El Divino Modelo revela las características del verdadero pastor

Seguramente la ilustración que nos dice más acerca de Cristo es la del Pastor: “Yo soy el buen pastor” (Juan 10:11). La imagen del pastor aparece a lo largo de los Escritos Sagrados, y Cristo, en su manera de actuar con su pueblo, es la representación viva de sus enseñanzas.

¿Qué es un pastor? ¿Cómo dibujar el perfil de este hombre? Nada mejor que fundamentar este análisis en el Pastor Modelo y en las enseñanzas de las Escrituras.

Es un hombre elegido por Dios

Por medio del profeta Jeremías, Dios presenta la imagen del pastor ideal: Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia (Jer. 3:15).

El verdadero pastor no es alguien que decidió serlo: es alguien llamado por Dios. En algún momento el hombre siente el llamado para llevar a cabo la tarea del pastor. Escogido por Dios, pasa a ser controlado e instruido por el Espíritu Santo para desempeñar su tarea como guía del rebaño, conduciéndolo “con ciencia y con inteligencia”, de acuerdo con el corazón de Dios. Sus pensamientos y sus sentimientos con respecto a sus ovejas son los del Pastor Modelo.

Lo que Dios espera del pastor no es sabiduría ni conocimientos humanos. Sí, los necesita, sin duda, pero eso no es lo básico. Pablo, el gran pastor de la iglesia del primer siglo, dijo lo siguiente: “Hasta alcanzar todas las riquezas del pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:2, 3).

El conocimiento que necesita el verdadero pastor consiste en estar revestido de la persona de Cristo, de los atributos de su carácter, a saber, su amor, su compasión, su misericordia, su santidad, su pureza, su justicia y su perdón. El verdadero pastor necesita conocer personalmente al Pastor Modelo, “con convicción real y clara comprensión”. Esta relación se debe convertir en prolongados e íntimos coloquios, durante los cuales podrá asimilar las virtudes vitales, las lecciones que debe transmitir, los métodos que debe aplicar y cómo comprender la naturaleza de cada una de sus ovejas. Necesita entender las verdades eternas del plan de redención, tal como están reveladas en Cristo Jesús.

Es importante la advertencia de Pablo al joven pastor Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).

El estudio persistente de las Escrituras y el trabajo dedicado forman parte de la obra pastoral, y son indispensables para que se la pueda ejercer con eficiencia y en forma productiva. Saber lo que dice la Palabra y transmitir su significado correcto es su deber. En la Palabra Dios tiene en depósito alimento rico y abundante, el maná del Cielo, que el pastor debe preparar y ofrecer al pueblo, su rebaño, durante los banquetes espirituales.

“Se necesitan pastores -pastores fieles- que no lisonjeen al pueblo de Dios ni lo traten duramente, sino que lo alimenten con el pan de vida” (Los hechos de los apóstoles, p. 434).

El pastor, al tratar con la gente y al predicar la Palabra, debe huir de dos extremos: la lisonja y la dureza. La lisonja -la amabilidad interesada e hipócrita-, puede aparentar interés; pero, como un cáncer traicionero, mina la influencia positiva del pastor. La dureza, el carácter áspero, la grosería y la intolerancia, lo descalifican. El pecador necesita de un amor santo, divino, para percibir la malignidad del pecado que lo domina. De Jesús, se dijo: “Jesús no suprimió una palabra de verdad, sino que profirió siempre la verdad con amor. Hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención, en su trato con las gentes. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca dio a un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero había lágrimas en su voz cuando profería sus fuertes reprensiones” (El camino a Cristo, p. 10).

Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor”; “Yo soy el Pan de vida”. El pastor tiene que poner a Jesús delante del rebaño: el Pan de vida. Su amor, su perdón, su justificación, la belleza de su carácter santo, perfecto, puro, sin pecado, pero que llevó la carga de nuestros pecados. Su sacrificio en favor del pecador; su actitud ante la pena de muerte. Su alegría santa, contagiosa, transformadora. Su vida de servicio y su disposición a servir; su bondad, su mansedumbre, su humildad, su dominio propio; su amor eterno, inagotable, su gracia superabundante en favor del pecador; su aversión y rechazo del pecado. ¡Él es el Pan de vida, que comunica vida!

Es un hombre de valor

El apóstol Pablo exhortó con las siguientes palabras al joven pastor Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la Palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:1-5).

¡Qué tarea desafiante es la del pastor! Es un hombre que necesita tener valor. Seguramente Pablo tuvo una visión acerca de nuestros días cuando escribió estas palabras, porque el desafío que le presentó a Timoteo es de una asombrosa actualidad.

Vivimos en una época de contrastes. Por un lado, la sociedad es complicada y opulenta. La cultura, la tecnología y el confort dan una sensación de suficiencia propia. Por otro lado, la ignorancia, la miseria y el infortunio son la porción de millones.

En el campo de lo espiritual, el enemigo ha sembrado ideas confusas y desconcertantes. Las grandes verdades espirituales han sido reemplazadas por sofismas humanos. Un claro: “Así dice Jehová” está contrarrestado por ideas humanas de supuestos hombres grandes e inteligentes, y aun por conceptos personales.

Estas condiciones exigen, más que nunca, pastores valerosos. Levantar la voz en defensa de lo noble, coherente, elevado y puro, cuando todo está corrompido, ciertamente requiere espina dorsal.

En una época de indiferencia e incredulidad, Juan el Bautista, un hombre llamado por Dios, transmitió con claridad y sencillez el llamado de Dios a los pecadores impenitentes: “Arrepentíos […]. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mat. 3:2, 8).

Frutos dignos de arrepentimiento. El arrepentimiento genuino produce un cambio en las ideas, las actitudes, las decisiones, los intereses, el comportamiento y la conducta. Este fruto sólo se produce como resultado de la obra del Espíritu Santo en los rincones más profundos del alma. Los instrumentos que usa el Espíritu son hombres de convicción y valor.

“El Señor quiere que sus siervos de hoy prediquen la antigua doctrina evangélica de la aflicción por el pecado, arrepentimiento y confesión. Necesitamos sermones de cuño antiguo, costumbres fuera de moda, y padres y madres del Israel al estilo antiguo” (Mensajes selectos, t. 2, p. 20).

Señalar y condenar el pecado equivale a llamar al pecador al arrepentimiento y a la confesión, envuelta en tristeza y lágrimas. No es una tarea fácil ni común en esta poca permisiva. Se necesita valor para hacerlo.

Es un hombre que ama

“Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11). ¿Qué mensaje transmite Jesús con estas palabras? ¿Se estaría limitando a decir que daría su vida para dar vida a los pecadores arrepentidos? Sin duda; pero, ¿qué hay, además, en este mensaje? “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).

Dar vida es amar, amar con el más grande amor. Pero, ¿cómo es este amor más grande? “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen” (Juan 10:14).

“Conozco mis ovejas”. Aquí Jesús establece el principio fundamental de la verdadera obra pastoral: conocer a las ovejas. El amor más grande se revela en el hecho de que se conoce a cada oveja. Es imposible pastorear un rebaño sin conocerlo. Es posible hacer discursos, sí, pero pastorear es mucho más que pronunciar discursos. Pastorear es conocer a las ovejas en sus luchas, sus enfermedades, sus flaquezas, sus necesidades y también en sus alegrías.

Se necesita todo este conocimiento, no para disciplinar, castigar, excluir y eliminar, sino para sostener, curar, animar y fortalecer.

¿Cómo puede conocer el pastor tan amplia y profundamente todo esto con respecto a sus ovejas? Cuando las observa desde el púlpito, todas parecen iguales. En el momento de la despedida, las sonrisas forzadas esconden todas las heridas. “Sé diligente en conocer el estado de tus ovejas. Y mira con cuidado por tus rebaños” (Prov. 27:23).

¿Cómo puede el pastor conocer la condición de sus ovejas? En el contacto personal; en sus casas. “El espíritu del verdadero pastor se caracteriza por el olvido de sí mismo. No se acuerda de él mismo para hacer la obra de Dios. Por medio de la predicación de la Palabra y la obra personal en los hogares, se entera de las necesidades de los hermanos, de sus tristezas y sus pruebas y, al cooperar con el gran Portador de cargas, comparte sus aflicciones, los consuela de sus penas, alivia sus almas hambrientas y gana sus corazones para Dios. En esta obra, el pastor cuenta con la ayuda de los ángeles del cielo, y él mismo recibe instrucción y luz acerca de la verdad que lo hará sabio para la salvación” (Los hechos de los apóstoles, p. 435).

¡Qué magnífica descripción es ésta del pastor! El hombre que se identifica con las ovejas. Siente en su propia carne las heridas de sus ovejas enfermas. Recuerda siempre que la enfermedad es el pecado en todas sus formas. Comparte sus pruebas, sus dolores, su sufrimiento, sus tristezas, sus lágrimas, y se envuelve en reñido y violento combate con el enemigo que las quiere destruir.

“El pastorado significa más que sermonear; es un trabajo ferviente y personal […]. Si alguien que emprende esta obra escoge la parte menos sacrificada, y se contenta con predicar, dejando que la obra personal la haga algún otro, sus tareas no serán aceptables delante de Dios. Por falta de una obra personal bien orientada, están pereciendo las almas por las que Cristo murió. Se ha equivocado en su vocación el que, al entrar en el ministerio, no se siente dispuesto a realizar la obra personal que requiere el cuidado de la grey” (Ibíd., pp. 433, 434).

¡Qué tremendo desafío para el pastor! Hoy tenemos una visión deformada, torcida y equivocada del pastor. Cuando oímos una elocuente pieza oratoria presentada desde el púlpito, con magistral perfección técnica en la entonación de la voz y los gestos cuidadosamente estudiados, exclamamos extasiados: “¡Qué pastor!” Ser predicador no es ser pastor. El pastor es predicador, ciertamente, pero ésa no es su tarea primordial. Alguien se puede convertir en un elocuente predicador y arrastrar multitudes, y a la vez ser un pastor débil si no participa de la vida de la gente en sus hogares; si no conoce sus necesidades, ni sus cargas, ni sus heridas ni sus pecados.

Del Pastor Modelo declara el profeta: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Isa. 53:4, 5).

¡Qué modelo de amor, sacrificio, abnegación y dedicación es éste para el pastor! Se identifica con las debilidades de las ovejas de su rebaño; lleva sus cargas, que lo abruman junto con sus pecados.

Como lo dijo el profeta Joel: “Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: […] Perdona, oh Jehová a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad” (Joel 2:17).

El pastor es un hombre que, inflamado de amor, intercede por las almas que están a punto de perecer. Es el hombre que vigila su rebaño; que siente la proximidad del enemigo y que se interpone entre él y sus ovejas. Es el hombre que llora, que lucha, que consuela, que anima, que siente, que tiene un sentido de su deber, que por sobre todas sus actividades: predicador, instructor, consejero, constructor, director de departamentos, administrador, presidente, es pastor.

Un hombre dirigido por el Espíritu Santo

“Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo” (Hech. 4:8). El pastor solamente desempeñará su tarea con convicción y determinación si está bajo el dominio y la dirección del Espíritu Santo. Sólo el Espíritu crea y desarrolla en el carácter y en la vida del pastor las cualidades y las virtudes que harán de él una bendición para los pecadores.

David, el rey pastor, acostumbrado a dirigir a su rebaño mediante el sonido de su voz, le suplicó a Dios, puesto que él mismo era el pastor de un pueblo envuelto en pecado: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” (Sal. 51:11-13).

“No quites de mí tu Santo Espíritu” David sabía que sin esta conducción en su vida su liderazgo sobre el rebaño sería ineficaz, vacío y sin significado. Las grandes victorias sobre el pecado, los pecadores convertidos, son obra y fruto del Espíritu Santo. David lo sabía por experiencia personal.

La conducción del Espíritu Santo impide que el enemigo enrede al pastor en las trampas de la popularidad y el sensacionalismo. Ser popular y crear situaciones de excitación de los sentimientos son dos tentaciones muy fuertes para el pastor. Todo ser humano es vulnerable a los aplausos y al sensacionalismo. El pastor es un hombre llamado por Dios para predicar el evangelio: las buenas nuevas de la liberación del pecado en Cristo Jesús; esperanza para los oprimidos del diablo; el anuncio del advenimiento del Reino de gloria, justicia, amor y paz de nuestro Señor y Salvador.

Cuando el pastor procura la popularidad, deja de tener la mente de Cristo, pierde la sencillez y el poder de la predicación, pasa a usar palabras altisonantes, a comunicar ideas pomposas y manifestar sabiduría humana, que no satisfacen al rebaño que está ansioso por el maná del Cielo: Cristo, el Pan de vida.

Tampoco debe excitar el pastor a la gente mediante llamados o movimientos sensacionalistas; debe esperar, en cambio, que el Espíritu Santo haga la obra.

“Si trabajamos para crear una excitación de los sentimientos, tendremos toda la que deseamos, y posiblemente más de la que podamos afrontar con éxito. ‘Predicad la Palabra’ con calma y claridad. No debemos considerar que nuestra obra consiste en crear agitación de los sentimientos.

“Únicamente el Espíritu de Dios puede crear un entusiasmo sano. Dejad que Dios trabaje, y que el instrumento humano avance suavemente ante él, observando, esperando, orando y contemplando a Jesús a cada momento; y que sea conducido y dirigido por el precioso Espíritu que es luz, el cual es vida” (Mensajes selectos, t. 2, p. 17).

No es tarea del pastor llevar al rebaño a movimientos espasmódicos, sino alimentarlo con la predicación de la Palabra.

De Jesús, declara la inspiración: “’El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir’. Él vivió, pensó y oró, no para sí mismo sino para los demás. De las horas pasadas en comunión con Dios, él volvía mañana tras mañana, para traer la luz del Cielo a los hombres. Diariamente recibía un nuevo bautismo del Espíritu Santo. En las primeras horas del nuevo día, Dios lo despertaba de su sueño, y su alma y sus labios eran ungidos con gracia, para que pudiera impartir a los demás. Sus palabras les eran dadas frescas de las cortes del Cielo, para que las hablase en sazón al cansado y oprimido” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 105).

Para desarrollar una obra pastoral productiva y de grandes victorias espirituales, el pastor se tiene que someter cada día a la dirección del Espíritu Santo, para que éste ponga en sus labios palabras de gracia y de poder que toquen lo más íntimo del alma y transformen a los pecadores en hijos e hijas de Dios.

Conclusión

“Cristo estará con todo ministro que, aun cuando no haya alcanzado la perfección del carácter, esté procurando con todo fervor llegar a ser semejante a Cristo” (Testimonios para los ministros, p. 143).

No, no espere ser como pastor un hombre perfecto, con todas las grandes cualidades de los santos hombres de Dios del pasado. Ellos también tuvieron sus luchas, sus derrotas, sus fracasos y sus frustraciones; pero nunca se entregaron al desánimo y, por la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo en sus vidas, se volvieron semejantes al Modelo. Se los llamó amigos de Altísimo, amados del Señor, hombres según el corazón de Dios.

“Los hombres están tratando de encontrar métodos mejores; pero Dios está buscando hombres mejores”. Compañeros pastores: que el Espíritu haga de ustedes esos hombres mejores, hombres capaces de vencer el poder de las tinieblas e irradiar el poder de la gloria redentora de Jesús.

Sobre el autor: Pastor jubilado. Reside en Engenheiro Coelho, São Paulo, Rep. Del Brasil.