en su región de trabajo. Será muy productivo que durante los años de su formación el pastor reciba conocimiento y orientaciones que lo capaciten para entender la dimensión psíquica del ser humano y cómo detectar alteraciones de comportamiento que sirvan de alerta, antes de que la enfermedad se instale. A partir de ese conocimiento, habrá mayor seguridad en la derivación.

¿Qué más nos podría decir a fin de que los pastores tengan más salud emocional y física?

    MB: El pastor es un ser humano con sentimientos, limitaciones e imposibilidades. No es inferior ni superior que nadie; solo es un “hijo de Dios”, lo que ya es lo máximo. De esa manera, debe conocer sus fuerzas y sus fragilidades. Debe administrar su agenda, priorizando tiempo para la comunión con Dios, consigo mismo y con su familia. De esas relaciones depende el equilibrio con todos los demás. Intente trabajar de la mejor forma posible, de acuerdo con lo que ordena el Padre celestial. No gaste sus energías físicas y psíquicas en cosas sobre las que no puede legislar ni puede cambiar. La vida es muy corta para estar preocupándonos por superficialidades. Pensemos más en las cosas de lo Alto, de nuestro Padre, y ¡jamás perdamos de vista que estamos de viaje hacia nuestro verdadero hogar!