Características, objetivos y resultados de un reavivamiento genuino.

El primer recuerdo que tengo del pastor Rudolph Harder data de 1969, cuando vivíamos en Campo Grande, Estado de Minas Gerais, República del Brasil. Mi hermana y yo quedamos al cuidado de su esposa, Guiomar, mientras mi madre daba a luz a mi hermano.

Años más tarde, como aspirante al ministerio, me sentí honrado de ser compañero de ministerio con hombres de Dios como el pastor Harder, que estaba cercano a la jubilación.

El mayor legado que él me dejó tuvo lugar en una conversación pastoral informal en un recreo de un concilio. La conversación, en el contexto de la reforma pro salud, se relacionaba con cómo organizarse para practicar algún deporte diariamente. El pastor Harder nos contó que, cuando era pastor en Santos, Estado de San Pablo, el mejor lugar para caminar era la vereda que se encontraba frente al mar. “Intentaba memorizar algunas porciones del libro El Deseado de todas las gentes que describen a Jesús, y bajo los ojos mientras camino, procurando recitar el pasaje memorizado Hacía esto como una forma de evitar las escenas impropias que pueden darse a la orilla del mar”. Además, nos dijo que, al terminar su caminata, buscaba un lugar más apartado y, con el sombrero puesto sobre el rostro, se recostaba sobre el pasto. “Quienes pasaban imaginaban que estaba durmiendo, pero en realidad me quedaba ahí meditando, orando y hablando con Dios”.

Pero, no fueron sus hábitos físicos los que me impresionaron. Lo que más me benefició fue darme cuenta de que hombres como él, que caminaban con Dios, también debían luchar contra las mismas tentaciones que me asediaban y que me preocupaban. Antes de esa conversación, me imaginaba que un verdadero ministro no debería tener esas luchas contra la impureza. Pero, delante de mí había un hombre que, teniendo las mismas luchas que yo, las lograba vencer.

Entonces, comprendí que un siervo de Dios se toma de entre los hombres; es decir, es un hombre común, de carne y hueso, sujeto a las mismas pasiones que los demás, y que enfrenta los mismos conflictos. Exactamente por eso, “[…] se muestra paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está rodeado de debilidad” (Heb. 5:2). Un pastor no es alguien que está por sobre las luchas de los mortales, sino que enfrenta las mismas batallas, animando a otros por medio de su ejemplo. Cuánto ánimo recibí ese día Cuánta motivación para seguir luchando y para guardar la Palabra de Dios en el corazón, para no pecar. Aprendí que una mente pura no es un resultado del azar, sino una lucha reñida para apartar el corazón de las cosas de esta Tierra, y llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5).

No por ser pastor, sino por ser hijo de Dios, es que hoy acepto el hecho de que admirar y contemplar a una mujer, deseando a alguien que no es mi esposa, ya sea en la iglesia, en la calle, en Internet, en revistas, en propagandas, en películas, etc., siempre contamina mi carácter y es pecado, aunque nadie lo sepa. También necesito reconocer que contar o escuchar anécdotas de connotación sexual, o el exceso de cordialidad en los saludos, saludos de beso muy efusivos, tomar la mano, abrazos muy apretados, llevar a una dama en el auto, visitas o consejería a solas, cualquier tipo de elogio al cuerpo o a la ropa, a pesar de ser ampliamente aceptados en nuestra cultura, pueden alimentar mis inclinaciones, debilitar mi resistencia y, por eso, son condenadas por Dios (ver El hogar cristiano, pp. 295-308). Sé que, como ministro de Dios, mi criterio de pureza no puede basarse en la cultura imperante, sino en un “Así dice el Señor”.

“Hice pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?”, dice Job 31:1. ¡Ayúdame a hacer lo mismo, Señor!

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado de la División Sudamericana.